FYI.

This story is over 5 years old.

Cultură

Tomarse la penúltima en el tanatorio

El muerto al hoyo y el vivo al bollo en Madrid.

Imagen vía

Hace un par de semanas estuve en el tanatorio de la M-30 porque el padre de una amiga íntima murió repentinamente. Tras las condolencias y los lógicos momentos dramáticos, un grupo de amigos bajamos a la cafetería. La entrada al establecimiento está custodiada por dos puertas de madera cuyos cristales están pintados de azul añil; como advirtiendo que el cielo está esperando nada más cruzarlas. Resultó fascinante comprobar que allí el dolor se palia, entre otras cosas, porque la caña de la una de la tarde no se perdona. Ensaladas, refrescos, bolsas de patatas… Eh… ¿Hola? ¿Este lugar no era un contenedor de drama? Parece que no. El hambre y la sed no desaparecen al otro lado de la puerta. La charla y el chascarrillo se alternan con el dolor. El sándwich mixto comparte barra con la tila y las voces de los niños ponen el punto tierno cuando huele a hostil fritanga. En una de las paredes se puede leer “cerrado de 4 a 5”; información que no me pareció muy útil en un primer momento pero desencadenó mi curiosidad. ¿Qué hacer cuando cierran el último garito en el que has decidido emborracharte? Con mis amigos como espectadores, comencé un pequeño speech en torno a la muerte como  único mercado rentable y vitalicio. Si juntamos defunción y alcohol tenemos una mina de oro. Tal cual. Abandonamos la cafetería para reunirnos con más gente que estaba en el recinto. Comentando la “gracieta” de la que había sido abanderada, una amiga relata que su antiguo entrenador de baloncesto se tomaba la última en el tanatorio de la M-30. “Más que nada por el precio y el horario. Las copas aquí están tiradas, al parecer”. Otra amiga confiesa que ella el día de su graduación estuvo a punto de venir pero que optó por irse a comer unos churros. El uso lúdico del tanatorio es un poco secreto a voces porque los pocos que lo viven lo viven desde hace tiempo. Veinteañeros y treintañeros de traje y corbata que se ponen finos de jotabé cola o güisqui con redbul. Gabino Abandes, responsable de Cementerios y Servicios Funerarios en Madrid hasta 2011, relata que fue en 1985 cuando cuajó esta costumbre: “La gente que salía de las discotecas venía. Creemos que que eran los taxistas quienes recomendaban el tanatorio para tomar algo antes de regresar a casa porque era lo único abierto a esas horas. Tuvimos que poner vigilancia porque a veces venían cuadrillas de diez personas”.

Imagen vía No vieron nunca por allí a celebrities de La Movida y eso que Rockola -tal y como me cuenta Jesús Ordovás- estaba relativamente cerca del tanatorio de la M-30. Y no, Ordovás no terminó nunca la fiesta en la M-30 por sI alguno se lo está preguntando. Sin embargo, no hubiera extrañado ver aparecer por aquel lugar a Almodóvar. Quizá, tratando de encontrar inspiración en alguna viuda joven de aspecto frágil pero guapa y muy trabajadora, que lucha por salir adelante mientras se posiciona como consejera de su mejor amiga que es una travesti-dealer cariñosa y buena persona que ejerce de prostituta en sus ratos libres. Mi padre -palentino, activo juerguista durante varias décadas, relaciones públicas de varias discotecas y comercial de música para discjockeys en los 80- aporta algo de luz al tema. Me cuenta que los pubs y discotecas cerraban sobre las cinco de la mañana, que no existía el clásico after hours. “Sin ser irrespetuosos con el entorno, nos pasábamos a tomar una cerveza al tanatorio. A mí me venía bien porque estaba cerca de casa. Cuando no íbamos allí, íbamos al aeropuerto”. Esto sí que es un plan B y no lo que patrocina ese whisky de botella rectangular. ¿Hace falta ser siniestro o emo para hacer de la localización previa al camposanto un lugar de ocio y recreo? Efectivamente, no. El bar del tanatorio no está en la guía del ocio, la comida es decente y nadie viene a molestar, como cantan Los Punsetes. Lo único necesario es tener sed y no tener sueño. Ser práctico es la única norma imperante cuando se tienen ganas de más -lo que sea- y se encienden las luces.