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Sexo

Mi historia con un cura pedófilo en un colegio de varones

Una ciudad fría y oscura en el sur de Chile, un adolescente que desapareció sin dejar rastro y un sacerdote en el ojo del misterio. Esta es la historia de Rimsky Rojas contada por una de sus víctimas
Por Gonzalo Ramirez

Artículo publicado por VICE Argentina

Éramos adolescentes de 14 a 18 años. Es algo que nos repetían casi a diario en el buenos días, aquél sermón que nos daba cada mañana antes de entrar a clases Rimsky Rojas, director, profesor de Filosofía y guía espiritual en el centro de la comunidad salesiana de Punta Arenas. Un hombre de 1,70 de alto con apenas 40 y tantos kilos encima. Una figura andrógina, envuelta en una sotana negra y un carácter enérgico que comandaba y controlaba nuestras vidas.

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Éramos adolescentes en la época del Brit Pop, en los últimos rescoldos del Grunge. Vivíamos en una ciudad con un invierno que en sub punto más crudo alcanza las 17 horas de oscuridad y una temperatura media bajo cero durante cuatro meses del año. Un mundo agreste, una ciudad gris. La mayor tasa de intentos de suicidio en todo Chile.


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En ese mundo oscuro y frío solo teníamos alcohol, Blockbuster, música y deportes para evadirnos. A pesar de toda la mierda que había a nuestro alrededor, la vida seguía y queríamos vivirla.

En una ciudad que no paga impuestos por el alcohol, era baratísimo emborracharse. Bebíamos vodka ruso, whisky escocés de 12 años añejado en barricas de roble, también bebíamos alcoholes argentinos de dudosa procedencia (gaitero sabor vodka con naranja), accesibles en cualquier botillería de cualquier esquina.

Con amplio acceso al alcohol y con 17 años, las intoxicaciones eran comunes, tan comunes para todos que cada invierno moría un puñado de personas por quedarse dormidas, borrachas, en la vía pública. Muertos de hipotermia por el frío nocturno o ahogados en su propio vómito.

Aun así teníamos a un salvador, Rimsky Rojas, que patrullaba las noches magallánicas rescatando a sus ovejas descarriadas y borrachas, sacando a los que estaban detenidos en la policía local por embriaguez en la vía pública o recogiendo a quienes estaban inconscientes en la calle. Era el salvador, sí, aunque el costo por ser salvado podría ser, quizás hasta más alto.

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Rimsky venía de Africa: había estado misionando en el continente negro por un año, pero casi al pisar esas tierras había sido infectado por la malaria y pasó el año completo internado en un hospital, ardiendo en fiebre y remojándose en su propio sudor. Por ello no lograba pesar más de 50 kilos. Antes de ello había estado en Valdivia, aunque de eso no nos hablaba, sólo los rumores que llegaban a nuestra ciudad decían que había arrancado por acusaciones de violación, pero esas cosas siempre persiguen a los curas y no hacíamos muchos caso. Siempre hay rumores de pedofilia, así que aparte de ser un rumor, nadie se lo tomaba realmente en serio.

El Padre Rimsky era autoritario en extremo, una característica que contradecía su escuálida figura. Tenía tan mala vena que se decía que había partido un escritorio de un golpe mientras retaba a un alumno. No permitía que hiciéramos nada que pudiese afectar la imagen del colegio. Recuerdo una vez que atravesó su automóvil en la acera, sacó su cabeza por la ventana y me amenazó con apagarme el cigarrillo en el ojo si no lo tiraba inmediatamente. No fue necesario: se me cayó de la boca.


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Lo vi tomar del pelo a un compañero y azotarle la cabeza contra la mesa, pero aun así para nosotros todo eso era normal. Era su carácter y nosotros, su rebaño. La comunidad lo aceptaba de buena gana. Habíamos normalizado una conducta que para otros podía resultar chocante, pero para nosotros era normal, tremendamente normal. Ahí radicaba el peligro, que habíamos dejado de percibirlo.

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Nadie organizaba el Te Deum como él, 200 adolescentes de hálito alcohólico haciendo vibrar la catedral con sus voces. En esos momentos te sentías parte de algo, de una historia, de un colegio con más de 100 años de existencia. Te sentías orgulloso de ti, de tus compañeros y de él. En el fondo para nosotros no era tan malo, era sólo alguien enérgico y capaz. En mi fuero interno, lo admiraba. Era la representación de la Ira de Dios para mí.

Cada mes debíamos confesarnos por obligación, aunque luego el mismo Rimsky Rojas usaba tus confesiones para chantajearte. Te apuntaba con el índice en el sermón del buenos días diciéndote: “Sé que hiciste el fin de semana, después pasa a mi oficina”. Si no se lo habías dicho tú mismo en la confesión, alguien te había delatado. La omertà solo existe en la mafia, no en los colegios católicos. El tamaño del chantaje dependía de la gravedad del cuento. Creo que en realidad se trataba de una prueba, una especie de tanteo para saber qué tanto poder tenía sobre ti.

Muchos quedaban encerrados a solas con él, en su juego. Y confesaban. A mí siempre me delataron, jamás conté nada que me incriminara. Como buen católico negué siempre todo, negué las acusaciones en su oficina, negué cuando llamó a mis padres, negué tanto que me lo creí, lo suficiente como para que mis padres me creyeran y lo enfrentaran por acusaciones falsas, por acoso escolar, por violencia contra los alumnos. Negué tanto que mi padre lo amenazó con contactar a sus amigos curas de otra orden. Se excusó con una sonrisa y jamás volvió a intentar chantajearme.

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"Aquellas sucias mujeres que han recorrido la meca, la seca y la remojá, no los merecen, las he visto en las esquinas paradas como prostitutas. A pesar de que la iglesia se opone, por favor, si van a estar con una de aquellas sucias usen preservativos" decía Rimsky en sus clases, en confianza, refiriéndose a las alumnas de los dos colegios salesianos de mujeres en la ciudad.

Era poco lo que teníamos a mano para evadirnos. Si no conoces la pampa magallánica, no conoces el real significado de la soledad. Kilómetros y kilómetros de pampa, pasto coirón mecido por vientos fuertes que jamás dejan de azotar. Nadie en kilómetros a la redonda, el único corazón que late ahí, es el tuyo.

En ese tiempo compré el Mellon Collie and the Infinte Sadness, un disco que venía ad hoc a todo lo que sentía: melancolía y una infinita tristeza. Nuestra banda sonora incluía Radiohead y su Ok Computer y Pearl Jam con VS. Incluso Illya Kuriaki and the Valderramas con Chaco, nos causaba tristeza. ¿cómo no íbamos a sentir la melancolía en ese ciudad, en esos años?


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Éramos adolescentes, nos presionaban, nos hostigaban y estábamos molestos, tristes e irascibles. Eran los tiempos de Trainspotting y Kids. Todos queríamos ser Renton, pero no teníamos heroína, ninguna droga dura llegaba a nuestra ciudad. Sólo algunas pastillas de chicota, pero eran difíciles de encontrar, las que tuve me las descubrieron antes de consumirlas. Bebíamos alcohol como veteranos; en cada uno de nuestros pasatiempos el alcohol era protagonista. Nos entreteníamos haciendo lo que todo adolescente hace, disparando rifles de aire comprimido contra autos estacionados, compartiendo porno en disquetes de 3 y medio, escenas pixeladas de una internet aún que iba a dos por hora.

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En cuarto medio (último año del secundario o preparatoria) nos tocaba asistir a un retiro espiritual, una suerte de viaje grupal y a la vez interior para encontrarnos con nosotros mismos, claro, en una casa de la congregación en las afueras de la ciudad.

Extrañamente en ese retiro nos dejaron abiertas las puertas del vino: bebimos todo lo que pudimos hasta solo dejar una copa para la misa. Quizás contaban con que nos embriagáramos, pero no contaron que teníamos ya un historial de alcoholismo incipiente y que nuestra resistencia etílica se había incrementado con el paso de los meses.

Un grupo de adolescentes, varias botellas de vino, un grupo de curas y una casona aislada de la ciudad. ¿Qué podría salir mal?

Nos hablaron de sexo, obviamente, como era normal. Nos animaban a contar anécdotas sexuales, sueños eróticos, fantasías. "Es parte de la vida, parte del crecimiento", decía Rimsky. Luego nos retaban a que nos sentáramos en las piernas los unos a los otros, para ver quién tenía erecciones.

Estábamos más vividos que eso y simplemente nos miramos con extrañeza y nos negamos. Ninguno habíamos pasado por “esa etapa de la sexualidad” y si alguno lo hizo guardó silencio. Durante los confesionarios de Rimsky siempre nos hizo hincapié en confesar si habíamos tenido algún sueño homosexual o dudas de nuestra sexualidad. Ellos, claro, sabían como ayudarnos. Así como Rimsky ayudó en Valdivia al menos a una docena de adolescentes confundidos con su sexualidad.

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Sobrevivimos a eso. Sobrevivimos al alcohol en ráfagas y a los pedófilos, pero no todos lo hicieron. Uno de nosotros, al menos, no.

Pudo ser Pimentel, nuestro compañero, aquel al que Rimsky azotó contra la mesa. Jamás conocí la casa de Pimentel. Los fines de semana nos encontrábamos en la entrada de la disco un poco borrachos. Pimentel era un prodigio en matemáticas y el ajedrez. Había sido varias veces campeón en las olimpiadas de matemáticas, pero era un joven problema, aparte del alcohol que teníamos todos, estuvo involucrado en pequeños robos, falsificación de billetes (con un escáner y una impresora casera) y el robo y choque del automóvil de sus padres, lo que lo dejó finalmente sin ceremonia de titulación. Rimsky lo tomó como una cruzada personal. Creo que incluso fue su apoderado, pero él sobrevivió, hoy está obeso y calvo, pero vivo.

Podría haber sido Burgos, cuyo padre estafó a más de una docena de personas en la ciudad y escapó dejándolo tirado en le camino. Rimsky tomó un avión y fue a buscarlo, lo llevó a su casa y lo crió por un año. Burgos fue el primer metrosexual que conocí, se echaba base de maquillaje para taparse el acné, se depilaba las cejas y se sacaba la barba con cera depilatoria. Bromeábamos con que para poder salir de la casa de los curas debía pasar pieza por pieza haciendo felatios. Después de todo, quizás no estábamos tan equivocados. Una vez que dejamos el colegio no supimos más de él per supongo que está vivo en alguna parte.

Dos años más tarde, un alumno del colegio desapareció sin dejar rastro. Lo vi muchas veces en el recreo. Nosotros apostábamos dinero durante los recesos, ya fuera con dados, ruletas o cartas y ese muchacho apostó algunas veces y nos quedamos con su dinero. Él no tuvo nuestra suerte. Los dardos apuntaron a Rimsky, aunque siempre negó todo, como buen católico. Su nombre era Ricardo Harex y aparte de Rimsky, es el único nombre verdadero que encontrarás aquí.

La teoría que se investiga es que Rimsky lo recogió borracho y se lo llevó a su casa, intentó violarlo y Harex se resistió y murió, ya sea porque cayó de las escaleras, ya sea por golpes. Sin un cadáver es imposible que sepamos la verdad.

Diez años después de la desaparición de Ricardo encontraron osamentas humanas en la ciudad, junto al cementerio, y a la semana Rimsky Rojas puso fin a su vida con una soga al cuello. Los que lo conocimos sabemos que su personalidad no daba para un suicidio, el peor pecado para un católico.

Siete años después de su muerte siguen apareciendo aristas y la figura de Rimsky Rojas se oscurece cada vez más. Hoy se investiga su vinculación con la CNI (Centro Nacional de Investigaciones) una suerte de grupo policial nacido en la dictadura para desaparecer opositores a Pinochet. La ciudad sigue igual de fría, igual de gris.