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Μodă

Tres cosas que hicimos en ASVOFF

Entrevistar a Diane Pernet, divagar sobre cine e interpretar la moda.

Diane Pernet sólo viste de negro, tiene una buena línea de prendas para la cabeza y sabe más de los mundos gemelos del la moda y el cine que… no sé, ¿una versión gay de Johnny 5? Además de honoraria de un asiento en primera fila en cualquier festival de moda al que le apetezca asistir, Diane es también la fuerza conceptual que anima el festival de cine ASVOFF. Su entrada en la wikipedia define su puesto laboral como ‘diktor’, que supongo que es algo a medio camino entre ‘directora’ y ‘dictadora’ y es un término que yo mismo emplearía si quisiera crear para mí una personalidad icónica basada en una estética criptofascista y la presunción de prerrogativas gracias a tener contactos. Así lo vio Wanda Merino
Desde siempre, la imagen estática –es decir, la fotografía– ha sido la fiel acompañante de marcas y campañas de colecciones y diseñadores- El festival Asvoff nos muestra cómo, cada vez más, la imagen en movimiento va ganando importancia y terreno en el mundo de la moda, ya que permite miles de posibilidades a la hora de presentar un producto, como sería un vestido. A nivel puramente estilístico, creo que la mayoría de vídeos estaban dentro de unas tendencias muy marcadas. Muchos guiños nos confirman el retorno de los 80s/90s; es el caso de Lavinia, la drag queen de Spellbound, o de los protagonistas de Lost in Paradise que aportan además ese toque cyberpunk asiático que últimamente está tan en auge con el hair dye, y de Drew (Cut One).

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También tenemos el eterno poder omnisciente del clasicismo Vogue o, digámosle, la bella Italia, con vídeos de bostezo como L’Ora o Scalpel/Stradivarius, que abusan de la presentación poética de las prendas. El sobado vintage/retro lo podemos observar en proyectos como House of Holland; por último tenemos alta costura de la buena y un poco de vanguardismo. Supongo que la clave y el reto de crear un film para acompañar una colección, o con la simple intención hedonista de ver la belleza pura y dura de trajes que cuestan cientos de euros, es acertar en la elección de la música y la acción que transcurre en el vídeo. En este sentido creo que todos los estilistas que han participado en las películas han hecho un buen trabajo dentro de su campo, aunque siempre haya alguno en el que, por sus trapitos o por el guión, suceda que las prendas queden totalmente descontextualizadas del entorno; la consecuencia directa es que no se comprenda nada. Así lo vio Jesús Brotons
A mi entender, la buena publicidad es un veneno insidioso que sin color, olor ni sabor te inocula compulsión consumista de la más sutil de las maneras. Como las buenas hembras (varones, si eres mujer), ronronea, se te enrosca y te engatusa con sus cantos de sirena/o hasta conseguir que hagas lo que ella quiere, dejándote con el convencimiento de que has sido tú quien ha tomado la decisión. Menuda está hecha, la buena publicidad. Ojo, que es una lagarta y ahora lo sé de buena tinta. Se lo cuento. Con mil prejuicios, todos de los que buenamente pude hacer acopio, me planté en Caixaforum para someterme voluntariamente a un tratamiento Ludovico publicitario, pues algo de esto tenía el pase de los cortometrajes en sección oficial del Asvoff. Justifico lo de los prejuicios: un servidor iba a entrar en la sala (oscura, con butacas y pantallote; un cine) con total conocimiento de que los filmlets a concurso eran bombones de luxe de los de trufa, licor y caja roja, con una punta de chincheta en su interior: bellos, persuasivos contenedores de las más atroces llamadas al consumo. ¡Un troyano! No me equivoqué ni media. Eso eran exactamente los films: una más o menos descarada exhibición de prendas y complementos con coartada artística / vanguardista / post-irónica / humanista / futurista / camp / pinturera / elegante / trashy, táchese lo que no proceda, con famoso de anzuelo o sin él y casi siempre con EL DISEÑO por delante. En lo que sí me equivoqué fue en mi asunción de que mi coraza de prejuicios iba a librarme de ser seducido por unos espots que ronronean, se te enroscan, engatusan y se te llevan al huerto aunque grites y patalees.

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Algunos de los films eran bellos buñuelos de diseño rellenos de viento; ahí el caso de Lost Paradise, cuyo realizador, Wing Shya, director de fotografía de Wong Kar-Wai, se ha visto todas las películas de Peter Greenaway y dos o tres de Derek Jarman, o la italiana L’Ora (Alessio Bolzoni), una versión en miniatura y creyéndoselo de ese cine de mirada embobada clavada en el infinito mientras el cigarrillo se consume entre los dedos. Crujir de dientes provocaba la regurgitación irónica, o lo que sea, de la estética camp setentera que proponía House of Holland (Sarah Charfield), en la que para colmo de males sale Pixie Geldof sonriendo y enarcando las cejas, con esa cara. Similar sensación producía Sombras, destellos y desenfoques (Jordi Cussó), una fruslería de proyecciones sobre actores que es como lo que hubiese hecho Andy Warhol de haber sido la Velvet Underground un grupo new rave. Scalpel / Stradivarius (Jason Last y Jaime Rubiano) logró dormirme unos minutos, algo que siempre me pasa cuando me siento en una butaca y suenan violines (ya me pasó viendo al Kronos Quartet). H20 (Sergio Cruz) sugiere a Leni Riefenstahl dirigiendo una de Charlot, y en Drew (Cut One), de Stewart Shining y Vincent Gagliostro, sale Drew Barrymore haciendo poses y mohínes durante un minuto y ahí se acaba.

Otros, sin embargo, se te ganan por hache o por be. Onions Don't Make Me Cry (Bryan Adams; no, ése no, otro) lo consigue sacando a Danny Trejo, con un peluco aún más espectacular que su jeto, autoparodiando su sempiterna imagen de tío chungales mientras hace un sofrito. Last Dinner (Takahiro Kimura) lo consigue por el tono grotesco de su animación a base de recortes y por hacer befa de la bíblica última cena. Exercise in Sartorial Depravation (Davide Bedoni), otra pieza de animación, luce mejor diseño de producción que muchos films de Hollywood, y en Everglade Balmain (Inez Van Lamsweerde y Vinoodh Matadin) Kate Moss retoza toda gatuna en un sofá, y eso es bueno. Spellbound (Zaiba Jabbar) hace un más que aceptable remedo del cinèma véritè para retratar a un drag-queen que se parece a Diamanda Galas, mientras que The Secret Life of Marguerite Duras (Joe Lally)… ah no; esta era de las que se tiraban el pegote atmosférico y experimental. Fuera, fuera. De este modo fue oscilando la cosa, masajeándote los sentidos con mejor o peor arte, más o menos maña, mucha o poca inventiva, echando mano ya de sentido del humor, ya de diseño por la cara, nombres conocidos, guiños conceptuales o de un arte que no se puede aguantar, todo ello con el objetivo de que la marca se te quede en la mollera. Y si a mí me la han dado, es que se la pueden dar a cualquiera. ¡Cuidadín! Así se lo contó Diane Pernet a Paul Geddis VICE: ¿Cuándo fue la primera vez que estuviste en Barcelona?
Diane Pernet: Cuando tenía veinte años, viajando. ¿Cuánto tiempo pasaste aquí? Antes decías que estás enamorada de la ciudad…
Sí, me gusta mucho. Apenas estuve una semana, pero después volvi en varias ocasiones. Más tarde escribí durante cuatro años, quizá algo más, para B-Guided. Juan [Montenegro] me invitó a mi primer festival aquí, creo que en 2006 ó 2007, y volví de nuevo el verano pasado para la rueda de prensa. En la rueda de prensa hablaste de cómo escogiste cortos de cine en la primera edición de You Wear It Well. Me preguntaba si los tomaste del mundo de la publicidad, del mundo del cine, o si eran específicamente películas de moda.
Los últimos dos años fueron una explosión y resultó un poco difícil. Todo empezó cuando esa marca basada en Londres, Eley Kishimoto, anunció que estaban a punto de lanzar su línea para hombres a través del Gumball Rally. Una locura. Ver esos vídeos fue una gran parte de mi adolescencia.
¿Ah, si? Fue una locura. Eso fue antes de YouTube; la película que hice para el Gumball Rally aun está en mi blog. Mark Eley me pidió que lo documentara, y fue muy divertido. Yo lo grabé y edité en parte, y luego otro editor, uno más bueno, lo redujo a su forma definitiva de 18 minutos.
Ya antes de eso había pensado en organizar un festival de cine, de modo que le pregunté al tío con el que había estado trabajando en Disciple Films, Alex Czetwertynski, si le interesaría hacerlo. Me respondió que ya habíamos hecho muchos proyectos con los que no ganábamos dinero, pero mi colaborador en México DF, Enrique, me envió una película de moda y entonces pensé: “No quiero limitarme a proyectar mi propia película. Vamos a hacer un festival’. Así fue cómo pasó, bastante espontáneo. La idea surgió en mayo y el 3 de agosto yo ya estaba en Hollywood. Para conseguir las películas llamé a Show Studio y a diseñadores como Bernhard Willhelm, que hizo una película buenísima con fantasmas, y yo hice algunas películas con el tío de Disciple Films. Con eso ya logramos tener toda una serie de películas. ¿Eran más experimentales que las que proyectas ahora, cinco años después?
Tenemos las dos cosas. Yo quería abordarlo todo. Baja producción, alta producción. La idea que alguien tiene de una película y cómo funciona la moda en ella. Tal como yo lo veo, en las películas con la moda como eje no deberías pensar sólo en la moda, sino también en aquello que hace que una película sea buena. Eso sí, para que se proyecte en mi festival debe tener la moda como protagonista; si no, es una buena película sin más. El festival trata sobre la moda, la belleza y el estilo; es un panorama enorme, así que lo deja muy abierto. El peso de la moda en el cine me parece que ha disminuido. En los años 60 y 70, muchos diseñadores conocidos hacían cosas interesantes en el cine ‘mainstream’. Como Paco Rabanne, con sus diseños para Barbarella.
Si, y Los vengadores. ¿Recuerdas de esa época tus momentos favoritos? ¿Eran de diseñadores trabajando en películas mainstream?
Bueno, esas dos sobresalen. Una película de moda que me impactó mucho y aún me encanta es Who are you, Polly Maggoo? Era una parodia que William Klein hizo de Diana Vreeland. También me encantan cosas como La novia vestía de negro y Las amargas lágrimas de Petra von Kant. En esta había una actriz que interpretaba a una diseñadora, es alta y guapa y siempre se está cambiando de peluca y de ropa. Un poco como Cecil B. DeMille de tripi o algo así. Ella es lesbiana y tiene una modelo joven y guapa y todo transcurre en una sola habitación. Y, claro, también Blow Up. En el mainstream de los 90 la moda desapareció un poco del cine.
Sí, y creo que es porque la mayoría de directores tienen miedo de la moda y tienen miedo de los diseñadores. Esa fue en parte la razón por la que quise crear el festival. Claro, ahí tienes también a David Lynch y Peter Greenaway, pero son excepciones. Mi primer trabajo con Amos Gitai en París fue vestir a Hanna Schygulla [en Golem, l'esprit de l'exil, 1992 –ndr]. Fue genial, porque es una actriz fetiche y él uno de mis directores favoritos. ¿Y cómo la vestiste?
El director la quería desnuda, pero era invierno y ella ya contaba 50 años. De ningún modo iba a salir desnuda, así que tuve que vestirla de modo que lo pareciera. Y tampoco quería pasar frio, así que tuve que envolverla con celofán. Fue una experiencia divertida. Y tuve que buscar extras y envolverlos con látex. No se parecían demasiado a ella, pero no podía estar expuesta al frio tantas horas. También se me olvidó dejarle un espacio para mear… Recientemente tuvimos Un hombre soltero, de Tom Ford.
Si, una película muy buena. Quería saber si estabas de acuerdo con él.
Definitivamente. Sí, por supuesto, porque todo esta cambiando y, de repente, las pasarelas empiezan a parecer un poco pasadas de moda. Eso ha dado lugar a las películas de moda. Empezó con algunos diseñadores jóvenes, como Ralph Simmons, que hizo unas cuantas hace tiempo. Y se borró la barrera entre la moda y el cine. Y ahora está más próxima al conocimiento del público.
Si, porque ahora también tienes blogs, livestreaming, comercio electrónico. Ahora todos los sitios de e-commerce, toda web de moda, toda marca quiere tener su película de moda. Obviamente está llegando al consumidor, al mercado general, y quizá les inspire a comprar las prendas. A mí me parece que podría darse una nueva hegemonía de la alta moda, que las firmas de alta moda sean las más enraizadas entre el público en términos de cobertura y de ventas por tratarse de las más accesibles. ¿Crees que eso puede ser negativo de alguna forma?
No. Y tampoco creo que las colaboraciones sean malas. ¿No crees que pueden comprometer la creatividad al llegar la alta moda a un mercado mucho más amplio del que ha tenido jamás?
En absoluto.