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Sexo

Sólo es porno

Habana es de México pero llegó a Los Ángeles porque ‘la guerra contra el narco se puso fea’.

Scot Sothern es un fotógrafo con base en Los Ángeles y es gran fan de las prostitutas. Ha interactuado con ellas y las ha fotografiado desde 1960. Ha logrando exhibir sus imágenes en galerías de Estados Unidos, Canadá y Europa. Las fotos de Scot provocan una reacción visceral entre el público y genera muchas preguntas, por esto decidimos darle a Scot una columna regular para conocer las historias detrás de algunas de sus fotos. La idea es simple: presentamos una imagen del archivo de Scot junto a su explicación sobre lo que estaba pasando en el momento en el que la tomó. Bienvenidos.

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Recojo a Habana de entre un grupo de prostitutas en algún lugar de la calle Stanford. Me dice que es de México. Habana está vestida en su Spanx y una blusa con brillitos. Me desoriento pero Habana sabe dónde estamos y me dirige. Incluso las calles más sucias de Los Ángeles se ven hermosas a esta hora de la noche. Mis faros resaltan los colores primarios de los edificios viejos. Ella rebota en el asiento mientras me agarra del pene por encima de mis Levi's.

Le digo que sólo quiero tomar fotos, pero tiene su respuesta mecanizada para chicos con dinero y un coche: "¿Por qué no querer algo más?", me pregunta mientras me da unos buenos jalones. "Se siente bien, Poppy. Está duro, como si quisieras más de Habana".

Trato de explicarle que la dureza que siente se debe a mi respuesta mecanizada a que me aprieten el pene, pero que en verdad sólo quiero las fotos. Estoy rehabilitado.

Me lleva a una casa de tres pisos que parece que está hecha de lodo. Bajo las lámparas de la calle, un grupo de seis tipos —dealers, adictos y mini gángsters malgastando sus cortas vidas— caminan en círculos por el lugar. Si miro fijamente la sombra de la esquina puedo ver a la muerte con su capucha negra y su guadaña. Me estaciono y caminamos en línea recta por la calle hacia la casa de Habana. Tengo mi bastón y camino despacio. Habana me guía. Me ofrece su mano, pero le digo que no.

Se nos acerca un tipo sospechoso. "Amigo", me dice mientras se acerca.

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"Aléjate", le digo. "No te quiero cerca. Vete". Carga restos de un viejo tocadiscos. No tiene tapa y se ven todos los cables, además trae consigo una pequeña televisión análoga.

"Veinte dólares", me dice el tipo. "Laptop. Una buena laptop".

Le digo que se aleje, le doy gracias por la oferta, pero estoy ahorrando para un iPhone. Su cara es dura y apretada, y por un momento, creo que me va a atacar. Habana le lanza un montón de palabras, y le dice que se largue. Sólo se queda ahí, pero nosotros nos movemos.

Habana tiene llave de la puerta trasera, y entramos. Huele a cigarros y sudor. Bajamos seis escalones por un pasillo claustrofóbico que parece más un túnel expresionista. Tiene otra llave que abre otra puerta y entramos. Todo huele a baño sucio. Tiene una cama doble con sábanas y almohadas limpias. "Hey", le digo. "Tienes un He-Man".

"Sí, sí", me contesta. "Skeletor, de He-Man".

"She-Ra".

"She-Ra", repite mientras abre sus ojos.

A un lado del baño, en un mueble con cajones se apoya una gran tele de plasma. Le pido a Habana que la encienda, y me dice que no, que sólo tiene porno. "Sí, sí", le digo. "Préndela". Hará un buen fondo.

Tomamos algunas fotos por la televisión, y luego unas en la cama. A Habana le gusta la cámara. Se divierte pero se decepciona cuando guardo la cámara después de varias fotos. Aún tiene que trabajar unas horas, así que la regreso a su lugar con las otras chicas. Camino al coche, el vendedor de laptops decide intentar de nuevo. Habana lo llama estúpido. En el coche me dice que vino a Estados Unidos porque en México se había puesto fea la guerra contra el narcotráfico. La escucho y asiento. Luego le doy un beso y me despido de ella.

Lee más en nuestra columna, Historias nocturnas.