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Música

KÜss Mich Viel

Son las 00:20 horas de un sábado de junio en la discoteca Bolero de Cala Ratjada, una importante zona turística situada al este de Mallorca. Si quieres escuchar buena música, lo mejor que puedes hacer es refugiarte en el lavabo de...

TEXTO DE JOAN CABOT, FOTOS CEDIDAS POR TRUI ESPECTACLES

El grupo Géminis es leyenda viva del negocio musical en la isla.

Son las 00:20 horas de un sábado de junio en la discoteca Bolero de Cala Ratjada, una importante zona turística situada al este de Mallorca. Si quieres escuchar buena música, lo mejor que puedes hacer es refugiarte en el lavabo de hombres, donde el mozo se dedica a cantar viejas canciones de reggae acompañado de un pequeño transistor. En la pista suena tecno pop alemán (imagínate una voz tipo Rammstein sobre una base Italo Disco y estarás muy cerca). Y a los turistas les encanta. Cinco minutos después, sube al escenario un grupo de músicos veteranos que interpretan con admirable solvencia grandes clásicos de toda la vida. Esta noche arrancan con “I Will Survive” y completan el primer pase con “Love is in the Air”, “Pretty Woman”, una de Phil Collins que no es “Easy Lover”, “La Camisa Negra” y “Maneater” de los grandiosos Hall & Oates. Durante el segundo pase caerá “Sex Bomb” y tocarán “Sweet Home Alabama” junto a esa canción de Backstreet Boys en cuyo videoclip se disfrazaban de monstruos. El público no para de bailar con los brazos en alto. El grupo en cuestión se llama Géminis y son leyenda viva del negocio en la isla. Además de ser la banda de acompañamiento del cantante country mallorquín Tomeu Penya, un mito él mismo, llevan 28 años tocando en esa misma discoteca. Siete días por semana de abril a octubre, cuatro pases cada noche. “Somos unos privilegiados”, me explica en los camerinos Xesc Segura, batería del grupo y uno de los miembros fundacionales de Géminis (a los que rebautizo Génesis repetidas veces durante nuestra charla). “Cuando empezamos había música en directo en todos lados, pero los grupos han ido desapareciendo”. Simón Coví, un cantante que debe tener la garganta forrada de adamantio, me cuenta que muchos miembros de Géminis hacen doblete: antes de su show en Bolero aprovechan para actuar en hoteles por separado o con otras formaciones.

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“El único público malo es el que no viene”, asegura el guitarrista Rafel Cañellas, quien compara su trabajo con picar piedra. Ellos no hablan de “sacar una versión”, sino de “montar” una canción. Y son increíblemente versátiles, no sólo tiran del rollo M80. Si te quedas al último pase verás como cinco tipos de mediana edad impecablemente vestidos interpretan canciones de Metallica, Nirvana y Green Day. “Nos negamos a tocar ciertas cosas, como El Fary”.

Como explica Xesc, ellos suponen una rara excepción. De hecho, si conservan este trabajo es porque son quienes son, forman parte misma de la discoteca Bolero, cuya propietaria me confirma que el día que ellos se retiren no va a buscar a nadie que los sustituya.

Como casi todo lo relacionado con el turismo en la isla, las actuaciones en hoteles y discotecas de zonas turísticas están en retroceso. Primero los DJs, luego los Clubs de Vacaciones con animadores propios (jóvenes a los que explotan a cambio de tres meses de trabajo cerca de la playa con gastos pagados y que, tras amenizar los días a los huéspedes del hotel con torneos de voley y clases de baile de salón, interpretan los grandes momentos de

West Side Story

en la cena) y finalmente el punto de no retorno al que hemos llegado, con un exceso de oferta, gran parte ilegal y otro tanto obsoleta, y un tipo de turista que cada vez quiere más por menos. Esa misma semana el Diario de Mallorca publica que hoteles de cuatro estrellas han empezado a ofertar plazas “todo incluido” por 28 euros la noche.

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Guillem y Pilar, el Dúo Aura, manejan un repertorio de 500 canciones.

Erick y Valérie vivían hasta hace poco con dos panteras.

“Antes los turistas venían a ligar, ahora vienen a beber”, cuentan Géminis. El clásico mito mallorquín: en los 60 y 70 se follaba mucho por aquí. Para algunos fue también la Edad de Oro de la música en la isla. No parece haber relación. En cualquier caso, cuando los guiris empezaron a venir en masa florecieron bandas y orquestas. Casi todos los hoteles de categoría organizaban bailes con música en vivo y cenas de gala. Se construyeron salas de fiestas. Bares y discotecas programaban actuaciones continuamente y en aquellos años actuar para los turistas incluso tenía cierto glamour. Hoy en día, ser músico de hotel es un desprestigio. Lo tiene claro Guillem, quien forma parte de la que probablemente sea la última generación de esta estirpe. Guillem es fan de Mercury Rev, pero se gana la vida tocando boleros, chachachás y tangos con su teclado Yamaha. Hace 7 años formó el Dúo Aura junto a Pilar, para quien cantar en hoteles viene de familia. “Hay prejuicios, mis amigos no lo entienden, pero me parece más complicado esto que tocar tus propias canciones. Cada noche te encuentras un público diferente al que tienes que entretener y hacer bailar. No es fácil”. Dúo Aura maneja un repertorio de 500 canciones. Me hablan de pianistas capaces de interpretar unas 3.000 de memoria. “A los suecos les gusta Juan Pardo”, me comenta Pilar. Son la clase de cosas que aprendes en este ramo. “Este trabajo acaba desgastando. Actúas cada noche y no puedes hacerlo como un robot, tienes que darle sentimiento, y es fácil caer en la rutina”.

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“Muchos artistas desprecian el mercado turístico”, confirma Erick Lantin, mago. Lleva más de 20 años actuando con su esposa, 35 en la profesión y cinco viviendo en Mallorca. “Tengo dos pasiones: la magia y los felinos”, informa. Los felinos no son gatitos sino tigres, aunque esta noche no ha traído ninguno. Después del buffet libre, los clientes podrían resultar un bocado demasiado suculento. Estamos sentados en la terraza de un pequeño hotel en la zona de Playa de Palma con una clientela eminentemente francófona, como ellos. En muchos sentidos esta zona es ejemplo de en qué punto está la industria turística de la isla. Tanto es así que las instituciones locales han impulsado una ambiciosa reforma integral de la zona en plan

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, sólo que mucho más cara que unas tetas nuevas.

“Estuvimos durante años actuando en Canarias y allí también vivimos esta paulatina degradación del negocio. Sucedió lo mismo hace años en la península. Cada vez hay menos actuaciones en hoteles. Algunos amigos están sin trabajo”. Erick y Valerie alternan su show en la sala Es Fogueró tres días por semana con actuaciones en hoteles. Le pregunto cómo se hace el truco de las sierras: “Lo importante es encontrar a una mujer que ya haya nacido en varios pedazos. Así es más fácil”. Por si no sintiera suficiente admiración por ellos, Erick dice que antes vivían con dos panteras, pero tenían la costumbre de subir a la nevera y saltarles encima. También arañaban las cortinas.

A la 1 de la madrugada en Bolero, Géminis ofrecen su segundo pase de la noche. Un par de teutones algo pasados de rosca intentan quitarle el instrumento al guitarrista, que sigue tocando como si nada. “A veces te lanzan cubitos, pero en general suelen comportarse”, me contaba instantes antes. Cuando llevas 30 años haciendo esto aprendes a estar por encima de las circunstancias, a hacer tu trabajo pase lo que pase: entretener a esos pequeños patanes borrachos (y a los que no son tan patanes ni están tan borrachos, que de todo hay).

“No hay público malo, sino malos espectáculos”, sentencia Erick minutos antes del suyo. Su actitud contrasta con la de esos que se pasan el día llorando porque tampoco este mes han salido en la portada de Rockdelux o porque ninguna fundación ha querido darles una subvención para montar su espectáculo de danza experimental. En el otro extremo tenemos a pianistas que saben de memoria miles de temas, transformistas que bailan sevillanas, cantantes melódicos para los que no supone problema cantar un millón de veces “Bésame mucho” y magos que clavan paraguas en una caja en la que se esconde su esposa. Es un mundo extraño, pero es un trabajo honrado. No puedo decir lo mismo de los conciertos de The Residents.