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Cables desde Kabul: una jihad divertidísima

Hace cosa de medio año Kabul era una fiesta. Para la comunidad internacional era como la polvorienta Dubái, pero al sur. El champán costaba menos que el agua embotellada y las fiestas no sentían ningún respeto por los días entre semana. Pero hay un par...

Hace cosa de medio año Kabul era una fiesta. Para la comunidad internacional era como la polvorienta Dubái, pero al sur. El champán costaba menos que el agua embotellada y las fiestas no sentían ningún respeto por los días entre semana. Pero hay un par de cosas que han acabado con esto: un nuevo apetito afgano por los secuestros y la ofensiva contra la bebida de la policía secreta.

En los tiempos que corren es difícil encontrar algo más que un gato en las calles pasadas las 20h. Por tradición los afganos nunca salen a la calle de noche, y la comunidad internacional ha sido ahuyentada. Conocimos al cabecilla de un programa de las Naciones Unidas que tenía la costumbre de comer fuera siete días a la semana. Ahora el único Kabul “real” que concibe está a medio camino entre el complejo protegido en el que vive y el otro en el que trabaja. La amenaza de un secuestro es tan alta que por contrato muchos de los trabajadores internacionales tienen que volver a casa y estar ya arropados al anochecer.

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Así que visitar el Atmosphere hoy es muy parecido a llegar a una fiesta a la vez que los limpiadores. Se está tan tranquilo como la tumba de este jardín y restaurante francés, y todo el mundo anda nervioso. Muchos podrían perder su trabajo si les pillasen aquí metidos. El bar mantiene una política muy estricta de “afganos no”, y en la puerta te cachean gratis en busca de cuchillos y pistolas.

Todo eso estaría bien si la bebida que te venden fuese barata. Pero desde que empezó la prohibición a finales del 2010, el precio del alcohol en Kabul se ha triplicado. Una lata semi fría del tamaño de las que te dan en un avión nunca baja de los 7$.

En las calles se dice que el Atmo es el siguiente objetivo en la lista de los talibanes tras del Hotel Intercontinental. Es un objetivo porque en los días salvajes, los internacionales se emborrachaban y se quitaban la ropa interior antes de saltar a la piscina. ¿Acabarían follando en público? No lo sabemos. Pervis, el propietario del Atmo, no habla con reporteros por miedo a que la NDS le eche el guante. La NDS es la policía secreta afgana (jugamos con su beretta en el capítulo uno).

El Atmo es el último puesto de decadencia occidental en una ciudad que se ha vuelto a enamorar del fundamentalismo. Fuimos a tomar unas cervezas y saltamos a la piscina por los viejos tiempos. Por respeto a Pervis, la NDS y nuestras familias, no puedo deciros si Henry y yo acabamos atrapados en un apasionado abrazo en las profundidades.