Una tarde con los habitantes del Kumbala Bar de Insurgentes

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Más que fiesta

Una tarde con los habitantes del Kumbala Bar de Insurgentes

En el Kumbala Bar de la Ciudad de México, la paz permanente de la vida es la paz permanente de la muerte.

Fotos por Ernesto Álvarez

Durante la mañana El Sopas se pone su camisa frente a Insurgentes Sur 154, lo que hace diez años fue el Bar Kumbala, sobre la Glorieta de los Insurgentes.

La Glorieta Insurgentes es un círculo de cemento frío y feo en el que se mezclan los automóviles que vienen por Chapultepec, Insurgentes y Oaxaca.

En Oaxaca, pero en la ciudad capital del estado homónimo, hay otro con el mismo nombre, también famoso, pero a fuerza de aparecer en la crónica roja de los periódicos. El Kumbala de Oaxaca está en el Municipio Santa Lucía del Camino y en el correr de este año ya presenció al menos dos asesinatos.

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Este Kumbala, el de la Glorieta Insurgentes, —punto neurálgico de la Ciudad de México— está cerrado hace por lo menos diez años. Según la inmobiliaria que renta el espacio, fue clausurado porque el contrato de renta establecía su uso como oficina, no como bar. Eso no impidió que durante 20 años, el Kumbala fuera uno de los puntos míticos de la ciudad, un tipo de antro inmortalizado por la banda Maldita Vecindad en un bolero hiper popular que lleva el mismo nombre.

¿Qué fue primero la rola o el bar? "No compusimos la rola por ningún bar en específico, más bien por un tipo de bares muy comunes en el centro de la ciudad. Ese tipo de bar rasposo de los años 40, como las cantinas a las que iba Pedro Infante. Una vez que compusimos la canción empezaron a aparecer muchos bares de nombre Kumbala", relata Enrique Montes, alias Pato, guitarrista de la banda. La rola fue lanzada en 1991, por lo que este Kumbala pudo haber sido seguramente uno de esos tantos.

La luz roja, como pinta la canción, ya no anuncia el baile Kumbala bar, sino la tienda de lencería que está pegado. Fondo colorido para lograr ver algún rasgo de los rostros flacos de los que están sentados/tirados por los rincones. Ahora el Kumbala es el hogar de un montón de chavos que monean, aspirando solvente en pedacitos arrugados de papel que apenas existen. Rodeados de oscuridad y de transeúntes que ya no pasan casi por ahí.

El Panki saca un costal de latas aplastadas. El bar está repleto de excremento, basura y ropa. Cuando no hay en donde dormir algunas personas lo utilizan, pero la mayoría del tiempo están afuera y sólo se ocupa como bodega.

"Te la voy a prender fuego", amenaza una de las chavas, reticente ante la aparición de la cámara fotográfica. "¿Y qué nos vas a dar por tu proyecto?", dispara, ácida.

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No quiere fotos, está enojada y se arrincona contra la baranda que protege el foso que rodea la Glorieta. Arquitectura urbana para motores, que los peatones deben contentarse con esquivar, caminar de más, caer en la plaza sin árboles, amurallada por su propio cemento, rodeada de puentes que separan más de lo que unen.

Ella mira de reojo con la mano pegada a la nariz. Está enojada. Todavía mantiene cierto semblante rozagante en los cachetes que apenas le asoman entre el pelo y la capucha con los que se cubre la cara. Como si fuera más nueva y el tiempo no le hubiera consumido aún el cuerpo, como a las otras.

Melissa sería un cadáver sino fuera por sus grandes ojos abiertos. Está convencida que soy su hermana, "la gemela del Brian", los dos mayores que fueron regalados a otra familia. Que los disculpe, que yo debo haber tenido una buena vida, dice. "Brian es Messi", dice. "A él también le fue bien".

Por momentos, Melissa se pone nerviosa y se divaga. Como si fuera una operadora de los comienzos de la radiofonía y cambiara la conexión de la comunicación, salta de idioma. Qué estará diciendo es un misterio.

"Si me hablas en otros idiomas, no puedo entenderte", ensayo. El reto surte efecto y el español reconecta, vuelve. Tras un par de intentos de desmentir nuestra filiación, me rindo. Conversamos entonces bajo sus términos.

A ella también la secuestraron, los españoles, y le metieron tres hijos adentro. Pero se escapó y ahora tiene cerca a su hermana, Andrea. También ve a Iván, el mayor, que vive no muy lejos, ella lo visita. "Éramos diez, ¿te acuerdas hermana?" Uno tras otro los nombra a todos. "Yo sabía que nos íbamos a volver a encontrar, aunque pasara tanto tiempo, hermana". Melissa queda al borde de la emoción y traga llanto. Larga sobre el piso mugriento la cartera ídem que trae colgada del hombro flaco. Te abrazo, hermana. Ya no estés tan triste.

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Melissa, una de las chicas en situación de calle, con una playera que tiene escrito "Traigo toda la actitud", se esconde del sol afuera de lo que fue el Kumbala, cerrado hace 10 años. En los 425 albergues, según datos oficiales, el 58.3 por ciento de los alojamientos recibieron donaciones de particulares y 57.6 por ciento obtuvieron recursos mediante el cobro de cuotas a la población usuaria residente o sus familiares. Por lo qué muchas personas prefieren evitar ese cobro de cuotas.

Llega el Panki, enérgico. Orgulloso de su cresta y su chaleco con estoperoles. Posa y sonríe y cuenta todo lo que quiere. Le gusta que lo escuchen. Melissa se pierde en otro pedacito de papel mojado y en un cigarro ofrecido como consuelo, que no le interesa fumarse. También está el Changuito, que rapea para los presentes. Ellos llegan más despiertos y el Kumbala recupera algo del ambiente musical de antaño, de las pinceladas de neón de la canción.

El Panki acaba de salir del torito, dice, a dónde "te lleva la tira cuando te levantan por las calles". 25 horas atrás, a él, que destaca entre los otros porque se ríe a las carcajadas. "¡Pero sí los hice correr antes que me agarraran por tomar una chela en la calle!" El sábado cumple años. ¿Cuántos? 37. "Me muevo", dice, "no me quedo siempre por acá, aunque ahora me gustaría comer y tomar una cerveza fría".

La conversación se ve interrumpida por un tropel de gordos que viene a los gritos pegando la curva, jurándose odio, mentándose la madre. Palos y un bate de béisbol ondean en el aire para completar la amenaza. Todos se dispersan por la estampida. No los chavos del Kumbala que permanecen impávidos ante la manada que les corre alrededor. Al rato caen los policías. Los chavos del Kumbala ni se tocan.

A la vuelta hacia la derecha está el origen del conflicto. Un hombre chorrea sangre de la cabeza y el antebrazo lastimados, a palazos según comenta, por los que salieron corriendo para ese lado. La ambulancia tarda en llegar, escoltada por un policía identificado como el que sí hostiga a los chavos del Kumbala.

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El hombre es trasladado y el Panki y el Changuito ofrecen completar el paseo por la vuelta. Intervinieron uno de los monumentos de la zona con pintura roja y blanca y quieren mostrarlo. La imagen de su obra podría ilustrar la tapa de un disco de los Sex Pistols.

Más allá, sobre el pasillo de la calle Xalapa, un grupo de comerciantes protesta por haber sido desalojados. El Corporativo Redondel les solicitó que se corrieran para arreglar el piso de entrada del edificio que construyen. Ahora nos los dejan volver a instalarse porque alegan que el piso es suyo, cuando en realidad es la vía pública. He ahí el conflicto. Poco a poco se van viendo arrinconados a menos lugares en los que pueden armar sus puestos de venta.

Completando la vuelta, en el Kumbala, la paz permanente de la vida es la paz permanente de la muerte. La confusión es el dios, la locura es el dios y eso lo saben los chavos.

'El Sopas', unos de los chicos en situación de calle, muestra el dinero que ganó frente a lo que fue el Kumbala. Según la Comisión Económica para América Latina en el 2014, México con el 2.9 por ciento, es uno de los cuatro países de América Latina que aumentó su tasa de pobreza anual.

Francisco le comparte a 'El Lepras' y todos los demás un pedazo de torta que les dejó una transeúnte sobre la Glorieta de los Insurgentes. Estadísticas de algunos diarios nacionales señalan que los mexicanos en indigencia representan el 13.3 por ciento de la población total, cuando la media latinoamericana es de 11.5 por ciento.

Francisco come lo que queda de la torta que le dejó una transeúnte.

Melissa, una chica en situación de calle, se esconde del sol mientras inhala solventes. El consumo de inhalantes en la Ciudad de México lo practica, en promedio, el 10 por ciento de la población.

Francisco escucha la conversación de 'El Panki' y 'El Sopas'. Al fondo Daniela, una chica que va al ex Bar Kumbala cuando sale de la escuela, mientras su madre trabaja en el Ministerio Público de la Benito Juárez.

Legus, un chico en situación de calle sin una pierna, inhala solventes junto al 'Trompas'.

'El sopas' prende un cigarro de mariguana mientras espera la llegada de 'El Panki', quien fue a una manifestación de comerciantes desalojados en la calle de Jalapa, en la colonia Roma Norte.

Francisco se recuesta junto al póster de una modelo desnuda, según él, para "soñar bonito".

La cara de Benito Juárez intervenida por alguno de los chicos que van y vienen del Kumbala.

'El Panki' camina frente a una de las tiendas que venden lencería y disfraces sexuales, junto a lo que alguna vez fue el Kumbala. Después de un par de años se convirtió en el refugio para más de una decena de personas sin casa.

Una pelea campal se desata frente a lo que fue el Kumbala. A pesar de que más de 15 elementos de la Secretaría de Seguridad Publica de la caseta en la Glorieta de los Isurgentes observan la pelea, no interfieren para detenerla y al contrario, les abren espacio para seguir con su trifulca.

Carlos, el más lastimado de la pelea, termina con una fractura en el antebrazo y traumatismos en el cráneo, según detalló el paramédico que lo atendió.

El policía que hostiga a los chavos del Kumbala, según lo que cuentan, toma los datos de Carlos, un herido de la cabeza y con el antebrazo roto. La policía de la zona se dedica a perseguir indigentes que beben en la calle, como pasó con 'El Panki', a quien metieron al Torito durante 24 horas, a reprimir manifestaciones como la de la de los comerciantes en la calle Jalapa y a tomar datos de los lesionados, como los de Carlos, pero parece que temen intervenir para detener una pequeña pelea y evitar heridos sobre las arterias de la Ciudad de México.

'El Trompas' posa para una foto.