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Al margen

Lagartos y periodistas

En VICE nos apasiona el periodismo, tanto por lo que es capaz de decir como por lo que tiene que callar. Por eso lanzamos Al margen, una columna en la que periodistas colombianos nos cuentan lo que no se atreven a publicar en sus respectivos medios.

En VICE nos fascina el periodismo. Por todo lo que cuenta, pero también por lo que calla. Así que abrimos un espacio para que los periodistas colombianos digan lo que nunca dirían en las páginas o programas de los medios para los que trabajan. Bienvenidos a Al margen. 

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En Colombia hay un señor que se llama Aurelio Iragorri Valencia. Es ministro del Interior y miembro de una dinastía en Popayán que ha dominado la política en el Cauca desde que Colombia se independizó. Es un político pura sangre, que sabe muy bien cómo funcionan los hilos que mueven el poder en este país. Iragorri Valencia, alguna vez dijo que en Colombia, el primer año de un gobierno mandaba el presidente: el segundo, el presidente con el Congreso; el tercero, los congresistas sin el gobierno, y que el cuarto no era de nadie.

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Pero su  análisis está incompleto, solo que acá nadie lo dice. Durante el cuarto año de un gobierno, le deberían contar al señor ministro, mandan los periodistas. Son a ellos a quienes tratan de acercarse los políticos para que “le echen una mano con sus  campañas”.

Entre más se acerca el día de las elecciones, los políticos más valoran el oficio periodístico, de tal forma que la navidad del cuarto año es especialmente jugosa en regalos para los comunicadores. A las salas de redacción en los canales, emisoras y medios impresos colombianos, empiezan a llegar “detalles”. Un DVD, una sanduchera, un iPod, perfumes y, cómo no, trago, mucho trago (¡y del fino!). Mientras en el Capitolio el gobierno y los congresistas dan las últimas puntadas del año, a los periodistas  los llaman los jefes de prensa para que pasen por sus obsequios de navidad y les recuerdan: “aquí le mandó el jefe y no olvide que empieza la campaña, para que nos ayude”.

Ya en enero la cosa empieza a tomar cara. Los congresistas llaman a los reporteros más cercanos. Los invitan a comidas y cocteles de lanzamiento de sus campañas. Los llaman directamente a sus celulares y les dicen por su nombre para hacerlos sentir importantes. Los periodistas contestan el celular en la buseta: “Sí senador, claro que sí, cuente con eso. Yo le ayudo”, se oye decir.

Pasados los lanzamientos, la presión se hace más fuerte. Los teléfonos de periodistas, editores, jefes de redacción, jefes de emisión, mesas de trabajo radiales y hasta los directores y los presidentes de los medios no paran de sonar. La premisa es la misma: “Ayúdeme con una entrevistica. Usted sabe que estamos en campaña y nuestros votos son de opinión”, dicen en tono misericordioso del otro lado de la línea.  Y es justamente aquí cuando aparecen los más lagartos: los que sólo hablan de editor para arriba y seguramente le dirán que por el cariño que se tienen sus familias, que en honor a tantos años de amistad, que por ese vínculo que los une, le hagan una entrevista.

Llaman por cientos, y los mandos altos no tienen más remedio que pedir a los subalternos que lo atiendan, con un  gesto de “éste es de la casa”. Entonces, esos políticos que hace tres años no contestaban el teléfono o  respondían de mala gana que no tenían tiempo para entrevistas, aparecen en las salas de noticias.  Llegan con las cabezas gachas, saludando con postiza humildad  a todo el que se encuentran. Le dan la mano a los celadores y un golpe en la espalda a las del tinto. Entran doblados, listos para hacer una venía a medias a quien los reconozca, piden una explicación sobre quién trabaja en cada fuente  y así terminan dando un tour para conocer la instalaciones, que en realidad no busca sino saludar a la mayor cantidad de gente posible.

A su paso hacen chistes; algunos reparten calendarios de su campaña; otros recuerdan a algún viejo periodista que ya debe ser editor y piden que se los ubique; además,  nunca, pero nunca, separan sus ojos de la oficina de los jefes. Luego de conseguir la entrevista se van despachados en elogios y amabilidades. Al salir se despiden hasta de las matas, estrechan manos y soban chaquetas. Los reporteros, sintiéndose importantes, agradecen la visita, porque en tiempos de campaña tienen el sartén por el mango. Es el único momento en que los políticos lo llaman personalmente y van hasta la oficina, el resto de entrevistas tendrán que ser dónde diga el personaje, una vez en el poder.

El 4 de febrero, día del periodista, vuelven los regalos y las atenciones. Los correos se llenan de tarjetas de agradecimiento por "la labor tan importante para el país que desempeñan los comunicadores” y  a la recepción del medio regresan los “detalles”. La campaña entra en su recta final y entonces aparece otra técnica para que candidatos y partidos salgan en los medios: las invitaciones a viajes de campaña. “Las correrías”, que llaman, que son solo una excusa para llevar medios de comunicación a cubrir eventos, y de paso agradecer a los periodistas con una cortesía. Es así como se viven las campañas políticas en los medios, un entramado de estratagemas del endulce que sólo tienen un objetivo: salir en los medios cuanto se pueda, sin pagar la pauta.

*Bajo este seudónimo serán firmados todos los artículos escritos por los colaboradores de esta columna. Si eres periodista y dejaste al margen, por censura o por temor, algo por publicar, cuéntaselo a nuestro editor: jc.maldonado@vice.com. Absoluta reserva.