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Cultură

Carta de nuestro editor invitado

Los días del científico común se han ido.

Los días del científico común se han ido, las tiendas de suministros químicos han cerrado sus puertas, y algunos estados norteamericanos han decretado que la portación de un matraz Erlenmeyer sin licencia es un delito. Nuestras bocas secretan evidencia de un bosón intangible, mientras que los químicos farmacéuticos juzgados como culpables de realizar síntesis prohibidas son encerrados en jaulas y olvidados. La posibilidad de la clonación humana ha sido aplastada por una prohibición de la ONU, marginando este tipo de investigaciones a algo que sólo harían los cultos sexuales que veneran extraterrestres. La ciencia está confinada a la industria o la universidad, donde la investigación sólo se ocupa de las demandas del mercado o de las habilidades para solicitar becas. La libertad de la experimentación es un lujo al que muy pocos pueden acceder después de haber trabajado toda una vida. Eso es la ciencia, ¿pero qué es la ciencia extraña? No estoy hablando de usar aceite de krill antártico para descalcificar tu glándula pineal, ni de consumir oro monoatómico. Estoy hablando de ciencia de verdad… pero esa ciencia que es un poco extraña. La jeringa con semen de chimpancé insertada en una mujer humana que se ofrece como madre para un experimento; Darwin utilizando un cráneo de marfil con ojos de esmeralda en la punta de su bastón para estudiar plantas insectívoras; tardígrados radiorresistentes y el uso de hongos acumuladores de cesio para descontaminar las zonas de exclusión nuclear… No es ciencia de locos, no es seudociencia, es ciencia extraña.

Me negaron el acceso a las páginas no publicadas del Exégesis de Philip K. Dick, y Ray Bradbury se negó a darme una entrevista, un mes antes de su muerte. Harlan Ellison no tiene una sola historia sin publicar, y los químicos en la industria se ofenden por el nombre de esta publicación, y se rehúsan fervientemente a reconocer que un vicio es simplemente una herramienta, inventada por el astrónomo griego Arquitas de Tarento, discípulo de Pitágoras. Así que me adentré más en mi búsqueda y encontré cosas nuevas y mejores que palpan ese abdomen suave de lo que llamamos ciencia con un dedo frío y sin protección. También incluí un poco de ciencia ficción como complemento.

Recorre estas páginas e inhala los nitritos de alquilo de la curiosidad y penetra el arrugado esfínter del conocimiento, ¡scientia!

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