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De gallito a gallina

Los ultras del Real Madrid le ven las orejas al lobo.

“Soy fascista, no racista”, dijo el ex-jugador Paolo di Canio cuando se le echó la FIFA encima por su costumbre de saludar a la grada del SS Lazio -el equipo favorito de Mussolini- brazo derecho en alto. El paso de los años no ha borrado el águila imperial tatuada en su espalda o el DVX que le dedicó al Duce y que luce orgulloso en el brazo, pero (el negocio es el negocio) cuando cogió las riendas del Sunderland inglés (un equipo con bastantes más negros que rubios), se pudo a un señor de 45 años mucho más moderado, lejos de ostentosas demostraciones de orgullo nacional. Hasta que lo despidieron hace un par de meses.

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El bueno de Paolo es la metáfora perfecta de lo que está pasando con los Ultras Sur, a los que el Real Madrid quiere sacar del fondo por radicales y por anteponer la política al fútbol. Tras los años dorados de El Largo y Ochaíta, Álvaro Cadenas había estado dirigiendo el cotarro con buenas dosis de marketing desde sus cuatro refriegas, mucho numerito televisivo, poca bengala, bastante simbología nazi y compadreo con la clase dirigente del club. Pero los años no pasan en balde, hay bocas que alimentar y el postureo nazi no queda bien en la sala de juntas.

Así que hay que dejar paso a las nuevas huestes en Concha Espina; gente que desde su temeraria juventud no te respeta mucho y te llama rata y vendido. Pero que ha hecho los deberes y viene con sus ochenta y ochos, cruces gamadas y frasecitas en alemán, como viniste tú en su día. Gente joven, con menos que perder y poco más en lo que ocupar su tiempo que llamar gitanos y robacobres a otros grupos radicales del sur de España. Gente en busca de su propia identidad que encaja a la perfección en un grupo radical como los Ultras Sur.

Aunque esta gente sea del Atleti. Como Antonio Menéndez, alias El Niño; uno de los que suena fuerte para convertirse en cabecilla. Él lo niega desde su cuenta de Twitter y mete marcha atrás echando mierda sobre los anteriores líderes y admitiendo la posible desaparición de los radicales. Con varias coletillas a flor de piel (‘a todo cerdo le llega su San Martín’, ‘buenas noches rojos de mierda’ o ‘Europa despierta ya… revolución racial’) mete en su coctelera a líderes espirituales como Hitler, Jägermeister o Primo de Rivera. Un discurso que quizá no contiene la testiculina necesaria para liderar a los blancos. ‘Altercados los justos, que estoy fichado’ es la nueva consigna que cuelga de su corcho tras el bombo mediático. No vaya a ser. El gallito parece ahora gallina.

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El antes.

Y el después.

Porque lo que menos importa aquí es el fútbol. Eso del deporte rey queda para el resto de los aficionados, los que sí pagan el abono y los desplazamientos. En ese sentido, los ultras del Madrid siempre han sido un poco como las cheerleaders del campo. Buenas coreografías, cánticos correctos, uniformes y banderas en estado de revista y algún que otro mosaico y lona memorable. Lo de animar está muy bien aunque el equipo no jugase un carajo, siempre y cuando venga subvencionado por el club y nadie de dentro se lo esté llevando crudo.

Aquí se ha juntado Florentino con las ganas de comer. El presidente, que de otra cosa no sabe, pero de negocios sí, empieza a soltar sus globos sonda en sus canales afines, hablando de echar a los radicales, de una nueva grada joven, apolítica y muy limpita. Todo esto con la connivencia de un Cadenas en retirada y de un vacío de poder muy aprovechable desde las altas esferas del club. Y así estamos. Con el presi pidiendo el DNI a la entrada del estadio, la grada radical vacía en los últimos partidos, y los últimos de Filipinas cantando “Abonos transferibles para el fondo sur”. Mientras, el Bernabéu parece una biblioteca, con tímidos aplausos en los cambios mientras espera expectante lo que venga a poblar de nuevo su desierto fondo sur.