FYI.

This story is over 5 years old.

Noticias

La verdadera discusión que hay que tener sobre el oso de anteojos colombiano

¿Cuál es el problema detrás de un campesino que mata un oso para proteger su ganado?

Hace unos días, la senadora del Centro Democrático, Paloma Valencia, sacudió las redes sociales con un mensaje de redacción más bien confusa: "oso de anteojos en Totoro Cauca @ParquesColombia debe pagar los daños a ganaderos y evitar q lo maten". El tuit iba acompañado de dos imágenes: un plano general de una montaña, donde se alcanza a ver un oso, y un primer plano del lomo destrozado de una vaca.

Publicidad

La primera reacción, valiéndose de la falta de puntuación de la senadora del Centro Democrático, fue burlarse de ella por exigir que el oso indemnizara a los ganaderos. Eso, claramente, no fue lo que ella propuso. No hizo falta mucho tiempo para que el debate sobre la sintaxis ambigua de los uribistas pasara a lo que de verdad importaba: lo que sí quiso decir Paloma, y lo repitió luego varias veces, era que Parques Nacionales tenía el deber de pagarle a los ganaderos por las vacas muertas a manos de animales silvestres.

Parques Nacionales le respondió a la senadora que rechazaban su mensaje porque el oso andino, nombre real del oso de anteojos, es una especie en vía de extinción y hay que conservarlo en lugar de matarlo. Paloma no propuso matar al oso. Faltaba más. Pero sí planteó una disyuntiva cuestionable (nuevamente, quizás, causada por su redacción): o Parques les paga a los ganaderos o ellos matan al oso. No sería la primera vez que un oso recibe un escopetazo por comerse a una vaca o a una oveja.

Hace cinco meses, un campesino de Junín, un pequeño pueblo en las montañas de Cundinamarca, le disparó a muerte a un oso andino y armó un alboroto que hizo que el ministro de Ambiente y todo un operativo policial visitaran por primera vez ese lugar. Todo ese despliegue pretendía sentar un precedente: matar osos está mal. Pero, a juzgar por los comentarios que fueron apareciendo tras el escándalo, la premisa no iba a ser aceptada así de fácil. Hacía falta dar un debate completo y buscar una solución que conciliara las posiciones de ambos bandos.

Publicidad

Si algo hay que abonarle a la senadora Paloma Valencia es que gracias al pequeño torbellino mediático provocó que varias personas aportaran argumentos a esa discusión. Ella misma, varios tuits después del primero, compartió enlaces de publicaciones que exploraban el tema. Pero apenas una minoría se integró a ese debate. El resto, tal vez alentados por el enfoque de las noticias, que puso como punto principal la discusión entre la senadora y Parques Nacionales, abandonaron rápidamente la indignación y pasaron a otro asunto.

En el aire quedaron varios temas importantes: los peligros que acechan a los 18 mil osos que quedan en el mundo; los efectos que causa en los ecosistemas la expansión de la frontera agrícola; las razones por las que los ganaderos han invadido paulatinamente el hábitat del oso; la falta de pedagogía en las zonas donde se pueden mezclar vacas y osos, y las opciones que tiene un pequeño campesino si un animal salvaje le mata parte de su sustento.

No quedó claro, entonces, que este un debate largo y duro.

"El oso andino es tímido", me explicó Carolina Jarro, de Parques Nacionales, tratando de evitar que alrededor del animal se cree una imagen de diabólico chupacabras. Aunque la bestia llega a medir casi dos metros, pesa más de 140 kilos y come carne ocasionalmente, no se puede generalizar diciendo que es un depredador de ganado. Su alimentación, de hecho, es 80% plantas: le gustan los cogollos de bromelias, los hongos, las bayas y las frutas. Después del oso panda, que solo come bambú, el oso andino es, según el programa nacional para su conservación, el más vegetariano de la familia. Carolina agregó un dato clave: si el oso se devora a una vaca es, muchas veces, porque le toca.

Publicidad

La tala indiscriminada de bosque, el cambio climático y la degradación del suelo han sido tres grandes puñaladas al hábitat de los osos. Originalmente, cuando podían, a los osos de anteojos les gustaba moverse libremente por los bosques andinos y altoandinos, entre los 1.000 y los 3.000 metros sobre el nivel del mar. Incluso llegaban a los páramos. Allá arriba no se tenían que cruzar con vacas ni con ovejas, aunque de vez en cuando sí se comían a otros animales. Quizás venados o guaguas. Ahora, los potreros llegaron hasta su casa y, sin tocar la puerta, se quedaron a vivir.

Héctor Restrepo, biólogo de la Fundación Wii, que investiga y protege al oso andino, me explica que, en parte, el cambio en el hábitat se debe a una apuesta nacional. Para él es cosa de prioridades: el país, en una época, decidió meterle la ficha al café, y extendió sus cultivos por las tres cordilleras, entre los 1.000 y 2.000 metros. Eso causó, a su vez, que los campesinos más pobres siguieran trepando los bosques altoandinos. Allá donde las tierras no son buenas para el agro, un campesino de sombrero y ruana pone diez vacas a producir queso.

Parece irreversible el daño que se ha hecho a los bosques. La cordillera central es la que más ha sufrido. En la oriental y la occidental, en cambio, es donde más osos quedan, pero la amenaza parece inminente. Las condiciones ideales para el oso consistirían en reforestar todos los bosques andinos y altoandinos. Esas zonas, desde hace décadas, han sido colonizadas por ciudades, pueblos, carreteras, potreros y miles de hectáreas cultivadas. Ángela Parra, en una tesis de la Universidad Javeriana, explica que la transformación del uso de los bosques andinos ha sido de más de un 66%.

Publicidad

El Plan para el Manejo del Oso de Anteojos de la Corporación Autónoma Regional de Cundinamarca (CAR) explica que "el hábitat usado por la especie está restringido a las partes altas, consecuencia del desplazamiento originado en la ampliación de la frontera agropecuaria y la presión ejercida por los pobladores de estas zonas". Muchas de las zonas que ahora habitan campesinos y ganado se solapan con los lugares que transitan algunos de los más de 4 mil osos de anteojos que le quedan al país. La antigua casa del oso, explica ese informe, está fragmentada. Donde debería haber corredores ecológicos hay potreros y carreteras.

Los lugares hacia donde se corre la frontera agrícola se caracterizan por ser de ganadería extensiva. Es decir, mucho terreno para pocos animales. Ese tipo de ganadería permite poco control sobre las vacas, que pastan con libertad por el territorio, y es óptimo para que se produzcan encuentros indeseados entre osos y vacas. Dice el mismo plan de la CAR: "la práctica de sistemas inadecuados de manejo agropecuario, donde la apertura indiscriminada de pequeños potreros dispersos en medio de la matriz natural, es el mecanismo que propicia las condiciones para el surgimiento del conflicto oso-ganado".

Aún así, los reportes de ganado devorado por osos de anteojos no son altos. Héctor Restrepo dice que, aunque no hay cifras consolidadas, se podría estar hablando de menos de 50 al año en todo el país. Ahí hay que hacer tres consideraciones. La primera: no son tan grandes los números de pérdidas para el sector ganadero. La segunda, sin embargo, es que por la dificultad para denunciar un ataque, que requiere desplazarse hasta un centro de atención y pedir que un perito vaya a analizar la muerte, puede haber subregistro. La tercera es que no todas las vacas que se comen los osos las mataron ellos: el oso de anteojos es carroñero y muchas veces se come animales que murieron por otras causas.

Publicidad

En el gremio de protectores del oso hay algo llamado cacería de retaliación. Básicamente, consiste en un campesino disparándole a un oso porque se le comió un animal suyo. Al año, dicen en la Fundación Wii, se pueden perder unos cuatro o cinco osos. "Es una estadística incipiente —explica Héctor—, porque no se pueden comparar las cifras de muerte de un oso con las de ganado. El oso está en vía de extinción". Además, agrega, el cazador no sabe si está matando a una hembra en etapa reproductiva, que sería gravísimo, o a un macho joven, por decir algo.

El director de Fedegán, José Félix Lafaurie, le dijo a VICE Colombia que la ganadería en las zonas altoandinas no es, como dice Héctor, extensiva. Que es más de pastoreo, aclara. Pero está de acuerdo con que la situación es grave porque se ve amenazada la fauna silvestre. "Hay que protegerla ––me dice Lafaurie, en tono conciliador––, es labor de los ganaderos y también de Parques Nacionales buscar estrategias para alertar a la población que vive en las zonas donde se presentan esas situaciones".

Su posición no es lejana a la que propuso Carolina, de Parques Nacionales: hace falta llegar, con tecnificación y pedagogía, a las zonas más altas donde hay ganadería. Lafaurie dice que en parte es tarea de Parques Nacionales, a través de sus funcionarios en los territorios, educar a los pequeños y medianos productores que potencialmente podrían encontrarse con un oso. La enseñanza debe ser doble: que, por un lado, hay que proteger a los osos y que matarlos es un delito grave, y que hay que apuntar a una ganadería más sostenible y mejor controlada, por el otro.

Publicidad

Parques Nacionales, en cambio, cree que la labor debe correr más por cuenta de los ganaderos, que son quienes en principio han invadido el hábitat del oso. "Deben delimitar bien los cercos y deben tener más control de sus animales", explica Carolina Jarro. El problema está en que, en la mayoría de esas zonas, los campesinos subsisten con menos de diez vacas y generalmente no invierten en cercado, control y tecnificación porque no tienen recursos para hacerlo.

Para contener el problema de osos comiendo vacas y campesinos matando osos va a ser imprescindible implementar el tipo de pedagogía de la que Lafaurie y Jarro hablan. Del otro lado está la posición de muchos ganaderos que, como la senadora Valencia, creen que la solución está en recibir dinero por sus pérdidas. Sin embargo, algunos investigadores en esa materia aclaran que esas dos posiciones no son irreconciliables.

En un artículo para la revista Conservation, que incluso fue uno de los que compartió Paloma Valencia, los científicos Philip Nyhus, Hank Fischer, Francine Madden y Steve Osofsky explican que alrededor del mundo se han intentado modelos híbridos. En otros lugares tienen el mismo problema que los campesinos altoandinos. Allá no son osos de anteojos sino lobos, jaguares, leopardos y hasta elefantes. Como en Colombia, no es posible revertir el ocupamiento que se hizo de las tierras donde antes solo había vida salvaje. Ahora, en vez de llorar sobre la leche derramada, hay que buscar salidas.

Los programas de indemnización, explican, pueden llegar a ser caros. En Italia, por ejemplo, se han invertido más de 2 millones de dólares en reparar pérdidas de campesinos. Si no son bien ejecutados, esos recursos serían un desperdicio. Los investigadores recomiendan, en primer lugar, que los programas gubernamentales sean rigurosos. Que cuando vayan a examinar una muerte lo hagan rápido, antes de que el cadáver se descomponga y sea imposible. Que, para evitar corrupción, la entidad a la que pertenecen los peritos no sea la misma que luego pone el dinero. Y que se destine un fondo sólido para ejecutar toda esa labor.

Una última recomendación de los autores del artículo, y quizás la que mejor representa ese hipotético modelo híbrido entre las posiciones de Fedegán, Parques Nacionales y Paloma Valencia, es que las reglas para la indemnización sean claras y estén acompañadas de apoyo institucional. Eso quiere decir que, como se ha hecho con éxito en otros países, no haya reparación económica para el campesino que no esté mejorando sus prácticas ganaderas y medioambientales. Evidentemente esa mejora requerirá plata y esfuerzos que nadie sabe de dónde saldrían. Por ahora no parece, como quería la senadora, que vaya a ser de Parques Nacionales quien pague.

Esas estrategias no se asoman por el momento. El panorama actual incluye a la senadora diciendo que va a demandar a Parques Nacionales por injuria o calumnia, a esa misma entidad atizando la malinterpretación del tuit de Valencia y a miles de cibernautas tomándose fotos con las manos en forma de anteojos para apoyar al oso.

Del otro lado están las vacas que, sin saberlo, siguen recorriendo caminos peligrosos, y los osos andinos, que en medio de toda la polémica han recibido una nueva sentencia (menos drástica que la que hace 15 años predijo que en 30 se iban a extinguir): en tres décadas, si las cosas siguen así, habrán perdido otro tercio del territorio que les queda.

El debate debería reabrirse. Y darse en serio.