Fotos de las multitudinarias y etílicas fiestas de los niños pijos de los 80

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Fotos de las multitudinarias y etílicas fiestas de los niños pijos de los 80

Trajes Armani, los últimos modelos de BMW y mucho, mucho alcohol.

Todas las fotos de las fiestas de Gatecrasher Ball son obra del autor.

Hace tres décadas era imposible moverse por el West London sin oír hablar de Eddie Davenport. Aquel chaval millonario que siempre vestía trajes de Armani y conducía los últimos modelos de BMW no era como los demás niños ricos de la ciudad. Pese a que procedía de una familia respetable de clase media-alta, no era el clásico pijo sin personalidad y con un fondo fiduciario. Davenport era un tipo de éxito hecho a sí mismo, un enigma de la era Thatcher y un icono social, paradigma del espíritu empresarial de la década de 1980. ¿A quién no puede gustarle alguien así?

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Empezó muy joven. Educado en Frensham Heights, un internado de la campiña inglesa, Davenport suspendió los exámenes, pero se dejó la piel estudiando en Mander Portman Woodward (MPW), un colegio en el que los niños ricos se preparan para repetir los exámenes. Fue allí donde encontró que había un vacío en el mercado que podía explotarse: el de los niños pijos que quieren ir de fiesta.

A los 20 años, Davenport creó su propia empresa, Gatecrasher Ltd, en asociación con su amigo Jeremy Taylor. Ambos organizaban fastuosos eventos de etiqueta para adolescentes adinerados, los llamados Gatecrasher Balls.

La primera vez que oí hablar de aquellas fiestas fue en 1986. Davenport había organizado un evento en uno de los sitios más bonitos de Londres, los Kensington Roof Gardens, y muchos de los futuros ricachones de mi colegio, Holland Park Comprehensive, habían comprado entradas para asistir. Se presentaron con sus mejores galas solo para descubrir que no podían entrar: el local estaba de bote en bote. Daveport había vendido demasiadas entradas. La fiesta acabó con una redada policial y un montón de chavales borrachos, vestidos de tafetán y esmoquin, sentados en las aceras, llorando.

Finalmente tuve oportunidad de conocerlo en 1987, cuando trabajaba como corresponsal para la revista Punch (de la que, debo decir, mi padre era editor artístico). Lo vi caminando por Kings Road un día soleado. Era delgado, muy delgado. Llevaba un traje gris claro con doble pechera, el pelo engominado y peinado hacia atrás y lucía una sonrisa que hacía que pareciera una calavera de Halloween. Como conocía al chico que le acompañaba, me acerqué para presentarme. Me ofreció un trabajo a media jornada como fotógrafo en sus populares fiestas. A mis 17 años, imaginé que se trataba de eventos en los que la sencillez de corazón sería suficiente para franquearte la entrada. No podía estar más equivocado.

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El Baile del Terror. El Baile de Pimm's. El Baile del País. El Baile de los Maníacos. El Baile de la Calabaza. El Baile del Titanic. El Baile del Muñeco de Nieve. El Baile de San Valentín. Las fiestas Gatecrasher eran sofisticadas, repletas de cuerpos bebiendo, enrollándose, follando, esnifando y vomitando. Ser un paparazzo en este tipo de eventos era muy duro. Mientras estabas haciendo fotos de todos aquellos pijos, corrías el riesgo de que ser víctima de un placaje de Jono y del resto del equipo de rugby de Eton.

La música pop y los grandes éxitos llegaban de la mano de «Alexander's Discotheque», un DJ gordo y pijo que no paraba de gritar «¡Mueve los pies y venga esas palmas!». No era precisamente Studio 54. Mientras, los Ruperts y Georginas, Tamsins y Rorys se lanzaban con dos pies izquierdos a la pista de baile tapizada con manchas de vómito y colillas de Marlboro. Dicen que los pijos ingleses son unos reprimidos; pues no será en el Gatecrasher Ball.

Más fotos de los bailes de Davenport aquí abajo:

Traducción por Mario Abad.