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prisiones

Actividad grupal no organizada

¿Qué sucede cuando los reclusos en aislamiento denuncian el abuso del que son víctimas?

El 28 de abril de 2010, en la Unidad de Aislamiento de la Institución Correccional Estatal (ICE) de Pensilvania, en Dallas, Carrington Keys escuchó gritar a su amigo Isaac Sanchez. Al igual que Sanchez, Keys había pasado años en aislamiento. Ha pasado mucho tiempo desde que abrazó a su mamá por última vez. Ha estado años confinado a una celda sucia, bebiendo agua cobriza y soportando palizas de los guardias; años debajo de una luz fluorescente, que nunca se apaga; congelándose en invierno, sofocado por el calor en verano, con una sola ventana pequeña; años en los que cada nuevo día es igual al pasado, la monotonía sólo es interrumpida por explosiones de violencia.

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El grito de Sánchez no era una sorpresa. El abuso en la prisión se había vuelto tan rutinario que un grupo de reclusos de la Unidad de Aislamiento (UA) se unió para documentarlo y compartir lo recabado con la Coalición de Derechos Humanos (CDH), organización sin fines de lucro que defiende los derechos de los presos locales. Sánchez y Keys eran denunciantes clave, al igual que otros tres presos: Andre Jacobs, Anthony Kelly y Duane Peters. La CDH, conformada sobre todo por familiares de los presos y ex presos, recopiló las declaraciones de los internos en un informe de 93 páginas que detallaba el abuso verbal y físico sistemático por parte de los guardias. Allí denunciaban falta de atención médica, privación de alimento, insultos racistas, negación de agua, suciedad extrema e incluso presentaron el caso de un preso que había sido orillado a suicidarse. Los presos que se atrevieron a denunciar estas condiciones fueron objeto de intimidación constante y represalias por parte de los guardias. Las quejas no hiceron ningún bien. Entre enero de 2008 y mayo de 2009, los reclusos ganaron menos de dos por ciento de las demandas presentadas contra funcionarios carcelarios.

Después de que la CDH publicó su informe, la organización le envió por correo una copia a Jacobs hasta su celda en la ICE de Dallas. Los oficiales de la correccional interceptaron el documento y leyeron sus alegaciones. Luego hiceron una lista de los nombres de los presos que contribuyeron. En pocos días, las amenazas comenzaron. "Esta vez, te vamos a romper los dientes", advirtió un guardia a Kelly. El 25 de abril, de acuerdo con los reclusos, los celadores comenzaron a negarle los alimentos a Kelly.

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Los miembros del grupo se apoyaban entre sí, y Sánchez exigió a los guardias que le dieran de comer a Kelly. En vez de esto, supuestamente comenzaron a privarlo de alimento a él también. El 28 de abril, los guardias le rociaron gas pimienta a Sánchez, lo desnudaron y lo inmovilizaron en una silla, apretando las correas con tanta fuerza que recuerda que sus extremidades estaban azules. Sánchez dijo más tarde que lo dejaron allí por lo menos 12 horas. (Los funcionarios del ICE de Dallas y del Departamento de Correccionales de Pensilvania no respondieron a las repetidas solicitudes por comentarios sobre el tema).

Al escuchar los gritos de dolor de Sánchez, Keys y sus compañeros denunciantes sabían que tenían que ponerse en contacto con el mundo exterior. Pero presentar quejas había demostrado ser un juego amañado. Según James E. Robertson, profesor de leyes de la Universidad Estatal de Minnesota: "La represalia está profundamente arraigada en la subcultura correccional; bien puede ser una respuesta normativa cuando un recluso presenta una queja". Los presos y sus abogados dicen que los cargos por mala conducta. En Pennsylvania, una prisión tiene 15 días hábiles para responder a una denuncia, pero un cargo por mala conducta contra un recluso tiene un castigo inmediato; a menudo son puestos en aislamiento.

Ya en aislamiento, para que una denuncia tenga éxito se tienen que hacer un par de cosas: huelgas de hambre, negarse a devolver las bandejas de comida, negarse a volver del patio y, sobre todo, cubrir las ventanas de las celdas. Era una de las pocas maneras de llamar la atención de un superior. Los guardias llevan a un teniente y el recluso puede expresarle su queja. La mañana del 29 de abril, Jacobs, Kelly, Keys, Peters y otros tres presos, Anthony Locke, Brian Scott, y Derrick Stanley cubrieron las ventanas de sus celdas.

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"Estaba muy asustado porque me preguntaba: ¿Será este el momento en el que me partan la madre?", dijo Keys más tarde. "Pero también pensé que tenía que hacer algo".

Poco después de que los reclusos comenzaron su protesta, los guardias alertaron al teniente David Mosier que los hombres estaban participando en una "actividad grupal no autorizada". Mosier señaló a Jacobs como el líder. A las 7:40 de la mañana, un sargento caminaba por los pasillos con una cámara de video en la mano, golpeando las puertas de las celdas y ordenándoles que descubrieran las ventanas. Ninguno hizo caso. Hizo una segunda ronda, y Armando Lago, un recluso que se había unido a la protesta justo después de que los guardias se dieran cuenta, accedió a descubrir su ventana. Todos los demás se mantuvieron firmes. Entonces el psicólogo de la prisión, Robert Wienckoski, probó suerte, dirigiéndose a ellos en un tono profesional. Esta vez, Peters respondió.

—Queremos hablar con el departamento de defensa pública del condado de Luzerne. Queremos hablar con nuestros abogados —dijo.

—¿Quieren hablar con sus abogados? —respondió Peters en tono incrédulo. —Estos hombres están abusando de su poder y toman represalias en contra de nosotros por las quejas que presentamos… Hasta que no hagan lo que les perdimos, no tenemos nada más que decir. Queremos hablar con nuestros abogados—.

A eso de las diez de la mañana, la prisión ordenó la extracciones de sus celdas de seis de los internos: Jacobs, Kelly, Keys, Locke, Peters y Stanley.

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Una extracción es un procedimiento practicado comúnmente en las unidades de aislamiento de las prisiones de Estados Unidos. Se utiliza en los casos en que un preso no quiere salir de su celda o representa un riesgo para su propia seguridad. Durante una extracción, los guardias utilizan pistolas de electrochoques, macanas, gases lacrimógenos y escudos antimotines para someter y encadenar al prisionero, luego lo arrastran a otra celda.

Aquella mañana, cada equipo de extracción estaba conformado por cinco guardias, con equipo antidisturbios, los rostros ocultos detrás de los cascos y máscaras de gas. Todos eran blancos. Los prisioneros eran negros. El primer guardia sostenía un escudo antidisturbios electrificado, el cual emitía choques eléctricos. El segundo, una macana; el tercero, una pistola de descargas eléctricas o Taser; el cuarto, unas esposas y el quinto unos grilletes. Un guardia siguió a cada equipo con una cámara de video.

Los oficiales marcharon a la celda de Keys. Le exigieron que quitara el uniforme de preso naranja que estaba obstruyendo la ventana y se sometiera a un cacheo desnudo. Hizo a un lado lo que cubría la ventana y se asomó a verlos. Había cubierto su rostro con una camiseta blanca manchada con una sustancia marrón que parecía heces. Sus ojos mostraban tanto desafío como miedo. Detrás de él estaba la pequeña celda que era su mundo.

Los guardias comenzaron a forzar la puerta para abrirla. Tan pronto como se abrió unos centímetros, rociaron gas lacrimógeno. De acuerdo con una charla que tuvieron los agentes en la que habían discutido el procedimiento de extracción, se iba a introducir más gas lacrimógeno a través de la ventilación de la celda, entonces Keys comenzó a toser.

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Nubes de gas lacrimógeno cubrieron el lente de la cámara de video detrás de los guardias. Entraron en la celda, armados aventaron sobre el esquelético Keys, y éste desapareció debajo de ellos. "¡Deja de resistirte!", gritaban, como si fuera posible que se resistiera. Luego lo sacaron de la celda y lo llevaron a otra habitación donde lo pusieron contra el suelo.

Allí, los guardias cortaron el uniforme naranja de Keys y recorrieron sus manos sobre su cuerpo desnudo para registrarlo. Le pusieron una capucha en la cabeza a la fuerza. Lo dejaron en ropa interior, lo metieron en una jaula y le volvieron a atar las muñecas.

Keys gritaba: "¡Quieren romperme las muñecas! ¡Saben que no me estoy resistiendo!" Ataron un citurón de seguridad alrededor de sus muñecas que ya estaban esposadas firmemente. (Cinco años despúes, sus manos aún se adormecen de vez en cuando por el daño causado por las esposas apretadas).

En su nueva celda vacía y sin agua, Keys seguía empapado en gas lacrimógeno, encapuchado, encadenado y en ropa interior. Ocho horas después, la prisión lo trasladó a la ICE de Frackville, una instalación a unos 80 kilómetros al sur. Las temblorosas imágenes de las cámaras en la ICE de Dallas capturaron las extracciones de las celdas de los otros cinco presos que protestaron. Cuando se completó el proceso, las autoridades también trasladaron a Jacobs y a Stanley a otras cárceles del estado.

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Durante una reunión informativa después de las extracciones, los guardias informaron que Kays no había sufrido ninguna lesión. Sin embargo, los reclusos contaban otra historia. Jacobs dijo que él había quedado con un ojo morado, y en el video de su extracción, se puede escuchar a Locke gritando de dolor que los guardias le habían roto el brazo. En algún punto, el video de la extracción de Kelly se corta durante varios minutos mientras el guardia, al parecer, cambia las baterías de la cámara de video. Cuando el video comienza de nuevo, él grita: "¡Aquí hay un par de golpes más!"

Después de trasladar a los reclusos a diferentes prisiones, su caso permanece siendo un asunto interno, disciplinario. Algunos fueron condenados a pasar más tiempo bajo el régimen de aislamiento. En el ICE de Frackville, Keys esperaba poder comenzar de nuevo, pero el incidente lo sigió hasta esa prisión. En las cartas que le envío a su madre, Shandre Delaney, Keys escribe que los guardias lo privaron de comida y que tiene siete reportes de mala conducta por "atacar" a los guardias durante la extracción. "El juego no se acaba", escribió el 12 de mayo. "Pero querer es poder y sin duda no pueden acabar con mi voluntad o la voluntad de los que están a mi lado".

Dos días antes, la CDH presentó una denuncia penal ante el fiscal de distrito del condado de Luzerne sobre los hechos del 29 de abril. El fiscal de distrito David Pedri rechazó la denuncia, diciendo que carecía de "elementos para procesar" y la corroboración de testigos.

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Más tarde, Keys me dijo: "Mi pluma es mi principal medio de defensa". Él siempre la ha utilizado para presentar quejas y demandas sobre los abusos de los que ha sido víctima durante el encarcelamiento. En junio de 2010, frustrado por no haber podido llegar a los altos mandos con su protesta en la ICE de Dallas, Keys presentó una demanda, diciendo que él ha sido objeto de muchos "castigos crueles e inusuales" a manos de guardias.

Pero esta vez no se limitó a sólo señalar a los oficiales. Su demanda también incluía al secretario de correccionales estatales Jeffrey Beard, al subsecretario Michael Klopotoski y a la fiscal de distrito Jackie Musto Carroll. Todos ellos habían fallado en protegerlo del abuso, dijo, a pesar de sus innumerables cartas y quejas.

Unos meses después, la fiscal de distrito (FD), a quien Keys había demandado, respondió haciendo sus propias acusaciones. La FD acusaba a Keys y a los otros cinco reclusos extraídos por la fuerza de sus celdas el 29 de abril, por organizar un motín. La acusación conllevaba una posible condena de siete años más en prisión. La fiscal le levantó a Keys seis cargos más por hostigamiento agravado que, en conjunto, conllevan una sentencia máxima de 49 años. La fiscal dijo que él le había arrojado heces a los guardias que lo sacaron de su celda. (El video de la extracción no muestra esto). Los motines, por supuesto, generalmente se entienden como una actividad de grupo. La acusación no explica cómo un hombre puede amotinarse si se encuentra encerrado solo en una celda.

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Los acusados de inmediato consideraron los cargos en su contra como una represalia. La única explicación era que los reclusos estaban siendo castigados por denunciar el abuso de Isaac Sánchez. "Me sorprendente que un fiscal de distrito considere como una prioridad procesar una protesta no violenta llevada a cabo en la intimidad de una celda de aislamiento", dijo Carol Strickman, abogada de Servicios Legales para Prisioneros con Hijos. "En California, hasta donde yo sé, no hubo procesos penales relacionados con las huelgas de hambre de 2011 y 2013 en las que participaron más de 30 mil personas". Los seis reclusos se enfrentaban a una condena en prisión por una huelga pacífica, y durante los próximos cinco años se verían atrapados en un limbo de juicios, apelaciones y acuerdos con la fiscalía. Estos, que se hacían llamar los Dallas Six (Seis de Dallas), tratarían de mantener su compromiso de sacar a la luz las condiciones abusivas de su encarcelamiento, incluso si esto significaba que serían confinados a pasar más tiempo tras las rejas.

"Siempre fue un poco activista", me dijo la madre de Keys, Shandre Delaney, este mes de agosto. A los 56, Delaney es una mujer agradable, tiene el cabello canoso recogido en dos trenzas. Cuando me vio en el vestíbulo de mi hotel en el centro de Pittsburgh, se acercó con vacilación —una caída le había dañado la espalda hace unos años. A pesar de esto, había pasado el día anterior protestando contra la celebración del centenario de la Orden Fraternal de Policías, que se había programado para el primer aniversario del día en que Darren Wilson le disparó a Michael Brown en Ferguson, Missouri.

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Delaney crió sola a Keys y a su hermano, con un salario de secretaria en West End, Pittsburgh. Mientras tomábamos café, describió a su hijo de niño: un pequeño que devoraba libros de historia, le encantaba dibujar y siempre se preocupaba por los demás. Pero cuando estaba en cuarto grado, le gritó a un maestro. Lo que a un niño blanco sólo le significaba un simple castigo, dirigió a un muchacho negro al "camino de la escuela a la cárcel"como dijo Delaney. Keys, dijo ella, fue llevado ante un tribunal y acusados de cometer "amenazas terroristas". Esto comenzó un ciclo de programas de reforma, cada una más estricta que la anterior. Según Delaney, cuando todavía no llegaba a la adolescencia, un consejero le dio un puñetazo en el estómago y algunas personas lo insultaban con comentarios racistas. "Cuando creció, era malo y estaba loco. 'La gente te llama negro, te dice que no eres nada', decía él", me dijo Delaney. "Me siento muy mal cada vez que lo recuerdo".

En 1999, cuando Keys tenía 18, entró en el Cliffhanger Saloon, un bar en Pittsburgh con una reputación racista, y

sacó una pistola. Lo que sucedió después es motivo de debate. Delaney me dijo que su hijo trató de disparar al techo, pero el arma no se disparó. El periódico Pittsburgh Post-Gazette dijo que trató de asaltar el lugar. Sea lo sea que Keys haya intentado hacer, no lo logró. Los clientes lo golpearon tanto que terminó en el hospital con una conmoción cerebral. Luego fue acusado de robo.

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Keys pasó los dos años siguientes a la espera de un juicio en la cárcel. Mientras estuvo allí, afirmó que un guardia lo atacó durante la hora de la comida y él se defendió. Como resultado, a Keys se le imputó un cargo adicional por agravio, que lo puso en una posición en la que sintió que tenía que llegar un acuerdo en el que aceptaba la culpabilidad del robo. En 2001, a Keys se le dictó sentencia de cinco a 20 años de prisión y fue enviado al ICE de Mahanoy, a 400 kilómetros de su casa.

Delaney estaba decidida a no perder contacto con su hijo. "Durante años le escribí todos los días, y le envié libros cada semana", me dijo. "Me costó mucho dinero, pero lo hice sólo para que supiera que estaba ahí —para que siguiera fuerte". Con ganas de darle un poco de estructura intelectual, ella comenzó a enviarle trabajos sobre la historia de África, críticas del imperialismo estadunidense y ejemplares del Final Call, el periódico oficial de la Nación del Islam. Los guardias no veían al Islam como un equivalente del terrorismo, pero después de los ataques del 11 de septiembre, en 2001, comenzaron a apoderarse de los ejemplares del Final Call de Keys. Él presentó sus primeras quejas para recuperarlos. A partir de entonces, Keys documentó los ataques y abusos que presenció en la cárcel y ayudó a sus compañeros reclusos a que hicieran lo mismo.

Keys participó en otra huelga. Durante sus procesos judiciales, Keys estaba en el reclusorio de la ICE, una instalación a la que los presos apodaron el "Campo infiernal". Allí, Keys organizó una protesta por las escasas raciones de alimento negándose a regresar las bandejas de comida hasta que les sirvieran más. "Escribirle una carta a cualquier división del gobierno no es una alternativa razonable cuando un preso no ha comido en semanas", escribió más tarde sobre el incidente.

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En 2003, los guardias encerraron a Keys en la unidad de aislamiento de la ICE de Mahanoy, al parecer por tener una pelea con otro preso. Una vez allí, se le levantaron varios cargos por mala conducta por infracciones menores, como por cubrir el foco de su celda. Keys permanecería en solitario durante los próximos nueve años.

En 2008, transfirieron a Keys a la ICE de Dallas, donde poco después conoció a Andre Jacobs. En ese entonces, Jacobs ya era famoso entre los guardias de la prisión por ser parte de un grupo pequeño de presos quienes se habían representado así mismos en los tribunales y habían tendio éxito. A principios de ese año, con 27 años de edad, Jacobs ganó un caso contra el Departamento de Correccionales de Pensilvania; tuvieron que pagarle 115 mil dólares por destruir sus documentos legales. Su meticulosa actuación en la sala inspiró a Bret Grote de la CDH a convertirse en abogado.

El logro de Jacobs era aún más excepcional debido a su historia. Pasó su juventud entrando y saliendo de las cárceles, la primera vez que lo encerraron tenía 15 años y lo metieron a una cárcel para adultos, después de haber sido declarado culpable de posesión de drogas. Siendo un niño que apenas sabía leer y escribir, se embarcó en un curso vertiginoso de autoeducación.

Se hundió en el mundo de los libros, aprendió de todo, desde cómo anudar su corbata hasta filosofía y ciencia. Escribió febrilmente, terminó cinco volúmenes de poesía y una autobiografía. Consiguió pasar el examen de desarrollo de educación general y luego tomó cursos para convertirse en asistente legal.

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"Mi método ha consistido en recurrir a cualquier fuente que me pueda ayudar a crecer, porque lo que crece continuamente no puede morir", me escribió Jacobs. "Este principio se puede aplicar a la cárcel, las relaciones, uno mismo, o en la naturaleza. Pueden verter veneno en mis pétalos de rosa o cortar mi tallo, pero mis raíces están ocultas en un lugar que sólo yo conozco".

Jacobs había logrado llegar a la corte a pesar de las barreras de la Ley de Reforma del Litigio Penitenciario de 1996, que obliga a los presos a agotar el sistema de quejas antes de que puedan presentar cargos y los obliga a pagar 350 dólares para presentar sus denuncias. Además de demandar sobre el abuso del que eran víctimas, él y Keys tampoco tenían miedo de rendir un testimonio en los casos de sus compañeros de prisión, a pesar de que se podían enfrentar a una represalia. Después Mateo Bullock, un recluso en la unidad de aislamiento su celda en agosto de 2009, hicieron declaraciones juradas a la CDH identificando a los seis oficiales que, dijeron, habían provocado que Bullock se suicidara. Bullock era un enfermo mental condenado por asesinar a su novia embarazada, ya había intentado suicidarse al menos 20 veces antes de ser encarcelado.

Los reclusos dijeron que los guradias habían entrado a su celda pateando la puerta, se burlaron de él y le quitaron su medicamento psiquiátrico. Según su testimonio, cuando Bullock amenazó con suicidarse, los guardias lo trasladaron a una celda sin cámara. En la denuncia penal presentada por el CDH, Keys testifica que escuchó a un guardia presumir de haber hecho que Bullock se suicidara y decir que "le gustaría ver a otros internos suicidarse".

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La represalia por el testimonio no se hizo esperar. En cuestión de días, los guardias presuntamente arrastraraon a Keys a una jaula, exigiéndole que les dejara ver su "culo negro". En octubre, Jacobs dijo que saquearon su celda, y destruyeran documentos legales suyos. Aunque la denuncia de la CDH fue rechazada pronto, la familia de Bullock utilizó declaraciones de los reclusos para demandar al Departamento de Correccionales de Pensilvania. Finalmente llegaron a un acuerdo fuera de los tribunales por una cantidad no revelada. Para cuando el informe de la CDH dirigido a Jacobs llegó a la prisión en abril de 2010, los guardias ya habían mostrado su enojo con los denunciantes durante meses. No sólo los reclusos habían avergonzado a los oficiales, sino que también le habían costado dinero a la prisión. A pesar de todo esto Jacobs se matuvo firme. "El Departamento de Correcionales puede… continuar fastidiándome por ejercer mis derechos", escribió poco después de su victoria legal en 2008. "Pero nunca dejaré de resistirme porque vivo y muero por mis principios. Ése soy".

Jacobs dice que ha pasado los últimos 14 años en régimen de aislamiento, y que supuestamente está en la Lista de Liberacion de Aislamiento Restringida de Pennsylvania, la cual se mantiene en secreto. Los casi cien prisioneros en la lista han sido acusados de asalto, fuga o de ser "una amenaza para el funcionamiento ordenado de las prisiones", aunque Jacobs afirma que también se utiliza como represalia contra los denunciantes. (En 2006, después de que un preso en una celda vecina mueriera tratando de huir, Jacobs fue declarado culpable por conspiración). Una vez en la lista, un recluso sólo puede ser liberado del aislamiento si los altos mandos del Estado así lo ordernan. Según Jules Lobel, presidente de la junta directiva del Centro para los Derechos Constitucionales, el procedimiento para la liberación del aislamiento de estos reclusos es arbitrario y carece de normas. "Para muchos de estos chicos, no hay ninguna salida clara", le dijo al Pittsburgh Post-Gazette en 2012. "Lo que hace que pierdan la esperanza".

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"A pesar de que tienen presos nuestros cuerpos aquí, nosotros somos dueños de nuestras mentes", me dijo Kesy cuando lo visité en agosto en la ICE de Forest, donde ahora se encuentra encarcelado. Un hombre flaco, de buen ver, se había afeitado sus rastas con el fin de verse menos "agresivo" en el tribunal, para cuando el juicio por los cargos falsos por la revuelta comenzara a finales de mes. Durante los últimos cinco años, las audiencias sobre el caso se han desarrollado a un ritmo muy lento. Los acusados peresentaron muchas mociones para desestimar, pero todas fueron negadas. Los fiscales lucharon para que no se mostraran los videos de las seis extracciones en los tribunales, alegando que eran "inadmisibles porque eran irrelevantes". En julio de 2013, Jacobs solicitó que se reprogramara el juicio porque los videos no estaban disponibles para los reclusos en juicio. Por esas fechas, también desecharon la demanda que interpuso Keys en 2010 contra los funcionarios de la ICE de Dallas y la fiscal de distrito. Al mismo tiempo, la prensa local publicó artículos con cierto tono despreciativo, diciendo que las condenas eran algo que se veía venir.

Durante este tiempo, los hombres trataron de mantener un frente unido. En El precio que pagan los hombres, un libro en el que Keys habla sobre el incidente, él escribió: "En 2010, cuando seis hombres negros cubrieron las puertas de sus celdas, Jim Crow convocó a un Escuadrón Antidisturbios para utilizar gas pimienta, Taser y golpearnos hasta que sangráramos. Esto sucedió no porque hubiera una 'revuelta' real, sino por el miedo a la 'unidad de los negros'". Pero a medida que pasaban los años, los internos comenzaron a distanciarse, anhelando ya no estar bajo la la amenaza de pasar más tiempo en prisión. Kelly fue el primero en declararse culpable. En 2011, había llegado al máximo de su condena, pero aún estaba en una cárcel local, en espera del juicio por el nuevo cargo de haber participado en la evuelta. Finalmente, no pudo más y aceptó un acuerdo con el fiscal. Nadie del Dallas Six ha sabido algo de él desde entonces. Después, en marzo de este año, Stanley llegó a una negociación acordada con la fiscalía. Al mes siguiente, a Locke se le eliminaron los cargos por la revuelta a cambio de una condena por delito menor de conducta desordenada. Sólo Jacobs, Keys y Peters seguían luchando contra los cargos. (En 2013, a Peters, quien afirma ser un ciudadano del Imperio moro detenido como prisionero de guerra, se le evaluó su capacidad mental y se le encontró en condiciones saludables para el juicio). Finalmente, se programó que los tres hombres estarían frente al jurado el 24 de agosto de este año.

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La ICE de Forest está a dos horas de Pittsburgh, la ciudad más cercana. Su sala de visitas se asemeja a un gimnasio de escuela, y un rincón está decorado con caricaturas para indicar donde los reclusos pueden jugar con sus hijos. Hay una máquina expendedora donde los visitantes pueden comprar alimentos para los reclusos. Los reclusos tienen prohibido acercarse a ella, un guardia nos llamó la atención cuando Keys se inclinó a mirar qué quería. Le compré palomitas y un jugo de arándano. (En sus casi 17 años en prisión, afirma que rara vez ha visto un vegetal). Se acercó despacio, como si tuviera una lesión mal cuidada.

Según Keys, la extracción del 29 de abril de 2010, no era lo peor que había tenido que soportar. Las extracciones eran parte de la rutina de la mayoría de las ICEs, golpean a los prisioneros con el pretexto de que es un procedimiento estándar. En 2007, durante su primera extracción, dijo que los guardias golpearon su cabeza contra la base de metal de la cama. Durante otra extracción, afirmó que le pisotearon la cara y le rompieron la nariz. Tiene dos cicatrices pequeñas como evidencia. Otras veces, los guardias presionaban sus tasers contra su piel desnuda. Aprendió a utilizar su colchón para protegerse de las descargas eléctricas, y envolvía sus rastas con una camiseta para evitar que se las arrancaran.

Las extracciones son un estándar, apenas una parte cuestionable de la encarcelación en masa que ocurre miles de veces al año. Aunque es una vieja tradición, comenzaron a ocurrir con más frecuencia durante el auge de las prisiones de máxima seguridad en los años 1980 y 1990. Los guardias se convirtieron en guerreros, armados y blindados. Pocas normas regulan las extracciones, y de acuerdo con Jeffrey Schwartz, consultor de correccionales, sólo 20 por ciento de las extracciones que se llevan a cabo son necesarias. Aunque frecuentes, las lesiones que sufren los presos durante las extracciones no son supervisadas por ninguna agencia gubernamental. En 2010, un recluso en una prisión de máxima seguridad en Tennessee murió por asfixia debido a la fuerza que se le aplicó para controlarlo durante la extracción. El médico forense dictaminó que fue un homicidio, pero no hay cargos penales o disciplinarios contra los funcionarios de la prisión.

Ese incidente se grabó en video al igual que las extracciones en la ICE de Dallas, pero no hizo mucha diferencia. Los videosdeberían utilizarse como evidencia. En el caso de los Dallas Six, las grabaciones contradicen la acusación más grave que enfrenta el grupo: el cargo por el grave delito de hostigamiento agravado de Keys por presuntamente arrojar heces a los guardias. No sólo no se ve en el video, sino que los guardias no lo mencionaron durante su interrogatorio. Keys dijo que cuando pidió que se hicieran pruebas de ADN utilizando los uniformes de los guardias, primero la prisión lo postergó, luego afirmaron que habían perdido los uniformes.

Con los años, Keys ha mantenido su compromiso de luchar contra los cargos para llamar la atención sobre las condiciones en las cárceles de Pensilvania. "Nuestro juicio es importante porque expresa un lado oscuro de EU que los ciudadanos en general piensan que sólo ocurre en los campos de detenidos militares", escribió en El precio que pagan los hombres. Pero los cargos por disturbio y hostigamiento agravado no lo dejan en paz. Keys dijo que constantemente fueron utilizados como justificación para negarle la libertad condicional. Aunque él cree en su inocencia y que lo que los Dallas Seix han hecho es justo, anhela su libertad. Ha pasado 16 años encarcelado. Anhela comer comida de verdad, navegar en internet (nunca lo ha hecho), empezar su vida de nuevo.

A principios de este año, el fiscal le ofreció un trato a cambio de que aceptara su culpabilidad: Si aceptaba el cargo por hostigamiento, podía no pasar más tiempo en prisión. Pero también significaría confesar un crimen que no cometió. Él se había dedicado a denunciar el abuso del que él y otros reclusos en aislamiento eran víctimas, pero, ¿estaba dispuesto a pasar más años en el infierno por defender ese principio?

Jacobs aún no ha salido del aislamiento. Debido a esto, cuando fui a visitarlo la semana anterior al juicio, no se nos permitió platicar con él mas que por teléfono a través de un panel de vidrio. A los 33 años, Jacobs está calvo y tiene un pequeño bigote. Traía puesto un unfirme rojo, tenía las piernas encadenadas y las manos esposadas. En la sala de visitas en la Correccional del condado de Luzerne, donde Jacobs se encontraba recluido, los cables de los teléfonos estaban demasiado cortos, y Jacobs pasó los 45 minutos de nuestra visita en una pose que parecía dolorosa tratando de mantener el teléfono cerca de su oreja.

"Los guardias necesitan saber que los prisioneros en aislamiento valen", me dijo Jacobs cuando le pregunté qué es lo que se tiene hacer para ayudar a los que se encuentran en la misma situación. Describió a los reclusos en aislamiento como sujetos impotentes, objetos de un abuso sin consecuencias. Para romper el patrón, los prisioneros necesitan hacer eschucar su voz y declarar que valen, además de tener gente allá afuera que los defienda. Sin embargo, Jacobs mira con recelo a los grupos de activistas, que según él utilizan la miseria de los presos para promover sus propias organizaciones, dejando que los reclusos hagan frente a las represalias solos. Se mostró escéptico acerca de la CDH, y de Keys por considerar llegar a un acuerdo con el juez. Me dijo que iba a luchar contra los cargos hasta el final, porque defender una causa significaba hacer un sacrificio.

"¿Juegas ajedrez?", me preguntó Jacobs a través del cristal. Explicó que en el ajedrez, cuando uno está en una posición débil, la mejor táctica es posponer. Esperar, para que el enemigo se agote con maniobras sin sentido, y luego, atacar en el momento que cometa el más minimo error. Para Jacobs, el estado era como la parte débil en un juego de ajedrez, esperando por tiempo indefinido a que los internos cometieran un error o cedieran su vicrotia. Él no iba a dejar que ellos ganaran.

En la mañana del 24 de agosto, me dirigí al condado de Luzerne para asistir al juicio de los tres últimos miembros de los Dallas Six. En la escalinata del palacio de justicia, los partidarios habían organizado una conferencia de prensa. Cuáqueros, ambientalistas, varios representantes de las congregaciones judías y activistas negros de la CDH apoyaba a las mujeres que han amabo y procurado a los Dallas Six todo el tiempo que han estado en prisión. Delaney estaba con la cabeza en alto. Durante los últimos diez años, había dedicado su vida a asegurarse de que nadie olvidara a su hijo y a los hombres como él. Ella sostenía una pancarta que decía: "Defiendan a los que denuncian los abusos. Defiendan a los Dallas Six". La ex esposa de Peters dio una declaración con un ligero acento francés. Ellas estaban orgullosas de sus seres queridos por alzar su voz en contra de la prisión, pero también estaban profundamente heridas por todo lo que ellos habían sufrido.

No sabían lo que sucedía en la corte. Mientras se seleccionaban a los miembros del jurado, los partidarios de los Dallas Six se sentaron en el pasillo y esperaron. No se le permitía a la prensa ni a los familiares estar en la sala del tribunal durante el proceso. El palacio de justicia en Wilkes-Barre era precioso, la luz del sol brillaba sobre la cúpula de piedra color rosa, que está adornada con la imágen de las mujeres alegóricas que representan el derecho civil, penal y común.

Después de unas horas, el abogado de los acusados, Michael Wiseman, salió, y los partidarios se reunieron a su alrededor. Adentro, por fin Keys había visto el video de su extracción que las cámaras que estaban fuera de su celda habían grabado, video cuya existencia la prisión había negado previamente. En ellos, confirmaba lo que siempre supo: No había arrojado nada. Los cargos por hostigamiento agravado eran mentiras.

De nuevo los fiscales los presionaron para que se declararan culpables, pero estos se negaron e insistieron en una nueva prórroga para poder integrar nuevas pruebas en su defensa. La fecha del juicio se reprogramó para el 1 de febrero 2016.

Unas semanas después, Keys me llamó. "No sé cómo describir lo que sentí [al ver las cintas]", dijo. "Es como una recreación de todo el asunto, pero es un alivio". Más tarde ese día, su madre me envió una foto de los tres miembros restantes del Dallas Six afuera del palacio de justicia en Wilkes-Barre. En la foto, los tres estaban juntos de pie, sus esposas ocultas por los trajes que sus seres queridos habían planchado para la ocasión. Parecían hombres libres, los guardias detrás de ellos no eran más que sombras.