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Cultură

Balada de Testaferro

Un adelanto del nuevo libro de Paul Medrano.

No era del polvoriento Zacatecas. Ni de la fresona Puebla. Ni del cabreado Monterrey. Ni del arcaico Guanajuato. Ni de la agringada Reynosa. Ni del infernal Mexicali. Ni de la nebulosa Xalapa. Ni del pazguato Querétaro. Ni de la húmeda Villahermosa. Ni del insípido Apizaco. Ni del pedregoso Taxco.

No. No era de ahí.

Tampoco era de Pachuca, ni de Celaya, ni de Salamanca, ni de Tamazunchale, ni de Coatzacoalcos, ni de Durango, ni de Morelia, ni de Campeche.

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No era de ahí. Y de haber sido de alguno de esos lugares, no habría sido relevante.

Lo importante es que llegó a El Purgatorio una tarde en que las garzas de pico morado comienzan a llegar a estas tierras para huir de los perros pastores que las confunden con lobos árticos. Esos canes, obsesionados con acabar con todo aquello que moleste a las ovejas, confunden a las aves con depredadores. Mas los perros no saben que los lobos, en esa época, se encuentran muy ocupados en los menesteres propios de la preservación de su especie. De modo que los perros pastores atacan a las garzas y por eso las aves prefieren volar siete mil kilómetros al sur hasta llegar a las tierras del desodorante y agua de coco.

Como teníamos varios meses sin verlo en El Purgatorio, lo saludamos con el mismo ánimo con el que los lobos árticos abordan a las lobas. Cuando terminó el medio siglo de salutaciones, me di cuenta que cargaba una bolsa del supermercado.

—¿Qué llevas ahí?— Le pregunté, curioso. —Es una sorpresa.— Respondió. La última vez que escuché la palabra "sorpresa" me fue muy

mal. Caminaba por unas calles del centro, con varios litros de ron en mi cañería sanguínea, cuando encontré a una mujer. Me pidió un cigarro y, como pude, lo saqué del pantalón. En sus manos tenía un encendedor amarillo con letras rojas. Lo encendió y sacó una larga bocanada de humo como las que suele emitir el Kílauea. Gracias, dije, como para recordarle que me debía al menos 5 minutos de agradecimiento. Te voy a dar una sorpresa, respondió. Y al instante sentí que un F-16 me rebanaba el cráneo. Cuando desperté, estaba molido a golpes, sin zapatos, sin cartera, pero con una resaca digna del récord Guinness.

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Y ahora este hombre esperaba que mi entusiasmo se elevara con una sorpresa guardada en una bolsa de supermercado. No. En la vida real las cosas no funcionan así. La vicuña no es nerviosa por una sobredosis de metanfetas; la ardilla no es hiperactiva porque quiera llamar la atención. No. Ambas especies evolucionaron a punta de sorpresas desagradables, hasta llegar al punto de vivir con los nervios al límite. Sólo así sobrevivieron a los colmillos de sus depredadores. Y sólo así he sobrevivido a las sorpresas.

Casi al final de la noche, luego de varios litros de whisco, abrió la bolsa y sacó su contenido. Eran varios libros envueltos como tacos para llevar. Tomó uno de los ejemplares y me lo dio.

—Este es para ti—, dijo, mientras repartía los libros como los panes de la última cena.

Tomé el regalo y vi el título: Parábola de la desdicha. No recuerdo el autor. Pero esa noche, luego de tanto whisco; de asimilar una buena sorpresa; de observar a las garzas de pico morado; esa noche alguien robó mi libro. Al día siguiente, al despertar con una cruda diabólica, recordé el regalo extraviado. De puro coraje me puse a leer el diccionario. Pero antes, desperté a la mujer que había dormido conmigo y le di sus buenos días debajo de las sábanas.

***

El Purgatorio era una cantina con una tradición olímpica. Ubicada cerca del centro, su músculo eran las bebidas mezcladas con agua de coco: whisco (hielo, whisky y agua de coco), ronco (hielo, ron y agua de coco), vodco (hielo, vodka, agua de coco, un poco de limón y sal) y el martinico (martini con agua de coco).

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Por si eso no fuera suficiente, El Purgatorio era de las pocas cantinas de México que servían las cervezas Parna y Zanca. La Parna es una cerveza clara de sabor tropical, consistencia ligera y cuerpo noble. En cambio la Zanca, mi preferida, es oscura, de sabor imponente, inolvidable. Si alguna vez viajan al sureste, no pierdan la oportunidad de buscar estas cervezas artesanales.

El dueño de El Purgatorio era un médico jubilado de la medicina, pero no del alcohol, que se llamaba Felipe. Una noche en que la humedad llegaba a niveles radioactivos me puse a beber hileras de whisco formados en la gran barra de El Purgatorio. Felipe me contó que el nombre de El Purgatorio lo había retomado de una cantina cubana llamada La Divina Comedia, la cual estaba divi- dida en tres zonas: el Infierno, el Purgatorio y el Paraíso. A Felipe lo cautivó de tal forma el ambiente que se vivía en El Purgatorio, que lo incitó a abrir su propia cantina. También me contó que existía un libro llamado La Divina Comedia, dividido en Infierno, Purgatorio y Paraíso. Además, dijo Felipe, el nombre de Purgatorio también tenía que ver con el giro del lugar, ya que ahí se servían purgas para el espíritu.

El Purgatorio era amplio y agradable. Paredes de adobe y techo de madera. Sus cuatro ventiladores de techo amainaban el calor de la ciudad. No tenía lujos, pero sí una apariencia ladina que apantallaba hasta los clientes más chocantes. Además, a través de sus ventanas llegaba el olor a brisa marina y a mariscos, porque junto a la cantina había pequeñas marisquerías que ofrecían todo tipo de animales recién deportados del mar. Los olores eran trampas con filosas tenazas. Para que llegaran las víctimas sólo era cuestión de esperar la marcha del minutero.

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Lo del agua de coco como concepto se debía a que, según Felipe, la composición de esa bebida era parecida a la sangre humana. Dijo que, según la literatura médica, durante la Segunda Guerra Mundial, cuando en los frentes de batalla escaseaba el suero intravenoso, los médicos usaban agua de coco en los equipos de venoclisis.

Para que el agua esté en su punto, debe provenir de un coco de cuchara; es decir, un coco de pulpa gelatinosa que puede desprenderse con una cuchara sopera. Si la consistencia es como de esperma, entonces el coco es de media cuchara y su agua será un tanto insípida. En cambio, si la carne es sólida y crocante, es porque el coco ya está maduro y el líquido que contenga tendrá un sabor fuerte, como tuba rebajada. El coco de cuchara está en un punto medio entre verde y maduro. Eso se ve reflejado en el sabor de su agua: ni dulce como jalea, ni simple como biznaga. Tiene el toque exacto de pureza y de sabor a palma.

Según Felipe, el alcohol mezclado con agua de coco deja menos resaca. Incluso si se toma en exceso. Yo no lo sé, ni me importa. Lo que me gusta del agua de coco es que le da un sabor edulcorado a mi semen. Eso lo han dicho mis amantes, quienes se lo han bebido como vino de consagrar.

Balada de Testaferro se presenta este jueves 9 de marzo en el Valiant Pub, en Humboldt, colonia Centro.