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Cultură

¿Quién te quiere, Bashar?

El sábado 20 de octubre, del otro lado del Sena frente a la Torre Eiffel, unos 40 manifestantes con pancartas y silbatos se reunieron en torno a una enorme bandera siria para mostrar su apoyo al presidente del país.

Un joven llamado Florent muestra su apoyo a Bashar al-Asad. Es la segunda vez que sale a protestar a favor del régimen.

El sábado 20 de octubre, en los jardines de Trocadero en París, del otro lado del Sena frente a la Torre Eiffel, unos 40 manifestantes con pancartas y silbatos se reunieron en torno a una enorme bandera siria para mostrar su apoyo al presidente del país. En las fotografías de las pancartas se veía a Bashar al-Asad con un traje gris y una sonrisa de come-mierda.

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Mientras caminaba hacia el grupo, abriéndome paso entre otras dos manifestaciones en la misma plaza (una por la independencia del Sahara Occidental, la otra re- lacionada de alguna forma con Costa de Marfil), me sentí abrumado por una enorme cantidad de imágenes de Asad, a quien gran parte del mundo acusa de más de 20 mil muertes en los últimos 20 meses de guerra civil en Siria. Las personas aquí reunidas eran algunas de sus más grandes fans.

Saïd, un francosirio de treinta y tantos que se negó a darme su apellido, dijo que admira el estilo de Asad y todo lo demás: “Sólo mira su traje, tiene estilo”. Saïd me dijo que él y su familia han apoyado a Asad desde el comienzo de la revolución. Su madre es sunita y su padre es cristiano, y está convencido de que sólo Asad puede mantener la secularidad del estado. “Con Bashar, las distintas religiones pueden coexistir. Si los estadunidenses ayudan a derrocarlo, eso se acabará. Los salafistas tomarán el poder y matarán a todos”.

Es verdad que estos manifestantes tienen mucho que perder si las facciones religiosas se quedan con el control del país. Muchos tienen relación con las familias de oficiales del régimen, sirios cristianos y miembros de la secta alauita de Bashar. Cualquiera de estos grupos podría terminar siendo perseguido si se impone una ley islámica en el país.

Nordine, un piloto del ejército francés de origen sirio, llegó a la manifestación con su uniforme militar y traía una gorra decorada con la bandera siria. “Estudié y aprendí mi profesión en Estados Unidos, para proteger y servir a mi país”, me dijo. “Como sirio alauita hago lo mejor que puedo para proteger a mi gente de los bárbaros”. Cuando le pregunté a qué grupo consideraba más bárbaro en su tierra natal, su respuesta fue inmediata: “A aquellos que matan a mujeres y niños. Salafistas, saudíes, cataríes”. Hizo una pausa. “Y judíos”.

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Detrás de Nordine, un grupo había comenzado a aplaudir y cantar. Después de nuestra conversación, Nordine caminó hacia ellos y tomó el mando. Con un canto más masculino entonó una amenaza contra el presidente de Francia: “¡[François] Hollande, vete a casa, Siria no te pertenece!” Todos reunidos junto a la enorme bandera siria empezaron a gritar algo nuevo y un tanto críptico: “[Canciller francés, Laurent] Fabius, ¿la ONU en Siria? ¡No hay lugar para fascistas en nuestro país!” Esto pareció confundir a muchos manifestantes, que no hicieron más que seguir aplaudiendo y sonriendo.

Tres mujeres sirias que viven en París, posan para su dictador favorito.

Florent, un francés de 17 años con frenos, cantaba con tanta fuerza que empezó a irritar a la madre siria que estaba parada junto a él. “Mis padres están de acuerdo conmigo, pero no están aquí”, me dijo. “Es la segunda vez que muestro mi apoyo al ejército sirio”. Dijo que fue a la plaza tras leer sobre la manifestación en los foros de la página de videojuegos, Jeuxvideo.com. Le pregunté si los otros miembros del foro comparten su apoyo a Asad, y balbuceó su respuesta, intentando no perder la compostura. “En Jeuxvideo.com se habla de muchos temas: música, películas, política… No todos tenemos la misma opinión. Soy de los pocos individuos políticamente activos”, me dijo. “¡Pero cuando tenga edad para votar, mi voto no será para la izquierda!”

Noventa por ciento de la gente era de Medio Oriente, y el resto eran activistas de extrema derecha, muchos de ellos asociados con la Égalité et Réconciliation de Alain Soral, una facción con vínculos al xenófobo Frente Nacional. Estos activistas no dejaban de repetir “¡Vamos, Siria!” y aplaudían sin parar, sabiendo que la comunidad siria no los quiere.

Después de un rato, casi olvido que estas personas apoyan a un régimen acusado de crímenes de guerra: como era el único periodista presente, los manifestantes me consideraban su amigo. Varios me dieron la mano, entre ellos una chica de 15 años con un traje camuflajeado, dos chiitas mayores y una mujer de mediana edad con un letrero a favor de Gadafi. “Él representa la libertad del pueblo árabe”, me dijo. “Nunca se sometió al imperio norteamericano-sionista. Igual que yo”.

Para ese momento, ya llevaba casi dos horas en la lluvia. La manifestación se estaba convirtiendo en una serie de discusiones entre manifestantes (“¡Idiotas de la ONU!”, gritó alguien), así que decidí que era hora de partir. Camino a la estación de metro, me encontré con otra manifestante: una mujer mayor muy amigable que quería explicarme lo que la había llevado a la plaza.

Era cristiana y su familia todavía vive en Damasco. “He estado ahí cuatro veces desde que empezó la guerra. Es horrible”, me dijo. “Vi a la gente morir frente a mí. Lloré durante todo el vuelo de regreso. Los rebeldes matan a cualquiera”. Tras nombrar a todos los países involucrados en el conflicto de Siria, concluyó: “Sabes quién está detrás de todo esto, ¿cierto?” Oh no, pensé. “Son ellos, como siempre. Los judíos”.