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Cultură

El rayo de luz de Philip Seymour Hoffman

Philip, como Marlon Brando, tenía un poder innato. Año tras año, nos deleitaba con ese huracán escondido dentro de un hombre elegante hablando como un poeta.

Philip Seymour Hoffman en The Master.

No conocí a Philip Seymour Hoffman personalmente. Solo nos vimos algunas veces a lo largo de los años. La primera vez fue a principios de los 2000, en un baño en el Teatro MCC, en el intermedio de The Glory of Living, una obra que dirigió y que protagonizó Ana Paquin. Nos cruzamos pero no nos dijimos nada. Le tenía demasiado respeto como para empezar una conversación en el baño. Recuerdo que era el que más fuerte se reía en el teatro y también que apoyaba mucho a los actores. La segunda vez fue en el 2006, en la fiesta anual que Jeffrey Katzenberg celebra con motivo de los Oscar en el Hotel Beverly Hills. Ese fue el año que lo nominaron por Capote. Ya sabemos cómo le fue: ganó el Premio de la Academia al mejor actor y en su discurso hizo un homenaje a su madre que aún resuena en mi cabeza.

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Fue un buen año para los actores. El difunto y genial Heath Ledger estaba nominado por Brokeback Mountain y Joaquin Phoenix nos había vuelto locos con Walk the Line. Pero fue Philip quien nos recordó la potencia de una actuación contenida. Ayer por la mañana, alguien, sorprendido por cómo un actor que parecía tener el mundo a sus pies podía tirarlo todo a la basura de esa forma, comparó a Philip con Marlon Brando. Yo realmente no pienso que Hoffman quisiera tirarlo todo por la borda, pero estoy de acuerdo con lo otro. Philip, como Brando, tenía un poder innato. Su cara tenía la potencia de una apisonadora de emociones. Creo que él lo sabía y que lo utilizó de la misma forma que Marlon Brando, cubriéndolo con un rayo de luz. Cuando ves La ley del silencio, Salvaje, El padrino o El último tango en París, te encuentras con un huracán escondido dentro de un hombre elegante hablando como un poeta. Viendo a Philip en Happines, Magnolia, Capote, Misión imposible 3, La guerra de Charlie Wilson o La duda, se aprecia la fuerza de este gran actor en papeles de personajes supuestamente anodinos pero que te clavan un puñetazo emocional tras otro con su conocimiento profundo de la humanidad. Como Marlon Brando, Philip transmitía la poesía de las emociones reales.

Philip nos bombardeaba año tras año con su magia, transformándose en cada actuación. Lo que lo llevó al nivel de auténticos camaleones como Daniel Day Lewis, Meryl Streep o Benicio del Toro fue su manera “escultural” de actuar. Por escultural me refiero a que sus personajes parecían tallados en él. Desde The Master a Y entonces llegó ella, todos sus personajes tienen una calidad indiscutible. Como decía Miguel Ángel de su propio trabajo: "Vi al ángel en el mármol y tallé hasta que lo liberé". Eso mismo parecía pasar con los personajes de Philip. Parecían gente real que vive sus vidas que hubiera sido colocada frente a la cámara para mostrar los aspectos más intensos de su personalidad. Pero Philip no solo proporcionaba ese realismo, sino que teñía a sus personajes con un toque de grandeza, lo que nos devuelve a la idea de la escultura; sus actuaciones tenían una calidad lapidaria. Eran actuaciones sobrehumanas, pero bendecidas con una chispa interior de humanidad. Eran más humanas que lo humano.

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Pero estas actuaciones siempre estaban al servicio de la película en la que aparecían. No era un presumido, pero brillaba por sí mismo. Por eso, lo que normalmente recordamos de sus películas es la actuación de Philip Seymour Hoffman.

Philip Seymour Hoffman en Capote.

Descubrí a Philip en Esencia de Mujer. Pero fue su interpretación del fan de Dirk Diggler en Boogie Nights la que me dejó impresionado. Es increíble ver cómo se castiga su personaje después de intentar ligarse a Dirk (Mark Wahlberg). Es uno de los momentos más emotivos de la película. Pero todo su trabajo es genial. Otro ejemplo es la cara de "que te den" que Philip le pone a Matt Damon en El talento de Mr. Ripley cuando Matt y Jude Law ponen jazz en la tienda de música. Fue tan asquerosa y como excelente. O su cara colorada y alegre mientras personificaba a un sacerdote bebiendo vino en La duda. Sin embargo, mi actuación favorita de Philip es la de Lancaster Dodd en The Master. Es mi favorita porque es su mejor trabajo junto con su mejor colaborador, Paul Thomas Anderson. La actuación tiene una potencia etérea y, de alguna forma, funciona como un todo. Como Lancaster Dodd, él era un genio y un loco, lo que representa la mitad de la ecuación real de Philip Seymour Hoffman: ¿Genio? Sí. ¿Loco? No. Por lo que me han dicho, era una de las personas más dulces del mundo.

La última vez que me lo encontré fue en Bar Centrale, un restaurante teatro, a donde llegó con un grupito que incluía a Chis Rock, Zach Braff y a otro puñado de grandes actores. Entonces había leído que Philip se había sometido a rehabilitación por heroína. Me impresionó, porque nunca piensas que una persona que todos consideran genial tenga esos problemas. Pero fue una tontería, porque a la adicción no le importa la personalidad. Es una enfermedad, no una cuestión de voluntad, clase, inteligencia o estilo de vida. No tengo ni idea de lo que le pasó a Phil antes de que lo encontraran muerto, pero un amigo me dijo que lo vio el día anterior y que parecía feliz. Para mí esto significa que Philip no era de los que se rendía. No tiró la toalla. Solo era alguien, alguien muy especial, que estaba enfermo. Su muerte nos sorprende porque su grandeza lo hacía parecer invencible. Por lo menos todo su increíble talento artístico le debería garantizar otra oportunidad.

Descansa en paz, Phil, vivirás para siempre en el fuego que tu trabajo encendió en nuestros corazones.