Especial de narrativa: Roy y los piratas del río

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Especial de narrativa 2015

Especial de narrativa: Roy y los piratas del río

Un cuento de amor veraniego por Barry Gilford.

Para Jayne Anne Phillips.

Roy no sabía que éste sería el último verano de su padre. Roy tenía 11; su padre, 47. Su papá siempre pareció estar fuerte y saludable. Fumaba puros y cigarros y bebía whiskey irlandés, pero no mostraba problemas respiratorios ni tampoco dio la menor indicación, en presencia de Roy, de falta de sobriedad. El cáncer que se llevó la vida del padre de Roy apareció en otoño y al final del invierno ya había muerto.

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Su padre y la segunda esposa de éste, Ellie, junto con el hermano menor de Roy, Matthew, y una prima más grande, Sally, se estaban quedando en una casa en Cayo Vizcaíno, Florida, que el papá pensaba comprar. Matthew tenía 6 y Sally, la hija menor de Talia (la hermana del papá de Roy), casi 15. Todos vivían en Chicago, aunque Roy, quien vivía más con su madre, casi siempre estaba donde ella viviera, alternando entre Chicago, Nueva Orleans y La Habana. En ese verano, en 1957, la mamá de Roy estaba con su actual novio, Johnny Salvavidas, en Santo Domingo o viajando en alguna parte del Caribe. Roy no esperaba verla hasta antes de septiembre.

A Roy le gustaba Sally; pensaba que era muy bonita con su cabello corto color miel, ojos color avellana, piel perfecta y delgada figura. Sin embargo, lo mejor de ella era su naturalidad, siempre tranquila, con sentido del humor y nada presumida. Además, Sally hablaba directo y a veces era medio tonta pero de forma divertida; se la pasaba bromeando con Roy y Matthew. El papá de Roy dijo que Sally no se llevaba bien con sus papás y que ella le había preguntado si, en caso de que sus papás no tuvieran problema, podría invitarla en verano a Cayo Vizcaína. Talia le dijo al papá de Roy que Sally era "diferente", que tenía su propia forma de pensar y hacer las cosas, y a menudo chocaba con las ideas de ella y su esposo Dominic sobre cómo debía comportarse. El papá de Roy no sabía exactamente a qué se refería Talia, pero a él y a Ellie les caía muy bien Sally, así que aceptaron llevarla a Florida.

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—¿Qué crees que sea lo que Talia y Dominic no entienden de Sally? —le preguntó el papá de Roy a su esposa.

—Ella es muy libre para ellos —dijo Ellie—. Sus papás giran alrededor de los negocios. Si no hay dinero, no vale la pena su tiempo. Sally no es así.

A Roy le gustaba ver a su prima. Sally era la primera niña que conocía que lo hacía sentir un poco tonto con sólo mirarla. Cuando Sally se daba cuenta de que Roy la estaba viendo, le sonreía y a veces se quitaba el cabello de la frente con la mano.

Los piratas del río atacaron en la tercera noche. Aquella tarde, cuando terminaron de nadar, Roy, Matthew y Sally pusieron sus trajes de baño a secar en de la reja trasera y los dejaron allí toda la noche. Cuando salieron por ellos a la mañana siguiente, ya no estaban. El Canal Intracostero del Atlántico pasaba justo detrás de la casa, lo que hacía que fuera muy fácil que cualquiera en un barco pudiera robar las prendas.

—Debemos saber quién se llevo los trajes —le dijo Roy a Sally y a Matthew—. Tienen que ser piratas del río.

—Éste es un canal —dijo Sally—no un río.

—¿Quieres decir piratas reales? —preguntó Matthew—. ¿Con espadas y parches en el ojo y una bandera negra con calavera y cruz de huesos?

—Probablemente sólo sean niños que viven por aquí en un barquito— dijo Sally.

—Pronto lo sabremos —dijo Roy—. Vamos.

—¿Vamos a dónde? —preguntó Sally

—A hablar con los vecinos Alguien debe saber quiénes son los ladrones.

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Ninguno de los habitantes de la cuadra tenía sugerencia alguna sobre quién podría ser el responsable del robo, así que Roy, Sally y Matthew decidieron acampar esa noche en el patio y sorprender a los piratas, si es que volvían a aparecer. Como la vez anterior, colgaron sus nuevos trajes de baño en la reja trasera y, en cuanto oscureció, prepararon sus camas en el pasto. Tanto Ellie como el papá de Matthew y Roy aceptaron que era un buen plan, pero preguntaron qué harían si los ladrones volvían.

—¡Dispararles! —dijo Matthew—. Tengo mi arco y flechas.

—Las flechas son de hule— dijo Sally

—Podemos ver cómo son y el nombre de su barco y rastrearlos— añadió Roy.

—Le daremos la información a la policía —dijo Matthew.

—Nada de policías —dijo su papá— Háganse cargo ustedes.

Roy, Sally y Matthew acamparon en el patio varias noches seguidas, pero los piratas del río no aparecieron. De los tres, Matthew era el más decepcionado. Roy también estaba decepcionado, pero disfrutó dormir en el piso junto a Sally. Una mañana, después de que decidieran que ésta sería su última noche acampando, Matthew lanzó algunas flechas hacia el canal.

—¿Por qué lo hiciste? —le preguntó Roy.

—Estaba imaginando que los piratas estaban aquí. Probablemente les dio miedo regresar.

Matthew caminó hacia la reja y gritó: —¡Gallinas!

Durante las semanas restantes, Roy veía a Sally cuando creía que ella no lo veía. Ella siempre fue linda con él, pero eso no era suficiente para Roy; decidió que antes de regresar a Chicago intentaría besarla.

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Roy esperó hasta la noche antes de tener que irse, cuando Sally estaba sola en el patio parada frente a la reja. Salió y se paró junto a ella. Su padre, Ellie y Matthew estaban dentro de la casa, empacando.

—¿Qué haces aquí afuera? —le preguntó Roy.

—Ah, nada más estoy viendo el agua —dijo— Me gusta ver cómo se refleja la luna.

—Qué mal que nunca atrapamos a los piratas —dijo Roy.

Sally no le parecía tan alta ahora; Roy se dio cuenta de que debió haber crecido unos cinco o siete centímetros en Florida. Se inclinó y besó a Sally en la comisura del labio.

—¿Por qué hiciste eso? —preguntó.

Sally estaba tranquila y le sonrió, como si no estuviera sorprendida.

—Me gustas mucho —dijo.

—Tú también me gustas mucho. Voy a extrañar estar aquí contigo y con Matthew y con tu papá y Ellie.

—Nos veremos en Chicago.

—Claro, pero no es lo mismo que Florida. Aquí el aire es cálido y dulce y el cielo es hermoso siempre, especialmente en la noche.

—Tú también eres hermosa —dijo Roy.

Sally lo vio a los ojos. Ya no sonreía.

—Gracias, Roy —dijo. —Quisiera que fuéramos más grandes —dijo Roy, —para poder ser tu novio.

Sally vio de nuevo el agua, luego hacia la luna.

—No hay ningún pirata de río— dijo— Tu papá se llevó los trajes de baño y me hizo prometerle que no te diría a ti ni a Matthew.

Roy no dijo nada. Una gran ave blanca pasó encima de ellos

—¿No estás enojado conmigo o sí?

Roy caminó de vuelta a la casa.

—Ven, hijo —dijo su papá—, échanos una mano.