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La tierra murió gritando

SOS: Les dimos la oportunidad de salvar el mundo a escritores, científicos y expertos sobre el clima

Esto fue lo que se les ocurrió.

Todas las fotos fueron tomadas por David Benjamin Sherry, y pertenecen a su libro Earth Changes, publicado por Mörel Books. Las imágenes son cortesía del artista y de Salon 94 de la ciudad de Nueva York.

TEN MENOS HIJOS
Alan Weismar, escritor

Cada cuatro días añadimos un millón de personas al planeta. En el siglo pasado nuestras cifras se cuadruplicaron; la aceleración poblacional fue la más anormal en la historia biológica aparte de las proliferaciones microbianas. Sin embargo, para nosotros que nacimos en medio de todo esto, de toda esta expansión, el tráfico y el hacinamiento nos parecen normales.

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No lo son. Dado que la Tierra no crece, nuestra explosiva presencia desbarata el sueño preciado de la vida sostenible. La sobrepoblación no es sólo otro problema ambiental: es el que subyace a todos los demás. Sin tantos humanos utilizando tantas cosas en cada nueva generación, creando desechos y CO2 permanente, ni siquiera habría problemas ambientales, mucho menos un Antropoceno.

Afortunadamente, este es el problema más fácil (y barato) de resolver, tanto técnica como socialmente, y para lograrlo no es necesario recurrir a medidas drásticas como la criticada política de un solo hijo de China. Además, hacerlo traerá beneficios económicos inesperados, disminuirá la injusticia y detendrá el cambio climático más rápido que cualquier otra cosa.

Nosotros, como cualquier otra especie, hicimos lo más natural: copias de nosotros mismos, incluyendo otras extra, ya que en la naturaleza la mortalidad infantil es bastante alta. Hasta 1800, apenas la mitad de las personas vivían lo suficiente como para dejar descendencia.

Pero luego empezamos a hacer algo antinatural, aunque milagroso, cuando creamos la vacuna contra la viruela, que anualmente salva a millones de personas. Luego vinieron más vacunas, antisépticos, la leche pasteurizada y los insecticidas. De repente, muchos menos bebés morían y la gente vivía más.

Luego, en el siglo XX, descubrimos cómo cultivar más plantas que la naturaleza. La invención de los fertilizantes con nitrógeno, seguida de los cultivos genéticamente modificados de la Revolución Verde para producir muchos más granos por tallo, significó que, en lugar de morir de hambre, la gente viviría para concebir más gente, que a su vez concebiría aún más gente.

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Sin embargo, esta explosión alimenticia fue químicamente forzada. Como derivados de los combustibles fósiles, los fertilizantes sintéticos dañan la tierra y el agua y emiten potentes gases de efecto invernadero. Ya que no tienen defensas contra los predadores naturales y las enfermedades, los cultivos de laboratorio requieren herbicidas, pesticidas y fungicidas. Ahora sabemos las desventajas de estas toxinas para los ecosistemas y para nosotros mismos. Pero con 7.300 millones que alimentar, estamos atrapados.

También hay desventajas sociales. La Revolución Verde se implementó por primera vez en India y Pakistán. No es coincidencia que pronto la población de India superará a la de China. Actualmente, 188 millones de pakistaníes se amontonan en un país del tamaño del estado de Texas, en Estados Unidos, cuya población es de 26 millones. A mediados de este siglo, Pakistán podría llegar a los 395 millones —más de ocho veces la población colombiana actual—, pero seguirá siendo del tamaño de Texas. Y es una potencia nuclear emergente.

Justo después de la Revolución Islámica de 1979, el vecino de Pakistán, Irán, obligó a cada mujer fértil a embarazarse para ayudar a crear un ejército de veinte millones de hombres que combatiera a los invasores iraquíes. La tasa de natalidad del país rápidamente llegó a su nivel más alto en toda la historia. Sin las armas sofisticadas y auspiciadas por la OTAN de Irak, Irán usó olas de soldados para paralizar al enemigo durante ocho años. Pero después de la tregua, el ministro de Finanzas de Irán se dio cuenta de que todos los hombres nacidos durante la guerra eventualmente necesitarían trabajos, y las oportunidades para ellos disminuían con cada nuevo nacimiento. Él le advirtió al Líder Supremo de la inestabilidad de una nación llena de jóvenes enojados y desempleados, como Pakistán, por ejemplo.

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El ayatolá emitió una fetua, declarando: "Cuando la sabiduría te dicta que no necesitas más hijos, es permisible una vasectomía". Equipos médicos viajaron por todo el país ofreciendo desde condones hasta ligaduras de trompas gratis, pero voluntarias. Cada pareja decidía cuántos hijos quería tener. La única obligación era la terapia prematrimonial, donde aprendía cuánto costaría alimentar, criar y educar a un hijo.

En esencia, Irán obligó a que las niñas se quedaran en la escuela, ya que muchas mujeres posponen ser madres mientras continúan sus estudios. En países ricos y pobres la educación femenina resulta ser el mejor anticonceptivo de todos. Las mujeres educadas hacen cosas útiles e interesantes para sostener a sus familias. Pero es complicado tener, digamos, siete hijos; por lo que en todo el mundo las mujeres que terminan la secundaria tienen dos hijos o menos. Con el 60% de sus universidades llenas de mujeres, Irán cayó en una tasa de reemplazo de cero, sólo en un año, en la que las parejas en promedio tienen dos hijos: se reemplazan a sí mismas.

La mitad de los países del mundo —lugares tan culturalmente distintos como Tailandia, México, Brasil y Bangladesh— ahora están cerca o, como el Irán de hoy, muy debajo de la tasa de reemplazo. Italia tiene uno de los porcentajes más altos del mundo de mujeres con títulos de posgrado y su tasa de natalidad es una de las más bajas. El reconocido Instituto de Demografía de Viena calcula que si la educación de las mujeres fuera universal, podríamos añadir al mundo 1.000 millones de personas menos de las 2,5 mil millones que se proyecta para mediados de siglo.

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Pero incluso las mujeres que tienen acceso a la educación formal necesitan anticonceptivos. Afortunadamente, a diferencia de la energía totalmente limpia, esta es una tecnología que ya tenemos. Brindar acceso a la anticoncepción a todo el mundo costaría sólo 81.000 millones de dólares al año, lo que Estados Unidos gasta al mes en sus guerras en Irak y Afganistán.

Dentro de dos o tres generaciones, todas esas mujeres nos ayudarán a la transición hacia una población sustentable y un mundo mucho más equitativo, donde la prosperidad económica no esté definida por el crecimiento constante y sin control. (Cuando nacen menos trabajadores, son más valorados, por lo que los salarios aumentan y las ganancias se redistribuyen.)

Ya que menos personas significa menos comida manipulada genéticamente, el mundo también sería más saludable y, por ende, mucho más biodiverso. Hoy en día, casi la mitad de la tierra está destinada a alimentar una sola especie: la nuestra. Menos personas significa más espacio para otras especies que, actualmente, empujamos a la extinción hasta que nos damos cuenta, demasiado tarde, de que las necesitábamos.

Entonces nuestra población caerá en picada de forma permanente.

Alan Weisman es autor de El mundo sin nosotros y La cuenta atrás.

David Benjamin Sherry, Ubehebe Crater, Cottonwood Mountains, Death Valley, California, 2013, fotografía tradicional a color.

APOYA LA AGRICULTURA INTELIGENTE
Michael Pollan, experto en alimentos y agricultura
Redacción de Wes Enzima

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En este momento el Departamento de Agricultura de Estados Unidos está dando subsidios a granjeros por cada 25 kilos de maíz, trigo o arroz que cosechen. ¿Qué pasaría si en lugar de eso les diéramos subsidios por cada incremento en el carbono que sus tierras asimilaran? Aproximadamente un tercio del carbono que está en la atmósfera estuvo en la tierra en forma de materia orgánica, pero desde que empezamos a arar y deforestar hemos estado lanzando enormes cantidades de carbono a la atmósfera. El sistema alimenticio como un todo —eso incluye la agricultura, el procesamiento de alimentos y el transporte— emite entre 20 y 30% de los gases de efecto invernadero. El fertilizante es uno de los mayores culpables por dos razones: está hecho de combustibles fósiles y cuando se moja se convierte en óxido nitroso, que es un gas mucho más potente que el dióxido de carbono.

Sin embargo, hay formas de sacar el carbono de la atmósfera y regresarlo a la tierra. Las plantas toman el carbono de la atmósfera y, mediante la fotosíntesis, lo convierten en azúcares para construir sus propios cuerpos: raíces, tallos, ramas, hojas. Lo que es menos sabido es que las plantas toman hasta 40% de los azúcares y lo filtran a la tierra por medio de sus raíces. Las plantas lo hacen para alimentar a los microbios en la tierra a cambio de otros nutrientes. Estos microbios comen el azúcar, el cual entra a la cadena alimenticia macrobiótica y eventualmente se conserva en la tierra como carbono.

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Hacer que las tierras retengan más carbono podría ser la clave para revertir algunos efectos del cambio climático. Incrementar el carbono en la tierra tan sólo un pequeño porcentaje podría hacer una gran diferencia tanto para el clima como para la resiliencia de la agricultura. Cuando se crea más carbono en el suelo, también se incrementa la fertilidad y la capacidad de retener agua, así que la tierra con mucho carbono puede resistir mucho mejor una sequía, que es obviamente otro efecto del cambio climático. Se obtiene el beneficio de mejorar la producción alimenticia al mismo tiempo que uno se apodera del carbono. Así que esta es una forma de geoingeniería que tiene pocos riesgos y muchos beneficios.

La pregunta es si podemos acelerar este proceso. En California, el Martin Carbon Project ha experimentado al esparcir abono orgánico en tierras de pastoreo. El abono impulsa el proceso microbiano, probablemente al introducir microbios a la tierra. Las plantas crecen más, se obtiene más pasto y esos pastos empiezan a alimentar a los microbios dentro de este ciclo virtuoso, llevando a más microbios, más pasto y, si hay ganado pastando, más comida. El resultado es que se empieza a almacenar más carbono en grandes cantidades año tras año. Una sola capa de abono de 2,5 centímetros de ancho llevará a un aumento en los niveles de carbono durante al menos seis años; este es el tiempo que ha pasado desde que lo intentaron. San Francisco podría mitigar la emisión de la mayoría de su carbono si esparcieraabono en sus tierras.

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Necesitamos crear incentivos para que los agricultores hagan que sus tierras maximicen la asimilación de carbono. Podríamos ofrecer incentivos para que los productores usen cultivos de cobertura —para que siempre haya algo verde creciendo en sus tierras—, ya que cuando los campos se dejan quemados son propensos a la erosión y pierden mucho carbono. Hay unproyecto en Santa Fe, Nuevo México, Estados Unidos, llamado la Coalición Quivira, donde un hombre llamado Courtney White está trabajando con los ganaderos para desarrollar protocolos de pastoreo rotacional que ayuden al aislamiento de carbono. Muchos ganaderos con los que trabaja no creen en el cambio climático, pero ven muchos beneficios en estas prácticas como para no llevarlas a cabo. El Rodale Institute en Pensilvania, dedicado a la investigación de la agricultura orgánica, ha experimentado con varias formas de agricultura sin arar la tierra. Luego de la cosecha, se pasa la rastra a la parcela, el cultivo anterior se muere, y entonces se siembra el nuevo justo en esa cama de materia vegetal putrefacta. El resultado es más carbono en el suelo, más humedad, menos maleza y mucha más fertilidad.

Hay maneras en las que podemos organizar nuestra agricultura para sanar al planeta, alimentarnos y ayudar a revertir el cambio climático. Esto empieza con hacer que nuestro sistema alimenticio ya no dependa del petróleo, que es el factor central de la industria agrícola (no sólo de la maquinaria; los pesticidas y fertilizantes también son tecnologías basadas en hidrocarburos),sino que dependa de la energía solar: la fotosíntesis. Pero apenas estamos empezando esta conversación.

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Como civilización, aún estamos atrapados en una idea maniqueísta de nuestra relación con la naturaleza, por lo que asumimos que para obtener lo que necesitamos —ya sea comida, energía o entretenimiento—, la naturaleza debe sufrir. Pero este no es el caso necesariamente. La agricultura de carbono es una de las cosas más esperanzadoras en las investigaciones sobre el cambio climático. Este sistema, en el que las plantas secretan azúcares a la tierra, depende del sol —por la fotosíntesis— en lugar de depender en combustibles fósiles. Hay formas no maniqueístas para alimentarnos y sanar a la Tierra. Este es el gran cambio que debemos hacer hacia un sistema alimenticio sustentable donde el pasto recolecta energía solar y deposita carbono en el suelo para alimentar a las plantas y animales que comemos. Este tema está ganando partidarios. Tengo la esperanza de que se esté creando un quórum de inversionistas. Podemos ver a dónde debemos ir, ahora sólo necesitamos construir la voluntad política necesaria para llegar hasta allí.

Michael Pollan es autor de El dilema del omnívoro y otros libros.

MEJORA A LA GENTE
Ken Caldeira, investigador en ciencias de la atmósfera

Lo mejor que podemos hacer en este momento es comenzar una investigación para entender cómo desarrollar sistemas sociales que alienten a la gente a poner de lado sus beneficios personales a corto plazo en favor de beneficios sociales y ambientales a largo plazo. O tal vez podemos desarrollar sistemas sociales que alineen los intereses personales a corto plazo con intereses socioambientales a largo plazo.

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La gente debe reconocer que su interés personal a largo plazo es vivir en una sociedad donde todos reciban alimentos, techo y todo tipo de ayuda.

Nuestros problemas ambientales (y políticos) derivan en gran medida de las personas que actúan por interés propio a corto plazo en lugar de en favor del bienestar público a largo plazo. La pregunta central es cómo transformar sociedades donde la gente piensa en sus propios intereses en sociedades donde las personas buscan mejorar el bienestar público.

Ken Caldeira es investigador en ciencias de la atmósfera del Departamento de Ecología Global del Instituto Carnegie.

LIBEREN EL MERCADO ENERGÉTICO
Naomi Oreskes, historiadora del clima
Redacción de Ryan Grim

Muchos niegan el cambio climático porque no les gustan sus implicaciones, las cuales abarcan varios campos. En las que yo me enfoco son las del capitalismo de libre mercado y en el miedo de que el cambio climático sea usado como excusa para justificar una expansión masiva del gobierno, la intervención gubernamental en el mercado e incluso la gobernanza mundial. Inclusive hay un capítulo del programa de Jesse Ventura, Conspiracy Theory, sobre Maurice Strong, uno de los negociadores del primer equipo de cambio climático de la ONU durante los 90. Los negacionistas del cambio climático se refieren a este equipo y alegan que el cambio climático es sólo una conspiración de la ONU. Otros dicen que el cambio climático se deslinda de la libertad individual y perjudica el libre mercado.

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Mi respuesta es: "Ok. Hablemos de cómo serían las soluciones gubernamentales. Y también hablemos del lugar de la energía en el mercado". Para mí, esto es crucial, ya que a fin de cuentas el mercado energético no es un mercado libre. Así que la gente puede decir estar protegiendo la libertad política, económica y social que cree que es resultado del capitalismo de libre mercado, pero la realidad es que la industria de los combustibles fósiles está subsidiada de muchas maneras. Por tanto, aquí hay tres simples soluciones para hacer del energético un mercado genuinamente libre que permita que las energías renovables compitan:

1. Hagamos del carbono un impuesto. Esta es una idea vieja: ponerle un impuesto al carbono para que el precio que paguemos refleje su verdadero costo. Una de las formas más fáciles de hacerlo es ponerle un impuesto a la entrada a las minas. Que cuando se extraiga carbón, el gobierno obtenga un impuesto. Que cuando se saque petróleo, se pague un impuesto. Esto obviamente impactará en los productos de consumo. Mientras más combustibles fósiles tengan los productos, más caros serán. Esto dará un incentivo a los precios para que nos alejen de la energía basada en combustibles fósiles y nos dirija hacia energías renovables y eficientes.

2. Detengamos los subsidios directos a la industria de los combustibles fósiles. Además del gran subsidio indirecto que supone el hecho que la industria no pague por contaminar la atmósfera, tiene muchos otros subsidios directos. Hay todo tipo de créditos y financiamientos, algunos de los cuales se remontan hasta la temprana historia de las industrias del gas y el petróleo en la segunda década del siglo pasado. ¿Por qué subsidiamos a la industria más rica y exitosa de la historia de la humanidad? Si queremos mercados libres, dejemos que compitan en igualdad de condiciones y veamos qué tecnologías ganan.

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3. Empecemos a reforzar las leyes ambientales. Hay todo tipo de exenciones para el petróleo y el gas. La más escandalosa es la de la Ley de Agua Limpia de Estados Unidos, que fue aprobada durante la administración del presidente George W. Bush y que ha jugado un papel importante en el auge de la fracturación hidráulica (fracking). Antes, la industria no llegaba a ningún lado debido a la preocupación por la contaminación de los mantos acuíferos. Cuando se estableció la exención de la Ley del Agua Limpia, la industria despegó. Si yo quisiera perforar un pozo en mi patio, tendría que preocuparme por la Ley del Agua Limpia, pero si una gran empresa de gas perfora un pozo, no tiene de qué preocuparse. Esto no es mercado libre; es un enorme subsidio. Es socialismo para las corporaciones.

La gente tiene la falsa idea de que la industria de las energías renovables está muy subsidiada y que los combustibles fósiles se extraen por su cuenta. Si empiezas a educar a la gente con la verdad, ya sean demócratas que quieren sistemas de energías limpias o republicanos que creen en los principios del mercado, se darán cuenta de que no tiene sentido. ¿Por qué subsidiar a las industrias más ricas y exitosas? El impuesto sobre el carbono es el más difícil de tragar porque los republicanos satanizaron los impuestos. Los estadounidenses tienen una larga historia de odio a los impuestos, pero ya estamos viendo un cambio en ello. Mi amigo Bob Inglis tiene una organización llamada republicEn, que impulsa soluciones basadas en el mercado para detener el cambio climático. Son republicanos que abogan por el impuesto sobre el carbono. Columbia Británica, en Canadá, tiene un impuesto sobre el carbono votado por los conservadores con el apoyo de los empresarios. La manera de convencerlos fue hacerlo neutral en cuanto a los ingresos y reduciendo algunos impuestos corporativos y de nómina. Así que puedes abordar los problemas de impuestos con neutralidad en los ingresos.

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Instaurar un impuesto sobre el carbono, eliminar los subsidios y las exenciones ambientales: estas medidas ayudarían a la creación de un mercado libre que permita que las energías renovables compitan en condiciones más equitativas.

Naomi Oreskes es profesora de historia de la ciencia y de ciencias de la Tierra y planetarias en Harvard.

ADOPTEMOS LA GEOINGENIERÍA
David Keith, experto en políticas del clima

Imagina que un doctor se niega a darle quimioterapia a un paciente con cáncer pulmonar en etapa tres por no reducir su incentivo para dejar de fumar; es decir, que sólo fume una cajetilla al día en vez de dos. Este, en pocas palabras, es el pensamiento éticamente obtuso que ha minado a la mejor apuesta de los humanos para frenar el cambio climático: la geoingeniería solar y de carbono.

El primer hecho científico que debemos saber sobre el cambio climático es que el carbono es (casi) para siempre. Imagina que produzco una tonelada de dióxido de carbono al volar por todo el Atlántico. El calor adicional de mi viaje aumentará durante algunas décadas y luego se mantendrá constante durante más de un siglo. Un milenio después, casi una quinta parte de mi tonelada aún estará en la atmósfera afectandoal clima, a menos que la humanidad haga algo para combatirlo.

Muchos científicos ven a la geoingeniería como el único método viable para revertir —y no sólo retrasar— los impactos del carbono en el clima. Las tecnologías de geoingeniería solar podrían reducir parcial y temporalmente los riesgos climáticos al reflejar parte de los rayos solares de vuelta al espacio, lo que compensaría el efecto que tienen los gases invernadero al atrapar calor dentro de la Tierra. Las tecnologías de geoingeniería de carbono podrían remover dióxido de carbono de la atmósfera y transferirlo de vuelta a las reservas geológicas, lo que revertiría la huella geológica que la humanidad causa al extraer carbón, gas y petróleo.

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La geoingeniería solar es rápida y barata, pero también riesgosa y temporal. La geoingeniería de carbono, por el contrario, es lenta y cara, pero una vez que la humanidad reduzca las emisiones al usar fuentes de energía libres de carbono, como la solar o la nuclear, podría permitir que futuras generaciones pongan al genio del carbono de vuelta en la lámpara.

Sin embargo, el cada vez más desaparecido papel de la geoingeniería en los debates sobre el clima es un clásico caso del sacrificio de los acercamientos científicos frente al altar de la ortodoxia política. Los políticos temen que el público sólo apoye la reducción de emisiones por ser la única respuesta posible. Incluso los partidarios de la geoingeniería la presentan como un último recurso. En palabras del periodista científico Eli Kintisch, la geoingería es "una mala idea, pero su momento ha llegado".

Las emisiones deben reducirse, aunque yo no logro entender cómo es que la única política que podría permitir una enorme reducción de los riesgos climáticos de este siglo es una mala idea. Incluso si el mundo logra tener éxito al cooperar en la reducción de emisiones, la inercia del ciclo del carbono significa que —al menos durante una vida humana— reducirlas sólo detendrá el empeoramientodel problema. Aún más, no hay un solo aspecto de la geoingeniería solar que haga innecesaria la necesidad de reducir emisiones. El único camino hacia un clima estable es llevar la emisión neta de gases de efecto invernadero a cero. Sin embargo, una combinación de geoingeniería solar y emisiones reducidas le permitiría al mundo detener el cambio climático durante una sola vida humana: parar el aumento del nivel del mar y revertir el incremento de las precipitaciones extremas y las ondas de calor.

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Nuestros descendientes podrían usar la geoingeniería de carbono para restablecer gradualmente el balance de carbono de todo el mundo. La cantidad de geoingeniería solar necesaria para estabilizar el clima disminuiría mientras el carbono se redujera y el cambio climático podría revertirse hasta una aproximación razonable a su estado preindustrial.

Analistas como Naomi Klein pintan la geoingeniería como una herramienta del capitalismo tecnocrático que sólo sirve para distraer de las reformas sociales necesarias y atender las "causas de raíz" de la alteración del clima. Algunos derechistas usan a la geoingeniería como excusa para la falta de acciones, así como las noticias de nuevas medicinas contra el cáncer animan a los fumadores a seguir fumando. Pero este miedo al riesgo moral no debería dirigir las políticas.

Será difícil construir una visión compartida alrededor de un largo y paciente camino hacia la restauración climática que reduzca las emisiones y haga uso de la geoingeniería. Puede ser aún más difícil crear instituciones internacionales para controlar estas tecnologías. Sin embargo, trabajar hacia esta meta podría dejar un mejor legado para la siguiente generación, al menos uno mejor que la medida oficial de no incursionar en la investigación en geoingeniería por miedo a que nos quiera alejar de la idea de que la reducción de emisiones es el único camino hacia la salvación.

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La política de "Di no a…" no ha sido un camino exitoso para el uso de drogas o los embarazos adolescentes. ¿Por qué lo sería para el cambio climático?

David Keith es profesor en la Escuela de Ingeniería y Ciencias Aplicadas y en la Escuela de Gobierno Kennedy de Harvard.

REINVENTEMOS LA CIUDAD
Lauren Markham, periodista

Mi novio y yo tal vez cometimos el peor error el año pasado cuando compramos nuestra hermosa casa de 55 metros cuadrados en el oeste de Berkeley, California, a sólo unas cuadras del mar. Por mucho que la amemos, las proyecciones sobre el alza del nivel del mar prevén que nuestra casa esté bajo del agua en pocos años. El debate público sobre la adaptación al cambio climático a menudo se enfoca en áreas rurales —comunidades en el Ártico obligadas a mudarse debido al permafrost en desaparición, granjas que tuvieron que ser evacuadas cuando su manto freático se secó por completo. ¿Pero qué hay de quienes vivimos en las ciudades? Estamos muy lejos de ser inmunes. Ya empezamos a ver a Nueva Orleans hundiéndose y a Nueva York inundándose, y no es difícil imaginar un tsunami que arrastre a Los Ángeles o una ola de frío que acabe con Boston. Tampoco es difícil imaginar a mi pequeña casa volviéndose una pieza de decoración en el fondo de la bahía.

Había escuchado del trabajo de un despacho de diseño en San Francisco llamado Future Cities Lab (Laboratorio de las Ciudades Futuras) que soñaba con una nueva versión de la bahía de San Francisco en la era del aumento del nivel del mar. Su modelo era a la vez práctico y encantador y me gustó su optimismo sobre mi ciudad natal: a saber, que cuando mi casa se hunda, yo no debo hundirme con ella. Entonces decidí visitar Future Cities Lab para saber más.

Sus oficinas se encuentran en un enorme edificio posindustrial en San Francisco. Dentro hay impresoras 3D creando cosas al tiempo que los diseñadores ensamblan las piezas que estos robots imprimen y prueban la mecánica en una larga mesa cubierta de reglas y herramientas eléctricas. Encima de la entrada está un modelo del puente Bay Bridge, debajo del cual cuelgan lo que parecen ser exuberantes islas flotantes. Dentro de no mucho tiempo, me explicó el cofundador del laboratorio Jason Kelly Johson, la sección occidental del Bay Bridge deberá reconstruirse. ¿Qué pasaría si, en la era del aumento del nivel del mar, el puente fuera hogar de colonias de desplazados que pudieran cultivar, pescar y autosostenerse? Gruesas cuerdas subirían y bajarían las pequeñas islas de acuerdo con la hora del día y con el clima: las bajarían si hubiera mucho viento, las subirían para tener mejores vistas o más sol. Estas cuerdas también colectarían neblina y convertirían el vapor en agua potable y para la agricultura.

"Cada vez hay más diseñadores que reconocen que el cambio climático está ocurriendo, que llegamos a un punto de inflexión —me dijo Kelly Johnson—. Incluso los grupos ambientalistas están cambiando de tono. Ya no se trata de resolver el cambio climático, sino de vivir con él".

El equipo de Future Cities Lab cree que hay emocionantes posibilidades de adaptarse al cambio climático a través de una combinación de principios arquitectónicos, diseño industrial y de exteriores, ecología y robótica que, en conjunto, crean caprichosas pero sensibles visiones futuristas. Kelly Johnson me mostró el proyecto Hydramax, hermano de la colonia de Bay Bridge, que reinventa la bahía de San Francisco una vez que el nivel del mar empieza a subir. Consiste en plumas que recolectan neblina del infame viento húmedo de la bahía y agua de los sifones dentro de una granja hidropónica donde se cultiva el alimento de la ciudad. Los residuos de agua de agricultura luego se llevan a tanques de acuaponía llenos de peces para consumo humano. Alrededor de estos hay una red de parques públicos que funcionan como mercados, y una vez que la neblina se vaya y salga el sol, las plumas recolectadoras de neblina se instalan en un dosel para brindar sombra.

"Realmente es la idea de que los edificios puedan ser más que espacios para vivir—explicó la cofundadora Nataly Gattegno—. Que en realidad puedas vivir con las cosas que te sostienen en lugar de mantener todo lejos, como hacemos, y que cultives tu comida en el mismo lugar".

Si están diseñadas en un nivel de sistemas integrales, las ciudades serán mucho más eficientes que las comunidades rurales o los suburbios debido a su densidad y uso efectivo de los recursos. Pero los tipos de diseños integrales como los de Future Cities Labs rara vez surgen y, en la práctica, son inexistentes.

"El Cuerpo de Ingenieros del Ejército es muy bueno construyendo paredes de concreto", dijo Kelly Johson mientras conectaba un modelo de Hydramax en 3D: las plumas se movían como tentáculos entre el imaginario aire de la bahía como si abanicaran las olas. "Construir paredes es lo que hacen". Las ciudades amuralladas son una forma medieval de mantener lejos al enemigo, pero si el enemigo es la misma Tierra, una pared no puede hacer mucho (sólo hay que preguntarle a Nueva Orleans). En lugar de eso, tal vez deberíamos buscar formas de vivir en sincronía con los impactos del cambio climático y no a pesar de él.

Para revertir el daño que hicimos primero hay que reconocerlo y ver que nuestra forma de vida es demasiado para el mundo. Como humanos y criaturas de hábito y confort, parece que necesitamos acercarnos lo más que se pueda al destino final para ver las cosas claramente. Pero tal vez el inminente apocalipsis ambiental es una oportunidad tanto para adaptarnos al cambiante entorno como para crear entornos más simbióticos del tipo de los que habrían evitado este colapso en primer lugar.

Sus diseños son llamativos e inteligentes, pero lo que me atrajo de Future Cities Lab fue su visión de un nuevo mundo de cooperación ambiental que también sea hermoso, un lugar donde me gustaría vivir. A menudo, explicaron Gattengo y Kelly Johnson, el diseño ambiental es puramente utilitario. Por ejemplo, los paneles solares o las turbinas de viento: función, no forma. ¿Pero por qué el diseño ecológico debe sacrificar lo estético? ¿Por qué nuestras ciudades no pueden ser ecológicas y hermosas? ¿Por qué no pueden ser como Tesla: sexy y consciente, el más inteligente, el más eficiente?

History Channel invitó a Future Cities Lab a un concurso para rediseñar la ciudad de Washington para que minimice el impacto del aumento del nivel del mar. Gattegno y Kelly Johnson crearon proyecciones científicas que ponían la Explanada Nacional bajo el agua. Parecía que no había forma de evitar que se ahogara. Su diseño incluía una red de colonias adaptadas —una se enfocaba en usar energía eólica, otra en la agricultura sustentable, otra en purificación del agua— que, juntas, podrían reinventar la manera en que los humanos vivimos en la cambiante Tierra. "Lo que pensamos era que, ya que esta es la capital, teníamos la responsabilidad de que la ciudad ofreciera liderazgo en modelos de vida alternativos".

El proyecto fue uno de los ocho finalistas. "El diseño de otros finalistas era literalmente una ciudad amurallada", dijo Kelly Johnson.

"Creo que nuestro diseño asustó a los jueces—dijo Gattegno—. Pero creo que el nuestro era mucho más optimista que los demás".

Future Cities Lab es el eterno ganador de medallas de plata. Ver sus diseños como optimistas requiere de una nueva forma de pensar que se encuentra en algún lugar entre los polos muy estadounidenses de negación y derrotismo. Aceptar que el cambio está llegando, adoptarlo y rediseñar la manera en que vivimos con un sentido tanto de deber como de alegría es algo bastante radical. Pero yo siento que cuando algo ocurra y nuestras casas empiecen a hundirse, iremos a tocar la puerta de Future Cities Lab preguntando por aquellas plumas recolectadoras de niebla.

Después de visitar el laboratorio manejé a casa por la sección occidental del Bay Bridge. Me imaginé cómo sería vivir en un pedazo de tierra suspendido entre el puente y la bahía, entre el obsoleto producto del hombre y la fascinante amenaza del mar. Tal vez es exactamente allí donde pertenecemos: entre lo que la naturaleza construyó y lo que el hombre construyó, repensando radicalmente el espacio entre ambos.

Lauren Markham es becaria del 11th Hour Food and Farming de la Universidad de California, en Berkeley.