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Acapulco, sol, arena y monas

En las calles, en los bares, antros, en las tiendas, supermercados, incluso afuera de los hoteles, es fácil encontrarse con ellos: Acapulco está sitiado. Por ahí van militares, marinos, policías federales, estatales, municipales y ministeriales...

Spleen Journal es una revista bimestral que publica crónicas latinoamericanas. Aunque en VICE normalmente no publicamos textos generados para otros proyectos, decidimos hacer una excepción, porque nos gusta lo que hacen en Spleen J., un medio impreso no lucrativo e independiente al que admiramos y respetamos. Así que durante los próximos meses, compartiremos algunos de los mejores artículos publicados originalmente en spleenjournal.com.

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En las calles, en los bares, antros, en las tiendas, supermercados, incluso afuera de los hoteles, es fácil encontrarse con ellos: Acapulco está sitiado. Por ahí van militares, marinos, policías federales, estatales, municipales y ministeriales. Vigilan y protegen a los turistas que les regresan una mirada de extrañeza. Es difícil saber cuáles son los límites de acción de fusiles y metralletas.

Suenan las sirenas que van y vienen. Pasan carros escoltados (o perseguidos) por patrullas y motos. En las camionetas del Gobierno Federal, que funcionan como torretas de vigilancia, van al menos dos policías que apuntan a todo aquel que pase por enfrente. Los marinos muestran armas más sofisticadas y una actitud más agresiva.

Mientras tanto, Miguel, su familia y sus amigos disfrutan de su estancia en la playa Condesa. Para ellos la guerra entre pandillas locales es un dato abstracto: vinieron a pasarla en grande. Seis sillas, una sombrilla y una mesa son suficientes. Las mujeres alistan a las niñas para que jueguen en el mar. Llaman al mesero. Una cubeta con cervezas, dos, tres…

Después de varias horas, el embriagamiento de alcohol no es suficiente. De entre sus bolsas sacan un envase de Pepsicola de dos litros relleno con “activo”. Sin excepción, todos mojan un cacho de papel para inhalarlo. Los destellos del sol en sus ojos empiezan a ser distintos. Se divierten en cámara lenta. Los actos no son disimulados como el solvente del que aspiran. Sus cuerpos chocan tambaleándose como bailando en un trance.

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Un helicóptero de la marina pasa haciendo su guardia. Tragos de cerveza. Parece que la gente alrededor desaparece. Pero no los vendedores. Algunos, incluso, se sientan a lado de ellos. Una señora que trabaja dando masajes, soba la espalda de una de las chicas que envuelve su nariz en la mano por un tiempo alargado. Un tatuaje, cocos, llaveros, gritos, derroche, risas, cantos. Pasan la tarde. El lugar es suyo. No hay reglas ni “moralidades”. Prenden un porro.

Las tres niñas que los acompañan juguetean con las olas y la arena. De vez en cuando brincan, corren, dan vueltas a sus acompañantes. La mirada es tierna a pesar de la bacanal de sus padres.

La más pequeña pide ir al baño, intentan entrar de contrabando a un hotel. Misión fallida. Los encargados de la seguridad revisan que todos lleven el brazalete que comprueba que han pagado alguna habitación. Tan fácil: lo solucionan en el mar. "Entramos a miar y nos salimos", dice su mamá que intenta no contaminar de agua su solvente.

El mar no enjuaga el olor de la “mona”, cuando también Javier entra junto con varios de sus cómplices de parranda. Los ojos se cierran. El arrullo por las caricias del agua. "Si te mueres ahogado no es mi culpa", le dice uno de sus amigos. Sólo lo despiertan los gritos de su hija que le exige que juegue.

El operativo de seguridad los tiene sin cuidado, "hasta acá no llegan". Los turistas a su alrededor, que los miran con desprecio, prefieren escapar. Sólo cuando los alcanza la noche y el solvente se evapora, comienzan a juntar sus cosas. Hacen llamadas en busca de más diversión, "ahora quiero un varo de perico", grita al teléfono. Las niñas persiguen la mano de sus papás y se envuelven en una toalla. Se van; unos cantan, otros inhalan.

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ACAPULCO DE CONTRASTES

Este puerto al que el compositor Agustín Lara le dedicó una de sus más bellas canciones, o en el que habitaron personajes históricos como Diego Rivera (muralista), B. Traven (escritor) o John Wayne (actor), hoy ha quedado sólo como una sombra de sus grandes glorias: la violencia alentada por la delincuencia organizada ha convertido a este puerto en un campo de batalla.

Luego de que asesinaron a Arturo Beltrán Leyva –quien controlaba el puerto para el cártel de Sinaloa–, los diversos grupos que trabajaban para él, se disputaron sus calles para monopolizar el comercio ilegal de drogas. Los barrios marginales y las colonias populares se sumieron en una espiral de violencia. Los “decapitados”, “descuartizados”, “encajuelados” y “ejecutados” se volvieron el pan de cada día.

Dos semanas antes de que iniciara la temporada vacacional, la noticia de la violación de seis españolas le dio la vuelta al mundo y la ocupación hotelera se desplomó en un 80% ante la eventual visita de spring breakers. La ciudad se convirtió en un pueblo desierto habitado por la mala fama, el desprestigio y la crisis económica.

Bajo este contexto, fue implantado un programa de protección para los turistas, "Dispositivo Guerrero Seguro" durante toda la semana santa. Sin embargo, el gobernador Ángel Aguirre Rivero, preocupado por los habitantes del puerto, decidió alargarlo por un tiempo indefinido.

Pese al clima de inseguridad y la incalculable ola de asesinatos, violaciones, extorsiones, secuestros y la concomitante presencia de elementos de las fuerzas públicas, en la semana santa se hizo el milagro: el puerto resucitó, y el sábado de gloria, junto con una intensa campaña de difusión en la televisión, atrajo la presencia de miles de turistas de diversas partes del país que disfrutaron de la arena, el sol y… la monas.

Anteriormente:

Migrantes en su paso por México

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