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Cultură

Dengue, amenazas de muerte y estafas: las peores vacaciones de nuestras vidas

Quemaduras que te dejan casi paralítico y visiones terroríficas. Hablamos con personas que han pasado por situaciones horribles en sus viajes y escapadas de verano.

Fotografía por Javier Izquierdo vía

En An idiot abroad, el británico Karl Pilkington, —compinche de Ricky Gervais— se ve obligado a viajar por el mundo como un conejillo de indias, aunque él crea que no hay un solo motivo por el que valga la pena abandonar su casa. Su interés por los lugares remotos y culturas diferentes es nulo y cualquier desplazamiento de más de dos kilómetros le provoca pánico.

En estos días en los que todos perdemos el culo por escaparnos a la playa y destinos exóticos, hemos encontrado a algunas personas que han vivido unas vacaciones más parecidas a una peli de terror que a un paraíso del descanso.

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Dengue, amenazas de muerte, estafas, quemaduras y visiones terroríficas no son precisamente lo que uno espera del verano.

Antonio. 23

Irme de viaje es de las cosas que más me gustan porque me encanta que todo al final sea caótico y no saber cómo he acabado en esa situación o lugar.

Cuando viajé a Tailandia, fui a las islas del sur de la isla Phi-Phi, que es una de las partes más vírgenes del país. El resto está tan vendido al turismo que es como un Benidorm tropical para adolescentes.

Llegamos a nuestro destino, poca gente y playas preciosas para ver el atardecer. Dormíamos en un albergue a cien metros de la playa a cambio de trabajar en él un par de horas por la mañana. Por la noche bebíamos hasta ponernos pedo y corríamos a saltar olas a la playa y luego nos íbamos con algún tailandés al karaoke. Pero una mañana, la resaca fue diferente.

Me sentía como si tuviese un hipopótamo sentado encima. No podía mover un sólo músculo. No tenía apetito, ni fuerza. Me dijeron que tenía dengue y que me lo habría pasado uno de los mil millones de mosquitos que me habían picado. Es conocida como la fiebre rompehuesos y puedo verificar que es verdad: parecía que tenía todos los huesos del cuerpo rotos. Lo peor de todo es que no me había sacado el seguro médico.

Antonio tras contraer el dengue

Los sitios donde dormíamos estaban elevados y para ir al aseo había que bajar unas escaleras. Un día que no podía aguantar más bajé a gatas para mear, lo conseguí, pero cuando intenté volver a subir, me quedé sin fuerzas y me desmayé. Me desperté más tarde, sin saber cuánto tiempo había pasado, tirado al final de las escaleras, con dolor en la espalda y rasguños en la cara.

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Los locales me dieron jugos a base de hojas de papaya de un sabor muy poco apetecible. Con aquello se me bajó bastante la fiebre y a eso le sumé unos diez días de reposo en los que estuve totalmente quieto en mi cama, tirado, mirando hacia el techo, como una momia embalsamada.

Después de eso conseguí una buena recuperación, así que tranquilos, no soy contagioso ni nada por el estilo.

Clementina. 29

En La Habana se me ocurrió hacer una excursión a la Ciénaga de Zapata para ver qué había ahí. Quería ver cocodrilos, aves, galopar a través de árboles exóticos…

Mi tío conocía a un hombre "de confianza" que tenía un hostal en la zona y le llamé para que me hospedara. Bajé de mi autobús de turistas y ahí estaba aquel señor con aires de ser el más rico del pueblo subido a un bici-taxi abriéndome sus brazos.

Llegamos al hostal y me mostró mi alcoba, que resultó ser una choza apartada al final de una playa de color marrón, no de aquella de aguas cristalinas que me coló en la bienvenida como quien le lleva a la novia un ramo de rosas porque el día anterior se tiró a su amiga.

Después de ver situaciones como la del dueño del hostal masturbándose mirándome mientras dormía, conseguí hacerme amiga de un obrero que trabajaba arreglando otra choza y me dijo que él me llevaría a ver cocodrilos.

Me subió a un coche compartido en el que yo no podía hablar, pues si se enteraba el chofer de que no era cubana o bien me tiraba del coche o bien me cobraba diez veces más. Llegamos al maldito criadero de cocodrilos tarde para coger la barca que lleva a verlos, así que, como si del zoo de Madrid en los años 80 se tratara, visité un parque con cocodrilos encerrados.

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Por una monedita, un guarda sacaba un filete y se lo tiraba.

Una fotografía de los cocodrilos de la ciénaga que sacó Clementina

Luego, el tipo se me declaró, me dijo que me quería, que quería volver a verme. Y yo sólo quería huir de allí. Por suerte me llevó de vuelta al pueblo sin complicaciones.

Al fin, me vi sentada en un bordillo esperando la gloriosa llegada del autobús de los turistas comiendo mamoncillos bajo el inclemente sol.

Entonces se acercó a mí un chico negro de dos metros de alto por dos de ancho y como recién salido de una fábula de Perrault me dijo:

—Vaya, no has podido visitar nada, ¿no?

—No.

La verdad es que no se porque le contesté, no le había visto en mi vida. El siguió hablando:

—Ya, es que la gente es muy mala, ¿sabes? Sólo quieren aprovecharse de tu dinero. Ven conmigo… Yo te voy a enseñar Cienfuegos. ¿A que no lo has visto? Vente, yo te llevo gratis.

Le dije, con buenas palabras, que estaba hasta los cojones de la peña de la ciénaga y que me dejara comer mis mamoncillos en paz. A lo que él contestó:

—¿Sabes qué? Me estoy pensando en meterte un tiro por la boca. Sí, sí, por la boca, con una pistola, ¿sabes?.

Yo le dije que sí, que sabía, y me metí un mamoncillo en la boca.

Se dio la vuelta, gracias al Señor. Yo, de momento, seguía ahí, y rezaba por dentro hasta que apareció de pronto un bici—taxista que me llamó por mi nombre y me dijo adiós. Yo le grité: "¡Espera, espera! ¿Quién eres?" Mi ángel de la guarda, por supuesto. Era el mismo que me recogió a mi llegada.

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Sofía. 20

¿Qué es la fe? No sé si LA FE existe, pero Faith sí. Así es como se presentó mi futura supuesta casera del piso que iba a alquilar en Amsterdam: Faith. Había dejado el trabajo en Madrid un mes antes de irme de vacaciones, para tener tiempo de encontrar una habitación y resolver varias gestiones, después de cinco meses sin un día libre.

Buscar piso para pasar el verano en Amsterdam es misión imposible, pero hay grupos de Facebook en los que la gente cuelga anuncios de alquiler de habitaciones. Encontré la casa perfecta, en el centro, en frente de un canal, muy bien de precio, todo incluido, en la que me podía quedar el tiempo que quisiera.

Contacté con Faith, la casera, y me mandó los datos del piso, explicándome que debía de ser todo mediante trámites legales, contrato, etc., lo que me pareció genial.

Estuve hablando varios días con ella, haciéndole preguntas sobre el piso y todo eso. Hasta me envió el perfil de la chica que iba a alquilar la otra habitación para que hablase con ella, y así hice. Amy, así se llamaba mi compañera de piso, mitad canadiense mitad india, muy maja y divertida, lo que sumó puntos. Escribí a la dueña y me mandó el contrato, con todos sus datos, después de haberle enviado yo todos los míos. Parecía todo correcto.

Sofía en el apartamento donde sigue esperando las llaves del piso de Faith

Ella estaba de vacaciones fuera de Holanda, en Sudáfrica, por lo que me tenía que enviar las llaves del piso por correo, y para ello tuve que mandarle una fianza de 400 euros por la habitación. Tuve mis sospechas, claro, pero todos me aseguraban que sonaba bastante normal, que yo era la cínica, hasta que envié el dinero.

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El caso es que finalmente aquí estoy, semanas después, esperando las 'llaves' y sin piso, acogida por unos amigos de mis padres de setenta y muchos años en su casa, en un pueblo perdido de Holanda. Maldita Faith.

Manuela. 23

Fui a Mallorca. Mi objetivo era ponerme negra en un día. Para conseguirlo, decidí mezclar Nivea y Betadine para acelerar la captación del moreno. El truco me lo enseñó una amiga que se pone siempre como el tizón y está muy loca y dice cosas como que "si el Betadine es algo de médico no irá tan mal".

Error.

El caso es que me hice ese potingue y me fui a la playa pensando que a la vuelta seria negra como el carbón. En la playa no notas nada con la brisilla del mar y los niños jugando a los castillos. Me sentí observada por la gente pero me miré con la pantalla del móvil y no se veía tan mal. Pensé "estoy un poco roja, lo típico del primer día de verano". Pero cuando me vio mi madre dijo: "¡qué te has echo Dios santo!"

La playa del horror

Me miré en el espejo y solo pude pensar "Dios, Dios, Dios, Dios, Dios. ¡Soy PATRICIO!". Joder, era el jodido Patricio, el jodido amigo de Bob Esponja. ESE.

Cuando me metí en la ducha empecéa tener como escalofríos y me dolía un montón. Me puse un muchísmo aftersun pero nada. Pasé toda la noche con fiebre y vértigos.

Por la mañana me levanté y no podía andar. "¿Cómo puede ser que no pueda apoyar las plantas de los pies?" pensé. También pensé que me iba a morir, de verdad, pensaba que me había dado algo grave y que me iba a quedar paralítica e iba a perder las piernas o algo así. No se, en ese momento no estaba del todo en mis cabales.

Por suerte, de pronto me miré las plantas de los pies en el espejo y entendí porque no podía caminar: ¡las tenía quemadas!

Me acuerdo que lo primero que se me pasó por la cabeza fue: "¿Quién coño se quema las plantas de los pies?". Me había quemado una vez los empeines y eso dolía de verdad, pero joder ¿las plantas de los pies?

Bueno, el caso es que estuve casi dos días tumbada, por ser una impaciente y una loca. Espero que esto no lo lean niños pequeños porque no quiero que sigan mi ejemplo. Son cosas que haces en tu juventud sin pensar en las consecuencias pero dolor máximo. No lo vuelvo hacer en la vida. Lo juro, es algo que no vuelvo hacer aunque me maten: ahora soy consciente de los riesgos y soy más cuidadosa con mi piel.