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Cultură

La vez que las chicas de John Waters escaparon de un secuestro

En este fragmento de "Edgewise: A Picture of Cookie Mueller", dos hombres secuestran a tres actrices que protagonizaron varios de los clásicos de John Waters.

_Fragmento de Edgewise: A Picture of Cookie Mueller, publicado por Bbooks Verlag. Las citas de Cookie Mull er fueron tomadas del libro Walking Through Clear Water in a Pool Painted Black ._

Cookie Mueller: "Eran solo tres zorras buscando sexo en la carretera", dijeron después los dos secuestradores y violadores, cuando les pidieron que nos describieran. Pero nosotras lo vemos de otra forma.

Mink Stole: Sí, debió de ser hacia 1969. Ya conoces la historia. Bueno, a lo mejor mi versión es diferente. En la de Cookie, yo llevaba puesto un vestido de fiesta, lo que no es para nada cierto. Llevaba unos vaqueros marrones acampanados y una chaqueta de cuero también marrón.

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Susan Lowe: Yo llevaba las uñas pintadas de negro, una minifalda hasta aquí y los labios pintados de negro. Éramos las punks.

Mueller: Y yo, la rubia, iba vestida formal, con un microvestido transparente y una chaqueta de cuero negra.

Era un día soleado de principios de junio cuando Mink, Susan y yo íbamos camino de Cape Cod desde Baltimore para visitar a John Waters, quien nos acababa de dirigir en su película Multiple Maniacs. Cuando le contamos que iríamos haciendo autoestop, nos dijo, incrédulo, "¿Vosotras tres? ¡Estáis locas! No lo hagáis".

Stole: Nos recogieron un par de tíos; todavía estábamos en Maryland. Nos prometieron llevarnos hasta Nueva York y les creímos.

Lowe: Nos subimos al coche con esos palurdos porque llevaban cervezas en el asiento de atrás. Tenían pinta… bueno, con el pelo engominado y peinado hacia atrás o quizá con corte militar: granjeros, vamos.

Mueller: Un par de tarados enormes, drogados y cachondos dando una vuelta en un Mustang Mach IV color borgoña.

Stole: Las tres nos sentamos en el asiento de atrás y además cometimos la estupidez de meter nuestro equipaje en el maletero. Ese fue nuestro error. Cookie llevaba de todo en su bolsa, hasta la plancha. Iba supercargada.

Mueller: Pero íbamos preparadas para el viaje de doce horas con nuestras dos botellas de Jack Daniels de un cuarto, un montoncito de dexedrinas de liberación prolongada (eran nuevas en el mercado farmacéutico) y anfetaminas. Además de estos artículos de primera necesidad, llevábamos un par de bolsas militares del Ejército de Salvación y vestidos formales y uniformes de San Vicente de Paúl.

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Stole: Los tíos nos empezaron a dar mala espina. No sé cuánto llevábamos en el coche cuando nos dimos cuenta de que no nos dirigíamos a Nueva York y, de hecho, no tenían, ni tuvieron nunca, intenciones de llevarnos a Nueva York. A saber cuáles eran sus intenciones.

Mueller: Llega un momento en que incluso las personas más optimistas, como yo, se dan cuenta de que la vida con cierto tipo de personas no puede ser fácil, de que a veces es insufrible y horrible, de que estás rodeada de personas quijotescas, torturadas y agobiadas y no hay forma de que alguien pueda ayudarlas con esa carga que tienen que soportar. Teniendo esto en mente, quería decirles a Mink y Susan que no era buena idea antagonizar con esos guarros; pero en ese preciso momento el conductor se giró para mirarme y dijo: "No irás pa'l norte, monada; vas a ir adonde nosotros te llevemos". Sí, esos tipos eran esa clase de humanos.

Stole: No sé si pensaron que podrían darnos vueltas por ahí. No sé si sus intenciones eran violarnos o matarnos o qué. La verdad, no sé. El caso es que aún era de día y estábamos en una ciudad llamada Elkton.

Mueller: Elkton, en Maryland, es un destino romántico muy popular, la capital de las lunas de miel y los divorcios exprés de la Costa Este.

Stole: En algún momento pasamos por un tren de lavado. Nos quedamos dentro del coche todo el tiempo. Nos pudimos haber bajado cuando los tipos salieron, pero ya nos habían estado jodiendo, estábamos asustadas y ellos lo sabían, así que se aprovechaban de la situación.

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Lowe: Bueno, así es como lo recuerdo: me acuerdo de haber visto al mismo empleado de la cabina de peaje y pensé ¿Qué coño está pasando? Entonces nos dimos cuenta de que los tipos estaban tratando de desorientarnos, y una de las veces intenté pasar una nota al tío de la cabina. Me acuerdo de que fui yo porque la cabina quedaba del lado del conductor y yo iba detrás de él, pero nos pillaron en el intento. Nos estábamos riendo porque en ese momento no éramos conscientes del peligro y estábamos hasta arriba de anfetas.

Mueller: "Tenemos navajas", amenazó el tipo que iba en el asiento del copiloto y sonrió enseñando unos dientes cubiertos de un sarro amarillento que le crecía cerca de las encías.

"¿Y qué pasa?", le contestó Susan. "Yo también", y sacó un cuchillo Buck del tamaño de mi minifalda.

El conductor se apartó y sacó una pistola, entonces Susan tiró el cuchillo por la ventana.

Stole: Finalmente llegamos a una pequeña cabaña rural en algún punto de Elkton. Había una mujer con un niño pequeño, lavando la ropa.

Lowe: Nunca había visto una casa de pueblo como esa, excepto quizás en fotos de los Apalaches. Estaba en el bosque. Mink y yo estábamos junto a las puertas, así que saltamos, pero Cookie iba en medio y arrancaron antes de que pudiera salir.

Mueller: Mink y Susan se bajaron, pero El "Dientes Podridos" me agarró de una pierna y tiró de mí con fuerza. Merle hizo círculos con el coche y aceleró, llenando la cara de polvo y restos de maíz a todos los que estaban frente a la casa.

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Noté un cambio en su actitud. Mientras hablaban entre ellos, me di cuenta de que estaban asustados; El incluso habló de dejarlo todo e irse a su casa.

Después de mucho pelear, Merle finalmente dejó a ir a El. Siempre he sido muy observadora de las mujeres sensuales y de las que no lo son; en todos los años que tengo nunca he visto a un tío persiguiendo a una loca. No suelen violar a mujeres así.. Así que decidí comportarme como si estuviera loca. Le daría la vuelta a la tortilla. Lo asustaría.

Empecé a hacer ruidos raros, como de palabras grabadas en una cinta y reproducidas al revés. Eso lo asustó un poco, pero siguió conduciendo hacia el interior del bosque, mientras el sol se ponía y los árboles parecían cerrarse.

—¿Qué coño se supone que estás haciendo? —me preguntó, nervioso. ¿Estás loca, o qué?

—Me acabo de escapar de un hospital psiquiátrico —le dije y seguí con los sonidos como de grabadora al revés, esta vez hacía ruidos como de nave alienígena. Creo que se lo estaba creyendo. Entonces detuvo el coche entre los arbustos, se desabrochó los pantalones y se sacó su miserable pito flácido. Intentó que se le pusiera dura. Por un momento lo vi debatir consigo mismo sobre si debería o no obligarme a hacerle una mamada.

—Mujer del demonio, me arrancarías la polla de un bocao, ¿verdad?

Intentó penetrarme con su pilila semierecta mientras me rasgaba las medias por la entrepierna. Mientras yo seguía haciendo ruidos de grabadora al revés, él se esforzaba por atinar con su perezoso trozo de carne. Eso lo cabreó. "Voy a pedirle a Jesús que me ayude con esta. Venga, Jesusito, ayúdame a que se me ponga dura. Por favor." Iba en serio.

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Stole: Susan y yo pedimos a la mujer que llamara a la oficina del sheriff. Él vino, nos recogió y nos llevó a la estación. Susan estaba borracha y se desmayó; tenía tatuajes en el vientre y la blusa levantada y, bueno, los policías pensaron que éramos escoria, unas beatniks que hacían autoestop y que se merecían cualquier cosa que les llegara a pasar. No sentían la menor compasión por nosotras.

Susan y yo nos quedamos un rato en la oficina del Sheriff. En ese lapso hubo una fuga de detenidos. Recuerdo que había un tipo muy gordo que no paraba de dar vueltas en bermudas por toda la comisaría. Llevaba una pistolera doble y gritaba "¡Grilletes! La próxima vez les pondremos grilletes".

Mueller: Sin esperar a que el Señor me echara una mano, aparté rápidamente el pito del hombre, abrí la puerta de un empujón y salí a la oscuridad. Corrí más rápido que nunca, y eso que no soy mala corriendo. Cuando mis ojos se adaptaron a la luz de la luna menguante, me di cuenta de que estaba corriendo en lo más profundo del bosque. Se me enganchaban zarzas en las piernas, la hiedra venenosa me lamía los tobillos y las ramas desnudas de los árboles me azotaban la cara.

Después de un buen rato, decidí dejar de correr y me escondí debajo de un arbusto junto a un montículo de rocas. Vi cómo un grupo de cositas peludas se escabullía. Supongo que eran ratas, comadrejas o mapaches.

Me quedé ahí un rato, intentando ver algo en la oscuridad. Entonces escuché la voz del tipo. Le oía gritar a lo lejos: "¡Muchacha! ¡Muchacha! ¿Dónde coño te has metido?"

¿En serio pensaba que le iba a contestar?

A medida que se acercaba me di cuenta de que tenía una linterna y me volví a asustar. Si me encontraba no tendría ninguna posibilidad de escaparme. Mi piel blanca destacaba demasiado bajo la luz azulada de la luna menguante. Tenía una chaqueta negra de terciopelo. Rasgué el forro en dos partes, con una me envolví la cabeza y con la otra las piernas casi desnudas. Las zarzas me habían roto las medias. De esa forma la luz no me delataría. Continué despierta durante un largo rato hasta que caí dormida, convencida de que el tipo había dejado de buscarme.

Me desperté cuando estaba a punto de amanecer. Ni siquiera tenía resaca. Me sentía muy orgullosa de haberme camuflado tan bien entre la espesura, como Bambi. No me costó encontrar una polvorienta carretera, y me dirigí hacia la derecha.

Todos los caminos llevan a Roma , me dije a mí misma.