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"Soy oficial de policía, por eso me vine a entregar", dijo el ex Subdirector de Seguridad Pública después de matar a un joven en Puebla

Jaid Mothe, ex Subdirector de Seguridad Pública de San Pedro Cholula, disparó accidentalmente contra Ricardo Cadena el pasado 3 de mayo del 2015.

El golpeteo de los guantes de box suena contra la piel macerada en contadas ocasiones. Jonathan y su hermano Ricardo Cadena se han desesperado como otros millones de espectadores al observar correr en la pantalla, de un lado a otro, a Floyd Mayweather. A Manny Pac-Man Pacquiao se le escapa la pelea, una de las más aburridas del siglo. Un par de horas después de finalizado el combate, Jonathan huirá junto con Ricardo, ambos perseguidos por las sirenas policíacas. Jonathan sentirá el crujir de una bota contra su rostro y escuchará el sonido metálico de su cuerpo arrojado a la batea de la camioneta patrulla; el eco de un disparo retumbará en la calle por donde ambos hermanos intentarían escapar a la muerte.

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Jonathan se ha cansado de narrar una y otra vez la historia del homicidio de Ricardo. Aquel 3 de mayo del 2015, los reporteros buscaban alguna declaración que permitiera explicar cómo el ex Subdirector de Seguridad Pública de San Pedro Cholula, Jaid Mothe Hernández, disparó contra Ricardo. De pronto, Jonathan y sus familiares se vieron rodeados por cámaras, grabadoras, y distintos rostros que indagaban repetidamente sobre el mismo instante. En la mente de Jonathan sólo se había grabado un sonido: el del disparo que le quitó a su hermano mayor.

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Para entrar a la habitación que compartían los hermanos Cadena es necesario cruzar por el taller de carpintería de su padre, Fernando, situado en Camino Real a Momoxpan, San Andrés, Cholula. El picor del aroma a thiner, la pintura y las resinas se mezcla con el de la madera. Apenas cabe una litera así como un robusto tocador de madera vieja y maciza; sobre el mueble descansa una fotografía de Ricardo: tiene los ojos un poco soñolientos pero alegres, lleva puesta una gorra negra con la visera doblada hacia arriba, una arracada redonda de 3 centímetros en el lóbulo del oído izquierdo, la sudadera y los pantalones lo hacen parecer hiphopero. El chico de 15 años abre uno de los cajones donde aún permanece la ropa de Ricardo, "cuando me pongo su ropa o ando en su bici es como si él me acompañara", dice.

La mirada de Jonathan busca en sus recuerdos, entre ellos cuando su papá los llevó a Chiapas, en el verano del 2014, donde realizaron trabajos de carpintería en una cocina. Aquel viaje se convirtió en una visita a la playa. "Fue muy alegre porque él ya conocía la playa y para mí era la primera vez que iba a una. Mi hermano se reía porque yo me emocionaba, luego me dijo 'Me voy a poner mi expansión playera', un caracol". Jonathan recuerda que le pidió a Nano —como le decía de cariño a Ricardo— que le perforara el lóbulo izquierdo. No importaba que Jonathan copiara el estilo de su hermano mayor; eso los unía aún más. "Sentí dolor porque era la primera vez que me perforaba y me dijo que no fuera niña, que me expandiera más".

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El sábado 2 de mayo, ambos chicos se levantaron a las 10 de la mañana y fueron a la tienda de ropa preferida de Ricardo, en el centro de Puebla, donde compraron un pantalón y una camisa. Regresaron para llevar la bicicleta de su abuela a arreglar, cerca de las 2 de la tarde. Esa noche planeaban ver la pelea con Heriberto Bolaños, uno de los amigos de Ricardo.

Jonathan no parecía emocionado al respecto: "Como que algo me decía entre sí ir y entre no. Sentía como que me daba flojera y le dije 'no hay que ir, lo vemos aquí en la casa', pero me dijo 'no seas gay, hay que ir' y ya fuimos".

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Al caminar por las calles del poblado de San Diego Cuachayotla, la ropa se impregna del aroma a leña ardiendo mezclado con el de la arcilla. La calle Cholula muestra los talleres donde los pobladores se encargan de hacer líneas de cuadros de lodo en los patios para que se sequen al sol, luego son colocados en hornos de tres metros de alto por cinco de ancho, donde se cuece el tabique rojo. La mayoría de las casas están construidas con ese material, incluida la propiedad de Jaid Mothe Hernández.

Podría creerse que al haber sido el Subdirector de Seguridad Pública de San Pedro Cholula, Mothe Hernández tendría una propiedad ostentosa y de acabados que resaltarían entre las viviendas de la zona. Separados por cerca de 5 kilómetros y del bello centro colonial de Cholula con su vista al Santuario de la Virgen de los Remedios, los hogares de la familia Cadena y de Jaid Mothe son espejos de la misma situación económica: casas de un solo nivel construidas con tabique rojo, cuyas fachadas apenas tienen el acabado gris del cemento, sin pintura colorida, y las varillas asomándose por encima de los techos.

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Tres perros salen corriendo mientras ladran temerosos al extraño que ha invadido el patio de tierra amarilla; tras de ellos, una niña de escasos 14 años y mirada serena se acerca para saber quién ha llegado. Es Isabel, una de las tres hijas de Jaid y su esposa Gabriela Domínguez. Resultan curiosas las coincidencias entre ambas familias: también Fernando Cadena y su esposa Guadalupe Becerra tuvieron tres hijos: Ricardo, Jonathan y Ana Fernanda. Incluso más desconcertante resulta que dos de los policías que atestiguaron la muerte de Ricardo Cadena también son padres de tres hijos, respectivamente.

Isabel menciona que su madre fue a visitar a Jaid a la cárcel —no falta ningún martes ni jueves, días en los que se le permite ver a su esposo—, y que llegará después de las 6 de la tarde. "Mi papá era cariñoso con todas nosotras; no era estricto. Eso sí, casi no lo veíamos porque todo el tiempo estaba trabajando. Si quiere hablar con mi mamá, venga mañana", son las únicas palabras que la niña dice antes de regresar a las habitaciones de tabique rojo y perderse tras de una cortina.

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Fernando Cadena recuerda aquel 26 de abril de 1997 cuando Ricardo nació en casa de la abuela Francisca. "Mi mamá no quiso que mi esposa se fuera al hospital y ahí le ganó el parto", dice. Las anécdotas podrían hacerlo llorar; nunca se quiebra, respira profundo y vuelve a mantener el gesto sereno. Tiene 38 años, pero las arrugas en su rostro lo hacen lucir 10 años más viejo. A través sus ojos, se dibuja la imagen de Ricardo a los tres años cuando en un estrecho pasillo jugaban fútbol con una botella de plástico.

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La relación con su hijo ni siquiera se vio afectada cuando Fernando se fue un año a probar suerte en Estados Unidos. "Me idealizaba su vida resuelta. Siempre me platicaba que quería estudiar algo relacionado con los coches, me decía ingeniería mecánica", comenta sobre Ricardo. Fernando pretendía abrir un nuevo taller de carpintería para que Ricardo lo administrara. "Él estaba aprendiendo la carpintería porque de ahí se iba a pagar la universidad".

Si la adolescencia de Fernando fue de rebeldía, de llevar arracadas y el cabello largo, la de Ricardo fue de sentirse apoyado por sus padres cuando decidió perforarse. Como Jonathan y Ricardo pasaban su tiempo libre ayudando en el taller de carpintería, rara vez se les prohibía salir los sábados por la noche. "Ese día no quería que saliera. Algo me decía 'que no salga'. Le iba a decir a mis hijos que viéramos la pelea aquí", simplemente el "no" se atoró en el pecho de Fernando.

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Durante julio del 2014, la llamada "Ley Bala" alcanzó su punto máximo de polémica cuando José Luis Alberto Tehuatlie Tamayo fue herido con una bala de goma en una manifestación; días después fallecería en el hospital. El policía que accionó el arma se perdió en el anonimato del tumulto y no hubo un responsable claro. En cambio, Jaid Mothe acudió a las 11 de la noche del 3 de mayo del 2015 para asumir la muerte de Ricardo Cadena.

Jaid es un hombre de quijada ancha, fuerte; bajo sus cejas tupidas y afiladas, la mirada es rígida, casi insostenible. Su voz bien pudo haber sido cavernosa y profunda para enfatizar su físico de policía, pero se le ablanda al mencionar constantemente "forcejeo" y "accidente". Se disculpa con su familia por haber escapado. Lamenta el acto cometido y pide que los familiares de Ricardo Cadena logren perdonarlo.

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El expediente muestra a Mothe Hernández como un oficial limpio. Nació en Úrsula Galván, Veracruz, un 12 de septiembre de 1976. El promedio de su certificado de secundaria es de 8.5. Jaid policía, esposo, padre de familia, es juzgado como un delincuente que asesinó y escapó. "No soy un criminal; soy oficial de policía. Por eso me vine a entregar. No soy criminal", asegura antes de entrar a las instalaciones del Ministerio Público de San Andrés Cholula.

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Las bicicletas BMX además de la música del rapero Charles Ans eran las pasiones de Ricardo Cadena. El amor por andar en bicicleta fue herencia de su abuela, Francisca Hernández. "No tenía ni un año y amarrado en el rebozo, me lo echaba en la espalda. Nos íbamos a traer la comida en mi bicicleta". Cuando pasaban junto a un lugar con música, el pequeño se mecía en el rebozo, recuerda Francisca.

Las manos de Francisca tiemblan un poco mientras revuelve los chícharos con los ejotes en el recipiente de peltre como si allí mismo buscará los recuerdos alegres sobre su nieto. Ella narra la vida cual si fuera un relato. Sonríe un poco al evocar el dulce de arroz con leche, las memelas y el espagueti con crema que eran los favoritos de Ricardo; también cuando quiso comprar una bicicleta de montaña para su nieto: "Pero, abue, a mí me gustan esas de acrobacia, son bien chingonas", le decía Ricardo. Bastaron mil pesos para apartar la BMX morada que durante los últimos tres años acompañaría a su nieto.

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Los días posteriores al cumpleaños de Ricardo, Francisca tuvo pesadillas: "Soñé una boda, pero no les veía la cara. Para la ceremonia iba a dar pollo que estaba en una tina muy grande". Según el esoterismo, soñar una boda es premonitorio y desde la antigüedad se interpreta como un anuncio de muerte. La suegra de Francisca estaba en la pesadilla: le dijo que llegaría mucha gente a su casa. Quizá sólo la prevenía sobre lo que sucedería con Ricardo.

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Los últimos rayos de sol se escondían tras de la catedral de Cholula. En un par de horas Many Pacquiao perdería la batalla. Jonathan y Ricardo compraron unas papas mientras esperaban a sus amigos. De la nada, Jonathan abrazó efusivamente a Ricardo —a pesar de su cercanía, sólo se estrechaban en los cumpleaños—, "'¿Por qué me abrazas?', me dijo Nano, '¿estás tonto o por qué?'". Entre risas, Ricardo empujó a su hermano. En ese momento llegó Heriberto y partieron hacia el botanero "El Recuerdo", en Santiago Mixquitla, de donde saldrían hasta después de la medianoche.

A bordo de la patrulla 361 viajaba Jaid Mothe junto con los oficiales Gerardo Hernández Xique y Lucía Rueda Gómez; atrás de ellos circulaban Armando Guerra Flores y Fernando Suárez en la unidad 006, sobre la Avenida 12 Poniente. Jaid vio a tres jóvenes que caminaban sobre la privada Luis N. Morones y creyó que uno de ellos sostenía una lata de aerosol: "¡Graffiti, Graffiti!", gritó —por iniciativa panista la llamada "Ley Graffiti" fue aprobada en marzo del 2015 por el Congreso de Puebla, la cual contempla hasta 6 años de prisión y trabajo comunitario—. Las patrullas se detuvieron al instante.

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Ricardo llevaba una lata de cerveza en la mano cuando escuchó el grito de Jonathan al ver las patrullas: "¡Córranle!". El temor de Jonathan era consecuencia de las historias de abuso policial en las que a los detenidos se les sembraba droga o se les disparaba bajo el escudo de la "Ley Bala". Los tres intentaron regresar al botanero. "Mi hermano me gritaba que corriera y yo corría más y más", recuerda Jonathan, el único en llegar al bar. Heriberto y Ricardo regresaron caminando por la misma calle. Detrás de un automóvil Sedán Volkswagen, Jaid Mothe se había escondido; sostenía su pistola Glock 9 milímetros en el interior de una pechera. Sus compañeros le dieron vuelta a la cuadra en las patrullas. Heriberto avanzó por la acera sin que lo viera el policía, mientras que Ricardo cruzó a mitad de la calle. El resto de los policías llegaron al botanero y sacaron a golpes a Jonathan; Lucía Rueda esposó al chico y tras subirlo a la patrulla 006, le dio una patada en la cabeza. Jaid salió de su escondite al ver cruzar a Ricardo. Apuntó el arma. "Cuando escuché la detonación, la oficial (Lucía Rueda) dijo 'este cabrón ya volvió a hacer sus mamadas'", menciona Jonathan, "entonces ella le decía a los policías que me detuvieron, 'vámonos ya de aquí, este cabrón ya hizo sus mamadas'". En su declaración ministerial Lucía Rueda y los otros policías negaron haber escuchado disparo alguno.

Jaid Mothe temblaba. El viento aún no terminaba de esparcir el olor de la pólvora quemada. Su deber como policía era quedarse hasta la llegada del resto de los oficiales; sin embargo, observó unos segundos el cuerpo de Ricardo desangrándose por la herida en el lado derecho del cuello, cerca de la nuca —los peritos determinarían una trayectoria de salida del proyectil por el lado frontal izquierdo del cráneo—. "Hablo a la comisaría por vía radio que inmediatamente me manden a la unidad médica", fue la declaración de Mothe; el hecho esta registrado en la bitácora de la policía municipal a la 1 de la mañana con 57 minutos. Jaid tuvo la posibilidad de asumir el error con valentía, intentar auxiliar a Ricardo y esperar a ser detenido, pero la debilidad humana lo llevó a sucumbir ante el pánico de haber accionado la pistola por error. "Me dio miedo de lo que había pasado", se puede leer en el expediente ministerial. "Veo la oportunidad del área oscura y me retiro del lugar", declaró ante los medios locales. Como si nada, subió a la patrulla 361 y le pidió a su compañero Gerardo Hernández Xique que regresaran a la comisaría. Una hora después, Mothe fue llevado a su domicilio.

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Eran las 3 de la mañana cuando en la comisaría, Fernando trataba de averiguar por qué Jonathan estaba detenido y Ricardo no aparecía por ningún sitio; a su vez, Francisca se levantaba para salir al baño del patio, "como que me pareció haber visto la madrugada muy oscura, de ese oscuro profundo"; mientras tanto los oficiales de la patrulla 007 reportaban el hallazgo de un joven asesinado en la privada Luis N. Morones; al otro lado de Cholula. Después de estar encerrado en su habitación, Jaid se despedía de su esposa diciéndole "que tenía asuntos de su trabajo" y salió de su casa sin más palabras.

El cuerpo de Ricardo fue levantado por los peritos a las 5 de la mañana. Media hora más tarde Fernando reconocería las pertenencias y el cadáver de su hijo. Con la mente en blanco Fernando manejó de regreso a su hogar. A las 6 de la mañana entró a la cocina, desde ahí le pidió a Francisca que saliera de la recámara. "Ay, ma, te voy a decir algo muy triste. Le dispararon a Ricardo". Pocos minutos después llegaron Jonathan y su madre. La primer frase de Jonathan a su padre fue "¿y el Nano?", Fernando calló, "le pregunto otra vez '¿y el Nano?' —comenta Jonathan—. Ya hasta que entró mi mamá fue cuando nos dice que lo habían asesinado".

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Una virgen iluminada por luces neón observa a las poco más de 15 personas sentadas en las butacas de la capilla de Guadalupe, en San Andrés Cholula. El sacerdote reflexiona sobre el evangelio de San Juan donde Tomás, uno de los doce apóstoles, pide colocar sus dedos en las heridas de Jesucristo para creer su resurrección. Es 3 de julio del 2015 y la familia Cadena honra la memoria de Ricardo a dos meses de su fallecimiento.

La madre de Ricardo se sienta en la primera butaca; atrás de ella, en la segunda banca está Fernando. Jonathan y su hermana Ana ocupan la tercera fila, mientras en la última permanece Francisca. Parecen no escuchar al cura, incluso Jonathan saca un chicle para masticar. Es después de la comunión, durante las reflexiones personales que el recuerdo de Ricardo hace correr las lágrimas. En ese instante Fernando se permite ser frágil para dejar fluir el llanto acumulado. No hay lamentos: el duelo es silencio. El único que no llora es Jonathan, prefiere salir de la iglesia a mirar las nubes agolparse en el cielo. Lloverá en Cholula, Lugar de los que huyeron.

Una semana después de la ceremonia, Fernando decide llevarse a su familia del hogar de Francisca. Los recuerdos aparecían en cada rincón. Fernando se sienta junto al mueble viejo que sus hijos utilizaban como ropero. El cuarto ahora está vacío, mas no la rabia del padre de Ricardo. Aquello nunca se desvanecerá. Dos veces por semana visita la tumba de su hijo, pero aún le cuesta trabajo hablar con él. "Realmente espero que su alma no me acompañe, que esté en un lugar mejor. Que se haya olvidado de este espacio terrenal. Espero que siga pasando el tiempo". Fernando conservará el taller de carpintería, no así el cuarto de Ricardo: "voy a demoler esto, voy a tirar todo, a ver si de esa manera no me acuerdo".