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¿Por qué el sexo asusta tanto a los historiadores?

El mes pasado, unos arqueólogos hallaron un par de pollas grabadas en la pared de un acantilado de la bahía de Vathy. Lo realmente curioso de este hallazgo es que ha servido como pretexto para que los arqueólogos hablen de sexo y reconozcan, a juzgar...

El mes pasado, unos arqueólogos hallaron un par de pollas grabadas en la pared de un acantilado de la bahía de Vathy, en la isla griega de Ítaca. Se calcula que tanto los falos como una inscripción en griego antiguo encontrada en otra roca y que decía "Nikasitimos estuvo aquí, montando a Timiona", tienen más de 2.500 años. La prensa no tardó en calificarlo como uno de los hallazgos arqueológicos eróticos más fascinantes y antiguos de la historia, pero no es cierto. El erotismo siempre ha estado presente en el transcurso de la historia, y se han encontrado objetos y descripciones de carácter sexual mucho más antiguas y fascinantes que las mencionadas. Lo realmente curioso de este hallazgo en particular es que además de las conclusiones que se pueden extraer de esos garabatos sobre el índice de alfabetización en la Grecia antigua ha servido como pretexto para que los arqueólogos hablen de sexo y reconozcan, a juzgar por las inscripciones, que el sexo homosexual no era una práctica propia solamente de las clases pudientes limitada a entornos sociales concretos. No hace tanto que los académicos se han empezado a sentir cómodos tratando la sexualidad en la historia, y de hecho, muchos aún siguen evitando el tema. Una lástima, porque esas obscenidades son una valiosa fuente de información revolucionaria sobre la Antigüedad.

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Sin contar con la estilizada y voluptuosa Venus de Willendorf y sus homólogas, el hallazgo más antiguo relacionado con la sexualidad posiblemente sea una pequeña estatuilla en la que se representa a un hombre inclinándose sobre una mujer y se muestran claramente los genitales de ambos. La pieza tiene 7.200 años de antigüedad y fue hallada en 2005 en Alemania. Pero no es un caso aislado. En cualquier parte del mundo a la que vayas, descubres que nuestra historia está plagada de sexo, desde posibles orgías pansexuales representadas en el interior de las cuevas de Xinjiang, en Asia central, hasta tablillas mesopotámicas de arcilla de 4.000 años de antigüedad en las que aparecían individuos haciéndolo a cuatro patas, practicando sexo anal o incluso lo que parece una increíble variante de felación, pasando por el pergamino Playboy de Ramsés, de unos 3.000 años de antigüedad. Muchos hombres versados de la historia se habrán topado con los pensamientos subidos de tono de sus predecesores, desde la lascivia y la vulgaridad de Bocaccio a Chaucer, Safo, Shakespeare, desde El jardín perfumado hasta El ciruelo en el vaso de oro o las raíces del tentacle porn en los grabados shunga en madera. Es innegable que la historia es pornográfica, a pesar de que muchos quieran considerarla austera y pura.

Esa imagen de una historia inmaculada y entre algodones se debe en gran parte al efecto combinado de la destrucción activa y de la ignorancia estratégica. Si bien es cierto que antes de la invención del término "pornografía" y de la creación de una legislación contra la obscenidad hacia 1857, con la aprobación de la Ley de publicaciones obscenas británica no se había producido una supresión sistemática de material indecoroso, nuestros ancestros hicieron grandes esfuerzos por erradicar cualquier contenido sucio. En la década de 1520, la Iglesia arrestó a un grabador italiano por imprimir un panfleto con las mejores posturas sexuales, y en 1748 la primera novela pornográfica escrita en inglés, Fanny Hill: Memorias de una mujer de placer, fue sometida a una terrible censura.

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Sin embargo, algunas obras históricas, como los sórdidos textos de autores como Décimo Junio Juvenal o los obscenos garabatos que los monjes medievales escribían en los márgenes de sus libros de horas, ya habían logrado establecerse como tradiciones históricas ampliamente extendidas. "Por supuesto", escribe Walter Kendrick, autor de El museo secreto y una autoridad aún vigente en la historia del porno y su censura, "no podían destruirlos… Toda reliquia de la Antigüedad, por el mero hecho de haber sobrevivido, poseía un valor que superaba su propia naturaleza".

Sin embargo, a finales del siglo XVIII, ya eran muchos los anglófonos que habían aceptado la idea expresada por Edward Gibbons en Historia de la decadencia y caída del Imperio romano de que la depravación había sido la causante del desmoronamiento de los valores ideológicos y culturales de nuestros ancestros. Por esa razón, cualquier vínculo con toda esa imaginería licenciosa se consideraba más peligroso que nunca. De ese modo, se inició un proceso de blanqueamiento de la historia, coincidiendo con una época en la que esta empezaba su expansión favorecida por la impresión en masa y la universalización de la educación. En un episodio célebre, los académicos consideraron indecorosos los versos de Catullus en Carmen 16, cuya traducción vendría a decir algo así como "Os daré por el culo y me la chuparéis, / maricón de Aurelius y Furius el catamita". Hasta 1970, nadie aportó una traducción para este texto, y a menudo se eliminaba directamente este verso de los manuscritos, alegando que se trataba del fragmento de un poema cuya otra parte se había perdido. El mismo tiempo tardaron los eruditos en reconocer que el Papiro de las minas, un pergamino egipcio de 3.000 años de antigüedad, contenía una parte erótica en la se retrataba una orgía. Ya en la década de 1820 se conocía de su existencia, pero se mantuvo en secreto hasta la década de 1970. Quizá más flagrante aún fue el proceso de "expurgación" al que algunos editores del siglo XVIII sometieron a las obras de Shakespeare y otros autores clásicos, en ocasiones incluso reescribiendo escenas enteras para evitar cualquier alusión sexual. Más recientemente, a mediados del siglo XX, los traductores del poeta sufí Jalal al Din Muhammad Rumi decidieron dejar en latín los poemas subidos de tono que aparecían en su obra, Mathnawi. Los lectores ingleses no tuvieron acceso a las historias de Rumi sobre mujeres nobles y sirvientes que follaban con burros y califas impotentes hasta 1990, cuando Coleman Barks finalmente tradujo los 47 poemas que se habían omitido y los publicó bajo el título Delicious Laughter: Rambunctious Teaching Stories from the Mathnawi.

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Más o menos en esa misma época, los eruditos también lidiaban con la lascivia representada en el arte clásico. Durante las excavaciones en Pompeya a mediados del siglo XVIII, la gente de la alta sociedad descubrió una gran cantidad de murales tremendamente explícitos, estatuas de faunos follando con cabras y una imagen bastante divertida de un gladiador peleando con su propia polla, transfigurada en una bestia rabiosa. Al no poder destruir las efigies, los nobles franco-italianos que controlaban la región se inventaron la categoría protomoral de pornografía y encerraron las piezas en recónditas salas de museo de la zona, que más tarde pasaría a llamarse el Museo Secreto, y al que solo unas pocas personas a las que se consideraba adecuadas y preparadas, podían acceder. El concepto de los museos secretos se popularizó, y durante el siglo XIX, museos de todo el mundo empezaron a abrir alas secretas en sus instalaciones para apartar las obras más explícitas de la vista del público.

Aún así, la preservación de estas obras para su estudio implicaba la obligación de ceder algunas de ellas a aquellos que no pudieran visitar el museo. Muchos acompañaban estas piezas con textos a modo de prefacio, en los que advertían al lector sobre su contenido explícito y lo conminaban a abordar su visión de forma seria y con mirada crítica y objetiva, tratando de contrarrestar su carga sexual con un componente teórico agresivo. Otros intentaban proteger a los jóvenes, las mujeres y los iliteratos cubriendo los genitales en las escenas sexuales o sustituyéndolos por formas geométricas en sus reproducciones de las imágenes.

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Revolucionarios y libertinos trataban periódicamente de deshacer esas modificaciones y romper la censura impuesta. En un ataque de liberalismo, Giuseppe Garibaldi abrió al público las puertas del Museo Secreto de Nápoles como introducción a una nueva Italia, unida y libre, en la década de 1860. Asimismo, en 1883 sir Richard Burton intentó introducir el Kama Sutra en Occidente, si bien la mojigatería ganaba la batalla una y otra vez. "Hasta 1990", explica profesor John Clarke, experto en sexualidad en el arte romano, "los eruditos evitaban trabajar sobre las partes 'obscenas' de los textos griegos y romanos o sobre la pintura y escultura 'pornográfica' y dejaban en manos de escritores de poca monta la publicación de libros ilustrados muy sensacionalistas y poco fieles a la realidad".

Una polla voladora que tiene por cola otra polla. hacia el siglo I d.C. Foto vía Wikicommons

El cambio, continúa Clark, se produjo cuando, muy recientemente, en el mundo académico se consensuó que la historia debe tratarse tal como sucedió. "No fue hasta bien entrado el siglo XX", escribió Kendrick, "…que se puso el énfasis en el lado opuesto" y se empezó a fomentar la valoración del arte con sus propias convenciones. Hoy en día existe un acuerdo generalizado sobre nuestra capacidad de analizar la importancia social de los elementos sexuales en la historia distanciándonos de nuestra percepción actual de los mismos. "Los momentos de pudor sexual", escribió Barks en Delicious Laughter, a propósito de su visión del erotismo en los poemas sufíes que estaba traduciendo, "las erecciones y la flaccidez que las suceden, un deseo clitoriano incontrolable e insaciable, el mero impulso del juego sexual con el compañero, todos ellos son comportamientos reconocibles que Rumi no juzga, sino más bien coloca frente a una lente". Este fue el espíritu que inspiró, en 2000, la apertura de las puertas del Museo Secreto de Nápoles al público general y de forma permanente.

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En la práctica, esta supuesta nueva era de apertura a la sexualidad en la historia se queda corta. "Cuando me di cuenta de lo mucho que quedaba por hacer sobre este tema en el ámbito académico", afirma Clarke, "no tuve reparos en ponerme manos a la obra. Por aquel entonces poseía un cargo. Recuerdo haber comentado con una compañera lo difícil que le había resultado obtener su primer trabajo con una disertación sobre el humor de tono sexual en la Roma antigua". A veces parece que los académicos temen lo que pueda pensar el público  en general.

En 1991, la Biblical Archaeology Review tuvo una pequeña crisis respecto a si debía publicar las fotos de una lámpara de aceite de cerámica en la que aparecía una pareja follando y decidió consultarlo con sus lectores mediante una encuesta. Finalmente se decidió imprimir la imagen en papel perforado, de modo que quien no quisiera verlo podría retirarlo. Aun así, hubo lectores que cancelaron su suscripción a raíz de esa decisión. Por otro lado, la tendencia de muchos rotativos de utilizar titulares como "Los inicios de la pornografía" y "Pin Up prehistórica", refiriéndose al hallazgo, en 2009, de una figura neolítica femenina desnuda de más de 10.000 años de antigüedad, espanta a muchos especialistas, más inclinados a evitar el sensacionalismo.

Un tío de Pompeya recibe una mamada. Imagen vía Apricity

No obstante, para la mayoría resulta difícil considerar lo que hoy entendemos por pornografía como una disciplina académica seria. "No es fácil justificarte diciendo que necesitas dinero para ver porno", afirma Matthew Kirschenbaum, quien actualmente imparte un curso sobre pornografía contemporánea titulado "Estudios sobre sexo y pornografía". Matthew es uno de los muchos docentes estadounidenses que estudian las formas modernas del erotismo, y asegura que muchos sienten la necesidad de contextualizar la pornografía moderna en un marco teórico o histórico para otorgarle cierta legitimidad. Para Kirschenbaum, el estudio de la pornografía moderna es importante porque es un sector muy grande e influyente que puede influir en nuestra forma de hablar de las ETS y de la propia sexualidad.

Muchos eruditos se sienten ahora más que cómodos hablando o estudiando la sexualidad desapasionadamente. Cada día que pasa logramos deshacernos de esos tabús causantes de que se considere el hallazgo de pinturas eróticas de la Grecia antigua un hecho provocativo y escandaloso. "Aun así, sigue quedando raro que le enseñes a alguien en clase el tipo de porno que te gusta ver".

Si bien ya no edulcoramos ni ocultamos nuestra historia sexual, la historia tratada abiertamente sigue ruborizando al mundo académico.