Un año en una universidad solo para hombres me convirtió en un capullo machista
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Cultură

Un año en una universidad solo para hombres me convirtió en un capullo machista

Estuve 18 meses estudiando en el King's College, un centro universitario solo para hombres perteneciente a la universidad de Queensland. Allí el sexismo galopante y el escarnio están a la orden del día.

Este artículo se publicó originalmente en VICE Australia.

Las pasadas dos semanas han sido de órdago para los centros universitarios de Sídney. Primero, los alumnos de la universidad de Wesley fueron objeto de duras críticas por acosar a las trabajadoras sexuales de un salón de masajes y publicar un anuario sexista y ofensivo. Luego le tocó el turno a la universidad de St. Andrews por un programa de radio semanal en el que no solo se aireaban historias personales y rollos de una noche, sino que se hizo público un supuesto abuso sexual a una alumna del centro.

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Estoy demasiado acostumbrado a este tipo de historias como para sentirme indignado o atónito por estos titulares. Más bien me sorprende. Me sorprende que, de toda la mierda que se cuece en las universidades, salga a la luz tan poca cosa.

Reúne a un puñado de chavales de procedencias muy variadas en un mismo espacio bajo la ilusión de compartir vivencias y acabarán adoptando una identidad colectiva

Estuve 18 meses estudiando en el King's College, un centro universitario solo para hombres perteneciente a la universidad de Queensland. Allí el sexismo galopante y el escarnio están a la orden del día, como si fueran una réplica exacerbada de la triste realidad que subyace en la cultura de Sídney.

La mayoría de las universidades de Australia están ancladas en la tradición y, en cierto modo, es comprensible que se les dé bien guardar secretos. Reúne a un puñado de chavales de procedencias muy variadas en un mismo espacio bajo la ilusión de compartir vivencias y acabarán adoptando una identidad colectiva.

El adoctrinamiento empieza ya desde el primer momento

El adoctrinamiento empieza ya desde el primer momento. Para los alumnos de primer año que no residen en el campus, la llamada "0 Week", o semana cero, es el periodo en el que se apuntan a clubs sociales, averiguan dónde están las aulas, intentan hacer amigos y acuden a fiestas. Pero para los que viven en el campus, el proceso es mucho más intenso.

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Nuestra primera semana en King's empezó a las cuatro de la madrugada. Éramos los nuevos, así que nos tocó despertarnos de un salto con música death metal a todo volumen. Varios de los "jefes" del grupo, muchos de ellos con el pelo teñido de rubio y gafas de aviador, nos condujeron a la plaza central del campus, donde nos enseñaron el himno de la universidad y nos explicaron que nuestras carreras eran una mera formalidad, y que nuestra verdadera vocación era llegar a ser "Kingsmen". Nos enseñaron que liarse con las chicas del Women's College está mucho más valorado que hacerlo con las del Grace College, y que los chicos del St. Leo (la otra universidad exclusiva para hombres de UQ) son poco menos que escoria, el enemigo.

La libertad marea, por lo que es un alivio que te digan qué hacer, adónde ir, con quién acostarte

Rápidamente, tu cerebro asimila esta nueva ideología, sobre todo si vienes de una localidad pequeña. Los alumnos del King's vienen de todas partes del estado cargados con el dinero de sus padres y un montón de tiempo libre entre sus manos. Hay unos pocos afortunados que llegan con una vaga idea de qué quieren estudiar.

La libertad marea, por lo que es un alivio que te digan qué hacer (beber e ir al gimnasio), adónde ir (a las fiestas y los eventos deportivos de la universidad), con quién acostarte (las chicas de Women's) y a quién odiar (a los del St. Leo's).

Incluso te asignan un nuevo nombre con el que sientes que los problemas de tu vida pasada ya no tienen importancia. Te someten a una limpieza forzosa, pero todos abrazan con júbilo esas nuevas identidades e incluso las adoptan en Facebook. Así, de repente, tu cuenta se llena de amigos llamados Jetty Jerk o SWAT, acrónimo de Sister With Awesome Tits. A mí me pusieron Jessie.

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Yo no era ninguna excepción y también participaba de algunas cosas. Una vez, una docena de miembros y yo creamos el Reto Trifecta, que se ganaba siendo el primero en acostarse con una chica de cada una de las tres universidades exclusivas para mujeres de la universidad de Queensland. Un domingo por la noche, poco antes de que empezara el último semestre, nos reunimos todos en mi habitación con unas cervezas e hicimos un juramento ante el Pollón de Oro (una figura de un gallo dorado), tras lo cual firmamos los documentos en los que se especificaban las normas de la competición, catorce en total.

Siempre que una chica salía del cuarto de un chico, lo hacía avergonzada, y el caso contrario era invariablemente un punto que se anotaba el chico

Algunas de las normas se habían redactado para garantizar que el reto fuera factible (como la número siete: no se tolerará ningún tipo de sabotaje), mientras que otras estaban ideadas para poner trabas (número tres: el acto sexual deberá llevarse a cabo en la universidad de la chica, no en territorio amigo). Todos tenían un punto en común: ilustraban perfectamente la forma en que se nos ha enseñado a ver a las mujeres, como herramientas de las que servirse para afianzar nuestra amistad masculina, territorios que conquistar en partidas de Risk, piezas que comerse en el ajedrez, espacios que reclamar rápidamente para reafirmar nuestra hermandad.

Imagen de Ashley Goodall

Puedo decir sin miedo a equivocarme que siempre que una chica salía del cuarto de un chico, lo hacía avergonzada, y el caso contrario era invariablemente un punto que se anotaba el chico. En St. Leo's no permitían a los nuevos tener novias porque se las consideraba una amenaza. En cada reunión general de King's, se otorgaba un premio a quien tuviera la historia sexual más jugosa; en estas anécdotas, la chica siempre era el objeto de burla: una tía tan fea que no había forma de follársela estando sobrio o una guarrilla sobre la que vomitaban, etc. Ese era el vocabulario ácido y abrasivo que predominaba. Éramos jóvenes y permeables, por lo que absorbimos ese diccionario hostil como si fuera nuestra lengua materna.

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En cada reunión general de King's, se otorgaba un premio a quien tuviera la historia sexual más jugosa; en estas anécdotas, la chica siempre era el objeto de burla: una tía tan fea que no había forma de follársela estando sobrio o una guarrilla sobre la que vomitaban, etc.

En la universidad practiqué mucho sexo, aunque pocas veces lo disfruté. Generalmente era por mi culpa, por mis inseguridades y porque se me había inculcado una actitud chulesca que no era capaz de reproducir en el momento de la cópula.

Y sin embargo, me las ingeniaba para darle la vuelta a la historia de modo que fuera la chica la que siempre quedara en ridículo, simplemente porque no estaba preparado para admitir mi vulnerabilidad. Por eso creo que, en gran medida, la misoginia y las agresiones sexuales en la adolescencia no son problemas, sino síntomas. Síntomas de un esfuerzo por estar a la altura de las rígidas expectativas, por demostrar hombría y reprimir nuestra individualidad; síntomas de estar fingiendo ser quien no se es. Es cuestión de tiempo que ese sentimiento de no encajar se convierta en amargura.

Cualquier institución demasiado arraigada en el pasado acaba por perder de vista el presente, patología que queda muy de manifiesto en los conceptos de género que tienen ciertas universidades

Hay chicos que se sienten muy a gusto con la identidad que ha forjado para ellos la "hermandad" y que ven natural aspirar al triunvirato de la masculinidad: éxito en el deporte, conquistas sexuales y posesión de un hígado a prueba de bombas.

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En cambio, eran más frecuentes los estudiantes que no encajaban en ese perfil. Chicos provenientes de tranquilas ciudades del litoral que tartamudean, tienen el pecho convexo y acné. Chicos como yo, introspectivos, gais o asexuales para los que su plan ideal no consiste en ponerse del revés a base de alcohol. Pero por encima de todo, son chicos que saben que, para encajar, tienen que anularse por completo y proyectar una imagen totalmente distinta de sí mismos con ayuda de la bebida.

Me costó más de un año darme cuenta de que la mística reputación de King's era un espejismo. Para que fuera real, todo hombre debería haber nacido igual y toda mujer debería ser casi invisible. Implicaría regresar a una época más cruel y dura.

Y ahí precisamente está el problema: en el pasado. Cualquier institución demasiado arraigada en el pasado acaba por perder de vista el presente, patología que queda muy de manifiesto en los conceptos de género que tienen ciertas universidades.

El último campus solo para hombres de la universidad de Oxford, el St. Benet, abrió sus puertas a las mujeres en 2015 prácticamente sin represalias. Preguntado sobre si esta apertura suponía una pérdida de las tradiciones, el profesor Werner Jeanrond respondió: "Eso depende de tu visión de la tradición. ¿Es algo a lo que contribuyes o algo que deba exhibirse como en un museo?".

Traducción por Mario Abad.