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Mínima vergüenza

El cura sin cabeza

OPINIÓN | ¿Qué serán de esos días? ¿Qué serán de esos días de RCN y Canal 13? ¿De los días que lo querían para reality shows y el clero se encabronaba?
Captura de pantalla vía YouTube.

Artículo publicado por VICE Colombia.


Un hombre de 49 años se mira en un espejo largo. Mientras se termina de vestir, habla consigo mismo. Prepara chistes de los que se ríe con inocencia preparada. Se siente orgulloso de esa sonrisa; la deja ir y sin más, queda vacío. Prende el cronómetro. Sigue hablando. Se refiere a sus ‘ovejitas’ cada tanto, a quiénes les habla con una mezcla entre psicólogo y caudillo, mezcla que ha perfeccionado, piensa, desde sus días tras las cámaras. Apaga el cronómetro. ¿Qué serán de esos días? ¿Qué serán de esos días de RCN y Canal 13? ¿De los días que lo querían para reality shows y el clero se encabronaba? Afortunadamente el hombre hoy tiene una entrevista. Otro momento para brillar en la televisión donde se siente más a gusto que ahora que tan solo mira su reflejo, segundo a segundo, mientras pasa la peineta sobre su pelo de medio lado.

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Encima de su cama hay una casulla verde con bordes dorados. La extiende y se la pone encima. En los días que duda sobre su decisión de convertirse en cura —decisión que tomó de afán porque nació en una familia que se quedó congelada en el tiempo en el que las buenas familias al menos tenían un hijo sacerdote, y es que la familia se había quedado entumecida porque le convenía, porque si seguían al estado natural de la historia les hubiera tocado, al menos, enfrentar la conclusión de que el mundo no es así como lo piensan, de administrados y administradores desde cuna— recuerda que los hombres en el mundo no pueden ponerse los vestidos que él sí. Los hombres en el mundo no pueden utilizar esas telas dramáticas que él sí. Los hombres no pueden acceder a bordados que se miden en horas de trabajo de un artesano; el sí.

Y tal vez deba prepararse para las preguntas de siempre. Abre su closet. Desliza un cajón. Al lado de un Cartier, hay un Rolex, y al lado hay al menos una docena de mancornas de Hugo Boss. ¿Por qué si es un sacerdote y practica la caridad se viste así? Se termina de poner el reloj. La pregunta de siempre. La sonrisa de siempre. La respuesta de siempre: “Es que yo no creo en el mito del cura miserable”. Si Jesús que era pobre seguro no uso nada especial para la última cena, entonces ¿por qué el sacerdote celebra la misa con esos ornamentos? El cura se sonríe otra vez con sonrisa talk-show arreglada por la ortodoncia y las carillas. La prensa siempre cree que lo tiene del cuello. Respondería: Porque seguramente Jesús-Jesús (no el cura que también se llama así), hubiera utilizado algo especial si hubiera podido, no hay por qué admitir cosas innecesarias y confusas como que Jesús-Jesús hubiera escogido ser pobre de haber podido. De ser así, entonces no podría cobrarles el diezmo a sus feligreses, no podría cobrar $20.000 a cada enfermo por la misa de sanación, no podría cobrar la silla de plástico en sus misas. De ser así no podría elegir no creer en el mito del cura miserable. No podría abrir su closet.

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De pronto, otro pensamiento en su cabeza mientras saca una colonia: En caso de que el periodista de hoy se aburriera un poco con sus respuestas, debería pensar en un tema que produjera un poco de rating. ¿Rating? No se ha podido sacar esa palabra de su cabeza. Y con tan buenos números que tenía pero igual los inútiles del canal lo sacaron de la parrilla. ¿Rating? Tal vez deba traer el peso pesado, tal vez deba aplicar la de emergencia, el tema con el que volverá a hablar el lenguaje de la popularidad, de la viralidad, de la primera plana, porque el cura Jesús no se siente completamente vivo si no está contado por esas palabras. El sacerdote, en ese caso, decide hablar de exorcismo. Se echa su colonia favorita, Abercrombie & Fitch.

El sacerdote piensa en la posibilidad de hablar de la vez que le trajeron un poseído amarrado con un demonio con tanta fuerza que le fracturó un dedo cuando trató de sacárselo. No, mejor algo coyuntural, tal como si fuera un columnista de VICE. ¿Qué tal hablar del nuevo gobierno? Él y el nuevo gobierno. Seguro eso le traerá otro momento en el que los medios le predecirán una alcaldía; y si lo hace lo suficientemente bien, tal vez una presidencia. ¿Por qué no? De la familia que viene también es natural tener, al menos, un presidente.

Su asistente entra a la habitación y le avisa que el periodista de La Red de Caracol viene hoy, que no lo vaya a olvidar. El cura se da un golpe en la cabeza y dice en voz alta que lo había olvidado, que le va a tocar improvisar. Con la mano en la cabeza también se da cuenta que le hacen falta unas mancornas. El asistente se ofrece a ayudarlo a prepararse. El sacerdote sonríe con rating y levanta la mano con santidad Canal 13. Que sea lo que Dios quiera, le dice, y le hace señal para que se vaya y cierre la puerta. Saca unas mancornas, ¿es necesario decir la marca? ¡Lo es! Nunca ha creído en el mito del cura miserable. Hugo Boss.

Está listo. Se sienta aL borde de su cama y vacía su expresión en el espejo. Su celular vibra. Probablemente más matrimonios, más bautizos. Él, que firma autógrafos y que aparece en afiches que venden en sus misas, no está para menudencias, piensa. Su celular vibra y sabe que no es Jota Mario. Su celular no es Diva Jessurum. Pero si lo hace bien, muy pronto su celular vibrará por titulares y entrevistas en la radio. Si lo hace bien su celular será Julio Sánchez Cristo. Escucha llegar a su camioneta blindada con vidrios polarizados. Sus cuatro escoltas se bajan charlando. El padre Chucho, de nombre así para parecer menos de su familia y más de la gente que le engrosa la cuota en pantalla, sigue con sus ojos pegados al espejo.

En alguna casa en Bogotá alguien está escuchando I live for the applause, applause, applause. Tal vez, en esa casa, esa persona esté escribiendo sobre él, sobre cómo la persona que se mira en el espejo ya no ve a nadie, sino a una idea. Un cura sin rostro, y con mil; uno por cada toma. El padre Chucho, el showman del clero colombiano, se levanta y la lámpara que lo ilumina deja ver que le hace falta su sombra. Él la apaga al salir y cierra la puerta. Give me that thing that I love (Turn the lights on).

Nota: Esta columna está informada por datos recogidos de documentos, entrevistas, perfiles y artículos, sin embargo no me atrevería a decir que es verdad porque es algo que intenta ser como su sujeto: puro simulacro.