Especial de narrativa: Todo lo prestado

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Especial de narrativa 2015

Especial de narrativa: Todo lo prestado

Un cuento de un rabino gordo y pelirrojo rodeado de niños mexicanos en un avión, por Brenda Lozano.

Un rabino con un saco negro y largo, sentado entre un grupo de niños mexicanos con camisetas amarillas, lee el Talmud sobre la mesita plegable del avión. Es el final del verano, los niños vuelan de vuelta a casa luego de un campamento. Son niños inquietos, hacen ruido, el rabino intenta concentrarse. Esa mañana su hijo mayor compró ese lugar en el pasillo, antes de darle la noticia del accidente que llevó a su tío al hospital, el único de la familia que vive en la Ciudad de México. El rabino ha estado muy ansioso, no le gusta viajar en avión y es la primera vez que hace un viaje urgente.

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Un niño al lado de la ventanilla le avienta unos audífonos a otro niño en la fila de atrás, pero los audífonos no llegan, caen en el pasillo a un costado del rabino. El rabino, de barbas y pestañas pelirrojas, de reojo ve caer los audífonos al piso. Pestañea lento, con un pulgar separa la hoja del libro, recoge los audífonos al tiempo que escucha un grito a su lado. Voltea, observa a los dos niños inmóviles, como sobreactuando que están inmóviles. El rabino no sabe si gritó la niña a su lado o el niño en la ventanilla, en cualquier caso, le entrega los audífonos al niño y le sonríe. Prende la luz, nota que la niña a su lado se asusta, como si hubiera levantado el brazo para pegarle.

El rabino es del tamaño de cuatro, cinco niños, quizás es del tamaño de todos los niños en esa fila. El doble de alto, al menos, que cualquiera de ellos. Rebasa los bordes del asiento, sus rodillas chocan contra el respaldo de enfrente, los brazos están flexionados, desparramados sobre los angostos brazos del asiento. El cono de luz ilumina su lectura cuando lo distrae un sonido parecido al de unos cascabeles. Una mujer de cuarenta y pocos años, con una camiseta como la de los niños pero de color rosa, recarga una mano en el respaldo del asiento del rabino al tiempo que agita la otra; las pulseras chocan entre sí, producen un sonido como de cascabeles. Da indicaciones a los niños de cómo sentarse, les dice cómo deben comportarse, mientras el rabino observa fijamente una esquina de la mesita plegable para no volver a intimidarlos. La mujer le dice al rabino, con un tono aún más agudo y melodioso, como subrayando que no está enojada con él, que si los niños lo vuelven a molestar, se lo haga saber de inmediato, mientras piensa que es simpático un hombre con tantas pecas en la cara cosa que, hasta ahora, tenía asociada más bien con los niños. La mujer le da la espalda al rabino, repite lo mismo en la fila de atrás evidenciando que se trata de una amenaza más bien dirigida a ellos y no una petición al rabino.

El rabino vuelve al libro, cambia una página cuando el niño en la ventanilla le pide que lo deje salir al baño. El rabino se lleva los lentes al puente de la nariz, se levanta del asiento, se cruza la parte baja del saco largo, espera a que el niño salga. No sabe si esperar en el pasillo a que vuelva. Observa a la niña sobreactuar cada que cambia una página de la revista del avión. Piensa que si se queda de pie podría asustarla de nuevo, además de que podría obstruir el paso. Desde joven es consciente de su gran tamaño y ha tomado varias, muchas decisiones en función a su tamaño, así que decide volver a sentarse. Lee dos veces la misma frase, tal vez en otro momento leería dos veces la misma frase por miopía, por un leve movimiento del avión, pero la verdad es que no puede concentrarse. Piensa en su hermano. Deliberadamente lee la misma frase por cuarta vez cuando le picotea el hombro una pequeña mano, y se le encoge el estómago. El rabino separa las páginas con la servilleta del avión, se levanta, deja pasar al niño. La niña a su lado se queda inmóvil, el rabino le sonríe, pero al instante que cruzan miradas ella desvía la suya, como un pájaro que vuela luego de un ruido inesperado, en dirección opuesta a la sonrisa del rabino.

El rabino empieza a quedarse dormido. Se desparrama, se expande aún más en el asiento. Está consciente, aunque dormido, de que está en el avión así que se cruza de brazos para no ocupar más espacio, sin embargo, va perdiendo control y ladea la cabeza, los lentes se le resbalan a media nariz. Comienza a roncar. El niño de la ventanilla asoma la cabeza, le hace señas a otro niño en la fila de al lado El rabino ronca levemente, pero el niño de la fila de al lado se ríe y le toca el hombro a otro niño que ve una película para que mire al hombre grande de rizos rojos. El niño de la ventanilla ve las reacciones en la fila de al lado, cierra los ojos, se tapa la boca con una mano y voltea a la ventana para no reírse a carcajadas. El rabino ladea la cabeza al otro lado, donde la niña. Ella codea al niño de la ventanilla, el niño extiende la mano, le toca el hombro al rabino, el rabino no se despierta, pero endereza la cabeza, deja de roncar, con los ojos cerrados y los lentes a punto de resbalarse por completo, en un movimiento los guarda en la bolsa interior del saco, vuelve a cruzarse de brazos y en ese movimiento la parte baja de su saco largo queda en el asiento de al lado. La niña le señala al niño la tela negra en su lugar, como si fuera una viuda negra, cuando el rabino vuelve a roncar. Esta vez ronca fuerte, ronca muy fuerte. Sueña con su hermano, cuando niños, en casa de sus padres. Hacen la tarea en la mesa del comedor. La luz de la tarde atraviesa las ventanas, las cortinas blancas proyectan las sombras del patrón de flores sobre la mesa, las pelusas van lento de un lado a otro, la luz de la tarde pega en los libros de texto y los cuadernos sobre la mesa. Hace tanto que no recordaba eso, pareciera que está allí, en la casa de sus padres que hace tiempo murieron. Su hermano menor le pide prestado el libro que lee. Él le pide que tome otra copia que está al fondo de la sala, en los libreros. Su hermano se enoja, le reclama que no le presta cosas, nunca me prestas nada, dice, no te interesa prestarme nada nunca, le grita y va enfadado hacia los libreros, no alcanza la repisa, jala una silla de mala gana, se tambalea, jala algunos libros pero se cae al suelo. Él se asusta, corre donde su hermano tendido, por culpa suya, piensa, en la alfombra. Varios libros han caído sobre su hermano, más de los que le pareció escuchar contra el suelo. Estás bien, le pregunta, sin que responda. Vuelve a preguntarle cómo está, pero su hermano no responde. Le mueve el hombro, siente que la camisa está húmeda, se da cuenta de que es sangre. Su hermano sangra tras la caída, pero no entiende por qué. Tiene miedo, no entiende cómo en cuestión de segundos, por culpa suya, piensa, su hermano sangra en la alfombra de la sala, siente la sangre en sus manos, su hermano aún no le responde, sus padres no están en la casa, el miedo se agudiza, como una cuerda a punto de romper se agudiza, y siente que el líquido aún tibio comienza a mojar su costado izquierdo. La sangre de su hermano, piensa, está expandiéndose en su ropa. Se tienta el lado izquierdo, su ropa está húmeda, tiene ganas de llorar, siente, más bien sabe que está a punto de llorar cuando algo a su lado lo despierta junto con un olor a orina. La niña en el asiento de al lado termina de orinar sobre el ala de su saco largo, el niño de la ventanilla se da cuenta, qué pasa, le dice a la niña, por qué no fuiste al baño, le pregunta, pero la niña no responde y se echa a llorar.

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