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En Chile se están buscando las minas que dejó sembradas Pinochet.

Uno de los legados del dictador es un extenso campo de minas antipersonales activas, que no se sabe con exactitud en dónde están.

​Abelino Paicil pasa sus días parado al borde de un terreno, viendo cómo varios jóvenes desentierran minas antipersonales. A menudo, este hombre de 59 años se acuerda de cuando era joven y estaba parado en esos mismos terrenos plantando las mismas minas.

"Están sacando lo que nosotros sembramos", dice Paicil, quien ahora es un enfermero que trabaja para una compañía del ejército chileno, dedicada a sacar minas en Tierra del Fuego, el archipiélago en el sur de Chile. "Me gusta mirar. Me gusta ver cómo cambian las cosas".

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Las cosas han cambiado mucho. En 1980, cuando Paicil estaba plantando las minas en los terrenos a lo largo del estrecho de Magallanes, Chile estaba viviendo bajo el régimen dictatorial del general Augusto Pinochet y en medio de varias disputas limítrofes con tres de sus vecinos: Perú, Bolivia y Argentina.

Pinochet, convencido que una invasión terrestre era inminente, compró minas antipersonales a Estados Unidos y Bélgica, y las enterró a un ritmo frenético. En pocos años Chile puso más 180.000 explosivos a lo largo de sus fronteras, esperando al enemigo.

Un enemigo que nunca llegó. En cambio han batallado con las patas de vacas y llamas de poca suerte. De las minas sembradas, 167 han sido explotadas por humanos, de las que 29 fueron fatales. La más reciente sucedió en 2012, cuando un ciudadano peruano cruzó la frontera sin documentos, saltó una cerca en la noche y cayó en una. El año pasado, un ciudadano colombiano sobrevivió a circunstancias similares, pero perdió su pierna derecha.

Albelino Paicil es enfermero en la Compañía de Desminado Humanitario del Ejército de Chile. Cuando era joven ayudó a enterrar estas minas que ahora son removidas por cientos de soldados en las fronteras de Chile. Paicil está parado en el borde del terreno en caso que ocurra un accidente. Imagen: Katie Worth.

Actualmente, Chile sigue siendo acechado por casi 100.000 minas antipersonales que están en sus fronteras, un pedazo del legado de Pinochet que la nación aún no supera.

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Para la Compañía de Desminado Humanitario del Ejército de Chile, que está en los campos minados de Tierra del Fuego, el legado toma la forma de un traje protector de 35 kilos y una batalla diaria con el feroz viento de la zona.

Durante un día de mitad de verano, en febrero de este año, el enfermero Paicil se sentó en el bumper de una ambulancia, cerca de su supervisor, el mayor Alejandro Pérez. Juntos miraban a los soldados escudriñar el terreno en busca de explosivos perdidos. Una docena de ellos arrastraban los pies utilizando detectores de metal. Otros soldados cortaban el pasto que iban dejando detrás, para demostrar que esos terrenos estaban libres de explosivos. Un oficial medía el viento; si este llegaba a 70 kilómetros por hora, el día de trabajo tenía que darse por terminado.

Hasta el momento, el viento solo soplaba a 60 kilómetros por hora, entonces continuaron buscando explosivos. En su primer paso por el campo encontraron 416 minas, 14 menos que lo indicado en los registros históricos. Días antes, durante la segunda búsqueda, dieron con cinco más. Ese día no hallaron ninguna.

"Casi siempre fallan en encontrar cada mina en los registros", dice Pérez. "Algunas explotaron hace años y no quedan huellas. Otras se movieron con el agua, y es posible que estén en el fondo de un estanque cercano. En alguna ocasión, una persona de la zona encontró una desactivada y se la llevó a casa".

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Una vez que la compañía ha buscado dos veces en el terreno con el equipo de desminado, lo declaran limpio. Sacan las cercas y los carteles y luego de una ceremonia local, atendida por ciudadanos, vecinos y líderes locales, se permite el uso privado o público de la tierra por primera vez en más de tres décadas y media.

Hoy, la amenaza de una invasión armada terrestre es historia. Chile está desenterrando sus minas, un proceso difícil que ha sido criticado por su extrema lentitud. En 2001, Chile ratificó el tratado de Ottawa, en el que se comprometía a desenterrar y destruir todas sus minas antipersonales para el 2012. El país inicialmente aceptó estos términos, pero eventualmente pidió una extensión hasta el 2020 dado a la lentitud del proceso.

Los líderes de la campaña de desminado justifican que el largo proceso se debe a las extremas condiciones de la frontera en los Andes: muchas minas fueron enterradas a más de 4.500 metros sobre el nivel del mar, la mayoría han estado bajo la nieve durante muchos meses del año y otras están en lugares tan alejados que los militares deben construir casas y comodidades básicas para que sus equipos de desminado trabajen ahí.

A medida que pasa el tiempo, la fecha para terminar de sacar las minas se acerca y muchos en las esferas internacionales están escépticos debido al lento avance de Chile. Abigail Hartley, jefe de políticas e información pública del Servicio de Acción contra las Minas de Naciones Unidas, dice que es común que países como Chile pidan extensiones para terminar de limpiar los terrenos con minas. "Pero es molesto porque no lo necesitan" ella dice. "Chile podría haber terminado en el año 2012 si realmente hubiese puesto sus esfuerzos en ello".

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Harley cuenta que Afganistán, uno de los países más amenazados por las minas antipersonales, está limpiando cerca de 100 kilómetros cuadrados de minas al año. Chile tiene que limpiar 23 kilómetros cuadrados en total y hasta ahora solo ha logrado 10. "¿Qué ha estado haciendo Chile?", se pregunta Hartley.

Otras personas de la comunidad internacional tienen un punto de vista más clemente con el ritmo de Chile. Kerry Brinkert, director de la Unidad de Soporte e Implementación de la Convención para Prohibir las Minas Antipersonales, describió al país como "ciudadanos de buenas maneras, han estado haciendo progresos sostenidos y están usando todos sus recursos para hacerlo", dice, agregando que no es razonable comparar a Chile con Afganistán, porque estos últimos han recibido muchos millones de dólares en ayuda internacional para limpiar las minas. "Peras y manzanas", dice.

De acuerdo al Coronel Juan Mendoza, jefe de la Comisión Nacional de Desminado de Chile, la extensión no fue producto de la lentitud, más bien de la dificultad del terreno que deben recorrer y su compromiso con la precaución y la seguridad.

Primero, Chile tuvo que buscar exhaustivamente cualquier información sobre la ubicación de las minas. En ocasiones era obvio porque algunos campos minados estuvieron cercados por años o aparecían en registros que dejó la dictadura. Pero, en otros casos, la Comisión de Desminado tuvo que confiar en los testimonios de la comunidad. Además, debido a que Chile está usando sus propios recursos para remover las minas, el Gobierno tuvo que crear compañías de soldados y marineros para el desminado y entrenarlos para utilizar el equipo que compraron recientemente para hacer este trabajo.

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Y el país ha logrado progresos. De acuerdo a la Comisión de Desminado, en los 13 años que han pasado desde que Chile firmó el tratado, el país ha removido 85.054 de las 181.814 minas que están en sus fronteras, limpiando 88 de los 199 campos minados. Pero el 53% restante debe ser limpiado en los próximos seis años para poder cumplir la obligación con el tratado de Ottawa.

Al ser consultado si Chile logrará la fecha tope, el Coronel Mendoza titubea. "Este es el gran desafío", dice. "En condiciones normales creemos que podremos lograrlo".

Pero no existe ninguna garantía de tener "condiciones normales. Por ejemplo, con lo ocurrido en 2012, en el desierto de Atacama, en el norte de Chile, donde una inusual tormenta, en el lugar más seco del planeta Tierra, movió las minas desde las montañas y a través del terreno, causando que algunas exploten en el camino. Otras minas se cubrieron de lodo. Minas que estaban muy cerca de la superficie ahora están muchos metros bajo tierra, dificultando su detección con el equipo estándar.

"Estamos buscando esas minas centímetro a centímetro", dice Mendoza. "Ya no están en el lugar que deberían".

Al igual que Paicil, Mendoza está deshaciendo el trabajo de su juventud. En 1979, Mendoza era un teniente en el ejército de Pinochet y ayudó a crear muchos de los campos minados que ahora debe rastrear. Mendoza es pragmático sobre la curva teatral que ha tomado su carrera.

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"Es política, ¿cierto? Las cosas cambian" dice. "Poner campos minados fue necesario en esa época. Pero ahora debemos completar el trabajo al que nos hemos comprometido con la comunidad internacional".

Si los campos minados fueron necesarios es debatible. Chile peleó con sus tres vecinos por problemas limítrofes durante todo el siglo XX. Estas disputas fueron amenazas en la década del 70, cuando Chile y Argentina se acercaban a la guerra por un puñado de islas inhabitadas en el canal Beagle. "Los militares chilenos creían que Argentina podría invadir y temían que Perú y Bolivia pudieran tomar ventaja del caos y seguir el ejemplo", según cuenta Patricio Navia, profesor de estudios latinoamericanos en la New York University.

"Pinochet no estaba paranoico", dice Navia. "Él plantó las minas en las fronteras del sur porque Argentina estaba amenazando con invadir, y puso las minas en las fronteras del norte porque si Argentina invadía, Perú y Bolivia no podrían haber resistido. Iban a atacar también".

"Existe otra posible motivación que también inspiró el ruido de los sables", dice Nara Milanich, una profesora de estudios latinoamericanos del Barnard College. Pinochet sabía que los chilenos se unirían alrededor de su Gobierno si sentían que su territorio estaba siendo amenazado. "Uno puede imaginar que un beligerante y expansionista dictador podría tomar ventaja de una historia de tensiones para obtener apoyo en sus políticas", dice Milanich.

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En este sentido, las minas antipersonales son un símbolo y un ejemplo del legado de Pinochet, que está enterrado en el día a día de la vida de los chilenos. El general llegó al poder en un violento golpe de estado en 1973 el que, con ayuda de la CIA, sacó al presidente Salvador Allende, el primer líder socialista elegido democráticamente. En los años después del golpe, el régimen de Pinochet torturó y mató a cientos de disidentes y envío al exilio a cerca de 200.000 chilenos.

Muchos países latinoamericanos de la época fueron conducidos por dictadores violentos y autocráticos. Pero la influencia de Pinochet en su país fue singular: a diferencia de las juntas de Argentina u Honduras, donde el liderazgo cambió muchas veces, Pinochet mantuvo un déspota e indiscutido poder por 17 años, permitiéndole dar forma a políticas que todavía están en uso.

Ahora ha pasado más tiempo desde que Pinochet abdicó el poder del que lo ocupó, pero tanto Navia como Milanich dicen que, incluso 24 años después que acabó su dominio, ningún chileno estará libre de los principios que implantó en el marco político, económico y cultural del país.

"Podemos decir que Chile es Luke Skywalker y Pinochet es Darth Vader. Pinochet es el padre del Chile de hoy y el país siempre vivirá con ese legado", dice Navia.

Pese a lo tedioso del trabajo, nunca faltan voluntarios para la compañía de desminado del ejército, dice Pérez. Hoy Chile está en paz, entonces los soldados no van a combate. "Las personas que desminan están haciendo algo que harías en tiempos de guerra, entonces te da cierto estatus dentro de la institución", dice Pérez. "Nadie tiene permitido trabajar más de tres años en el desminado. Después de tres años, una persona puede perder respeto por el campo minado. Después de tres años, es cuando suceden los accidentes".