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En efecto, desde que los europeos llegaron a América dieron cuenta del empleo de especias psicoactivas por los antiguos habitantes prehispánicos, entre las que destacó el peyote. Religiosos como Fray Bernardino de Sahagún lo llamaron "manjar de los chichimecas" y mencionó que: "provoca espantosas visiones, también da fuerza, quita la sed y el hambre". Por su parte el médico Francisco Hernández desde el siglo 16 registró el uso del "peyotl zacatecano" como planta útil para curar el dolor de las articulaciones y para la adivinación, ya que "quienes la comen presienten y predicen todas las cosas". Pero estas prácticas de carácter ritual y religioso también propiciaron su prohibición por la Santa Inquisición, que durante 1620 promulgó un Edicto en el que se condeno su uso:
"Por cuanto el uso de la hierba o raíz llamada peyote, para el efecto que en estas provincias se ha introducido para descubrir hurtos, y adivinar otros sucesos, y futuros contingentes ocultos, es acción supersticiosa y reprobada. Opuesta a la pureza y sinceridad de nuestra Santa Fe Católica. Siendo así, que la dicha hierba, ni otra alguna puede tener virtud y eficacia natural, ni para causar imágenes, fantasmas y representaciones en que se fundan las adivinaciones, y que en ellas se ve notoriamente la sugestión y asistencia del demonio".
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Salvador Roquet fundó el Instituto de Psicosíntesis Robert S. Harman, en el que empleó la ingestión de alucinógenos para así llevar a la mente a su desintegración y a manera de síntesis, con sus elementos esenciales volver a integrarla. Sus terapias de psicosíntesis estuvieron influenciadas por la psicoterapia freudiana, la neurofarmacología, la psicología analítica de Carl Jung, la axiología formal y las prácticas chamánicas indígenas, principalmente de mixes y mazatecos. Además durante su vida este psiquiatra pudo conocer a otros famosos científicos que también hicieron uso de sustancias psicodélicas en sus terapias como Timothy Leary y Stanislav Grof; a etnobotánicos como Richard Evans Schultes y Gordon Wasson; a María Sabina, a Albert Hofmann y a otras personalidades de la escena psicodélica de aquellos años.
"Me di cuenta de un hecho insólito, sentía que a pesar de no ser una entidad definitiva y de estar cambiando a cada instante, formaba parte de una energía y de un plan que se había fraguado en algún lugar del universo y esa energía, estaba trabajando en mí, moldeándome, amasándome, convirtiéndome en átomos y moléculas sueltas que se volvían a unir, produciendo diferentes sustancias: agua, gelatina, babas, fuego, tierra, aire, carne, huesos y piel".