Así es Junín, el pueblo donde mataron a un oso de anteojos

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Así es Junín, el pueblo donde mataron a un oso de anteojos

"Hasta donde recuerdo aquí nadie veía un oso y decía ¡Uy! que chevere"

Fotos por: Santiago Mesa.

Panorámica de las Veredas Córdoba y El Arenal, lugar donde murio el oso.

Según sus habitantes, hace muchos años que no se veía un oso andino por los lados de Junín, un pueblo de Cundinamarca. Hace un par de semanas se apareció uno y alguien lo mató de dos disparos de escopeta. La muerte de uno de los 18.000 osos de anteojos que, se estima, quedan en el planeta provocó indignación nacional. El presidente Juan Manuel Santos le ordenó al comandante de la Policía Nacional encontrar a los responsables del hecho y desplazó a su Ministro de Ambiente, Gabriel Vallejo hasta Junín, un pequeño municipio que jamás había recibido un funcionario de esa jerarquía y que está ubicado en las ultimas estribaciones de la cordillera antes de bajar a los llanos orientales. El pasado miércoles viajé a Junín para conocer al pueblo que tuvo que matar un oso para mojar algo de prensa.

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Luego de recorrer las 6 horas de carretera que separan a Bogotá de Córdoba (la vereda que contiene a Junín), en donde fue hallado el cuerpo del oso, me encontré con la gente que vive a cien metros del lugar de los hechos: afirmaban saber lo mismo que yo. Nadie oyó disparos, nadie vio un oso, "aquí solo se ha sabido lo que dicen en las noticias", me dijo Humberto Vargas, un hombre de cara roja y redonda al que sorprendí arreglando el jardín de la escuela en la cual enseña.

Mi inusual visita se sumaba a la del Ministro de Ambiente, la de la Dirección de Investigación Criminal, la de la Policía Ambiental y la del oso. Con esta ya eran cinco las visitas inesperadas que recibía este pueblo en una semana y muchos de sus habitantes ya parecían hartos de tanta preguntadera.

Había llegado por primera vez a Junín la tarde anterior y me encontré con un pueblo de menos de mil habitantes. Estiré las piernas mientras recorría las 3 manzanas que separan la entrada del pueblo de la plaza central, donde una docena de policías montaban un inflable verde mientras un dummie de la institución bailaba Ginza (esa canción de J. Balvin) con los niños del pueblo. Eran hombres de la Policía Ambiental y habían llegado a Junín algunas horas antes que yo para hacer una proyección nocturna de Colombia magia salvaje, poner reggeatón y concientizar a los 998 que figuran en el Censo de 2005 como habitantes del casco urbano de Junín acerca de la importancia de conservar el medio ambiente.

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Al igual que yo, la subteniente Tania Espín, jefe de la Policía Ambiental de Cundinamarca desde hace cuatro años, tampoco conocía Junín. Según la subteniente, al ser animal un silvestre de 1.5 metros y 140 kilos, el oso andino es visto como una amenaza por quienes tienen ganado en zonas cercanas a su hábitat. Por otra parte, Irlen Barón, uno de los 18 hombres de los que dispone la subteniente para atender los 116 municipios de Cundinamarca, me decía que "lo ideal sería llegar aquí antes de que maten a un oso, pero desafortunadamente estas cosas pasan".

La subteniente Tania y yo no somos los únicos que nos demoramos en llegar a Junín. Sumando los habitantes de su casco urbano, sus 25 veredas y 3 inspecciones, Junín tiene un total 8.500 habitantes que, según un documento de la gobernación de Cundinamarca, deben compartir 7 camas de hospital, dos consultorios, una sala de urgencias y ningún quirófano.

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Durante la segunda mitad de los noventa las Farc expulsaron a la policía de dos de las tres inspecciones de policía del municipio y la zona quedó bajo control del frente 54 de la columna Che Guevara. En esa época, Córdoba y El Arenal, las veredas cercanas a la zona donde murió el oso, funcionaban como un corredor entre municipios cercanos a Bogotá, como Guasca y La Calera y el río Meta en los Llanos Orientales. Según los habitantes de Córdoba, la presencia de la guerrilla en la región era regular y evidente pero los milicianos "nunca le hicieron daño a nadie" .

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A partir de 2003 el Ejercito lanzó la operación libertad I y, paulatinamente fue expulsando a los frentes guerrilleros que rodeaban la capital, entre ellos el 54. Según el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, entre 2005 y 2011 disminuyó la cantidad de habitantes de Junín con necesidades básicas insatisfechas. Sin embargo, un 68,9% de sus habitantes sigue estando por debajo de la línea de pobreza mientras que en La Calera, un municipio que está dos horas más cerca de Bogotá, la pobreza es del 26%. Para los habitantes de Córdoba y El Arenal esto no es ningún problema, ya que, como dice uno de sus residentes, "en el campo se gana poco pero se gasta poco".

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A causa de la geografía montañosa, la mayoría de los habitantes de esta región se deican a la gandería en pequeña escala.

Cordoba y El Arenal están compuestas por algo más de dos docenas de casas desperdigadas por las laderas de un paisaje quebrado. Desde cualquier punto en el camino que conecta las dos veredas puede apreciarse un desfiladero cubierto por un bosque espeso que marca la frontera con el Parque Natural Nacional Chingaza, hábitat del oso andino.

A pesar de ser vecinos, los residentes de estas veredas y el oso no se veían las caras desde hace varios años. Las dos personas que dijeron haber visto osos eran ambas mayores de 40 años. La primera fue una mujer que recuerda haber visto a un oso a unos diez metros de distancia mientras subía hacía un potrero cercano a Chingaza para ordeñar unas vacas, y el segundo fue un papicultor de la zona, quien afirma haber visto un oso mientras bajaba hacia su casa luego de hacer un arreglo para el acueducto, en las montañas cerca de Chingaza. Ambos afirman que esto sucedió hace unos quince o diez años, que desde hace unos 8 no se tienen noticias de ganado atacado por osos, y que el oso de anteojos no tiene anteojos: es totalmente negro.

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Aun sin haber visto a un oso en su vida, la profesora de la escuela de El Arenal sabe bien cuál es regla no escrita que rige las relaciones entre los osos y las personas que habitan en los alrededores de Chingaza. "De ahí para arriba vive el oso", me dice señalando el bosque espeso que comienza en la parte alta de la montaña, "y de aquí para abajo vivimos nosotros", me dice, girando el cuerpo hacia la ladera verde y llena de parcelas que bajan hasta el Río Santa Bárbara, lugar en el que fue encontrado el cadáver. Para haber llegado hasta este punto, el oso tuvo que haber pasado cerca de varias fincas y de la escuela de El Arenal.

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La línea invisible que separa a los osos de las personas es borrosa. En 2002, Julián Cáceres, un campesino del páramo de Berlín, en Santander, fue condenado a 7 años de casa por cárcel por haber sido sorprendido matando a un oso de anteojos.

En 2007, otro campesino de la zona, llamado Orlando Suárez, encontró el cuerpo envenenado de otro oso. Dos años después, el propio Suárez presentó ante la Corporación Autónoma Regional de Santander (CAS) una queja acompañada de evidencia en video por ataques de osos a su ganado. Según él, durante los cuatro años anteriores, los osos habían matado alrededor 30 de sus animales, que se dividían entre vacas y ovejas. Suárez calculaba su pérdida en 350 millones y exigía una indemnización. La CAS contestó que era el ganado de Suárez el que estaba invadiendo el hábitat de los osos y que era su responsabilidad construir y mantener a sus animales dentro de un establo. Suárez afirmaba no tener los 15 millones para construirlo.

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A la entrada de Junín, un profesor jubilado de la escuela normal superior del pueblo me dijo que, hasta donde él recuerda, nadie en su pueblo veía un oso y decía "uy que chévere". En sus recorridos por el páramo, el profesor se ha encontrado en muchas ocasiones con excrementos de oso y restos de cardo, una planta de la que se alimenta esta especie, pero nunca en su vida al oso. "Yo no voy a chicanearle de haber visto osos. Tampoco me hubiera gustado verlos, yo a ese animal le tengo mucho respeto", me dijo el profesor sin pasar de la reja que separa a su jardín de la carretera .

Como parte de su trabajo como promotor ambiental de Corpoguavio, Asael Cortés ha recorrido durante los últimos 5 años ese bosque frondoso que separa a los hombres de los osos en los alrededores de Chingaza. En todo este tiempo Asael solo ha hecho entre 8 y 10 avistamientos de osos andinos (algunos con, otros sin anteojos). Según Asael, la gente de estas veredas puede pasar su vida entera sin encontrarse con uno de 24 osos que Corpoguavio ha identificado en la zona comprendida entre Junín y Gachetá. Y todo parece indicar que esto es lo ideal.

A pesar de que los habitantes de las veredas me dijeron que los ataques de osos al ganado de la región eran cosa del pasado, y que un incidente de ese estilo no se presentaba hace al menos 8 años, según datos de Corpoguavio, entre 2011 y 2014 los ganaderos de la región reportaron 14 ataques de osos a su ganado en las veredas de Córdoba y El Arenal. "Las campañas y todo eso es muy bonito", me decía el profesor mientras la música de Maluma retumbaba por todo Junín, "pero cuando un animal salvaje de ese tamaño se acerca al hombre o sus bienes, va haber un conflicto. Siempre. La actitud de la gente de aquí hacia el oso no va cambiar hasta que alguna autoridad le responda a los campesinos por los daños que hacen los osos".

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Estas huellas conmemoran la muerte de un oso atropellado en la carretera que va de Guasca a Junín hace alrededor de un año.

Mi visita a las veredas de Córdoba y Junín coincidió con la del laboratorio móvil de la dirección de investigación criminal e interpol de la Policía, quienes iban, por primera vez, a Junín. Escoltado por otros 4 vehículos, la enorme camioneta en la que funciona el laboratorio llegó hasta una de las casas de la zona, donde más de una docena de hombre armados de la Dijín se repartieron en tres grupos para practicar allanamientos en las casas más cercanas al punto en el que fue hallado el cuerpo del oso.

Mientras el operativo se desorrollaba con aparente tranquilidad, fui a pedir un vaso de agua a uno de los vecinos de las casas allanadas. "Don Carlos no pudo haber sido", me decía el dueño de la casa mientras veíamos a los hombre de la Policía entrar y salir de la residencia de don Carlos, "él ni siquiera estaba acá ese día porque es camionero y viaja a Bogotá de jueves a domingo todas las semanas. Para mí que ese oso ya estaba herido y vino aquí a morirse".

Hombres de la policía allanan una de las viviendas cercanas al lugar en el que fue hallado el cadaver del oso.

Mientras tomaba el agua azucarada que la mujer del vecino de don Carlos me había servido en un pocillo blanco en cuyo fondo podía apreciarse un polvillo negro, pensé en lo difícil que había resultado entrevistar a los habitantes de Córdoba. Varias veces confundí sus pausas con silencios y los interrumpí con más preguntas cuando estaban en la mitad de una repuesta.

También confundía sus afirmaciones con interrogaciones y viceversa. Nos separa algo más que las seis horas de camino que hay entre su casa y la mía. Hay un abismo entre pensar en el oso de anteojos arropado bajo mis cobijas, evocando recuerdos de Naturalia, e imaginar al oso como un vecino salvaje de 140 kilos que puede (aunque no suele), atacarme a mí y los míos. Un malentendido entre quienes ven en los animales un tesoro de valor incalculable que estamos en riesgo de perder por culpa del pecado original de bañarse veinte minutos con agua caliente y quienes, como los habitantes de Córdoba y El Arenal, ven a los animales como un objeto más del paisaje al que se doméstica y se aprovecha o de lo contrario se espanta a balazos.

De poco sirve la recompensa de diez millones que la policía ofreció a quien diera información que permitiera encontrar a la persona responsable por la muerte del oso. En las veredas de Córdoba y El Arenal nadie parece dispuesto a mandar a un vecino a la cárcel por un animal.

Según un integante de la Sijín del Guavio, quien hizo parte del operativo, las entrevistas con los residentes de la zona no arrojaron mucha información: nadie oyó ningún tiro, nadie había visto un oso en años. Sin embargo, los investigadores encontraron dos armas, una pistola y una escopeta que mostraban indicios de haber sido disparadas recientemente.

Siete días después, las pruebas de balística confirmaron que el disparo que había acabado con la vida del oso de anteojos había salido de la escopeta de Luis Miguel López, un ganadero que toda su vida ha residido en El Arenal. López tendrá que enfrentar cargos por maltrato animal. De ser encontrado culpable, podría enfrentarse a tres años de cárcel y una multa de 30 millones.

Por ahora, López está en su casa a la espera de que el proceso comience. Un juez lo dejó en libertad (es decir, no le impuso medida de aseguramiento preventiva) por no considerarlo un peligro para la sociedad. La medida fue criticada unanimente en foros de comentarios de los medios que anunciaron la noticia, "la especie que se llama Luis Miguel Lopez es un terrible depredador, acaba con animales exóticos sólo por placer. Y un juez no lo considera un peligro ya que no le importa la extinción de las especies", comentó uno de los lectores de El Espectador.

Pero en Junín, algunos piensan distinto "Pensar que allá en las veredas la gente se muere y no hay quien venga a enterrarlos y ahora se forma todo este alboroto por que apareció muerto un carramán de esos", me dijo el profesor, poco antes de despedirse y pedirme que me reservara su nombre.