Una noche en San Petersburgo en 2005, me topé con la entrada de un lúgubre edificio que podría haber sido un teatro o un centro cultural. Lo que más me llamó la atención del lugar fue una figura de cera de dos metros de altura de Freddie Mercury, puño en alto en señal de triunfo, en medio del gélido aire ruso. ¿Qué podía presagiar esto? ¿Un homenaje a Queen al lado de unas vías de tren? Una inspección más minuciosa reveló que el espectáculo tenía más que ver con la afición de Mercury por la cocaína que con su intachable sentido de la moda.
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En la entrada había un cartel con la imagen de una chica joven y guapa, con el rostro dividido por la mitad de modo que un lado era la cara de un esqueleto, rodeado de rosas y agujas hipodérmicas, una foto evidentemente robada de un sitio de fotos de archivo. El texto en el cartel decía: "El Museo de Cera presenta un nuevo e impresionante proyecto: 'En el límite'. Mostrando los efectos de las drogas en el organismo humano".La parte inferior del cartel revelaba que el proyecto estaba presentado en asociación con una agencia del gobierno. Entonces las piezas encajaron: se trataba de una versión anti-drogas de los "tours infierno" que se hacen en algunas ferias estatales del sur de Estados Unidos para advertir a los adolescentes estadounidenses de lo malo que es "tocarse". Pagué una entrada de 50 rublos (unos 2 euros) para presenciar el montaje antidroga más espeluznante de mi vida.