FYI.

This story is over 5 years old.

Noticias

Me infiltré en el mundo de los prostíbulos sirios

El verano pasado, mientras estaba en Damasco, mis amigos de la Embajada serbia me llevaron a un burdel.

FOTOS DE FALKO SIEWERT

El verano pasado, mientras estaba en Damasco, mis amigos de la Embajada serbia me llevaron a un burdel. Parecía una discoteca normal y corriente. Estaba bien iluminada, sonaba música estridente y la gente estaba de fiesta. Jamás se me habría ocurrido que en aquel lugar podía pagar por mantener relaciones sexuales. Empecé a hablar con un grupo de chicas iraquíes. Les dije que era una “colega de la Alemania Oriental” que estaba de vacaciones. Llevaban una capa gruesa de maquillaje y el cabello recogido en un tocado aparatoso. Me pusieron al corriente de su situación: follaban por entre 20 y 30 dólares. Tienen prohibido abandonar los turbios hoteles en los que se alojan durante el día: no les permiten salir hasta que las recogen para ir a trabajar a las ocho de la tarde. Luego van al club y alternan hasta el amanecer entre estar sentadas y recibir las embestidas de desconocidos sirios. Así transcurren sus días, día tras día.

Publicidad

Mientras charlábamos, el dueño de la discoteca entró en la habitación y dio una palmada. Era la señal para que todas las chicas se lanzaran a la pista de baile. Las seguí. Me parecía lo correcto. Lo cierto es que no tenían mucha idea de cómo bailar con una barra, y yo decidí subirme al escenario con ellas y probar suerte. Era mi primera vez, pero había estado bebiendo y el público me ovacionaba, así que al final me dejé ir. Después el dueño se me acercó y me preguntó si querría trabajar en su club. Me dijo que había visto que aquello me divertía y que tanto a sus clientes como a él les había gustado.

Quería comprobar cuál sería mi precio en Damasco, de modo que accedí a reunirme con su jefe el día siguiente. Iba trajeado. Tenía un despacho sin ventanas y con aire acondicionado en un edificio situado al otro lado de la ciudad. Tras ofrecerme un té, me habló de mis puntos fuertes y débiles. Dijo que era un poco mayor, pero no me sentí ofendida, porque la mayoría de las prostitutas en Siria tienen entre doce y catorce años. Me sugirió que podía ser adecuada para “ricos y exigentes saudíes con deseos elevados”. Suena espantoso, pero me sentí halagada cuando dijo que yo no estaba hecha “para un sirio que sólo busca echar un polvo extramarital”. Me ofreció una tarifa por hora de 400 dólares. El dueño del club pidió con cierta indignación una comisión del quince por ciento.