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Cultură

Las confesiones más vergonzosas que les hiciste a tus padres

Ser joven y estúpido es la excusa perfecta para hacer de todo, aunque a veces te descubren mientras estás haciendo algo realmente vergonzoso y no tienes otra opción más que confesarlo a tus padres.

Imagen por Lia Kantrowitz

Los niños son gente muy rara. No se rigen por la lógica y la razón de los adultos y hacen cosas extrañas y vergonzosas cuando creen que nadie los ve.

Además, todo empeora cuando llega la pubertad y se añade el sexo a la fórmula. Quizá los más pequeños dejen galletas para los gremlins que habitan bajo su cama o se caguen en la piscina en cuanto su niñera se da la vuelta, pero los adolescentes llevan las travesuras a otro nivel. ¿Qué adolescente que se precie no ha salido de su casa a escondidas para ir a follar en algún sitio abandonado, se ha masturbado en el coche de su hermana o se ha pasado horas viendo porno de Dragon Tales en el ordenador de la familia?

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Ser joven y estúpido es la excusa perfecta para hacer de todo, aunque a veces te descubren mientras estás haciendo algo realmente vergonzoso y no tienes otra opción más que confesarlo a tus padres. Estos son algunos de los momentos más vergonzosos de gente que hizo cosas muy raras y acabó cabreando a sus padres.

Pis de gato

Cuando era niña, siempre dormía desnuda y una noche me dio mucha pereza vestirme para ir a hacer pipí. Tenía un tazón en mi habitación, así que decidí ponerme en cuclillas, apuntar, orinar dentro y vaciarlo por la mañana. Pero fallé porque ponerse en cuclillas y orinar dentro de un tazón es muy complicado. Cogí una toalla, limpié el pis del piso con ella y luego la eché a la ropa sucia.

No podía dejar que mi madre supiera que había criado a una niña que mea en tazones por la noche en vez de ir al baño como una persona normal

Al día siguiente, mi madre recogió la ropa sucia para lavarla y se enfadó cuando vio la toalla con pis. Se puso a gritar que "el gato se había vuelto a orinar en la ropa sucia" y que era la última vez. A partir de ese día, el gato tuvo que vivir en el patio.

Dejé que el gato cargara con la culpa porque no podía dejar que mi madre supiera que había criado a una niña que mea en tazones por la noche en vez de ir al baño como una persona normal. El karma me devolvió el golpe unos días más tarde, cuando mi madre atropelló al gato con el coche, algo que me atormentó por mucho tiempo. Años después se lo confesé a mi madre y lo único que hizo fue mover la cabeza en señal de desaprobación.

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Joder, que meé en un tazón y maté a mi gato.

La orgía fracasada

En el instituto, mi amiga Rosa y yo salíamos con dos chicos que también eran amigos y siempre íbamos los cuatro juntos. Un día, en verano, los padres de Rosa salieron e invitamos a nuestros novios a su casa.

En esa época solo pensábamos en sexo, así que decidimos que queríamos probar algo más salvaje y fuimos a comprar chocolate líquido y fresas.

Nos revolcábamos en la cama cubiertas de chocolate líquido y comíamos fresas del cuerpo de la otra

Cuando llegaron los chicos, les hicimos observar mientras nos revolcábamos en la cama cubiertas de chocolate líquido y comíamos fresas del cuerpo de la otra. Nos parecía que era muy sexy y nuestros novios parecían estar disfrutándolo mucho. Todo indicaba que íbamos a montárnoslo los cuatro cuando, de pronto, oímos a la madre de Rosa entrar por la puerta principal.

Los chicos saltaron por la ventana y se fueron corriendo, pero no había forma de esconder las sábanas cubiertas de chocolate y fresas. Su madre subió, vio la que habíamos liado y preguntó por qué la cama estaba llena de comida. Y Rosa, en vez de inventar algo inocente, dijo que habíamos estado experimentando entre nosotras.

La madre de Rosa se puso como loca y me llevó a mi casa todavía cubierta de chocolate. Me obligó a decirle a mi madre exactamente lo mismo que Rosa había dicho. A mi madre le entró la risa y no me castigó, pero la familia de Rosa sigue creyendo que éramos novias o algo así.

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Embarazada a los siete años

Una vez, a los siete años, estaba en casa de unos vecinos cuando de repente me convencí de que estaba embarazada. En mi casa no me daban comida basura, pero en casa de mis vecinos siempre había galletas y patatas fritas y me atiborré hasta el punto de que se me hinchó el estómago; me dolía tanto que creí que iba a tener un bebé. A la tierna edad de siete años.

En ese momento estaba muy feliz porque no iba a tener un bebé

Volví a mi casa corriendo y llorando para decirle a mi madre que estaba embarazada. Todavía recuerdo que se puso pálida y me preguntó, "¿Pero has tenido relaciones sexuales?" Yo no sabía qué era el sexo y se lo dije. En ese momento soltó un suspiro de alivio y me preguntó si había vuelto a comer porquerías en casa del vecino.

Años después entendí el miedo que había sentido mi madre, pero en ese momento estaba muy feliz porque no iba a tener un bebé.

Te meé en el coche

En el instituto, mis amigos y yo siempre estábamos haciendo broma con que un día mearíamos dentro del depósito de gasolina del coche de los otros. "¡Hazlo otra vez y me meo en tu depósito de gasolina!", o "¡Como vuelvas a decir algo sobre mi novia, te lleno el depósito de meado!".

Una noche, llevé a mi amigo Mitch a su casa y me di cuenta de que se había llevado un caramelo del portavasos de mi coche. Por el camino, le juré que esta vez sí me iba a mear en su depósito. Mi amigo rió incrédulo y entró en su casa. Yo di la vuelta y cumplí la amenaza.

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Tío, mi coche va un poco raro; en serio, ¿measte dentro del depósito?

Dos días después, Mitch vino a verme y me dijo, "Tío, mi coche va un poco raro; en serio, ¿measte dentro del depósito?". Y le respondí que sí, pero solo un poco. Esa noche, estaba jugando a la consola cuando sonó el teléfono.

Lo sabía. Sabía que me había metido en problemas. Diez minutos después, mi padre entró en mi cuarto. Tuve que confesarle que sí, que había orinado dentro del depósito del coche de mi amigo y que no, no tenía dinero para la reparación.

Estaba cabreado con mi amigo, castigado y demasiado avergonzado como para hablar con los padres de ninguno de mis amigos. No sabía qué hacer.

Al día siguiente, Mitch llevó el coche al mecánico y resultó que tenía un problema con las bujías.

Por los pelos

Me asusté un poco cuando me empezó a salir vello púbico. No sé por qué, pero me perturbaba mucho ver esos vellos negros donde antes solo había piel suave. Por eso empecé a usar unas pinzas carísimas de mi madre para arrancarlos uno a uno cada vez que salían.

Al principio no pasaba nada porque me salían uno o dos a la semana. Pero con el tiempo la cosa era cada vez más difícil. Ese verano, mi familia y yo nos fuimos de vacaciones dos semanas sin las pinzas y cuando volví ya tenía una mata enorme. Al llegar a casa, corrí a buscar las pinzas de mi madre para deshacerme de todo ese vello. Dolía mucho, pero estaba decidida a no rasurarme para que no crecieran más gruesos.

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Le ha contado esa anécdota a todos los novios que he tenido

Habían pasado apenas diez minutos cuando mi madre llamó a la puerta. Solo teníamos un baño y mi madre necesitaba entrar urgentemente. Empecé a limpiar, pero me di cuenta de todo el baño estaba lleno de pelos. Me arrodillé y empecé a recogerlos uno a uno y a tirarlos a la basura. Pasaron tres minutos y mi madre ya estaba desesperada. Me di cuenta de que no iba a lograr limpiar todo ese desmadre, así que abrí la puerta.

Cuando mi madre entró, vio el suelo cubierto de pelos y sus pinzas en el lavabo, se puso a gritar. Mi padre se asustó y entró también, pero enseguida se fue a su habitación en cuanto vio de qué iba el asunto.

Tuve que confesarle a mi madre que había utilizado sus pinzas caras para depilarme ahí abajo y que llevaba seis meses haciéndolo. Mi madre soltó una carcajada histérica, me echó del baño para poder hacer pis y después me obligó a barrer el suelo.

No contenta con eso, le ha contado esa anécdota a todos los novios que he tenido.