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El número de ¿Y tú qué coño estás mirando?

El acto de vomitar

Fragmentos de la Conferencia Internacional de Vómitos.

El Dr. James Lackner y dos sujetos de estudio sintiéndose bastante mal a bordo del “Cometa del vómito” de la NASA, una aeronave de gravedad reducida que emplea el vuelo parabólico para crear un entorno de casi total ingravidez. Foto cortesía del Archivo AGSOL.

Al igual que a mucha gente que ha rebasado cierta edad, vomitar ya no me disgusta. No estoy orgulloso de admitirlo, pero de vez en cuando vomito después de haber envenenado mi cuerpo con demasiado alcohol. Como resultado, he desarrollado una serie de técnicas que me llevan de sentir náuseas a descargar sin demasiado malestar. A veces, cuando las primeras hebras de agria saliva empiezan a deslizarse por mi garganta, me gusta imaginar que soy un dragón furioso, aleteando con velocidad mis alas, dispuesto a rociar a una desprevenida ciudad de porcelana con olas de bilioso vómito-fuego. Es bastante alucinante.

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“Las náuseas y el vómito pueden situarse al final de toda una acumulación de cosas”, dijo Charles Horn, un neurocientífico especializado en emesis, el término médico para echar la pota. “Pero la verdad es que, cuando vomitas, casi siempre te sientes mejor”.

De hecho, vomitar hace que algunos se sientan tan bien que han consagrado sus vidas a estudiarlo. Charles y otro neurocientífico llamado Bill Yates han auspiciado este año en la Universidad de Pittsburgh un certamen académico monográfico de dos días conocido oficialmente como Biología y Control de las Náuseas y el Vómito 2013; la Conferencia Internacional del Vómito, para abreviar. Asistieron 62 eminentes doctores con el objetivo compartido de avanzar en la investigación de los mecanismosbiológicos que provocan las náuseas y el vómito. La última meta es contestar a dos preguntas: ¿por qué la gente echa hasta las tripas y qué podemos hacer al respecto? Las respuestas son más complejas de lo que uno podría imaginar.

Cuando Charles aceptó mi petición de cubrir la conferencia, apenas pude contener mi excitación: estoy totalmente fascinado por el vómito. Hay un reflejo de la más inusual pureza en el acto de vomitar, una realidad en blanco y negro en un mundo de amorfos, nauseabundos grises (o verdes, dependiendo de lo que te esté subiendo por la garganta). Por ejemplo, el arte más expresivo del mundo puede a menudo parecer, sonar o dar una sensación de vómito -piensa en Jackson Pollock o el punk rock–, expulsiones automáticas de elementos parasitarios que anticipan una sensación de conclusión terapéutica. La descarga primaria de un patógeno. Nada en el interior salvo las paredes del estómago y la bilis. En otras palabras: a pesar de sus enguarrecedores inconvenientes, vomitar es un evolucionado mecanismo reflejo de defensa relativamente impresionante. Por tanto, ¿qué mejor lugar para encontrar a mi gente que en la Conferencia Internacional del Vómito? Por desgracia, no todo era diversión y sujetos de investigación metiéndose los dedos en la garganta, como yo esperaba, pero aun así aprendí un montón sobre echar la papilla.

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Una “muñeca vomitona” de los años 50. Se suponía que calmaba las náuseas cuando te sentías como si estuvieras a punto de echar el pato. Foto de Christian Storm.

Tambaleándome y con los ojos turbios, llegué a la conferencia a las 7 de la mañana después de no haber dormido casi nada, culpa mía. La noche anterior había

viajado en autobús desde Nueva York a Pittsburgh, cuna del Big Mac y la vacuna contra la polio, y al poco de llegar la ciudad ya me había acogido en sus brazos alcohólicos. Las náuseas que sentía eran de lo más adecuadas para el acto.

La conferencia se celebró en el Club Universitario, un elegantemente restaurado centro social de 1923 revestido de piedra caliza blanca con motivos clásicos. Gracias a mis investigaciones previas, lo reconocí como el plató de la escena de los juzgados de Memphis en El silencio de los corderos, en la que el Dr. Hannibal Lecter le arranca la cara a un policía y se la pone para huir de la cárcel. Muy apto para vomitar, pensé.

Antes de la conferencia me había dado cuenta de que, a pesar de mi interpretación del acto de vomitar como un fenómeno conceptual, desde un punto de vista científico no tenía ni idea de lo que conllevaba vomitar. Antes de ir a Pittsburgh hablé con Charles por teléfono para familiarizarme con sus estudios, cuyo arranque fue el hallazgo de que la mayoría de los animales del planeta –como las ratas– son físicamente incapaces de vomitar: carecen de las conexiones neuronales para sincronizar el tronco cerebral con los diferentes músculos necesarios para potar como es debido. Saber esto me ayudó, a un nivel rudimentario, a la vez que solidificó mi posición de novato en el asunto de los vómitos.

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Mientras me obligaba a engullir un café con leche y unos donuts en una sala de conferencias en la planta baja llena de hombres con gafas, maletines y protectores de bolsillos, observé que, dejando aparte al personal administrativo y a los del catering, yo era el único que no formaba parte del estamento científico. Mi presencia parecía extrañarles a todos. “He oído que VICE hace muchos trabajos encubiertos”, me dijo de forma insidiosa un investigador. “¿Es por eso que llevas la camisa por dentro de los pantalones?” Me pregunté qué pasaría si le vomitara en los zapatos. ¿Le desagradaría o se apresuraría a tomar muestras de potazo fresco? Decidí que seguramente lo primero, pero deduje que me animarían a marchar pasara lo que pasara.

Más tarde, el doctor Yates, uno de los cofundadores de la Conferencia Internacional del Vómito, dio una charla titulada “Integración de las señales vestibular y gastrointestinal por las vías del encéfalo que producen las náuseas y vómitos”, en la que aprendí que eyectar desde el estómago comida parcialmente digerida es sólo una extraña forma de respiración.

“Lo que sucede es esto: el músculo esquelético se contrae, y las pautas respiratorias normales se interrumpen”, expuso Bill. “Durante la respiración, el diafragma se contrae. Durante el vómito, se contraen tanto el diafragma como los músculos abdominales, contrayendo el estómago entre los dos músculos”. Después los músculos atraviesan una serie de co-contracciones, lo que se conoce normalmente como tener arcadas. Finalmente el diafragma deja de contraerse, desbloqueando así el esófago mientras continúan las contracciones en el músculo abdominal, forzando la comida garganta arriba hasta ser expelida por la boca. La respiración se suspende momentáneamente a causa de un proceso llamado apnea, gracias al cual puedes sacarlo todo sin amenaza de asfixia.

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En otra charla me quedé sorprendido al saber que los humanos somos la única especie capaz de obligar conscientemente a nuestro cuerpo a vomitar. Ciertas actividades, como la pedofilia y el incesto, producen un sentido de desagrado moral, y pensando en ellas en profundidad, relacionándolas con su propia vida y experiencias, algunas personas pueden inducirse el vómito. En el mundo de las potas científicas esto se conoce como “vómito consciente”, y algunos yogis lo recomiendan, refiriéndose a la práctica como un componente del dhauti, la purificación del esófago y el estómago. Yo lo intenté durante la investigación preliminar para este artículo y, para asombro mío, descubrí que podía obligarme a vomitar sistemáticamente concentrándome mucho en un episodio asaz asqueroso en el que mi querido gato Niko estaba involucrado.

En los días previos a la conferencia, mantuve una inestable conversación por Skype con la Dra. Val Curtis, directora del Centro de Higiene de la Escuela de higiene y

Medicina Tropical, en Londres. Ella se refiere a sí misma como“desagradóloga”, así que está claro que sabe de lo que habla. La Dra. Curtis me dijo que las sensaciones de desagrado que pueden conducir a las náuseas y el vómito son, en realidad, parte de un evolucionado sistema de adaptación vinculado a nuestro miedo primordial a la muerte. Las razones por las que huyes de las situaciones chungas son instintivas, si no primarias. De acuerdo con la Dra. Curtis, todos somos descendientes de unos ancestros primarios que “tendían a evitar las heces, la mucosidad nasal y los alimentos con mal olor. Eran más sanos, se emparejaban más a menudo, traían más hijos en su madurez sexual y, por lo tanto, tenían más nietos. Y estos nietos, los descendientes de quienes sentían aquella repugnancia, tendían a sentirla aún más. Y así hasta llegar al presente, hasta nosotros”.

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La Dra. Curtis dijo que la repugnancia puede derivar de cualquier cosa, pero la raíz suele ser la evitación reflexiva de un parásito. De acuerdo con su lógica: si las arañas y los bichos te hacen vomitar, esto puede ser porque las plagas transportan enfermedades. Si las algas te provocan ascos, es porque pueden causar cosas como el cólera. Los biólogos evolucionistas se refieren a esto como la teoría de la Evitación de Parásitos. Según esta teoría, el vómito es desagradable porque también transporta enfermedades. Esta teoría adquirió solidez en julio pasado, cuando el hotel Hunday Manor Country House, en la costa oeste de Inglaterra, tuvo que cerrar después de que un vómito propagara un brote de norovirus.

Kimber MacGibbon y la genetista Larlena Feijzo, de la Fundación para la Educación e Investigación de la Hiperémesis. Foto de Christian Storm.

El siguiente en hablar en la conferencia fue el Dr. James Lackner, un hombre canoso con un suave tono de voz que ha dedicado su vida a estudiar el mareo por movimiento. Dio inicio a su charla, bien titulada “Condiciones y entornos que producen mareo por movimiento” con el único chiste que oí durante mi estancia allí: “Hasta ahora”, dijo, “en esta conferencia todos han hablado de cómo tratar las náuseas y el vómito. Yo, durante años, he hecho todo lo que ha estado en mi mano para poner a la gente enferma”.

Para entender mejor el mareo por movimiento, el Dr. Lackner lleva a cabo experimentos de vuelo parabólico utilizando su famoso método de la “Cometa del vómito”, consistentes en disparar en parábola a los sujetos de estudio para después dejarlos en estado de caída libre con índices de gravedad de hasta dos Gs. Esto, invariablemente, produce un desorden neurológico llamado Síndrome de Sopite. Aparece cuando los humanos son expuestos a prolongados ataques de movimiento, empezando entonces a sentir somnolencia, fatiga, falta de iniciativa, tedio y, como colofón, una absoluta apatía.

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El doctor explicó al grupo que “no todos los vómitos se crea- ron iguales. He tenido gente en un mecanismo de movimientos giratorios que, antes de alcanzar una velocidad constante, gritan, ‘¡Para! Tengo que vomitar’. Detienes el aparato, la persona vomita y después dice, ‘Vale, estoy listo’, y sigue en el aparato por espacio de una hora. Luego, la siguiente persona vomita y se detiene, y después vomita otra vez. Esa otra persona puede vomitar hasta 15 veces en una hora”.

Aunque parezca una tontería, el trabajo del Dr. Lackner nos ayuda a comprender mejor muchos aspectos logísticos y biológicos relacionados con la astronáutica. Esto resulta importante cuando tenemos en cuenta que James Hansen, ex director del Instituto Goddard de Estudios Espaciales de la NASA, sostiene que a menos que detengamos pronto las emisiones de combustible fósil, las generaciones futuras se encontrarán con una situación imposible de resolver. Si se da la circunstancia de que acabamos convirtiendo la Tierra en una roca inhabitable, sería bueno que aprendiéramos a no ir echando la pota por toda la galaxia.

Nadie entiende mejor los vómitos que las futuras madres, lo que puede deberse a que más de la mitad de ellas se pasan comiendo y teniendo arcadas buena parte de su período de embarazo. Este es otro truco útil que los humanos han ideado para proteger a los fetos de las toxinas que sus madres dejan deslizarse garganta abajo, cosas como albóndigas con ositos de goma.

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Según Kimber MacGibbon y Ann Marie King, de la Fundación para la Educación e Investigación de la Hiperémesis, que tenían una pequeña mesa instalada en la conferencia, al menos un 2 por ciento de las mujeres norteamericanas embarazadas sufren un grave trastorno llamado hiperémesis gravidarum (HG), apenas estudiado y muy poco comprendido. Es, en esencia, una forma extrema de malestar matutino, y recibió una de sus pocas dosis de atención pública el pasado año, cuando Kate Middleton, la duquesa de York, recibió ese diagnóstico estando embarazada de su real hijo, George.

El HG es un poco como tener una gripe intestinal durante seis meses mientras intentas al mismo tiempo que crezca un hijo dentro de tu útero. Se ha informado que las mujeres con HG vomitan entre 50 y 60 veces al día durante al menos seis meses de embarazo. Esto provoca una serie de complicaciones, entre ellas deshidratación severa, deficiencias nutricionales, desajustes metabólicos y la pérdida de entre el 5 y el 10 por ciento del peso corporal previo al embarazo. Los hijos de las madres hipereméticas desarrollan a menudo discapacidades emocionales y físicas, y ellas mismas, a menudo, mueren.

Por cada mujer a la que se le diagnostica HG hay otras miles que no, o que reciben un diagnóstico erróneo, y la enfermedad en sí es objeto de sorprendente controversia. Cuando le pregunté a Kimber cómo una enfermedad terriblemente debilitante puede ser controvertida, ella me respondió, de plano, “Porque afecta a las mujeres”.

Del mismo modo que algunos médicos son reacios a diagnosticar y tratar a las mujeres embarazadas en general, la industria farmacéutica se muestra demasiado tímida para destinar fondos a la investigación del HD, temiendo querellas de aquellas mujeres que lo padecieron a finales de los años 50, cuando más de 10.000 niños en 46 países nacieron con horribles deformidades después de que a sus madres les prescribieran un nuevo fármaco, la talidomida, para prevenir las náuseas matutinas durante la primera etapa del embarazo. En vez de eso, dijo Kimber, los médicos a menudo se exasperan con sus pacientes hipereméticas, culpándolas de su propia enfermedad como si fuera un rechazo subconsciente del embarazo.

El parche oficial del Programa de Gravedad Reducida de la NASA, que se entregaba a sus participantes tras completar un vuelo parabólico. Muestra a Snoopy mareado con una bolsa para el vómito. Foto cortesía del Archivo AGSOL.

La Conferencia Internacional del Vómito concluyó con una sesión de preguntas y respuestas; por turnos, detrás de dos micrófonos, varios doctores e investigadores se felicitaron entre

sí y destacaron las investigaciones y conclusiones de unos y otros. Si algo demostró la conferencia, es que vomitar sigue siendo un acto en buena medida incomprendido, aunque lo estemos haciendo a cada momento. Persisten ciertas cuestiones: ¿Dónde empieza la náusea y termina el vómito? ¿Es la náusea que sientes en el Cometa del vómito diferente de la que sientes después de la quimioterapia o de haberte metido varios lingotazos? Nadie me pudo dar una respuesta directa a si las náuseas deben considerarse

una afección aislada, separada, del acto en sí de echar la papa. Alejándome del Club Universitario caí en la cuenta de que había estado dos días pensando en náuseas y arcadas sin haber hecho una sola coña. Aparte de la broma del Dr. Lackner, durante toda la conferencia no se oyó ni un solo chiste que relajara el ambiente, y yo no tuve ocasión de contar aquella vez en que vomité en una fila de setos, o cuando mi amigo Chris lo echó todo encima de una tostadora. Y eso, francamente, está bien, porque he comprendido que vomitar no es motivo de risas. En absoluto. Todos los doctores reunidos en la Conferencia Internacional del Vómito tenían un aire de vaga tristeza, como si supieran que su especialización nunca dejaría de ser incomprendida, ninguneada, ignorada y ridiculizada por la mayoría de la gente. Hay todo un mundo oculto en los vómitos que la mayor parte de nosotros jamás llegaremos a explorar y que yo he decidido que, después de todo, es mejor dejar a los expertos. Sobre todo porque arrojar hasta las tripas es desagradable y yo ya he aprendido todo lo quenecesitaba saber sobre la ciencia del vómito.