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Las familias de los "falsos positivos" de Colombia siguen luchando por justicia

Faír Leonardo es uno de los 19 asesinados hombres asesinados por el ejército colombiano en Socha, para hacerlo pasar como un caído de las FARC.

Fuerzas especiales colombianas. (Foto vía)

Llegué a Soacha, un vecindario pobre a las afueras de Bogotá, una tarde nublada de julio. Habíamos manejado desde el centro de la ciudad y el edificio que domina su silueta —una enorme estructura cubierta de LEDs que lentamente cambian de color; un faro de mal gusto para la élite rica de Colombia— y habíamos llegado a una calle residencial.

Estaba ahí con la ONG Justicia por Colombia para escuchar sobre el escándalo de los "falsos positivos", que salió a la luz hace cinco años y que no da muestras de suavizarse pronto. El escándalo tiene sus raíces en la guerra civil de hace 50 años entre el gobierno colombiano y la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). A inicios de los 2000, el entonces presidente Álvaro Uribe, debido a una aparente preocupación por la reputación del ejército, comenzó a presionar a los soldados para aumentar sus cifras de muertes.

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De acuerdo con reportes de mediáticos, se prometieron pagos en efectivo y más tiempo de vacaciones a los soldados por entregar a miembros asesinados de las FARC, una acusación que el gobierno niega. En un esfuerzo por aumentar sus cuotas, los soldados supuestamente comenzaron a atraer a los jóvenes y hombres pobres lejos de sus familias con la oferta de un trabajo. Una vez lejos de sus familias, los soldados ejecutaban a estos hombres, los vestían con uniformes de guerrilla, y los presentaban como muertes de combate. Muchas víctimas fueron desmembradas y enterradas a cientos de kilómetros de sus familias.

Las protestas del Movimiento Nacional de Víctimas contra el escandalo de los "falsos positivos" del estado. (Foto, cortesía de Justicia por Colombia)

Cuando el escándalo salió a la luz, el gobierno colombiano insistía que los falsos positivos se trataban de incidentes aislados. Para 2012, sin embargo, cerca de tres mil asesinatos fueron registrados y, en 2007 —el peor año para este crimen— uno en cada cinco muertes de combate era un falso positivo. En Soacha, 19 madres perdieron a sus hijos en el escándalo de los falsos positivos, y hasta ahora sólo una de ellas ha visto a los asesinos sentenciados, pero su condena fue apelada y el principal acusado, un mayor del ejército, escapó.

Luego de llegar a los suburbios de Bogotá, me estacioné cerca de unos perros callejeros. Algunos niños que jugaban futbol me guiaron por unas escaleras hasta una pequeña casa un poco alejada de la calle. Ahí había tres mujeres esperándome, vestidas elegantemente; cálidas y hospitalarias. Me dieron la mano y luego me pidieron que me sentara. Mientras esperaba que el resto de mi grupo llegara, vi unas fotografías escolares de unos jóvenes con traje en la pared, los hijos muertos de las señoras que acabo de conocer.

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La casa pertenece a una señora llamada Luz Marina Bernal. Es minúscula y amigable pero fuerte, cálida pero reservada. Mientras compartía su historia, se le unieron su hijo aún vivo, que deambulaba tímidamente tras ella, y dos mujeres cuyos hijos también habían sido asesinados para que soldados colombianos pudieran cubrir sus cuotas. El hijo muerto de Luz Marina se llamaba Faír Leonardo Porras Bernal. Parece guapo en las fotos: bien formado con hermosos ojos color avellana.

Luz Marina con una foto de Faír Leonardo. (Foto cortesía de Justicia por Colombia).

Faír Leonardo tenía 26 años cuando fue asesinado por el ejército, aunque por sus problemas de aprendizaje tenía la edad mental de un niño de cinco años. Luz Marina lo describe como un niño ingenuo, que siempre veía lo mejor de todos. Ella cree que su ingenuidad fue lo que llevó al ejército a buscarlo. "Él habría confiado en ellos", comenta.

A la 1:30 de la tarde del 8 de enero de 2008, Faír Leonardo se despidió de su madre, salió de la casa y después de eso nadie lo volvió a ver con vida. Su familia alertó a las autoridades, pero después de que la policía ofreció falsas sospechas ("tal vez quería irse de la casa") para la desaparición de Leonardo, se volvió aparente que la familia tendría que empezar su propia investigación. Luz Marina pasó ocho meses buscando a su hijo —incluso en las listas de indigentes de Soacha— pero no llegó a ningún lado.

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En septiembre, nueve meses después de la última vez que Luz Marina vio a su hijo, recibió una llamada del departamento forense de la estación de policía local. Me describió cómo se llenó de miedo y dolor después de la llamada y el infinito viaje que hizo al departamento forense.

La mujer que la recibió le dijo: "Señora Marina, necesito que permanezca calmada", antes de mostrarle algunas fotografías de su hijo. "La mitad de su cara fue destruida", me dice Luz Marina. "Le habían disparado tres veces. Podía ver su mandíbula salida". La mujer en el departamento forense le dijo a Luz Marina que su hijo había sido encontrado en Ocaña, al norte del departamento de Santander, a cientos de kilómetros de Soacha. Dos semanas después de su visita al departamento forense, Luz Marina fue a Ocaña para traer a su hijo a casa.

Cuando llegó a recoger el cuerpo de su hijo, Luz Marina se encontró con las autoridades locales quienes le dijeron que Faír Leonardo había muerto cuatro días después de su desaparición. Las mismas autoridades luego le preguntaron a Luz Marina si estaba al tanto de que su hijo trabajaba para las FARC. "Mi hijo no podía leer ni escribir", dice Luz. "Lo busqué. Si murió sólo cuatro días después que lo vi por última vez, ¿cuándo estuvo trabajando para las FARC?"

Parientes de las víctimas falsas positivas visitan el sitio donde los cuerpos fueron encontrados. (Foto, cortesía de Justicia por Colombia)

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Las autoridades explicaron que Faír Leonardo había sido disparado en combate con el ejército. Dijeron que intentaban pedir dinero a la gente en Ocaña por protección. "Tiene problemas de aprendizaje", dice Luz, "no puede entender el valor del dinero". Las autoridades dijeron a Luz Marina que tenían pruebas del involucramiento de Faír Leonardo en las FARC, porque habían encontrado armado. Sin embargo, la pistola había sido puesta en su mano, y Faír Leonardo era zurdo.

Después, Luz Marina conoció a un hombre que le dijo que el ejército le pagó 200 mil pesos colombianos (como cien dólares) por el cuerpo de su hijo. Luz Marina se había gastado hasta su último centavo buscando a su hijo. Cinco años después de su muerte, sólo ha podido traer la mitad de su cuerpo a casa. Luz y su familia continúan recibiendo amenazas de muerte por negarse a permanecer callados sobre el destino de sus ser amado. Hay 27 sospechosos involucrados en el caso de Faír Leonardo, y en los de 18 de los 19 chicos de Soacha que fueron asesinados como parte del escándalo, aún no hay ninguna condena.

Por las fechas en que visité a Luz Marina Bernal y a su familia, el gobierno colombiano estaba por presentar una ley para reformar el sistema judicial. La nueva ley podría salvar a los asesinos de Faír Leonardo de la justicia. Si pasa, la ley expandiría el alcance de las cortes marciales, lo que significaría que los casos de los falsos positivos se llevarán a cabo en dentro del reservado sistema judicial militar. Esto protegerá efectivamente a los miembros del ejército que cometan crímenes que violen la ley internacional.

Esa misma semana, pregunté al procurador general, Alejandro Ordóñez, sobre las implicaciones de las reformas en los casos de falsos positivos. Me dio vagas afirmaciones de que los casos como el de Faír Leonardo estarán exentos de las cortes militares. Pero Amnistía Internacional dice: "El control continuo de las fuerzas armadas sobre las primeras etapas de la investigación criminal [significa que] la reforma hará más fácil para ellos definir las violaciones a los derechos humanos como actos legítimos del conflicto, de manera que sean sujetos a la jurisdicción militar".

Mientras nuestro camión se alejaba de Soacha, todos a mi alrededor estaban en silencio. Es difícil saber qué decirle a una madre que se ha enterado de que su hijo fue asesinado por lo que cuestan un par de zapatos. Manejando de regreso al centro de Bogotá, ese edificio de LEDs volvió a la vista, su resplandor clínico iluminaba las casas de abajo.