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Cultură

"Cuidado con el poder embriagador de un coño": historias de mujeres desvirgando a hombres adultos

Nadie sabe quién es virgen y quién no lo es y no hay nada malo en ello: la gente pierde la virginidad cuando cree que es el momento para ello. Sin embargo, no deja de ser bastante raro.
Hannah Ewens
London, GB

Ilustraciones por Polly Williams

La puerta estaba atrancada y yo estaba borracha. Tras un prometedor jugueteo previo y unas cuantas embestidas, enseguida me quedó claro que la cosa se acababa ahí. Tenía el vestido subido a la altura de la cadera; me encogí de hombros mentalmente. Él tenía la mitad del cuerpo apoyada sobre mí. Parpadeó varias veces con expresión eufórica, como si pudiera ver la realidad que lo rodeaba después de toda una vida ciego.

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"La verdad es que es la primera vez que lo hago", dijo. Al principio me reí, pero la risa enseguida dio paso a la incertidumbre, luego a la confusión. Un terrible escalofrío me recorrió el cuerpo.

Después de aquella noche, otros cuantos hombres perdieron la virginidad conmigo sin que yo lo supiera. Hombres de veintitantos e incluso ya entrados en los treinta. Un tipo de la oficina, otro al que conocí en Tinder… Hombres con trabajo y un nutrido grupo de amigos, pero de quienes nunca podía sospecharse que fueran vírgenes "homologados" a simple vista.

El quid de la cuestión es que nadie sabe quién es virgen y quién no lo es. El compañero de trabajo que se sienta a tu lado podría serlo. La persona con la que te enrollaste este sábado podría ser virgen. Tú mismo podrías ser virgen. Y no hay nada malo en ello: la gente pierde la virginidad cuando cree que es el momento para ello. Sin embargo, no deja de ser bastante raro cuando te enteras de que le has quitado la virginidad a alguien una vez ha pasado todo.

En todos los casos fue igual: pasamos la noche juntos y me comunicaban la noticia después del acto, durante el desayuno o una semana después, en un arrebato incontrolable de emoción. Mis reacciones al descubrirlo eran de lo más variado, pero en ningún caso dicen mucho a mi favor. No olvidemos que, en primer lugar, he sido víctima de un engaño, se me ha adjudicado una responsabilidad sin mi conocimiento. Entiendo que para un hombre —gay o hetero— sea difícil seguir virgen en una sociedad hipersexualizada como la nuestra, que premia y fomenta la promiscuidad masculina, pero por otro lado considero que lo correcto sería decir a la persona con la que estás que esta va a ser su primera vez.

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Cuando se lo cuento a mis amigas, me dicen entre suspiros que qué suerte he tenido, que siempre seré la primera mujer para el chico en cuestión. Pasarán muchas personas por su vida, pero yo siempre estaré ahí, al principio de su historia. Yo no comparto esa opinión.

Afortunadamente, ya he superado esa maldición, pero no soy la única en arrebatar la virginidad a los hombres inconscientemente. Estas son las experiencias de otras mujeres.

Un desvirgamiento muy poco romántico

Fue un verano increíble y el último que pasaría en Londres antes de mudarme. Había empezado a salir con un chico que me habían presentado unos amigos en común. Quedamos un día y ese mismo día le invité a venir a mi casa. En el autobús me confesó que no estaba acostumbrado a hacer esas cosas. Le dije que no pasaba nada, pensando que se refería a enrollarnos después de la primera cita.

Llegamos a mi casa y nos acostamos. Después me dijo que nunca antes lo había hecho. La verdad es que no fue nada mal, y seguramente no me habría enterado de que era virgen si no me lo hubiera dicho. Él no parecía estar muy avergonzado, aunque sí le daba importancia al asunto, obviamente.

Me preguntó si consideraba que debía habérmelo dicho antes, pero a mí me daba igual. Solo podía pensar en que para él, aquella había sido una experiencia mucho más importante que para mí. Desde luego, me habría gustado que hubiese sido algo más especial, con velas o algo de música. La semana siguiente me enteré de que todos sus amigos estaban esperando a que perdiera la virginidad, por lo que para ellos también era importante. No pienso mucho en ello, pero es un recuerdo grato.

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Anoushka, 26 años

El poder embriagador de un coño

Estaba en una fiesta, en casa de un tipo y nos besamos en el jardín después de acabarnos la última botella de sidra. Luego subimos a su habitación. Había ciertas pistas que apuntaban a que era totalmente novato, como la poca traza que tenía desabrochándome el sujetador o el hecho de que cada vez que me besaba me llenaba la barbilla de saliva. Acabamos haciéndolo en la postura clásica del misionario. Estuvo muy bien, pero le costó la vida encontrar el agujero correcto. Se corrió enseguida.

A la mañana siguiente, lo primero que vi al abrir los ojos fue los suyos observándome mientras con una mano me atusaba el pelo. Me dijo, "Buenos días, sexy", y me besó la cabeza, que me dolía una barbaridad por todo lo que había bebido la noche anterior. "No ha estado mal para ser mi primera vez. ¿Probamos una nueva postura para la segunda?", me susurró al oído.

Es decir, me soltó que había sido su primera vez a la vez que me pedía una segunda. Luego me preguntó si quería que saliéramos formalmente con promesas de ser un gran compañero. Me compadecí un poco de él; había sido su primera vez y estaba emocionado, pero me inventé alguna excusa y me marché de allí en cuanto pude.

A aquel encuentro le siguieron una lluvia de mensajes y llamadas para preguntarme cuándo podríamos volvernos a ver, por qué no quería abrirme a él y para decirme que no quería "una de las mejores noches de su vida" acabara solo en eso. Después de varias semanas ignorándolo, captó el mensaje y me dejó en paz, pero nunca me olvidaré de aquel despertar viendo sus ojos de cachorrito. Moraleja: cuidado con el poder embriagador de un coño.

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Amelia, 25 años

El polvete rápido transatlántico

Hacía poco que me había quedado soltera y estaba a la caza de un polvete rápido. Había estado chateando con un tipo de EUA que tenía un grupo que iba a venir a tocar al Reino Unido. Pensé: "Miembro de una banda es igual a polvo rápido seguro", así que fui a su concierto y luego estuvimos tomando algo. Bebimos mucho y al final le invité a mi casa sin rodeos. Él aceptó mi oferta y ocurrió lo inevitable. Fue muy raro desde el primer momento. Le costó mucho acabar y se comportaba de forma muy extraña, con mucha timidez. Supuse que era de los vergonzosos. En cualquier caso, el sexo estuvo bastante bien, la verdad.

La mañana siguiente, con la cabeza a punto de estallar de la resaca que tenía, él me dijo que era straight edge y confesó que las cervezas que le había visto beber eran sin alcohol. Parecía desesperado por decirme algo más y, después de vacilar unos instantes, me lo soltó: hasta la noche pasada, el tipo era virgen.

Al principio me enfadé mucho, aunque sigo sin saber muy bien por qué. Supongo que me asusté. Hubo muchas oportunidades de contármelo antes de que hiciéramos nada. Además, si hubiera sido al revés —que la chica hubiera estado sobria y el chico bebido le hubiera hecho perder la virginidad, aunque fuera sin saberlo—, no estaría bien visto, así que temía haberme metido en un lío.

Cuando volvió a los EUA, empezó a mandarme mensajes sin parar. Un par de días después, amenazó con coger un vuelo para venir y pasar un par de semanas conmigo. Yo le dejé muy claro que eso no iba a pasar.

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Becky, 25 años

El gatillazo

Hace un año me mudé a casa de mis padres después de una terrible ruptura y empecé a trabajar en un bar. El encargado —lo llamaremos Jay— tenía más o menos mi edad. Después de meses flirteando y de que le hiciera una mamada rápida mientras cambiábamos los barriles de cerveza, empezamos a salir. Luego fuimos a casa de sus padres. Pensándolo ahora, aquello debió haber hecho saltar las alarmas, pero ¿quién era yo para juzgarlo, cuando también vivía con mis padres?

Una vez en su habitación, no fue capaz de mantener la erección. Pensé que sería porque estaba borracho, aunque ahora entiendo que seguramente era porque estaba nervioso. No duró mucho, pero estaba muy bien dotado, así que tenía esperanzas para futuros encuentros. Después de acostarnos varias veces y de que en todas ellas tuviera gatillazos, nos sentamos a hablar del tema. Fue entonces cuando me confesó que nunca había estado con nadie. Había "hecho cosas" con muchas, pero que nunca se le había presentado la posibilidad de practicar sexo con alguien de quien se había enamorado —una aventura amorosa unidireccional que duró un par de años—.

Después de aquello, no fui capaz de volver a acostarme con él porque me sentía violenta. Él tenía problemas para practicar sexo con penetración y yo no estaba por la labor de ayudarle. Suena fatal, lo sé, pero es verdad. Bastante tengo con mis cosas.

Tara, 29 años

Se han cambiado todos los nombres a excepción del de Hannah. Síguela en Twitter.

Traducción por Mario Abad.