Fotografía por Jesús Calonge vía
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Durante los días que asistes a un festival no existe nada más, te abstraes del mundo y vives en una realidad paralela y esto es una maravilla. No hay obligaciones de ningún tipo y solo tienes que rendirte al puro jolgorio. Días en los que, constantemente, estás rodeado de placer.A ver, si este estado se alargara infinitamente entonces sería un tanto problemático, pero hacerlo durante varias semanas alternas durante el verano viene bastante bien. En este nuevo mundo estás de fiesta constante, ves a tus amigos 24 horas al día y no existen las consecuencias de absolutamente nada (puedes comer infinitamente, beber infinitamente, no dormir, no defecar y no consultar el extracto de tu cuenta bancaria), eso es algo de lo que ya te ocuparás cuando cruces el umbral de vuelta a casa.Luego están los momentos concretos. A todos se nos queda algo marcado a fuego en la memoria y no tienen por qué ser grandes momentos de arco iris, besos o conciertos épicos, pueden ser recuerdos jodidos y simpáticos como cuando en el FiB del 2003 tu colega Juanmi se cagó dentro de la tienda y, por vergüenza, se negó a salir durante un día entero o cuando te comiste un grillo a cambio de un cubatilla. O, siendo más contemporáneos, como cuando Yung Beef hizo ese directo sorpresa en el Primavera Sound de este año y se subió ese tipo raro con una botella y empezó a gritar yo-qué-sé-qué y nadie entendió nada y más de uno decidió bajarse del trap o cuando, de repente, apareció Alfred de OT en el escenario mientras tocaban Nick Cave and The Bad Seeds, momento en el que más de uno decidió bajarse de la vida. No son los momentos más espectaculares del festival pero ahí se van a quedar, incrustados en tu cabeza haciéndote esgrimir una sonrisa mientras trabajas en la oficina.
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