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La peste negra regresa a Madagascar

Entérate de lo que esta pasando en esta zona.

Estaba sentado en el helicóptero y luego descendí en un claro de la villa de Benarimbo, un pueblo de más o menos 80 chozas encarnadas en las montañas color esmeralda del norte de Madagascar. Mi piloto, un alemán llamado Gerd, ya había hecho un intento de aterrizaje, pero había desistido porque las aspas levantaron tanto polvo que causaron un apagón.

Unas horas antes, justo al salir para Beranimbo en un viaje de tres horas desde Antananarivo, capital de Madagascar, Gerd lucía emocionado. Él normalmente no obtiene trabajos como este, hace dinero llevando equipos de grabación que llegan a hacer tomas de apoyo para documentales de ecoturismo, normalmente sobre lémures. "¿Quiere que pase por ahí?" preguntó, y antes de que yo pudiera entender lo que quería decir, estábamos volando bajo las colinas. Mi estómago se puso al revés, desde esta altura podíamos ver la densa vegetación forestal, los altos árboles de ravenala o palma del viajero endémica de la región y las grandes heridas hacia de los bordes de los bosques, ahora cicatrices de la deforestación sistemática.

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Estábamos ahí porque en el otoño de 2013, Benarimbo había sido el epicentro de un brote de peste negra que resultó en cerca de 600 casos y más de 90 muertes en todo el país. Madagascar reporta la mayor cantidad de casos en el mundo. Dependiendo de qué siglo estemos hablando, la enfermedad es mejor conocida como La peste, una patología generalmente asociada con la Edad Media, cuando la combinación entre ratas, mosquitos y la pobre higiene resultaron en la muerte de entre 75 y 200 millones de personas. La peste sigue siendo una gran amenaza en naciones del tercer mundo, los vigilantes de la salud pública reportan alrededor de 2000 casos al año.

En los años 30, el incremento en el uso de antibióticos casi extingue la amenaza clínica de la enfermedad, por lo menos en el mundo desarrollado, y La peste perdió su estatus como asesina global. Pero por años, los epidemiólogos han advertido que Madagascar es particularmente vulnerable al contagio masivo rural y urbano. Quería averiguar qué tan peligrosa puede ser esta enfermedad medieval en el siglo 21, y por qué persiste en esta parte del mundo. Esa búsqueda me llevó a Beranimbo.

Cuando llegamos, los nervios de Gerd eran más que obvios. "Esto puede ser muy peligroso", murmuró por el intercomunicador mientras intentaba aterrizar el helicóptero. Pero él no se preocupaba por su propia seguridad sino por la de 200 personas reunidas en la pista de aterrizaje. Cualquiera de ellos fácilmente pudo haber perdido un ojo con cualquier piedra o palo  levantado por el helicóptero. Estas aeronaves son raras en Beranimbo y siempre atraen la atención, pues normalmente llevan ayudas de la Cruz Roja. Cuando finalmente encontramos un sitio apropiado para aterrizar, los habitantes salieron de sus chozas a saludarnos.

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Ya en tierra fui presentado al anciano de la villa, un viejo y delgado en una chaqueta ligera y sombrero de safari. Para celebrar nuestra llegada había organizado el sacrificio de una vaca cebú, ganado común local, como almuerzo de bienvenida. "El sacrificio del cebú marca nuestra amistad", dijo. "No puedo expresar enteramente nuestra alegría. Disfrútelo con toda nuestra gratitud". El cuello del animal fue cortado y a mi me llevaron a conocer a Rasoa Marozafy, un hombre de 59 años y padre de siete, que ha pasado toda su vida en la villa. Rasoa es un sobreviviente de La peste, y él es la razón por la cual vine a este lugar.

Como sus compañeros de villa, Rasoa es de complexión delgada y está visiblemente malnutrido. Sus extremidades son nudosas, como cobijas enredadas. Me miró atentamente de arriba a abajo antes de extenderme su mano para el saludo tradicional malgache, con la mano izquierda sosteniendo la muñeca derecha, luego cambió a una suerte de aplauso con las manos abiertas y de nuevo volvió a la posición inicial.

Le presenté a Rasoa a mi traductor y él comenzó a contar su encuentro con la muerte negra.

En septiembre de 2013, acabando la temporada caliente y de lluvias, Beranimbo fue azotada por una pestilencia enigmática. El caso inicial fue el del primo de Rasoa, un granjero de maíz, que repentinamente se enfermó y murió. Siguiendo la tradición, su cuerpo fue cargado hasta el centro del pueblo y dejado al airle libre por una semana mientras el funeral era acordado.

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Los problemas de Rasoa empezaron un par de días después. El horror empezó con una alta fiebre y dolores punzantes en el pecho. Un día después tosía violentamente, escupiendo coágulos negros de sangre. Dolorosas lesiones aparecieron en sus axilas y su ingle, y en solo 24 horas su esposa, Veloraza, había desarrollado los mismos síntomas.

Cuando el curandero local se enfermó, Beranimbo entró en pánico. Los habitantes convalecientes atravesaron la selva hacia poblaciones que creían no infestadas y dispersaron la enfermedad por las montañas. Para los inicios de octubre, un brote general había aparecido y Beranimbo se convirtió en una zona roja. Rasoa y Veloraza, temerosos de contagiar la enfermedad, caminaron juntos, jungla adentro, para morir.

La enfermedad siguió su paso por toda la zona rural durante semanas antes que un puñado de campesinos llegaran a Mandritsara, una ciudad cercana. Las pruebas preliminares conducidas por doctores locales encontraron factores de riesgo asociados con la vida rural: bajo peso corporal, malnutrición crónica y falta de higiene. Pero la enfermedad dio positivo en Yersinia pestis, la bacteria que causa la peste negra.

Coordinadores regionales de la Cruz Roja fueron alertados y despachados el cinco de octubre. Cuando el apoyo llegó, Rasoa y Veloraza seguían en la selva esperando por la muerte, así que algunos de estos voluntarios enseñaron a los campesinos a buscarlos. Les tomó un día encontrarlos. La pareja fue cargada hasta la villa, donde les inyectaron tetraciclina y estreptomicina, dos fuertes antibióticos. Estaban al borde de la muerte y severamente delgados. Pero después de unas semanas, la enfermedad desapareció.

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Rasoa y Veloraza se recuperaron. "Ahora nunca nos separaremos", me dijo Veloraza, sentada al lado de su marido, con lágrimas en sus ojos. Hasta que ella fue tratada, nunca había oído de La peste. Respiré profundo el aire seco y le pregunté cuáles habían sido las consecuencias de la enfermedad en la villa.

"¿Consecuencias?" dijo en su lengua tradicional. Su ira no necesitaba traducción. "Mató personas", dijo. "Esas fueron las consecuencias. Mató gente. Pensamos que íbamos a morir".

Nací en el año de la rata. Como niño, buscando entre los sobrantes de dumplings y cerdo de restaurantes chinos, estaba orgulloso de ser una rata. Es el primer animal en el zodíaco chino, como Aries, mi signo de sol. Interpreté su carácter, en vez de algo rastrero y sucio, como el de un animal industrioso, instintivo y sobreviviente. Igual, muchas personas no piensan que las ratas sean de esa manera. Es preciso ocupar una muy mala posición para hacer parte de la chusma en el reino animal. Aunque puedo argumentar razonablemente que las ratas están más alto que las cucarachas en la escala de tolerancia humana, ellas están por debajo de los cuervos, murciélagos e incluso las palomas. La musofobia viene desde las primeras etapas de la civilización, cuando las ratas llegaron a los primeros silos y contaminaron suministros alimenticios.

Desde entonces han sido temidas por dispersar una vasta cantidad de enfermedades, como fiebre por mordida de rata, criptosporidiosis, fiebre hermorrágica viral, leptospirosis y, por supuesto, La peste, de lejos la más horrible de las grandes enfermedades epidémicas. A lo largo de la historia, La peste se ha ganado una gran cantidad de apodos que apelan a su potencial destructivo (muerte negra, plaga negra, gran mortalidad, gran pestilencia, gran plaga, muerte roja), pero muchos la conocen como la peste bubónica y tiene una  serie de asociaciones con ella: mosquitos, manadas de flagelantes locos azotándose a sí mismos, el triunfo brugeliano de la muerte, Monty Python  y naturalmente, ratas que esparcen la enfermedad.

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Por supuesto que hay mucho por saber sobre La peste, más de lo que a la gente le importa, depende de qué tan curioso sea uno. Como muchos estudiantes de bachillerato obsesionados con la fantasía, me interesé en la Edad Media. Y eso llevó a un interés específico en la peste por una razón clara: su estatus como la asesina singular más catastrófica en la historia humana. Desde su primer reporte en los filisteos hacia 1320 antes de Cristo, ha causado alrededor de 300 millones de muertes, y no hay una vacuna confiable todavía. La bacteria y la peste ha probado ser imposible de erradicar, y parece que va a seguir por ahí hasta después de que nuestra especie esté extinta.

"Es una enfermedad para un tiempo y lugar", según el doctor Tim Brooks, un epidemiólogo británico que se especializó en la peste y trabaja en el Departamento de Patógenos Raros e Importados en Salud Pública de Inglaterra. "Pero de hecho, su tiempo no es ahora". Aunque puede que no sea el momento de la peste, no significa que no está esperando. Han habido tres pandemias globales de esta enfermedad. La primera aconteció en el siglo 6, luego llegó la muerte negra en 1347 y finalmente apareció la llamada tercera pandemia, que empezó su camino en el siglo 19 y, dependiendo de qué tan cínico sea su epidemiólogo, puede seguir siendo una realidad a pequeña escala en todos los continentes. Incluso ha llegado a los Estados Unidos, que reporta alrededor de siete casos cada año, mayormente en el occidentedel país. Solo el mes pasado, el Departamento de Salud Pública y Medio Ambiente de Colorado reportó que un hombre de Denver y otros dos otros habían contraído la peste neumónica, mientras que una cuarta persona había contraído una forma de peste menos peligrosa. (Probablemente se originó por mosquitos que picaron al perro del primer caso).

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El número de casos en el siglo 21 es bajo. Antibióticos baratos como la doxicilina, lo mismo que los doctores medican para infecciones urinarias, tratará la peste cada vez que aparezca. Mi doctor me explicó qué hacer si pensaba que podía haber contraído la peste, asegurándome que posiblemente no moriría si tomaba acciones inmediatas.

La parte del posiblemente fue la que me atrapó. Imaginé cómo serían los últimos días de mi vida si de alguna manera me enfermaba con la peste en una villa remota de Madagascar y me enfermaba de tal manera que sería imposible buscar ayuda. No es el trabajo de una enfermedad reconocer o respetar la dignidad humana, pero par mí, la peste parece hecha para degradar y agonizar a sus víctimas. Así funciona: en la mayoría de casos no tratados, un periodo de incubación de dos días es seguido por la aparición repentina de síntomas de gripa. Lesiones rosadas y dolorosas se hacen en la ingle, las axilas o el cuello. Luego la gangrena vuelve las extremidades negras y se empieza a toser y a vomitar sangre.

La forma más común es la peste bubónica, que toma su nombre de las inflamaciones o "buboes", que sale de palabra griega para ingle, boubon. La peste neumónica puede ser una consecuencia directa de la bubónica, ocurriendo cuando la enfermedad llega a los pulmones y empieza a ser esparcida como gripa. La tercera forma de la enfermedad, la peste septisémica, es la más rara de todas y ocurre cuando la sangre es directamente infectada.

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Sea cual sea la variedad de la peste, mientras va progresando la enfermedad, la víctima entra en episodios de convulsiones, Alzheimer, y hemorragias internas. Sin tratamiento, la peste bubónica tiene un 40-60 % de mortalidad en cuatro días. La forma neumónica, que se expande como la gripa, tiene un porcentaje de mortalidad cercano al 100 % y se mueve más rápido que su primo bubónico, matando a su huésped humano tras pocos días sin tratamiento.

La condición comúnmente más asociada con la peste es, por supuesto, los bubones: nodos linfáticos inflamados que han sido descritos en la historia  de distinta manera: bilis, granos y otros apodos. La descripción generalmente acertada de Giovanni Boccaccio en el Decamerón (1353) resume poéticamente la experiencia de la peste:

"Apareció en hombres y mujeres a la vez, al inicio de la enfermedad, ciertas inflamaciones en la entrepierna y las axilas, algunas del tamaño de una manzana, otras del tamaño de huevos, y eran conocidas como irritaciones de la peste. Desde estas dos partes del cuerpo las irritaciones procedían, en muy poco tiempo, a aparecer en todas partes del cuerpo indiferentemente, y luego aparecían coágulos de un color negro o lívido, que primero aparecían en los brazos y luego en las piernas para eventualmente convertirse en una sentencia de muerte".

En 1894, durante la tercera pandemia, Alexandre Yersin, un médico y bacteriólogo francés, determinó que la peste era causada por un bacilo desconocido denominado pestis. como es común en la práctica científica, la bacteria luego fue llamada en su honor: Yersinia pestis.

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Antes de mi viaje a Madagascar asumía que los grotescos detalles de la enfermedad permitirían que se escribiera sola. Cuando hablé con amigos y colegas sobre la historia, recibí dos respuestas sorprendentes. En primer lugar, por qué se convirtió en algo tan importante si solamente mata unas cientos de personas al año y en segundo lugar, por qué todavía sigue viva la enfermedad.

En las ciudades de Madagascar todos saben qué es la peste. Saben que constantemente amenaza el orden social de todas las aglomeraciones urbanas. Saben que solamente necesita una tormenta perfecta de mugre, mosquitos, basura, ratas y sistemas inmunes débiles para empezar con una potencial epidemia que podría abandonar la isla y extenderse a la costa africana.

Como la historia nos ha enseñado, cuando hay suficientes personas infectadas como para que la enfermedad clasifique como emergencia, ya es demasiado tarde. Algo en Madagascar ha hecho que sea el sitio más vulnerable del planeta para una epidemia seria actualmente. Quise saber de qué se trataba.

Cuando llegué al aeropuerto internacional Ivato en Antananarivo, la primera cosa que noté fue el olor. No es un olor exactamente, es una rudeza en el aire que me acompañó todo el camino. Hubo momentos donde el olor de la basura o el sudor humano superaban el ambiente usual, pero permanecía como la base de todo el resto de olores, como si todo el país estuviese metido en una olla.

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"En forma", escribió Sir Mervyn Brown, embajador británico en el país en 1970, "Madagascar se asemeja a la huella de un pie izquierdo gigante con un pulgar alargado apuntando ligeramente hacia el norte". Casi del tamaño de Texas, el país tiene 1.600 kilómetros de largo, 560 kilómetros de ancho, y vientos tropicales en sus costas, con un verano cálido y húmedo y un invierno seco y fresco.

Hace unos 88 millones de años, más o menos, la isla se liberó del supercontinente de Gondwana, alejándose eventualmente unos 400 kilómetros de la costa de Mozambique. Es uno de los pocos lugares en la Tierra que ha preservado su ecosistema único. Más del 75% de la flora y la fauna de Madagascar son específicas de la isla, aunque muchas de esas especies han sido erradicadas, sobre todo debido a las técnicas de cultivo empleadas por los campesinos, introducidas a la isla por los primeros colonizadores y que se siguen practicando hasta hoy.

El país está poblado por comunidades afro, descendientes de indonesios que llegaron a la isla alrededor del siglo 9, habiendo navegado 8.000 kilómetors a través del Océano Índico en sus canoas. No se consideran a sí mismo africanos y hablan un lenguaje malgache tradicional y francés, que permaneció de las épocas coloniales. En el siglo 20, Francia unificó la isla bajo un mismo régimen. Las primeras instancias de la peste aparecieron poco después, de la mano de los barcos mercantes que llegaron a la ciudad portuaria de Toamasina. Para 1921, la enfermedad se había vuelto endémica en los roedores y mamíferos pequeños de las montañas. Desde entonces, la peste ha aparecido aquí y allá, sobre todo como un fenómeno rural con epidemias urbanas ocasionales.

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La peste es casi imposible de erradicar de Madagascar, gracias a una compleja interacción de factores socioculturales y naturales. Según un reporte de 2013, hecho por la US National Library of Medicine, el alto porcentaje de animales portadores de la enfermedad siembra la base para la transmisión, y las condiciones sociales y económicas del país no hacen sino incrementar el contagio progresivo de los humanos.

Las emergencias de la peste en Madagascar ocurren usualmente en villas que están por encima de 740 metros por encima del nivel del mar y pueden ser conectadas a la actividad de los granjeros. La infraestructura agrícola de las montañas provee tres hábitats distintos para que la peste repunte: cabañas, cultivos plantados cerca al ganado y campos de arroz irrigados en las faldas de las montañas. La escasez de comida y la misma agricultura pueden ser los catalizadores que causan que la población de ratas disminuya mientras, inversamente, los mosquitos florecen. Sin las ratas como fuente central de alimentos, los mosquitos están forzados a buscar a otros mamíferos, entre ellos los humanos.

En el norte de Madagascar, la peste se activa entre octubre y abril, cuando la temporada cálida lluviosa asegura que la temperatura difícilmente baje de 70 grados Fahrenheit. La humedad actúa como incubadora para la Xenopsylla cheopis, mejor conocida como el mosquito de rata oriental, el primer vector de la plaga.

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Consolidando la dificultad de controlar la población de mosquitos durante la temporada lluviosa, una nueva investigación de la US National Library of Medicine sugiere que la bacteria de la peste puede persistir entre episodios epidémicos al internarse las ratas en suelo contaminado. Aunque la investigación está todavía en etapas preliminares, ha sido demostrado que la bacteria Y. pestis puede sobrevivir bajo tierra hasta 24 días en condiciones óptimas.

Si bien los animales rastreros son el chivo expiatorio de la peste, los humanos son los verdaderos culpables. En las villas, las cosechas son alojadas en casas para prevenir robos, atrayendo ratas y mosquitos. La deforestación ilegal, un problema usual y creciente en Madagascar, obliga a las ratas a salir de los bosques y entrar a los pueblos. Las pobres condiciones de vida y quienes huyen de esas condiciones pueden hacer que la enfermedad tenga un brote repentino en comunidades previamente no infectadas.

Incluso más escalofriante es que las prácticas funerarias de Madagascar ayudan a que la peste se mantenga incluso después de que las víctimas sean enterradas. La mayoría de los muertos son enterrados en bóvedas y son exhumados de vez en cuando para la ceremonia de Famadihana, que se traduce literalmente como "la vuelta de los huesos". Incrementos en la actividad de la peste son reportados a veces tras estas ceremonias de exhumación. Es un problema tan serio que el Ministerio de Salud recomendó recientemente instituir un periodo de 7 años entre la muerte y la exhumación de las víctimas de la peste.

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A pesar de estas consideraciones, y la evidencia sobre el incremento de la peste, el Gobierno malgache dejó de llevar rastro de la peste en 2006, debido a problemas financieros. Solamente queda una fuente confiable de datos médicos y biológicos sobre la peste en Madagascar: Unité Peste, o Unidad de Plaga, del Institut Pasteur de Madagascar en Antananarivo.

Nacido del Instituto Bacteriológico establecido por el Gobierno colonial francés a inicios del siglo 20, en sus distintas evoluciones el Institut Pasteur ha sido crucial rastreando las enfermedades transmisibles en el país. La privatización de las organizaciones de la salud le ha asegurado autonomía y la posibilidad de ser la última línea de defensa contra la pleste, en una Madagascar económicamente deprimida. Era vital una visita a este lugar si esperaba entender qué tan mal se podían poner las cosas.

"Hay un mosquito!", gritó Michel Ranjalahy, un joven técnico de laboratorio de Unité Peste, desde una tabla de autopsia al aire abierto. Justo antes había roto el cuello de una rata con un par de pinzas plateadas. Luego había cortado su cuerpo usando escalpelo y tijeras, usando otras herramientas para extraer su hígado de un denso amasijo de órganos.

Mientras estaba raspando la piel de la rata con un cepillo de bolsillo, el mosquito cayó en una pequeña vasija. Algunos de los técnicos caminaron hacia atrás instintivamente, levantando sus manos en mórbido respeto a la devastación potencial que ese pequeño animal era capaz de causar. Le pregunté a Michel si era posible que ese mosquito en particular portara la peste. "Si", dijo él, "porque se toma la sangre de la rata, que puede contener la bacteria de la peste".

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En esencia, Unité Peste es un equipo de renegados atraparatas que llevan a cabo su trabajo con seriedad letal. Siendo el único grupo oficial dedicado a luchar contra la peste en Madagascar, tienen el que es posiblemente el peor trabajo en el país. Ellos pasan sus días atrapando ratas en áreas remotas y en riesgo, les hacen autopsias y buscan señales de esta enfermedad virulenta.

Después de un tour por las instalaciones, fui invitado a acompañar a la unidad en una misión. Unas cuantas horas después me encontré arrastrándome en mis manos y rodillas por los pastos alrededor de Antananarivo, cazando ratas que podrían estar o no infectadas con una de las enfermedades más devastadoras conocidas por el hombre. Nuestro equipamiento de campo consistía en lápiz y papel para tomar notas, tilapia tajada como carnada y trampas de dos puertas hechas de jaulas resistentes al óxido, que son escondidas bajo tierra y dejadas durante la noche. Con un poco de suerte habrán ratas vivas atrapadas cuando revisásemos la semana siguiente.

Todas las personas en Madagascar a las que hablé habían oído sobre la peste o estaban directamente preocupadas por ello. Sentí que había un miedo silencioso de que la enfermedad llegara a la capital, lo cual sería catastrófico porque en las multitudes la peste se dispersaría más rápido que en el campo.

Esta sensación fue respaldada por la Unité Peste completamente, incluyendo su jefe, el doctor Cristophe Rogier, un hombre alegre con un fuerte acento francés que trabaja como director del Institut Pasteur.

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"Hay una necesidad urgente de fondos para controlar esta enfermedad pasada de largo", me dijo cuando lo visité en Antananarivo, "porque está pasando en áreas ignoradas, donde no van políticos ni médicos pues son demasiado remotas. La enfermedad es peligrosa para la población, pero como la gente se está trasladando, se ha convertido en una enfermedad peligrosa para todos. Hay más ratas en la ciudad que en las áreas rurales. Las ratas están en contacto más cercano con la población, y las casas están sobrepopuladas, así que podemos imaginar que la transmisión de la enfermedad de humano a humano será más rápida en las ciudades que en el campo". De repente, la muerte negra, que acabó las mayores ciudades de Europa, ya no parecía tan difícil de enfrentar.

Los tugurios de Antananarivo comparten muchas características con las ciudades medievales densamente pobladas, que fueron borradas del mapa a mediados del siglo 12. Entre una población total de casi 2 millones, decenas de miles de familias pobres de Antananarivo viven en chozas de palos y bambú con poco o ningún acceso a agua limpia o tuberías de algún tipo.

"Si la peste llegase a los tugurios", dijo Rogier, "podrían haber docenas, cientos o miles de casos". Es una situación que tiene el potencial de llevar al país al abismo e incluso a convertirse en estado fallido.

Los primeros habitantes conocidos de Antananarivo se asentaron en las altas colinas de la ciudad, que se explayan en tres campos que forman una Y. Esta área no fue elegida por la vista sino por ofrecer una ventaja táctica frente a los invasores hostiles. Mientras la ciudad crecía y se desarrollaba, bajaba de las montañas entre los valles bajos. Como la propiedad en la montaña se hizo escasa, las comunidades de la parte baja se convirtieron en tugurios y han crecido sin parar. Un brote de la peste ahí sería catastrófico para la población local.

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Así como han hecho por siglos, los hombres y mujeres de Antananarivo caminan descalzos por las calles, que son poco más que caminos de barro alineados con sistemas de alcantarillado obstruidos con basura y desechos humanos. Vi cómo pequeños grupos de niños caminaban y nadaban a través del pantano fétido, en busca de algo que valiese la pena ser vendido o estuviera flotando en medio de la podredumbre.

El día después de regresar de las montañas me dieron un tour privado por uno de los peores sitios en la ciudad. El encargado fue un guardia de seguridad de 28 años llamado Andriambeloson Solofo Pierre, su apodo es Billo. Nos encontramos en un ruinoso café en el barrio de Andavamamba, que traduce "El Hueco del Cocodrilo". Este asentamiento está construido sobre un pantano, y las leyendas locales dicen que las primeras personas que se mudaron a este sector habitualmente se resbalaban y caían en los pozos profundos donde los cocodrilos ponían sus huevos.

Billo gana entre 3 y 5 dólares al día. Como muchos en Madagascar, su familia no puede pagar ninguna forma real de sistema de salud. "Temo por mi familia", dijo al mirar la puesta del sol sobre el canal atestado de basura.

Señaló a un grupo de niños jugando en el agua viscosa. "Estamos ubicados en un tugurio del centro de la ciudad, así que nadie nos presta atención", dice Billo. "Las vías no son reparadas y los proyectos para arreglar vías y sistemas de riego desaparecieron desde el golpe de estado. Sé que los políticos no van a cambiar mucho las cosas".

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Billo se refiere a un golpe de estado que tuvo lugar en 2009 y, como muchos de los momentos políticos notables de Madagascar, fue un desastre para el país. Cuando los franceses colonizaron esta región hacia 1885, tomaron los recursos de la tierra y asesinaron a más de 100 mil malgaches que lucharon contra la explotación de su tierra. Tras una independencia monitoreada que inició en 1960, la esperanza de autonomía y democracia pasó a ser una anarquía total, y después de eso una fallida utopía marxista.

Todo esto cambió cuando el presidente Marc Ravalomanana fue elegido en 2001. Por primera vez en la historia moderna del país, Madagascar parecía destinado a disfrutar de un poco de estabilidad. La economía crecía, impulsada por la riqueza mineral de la tierra, que incluye piedras preciosas, níquel y hierro, además de contratos de arrendamiento con inversionistas extranjeros como Daewoo.

Pero este optimismo no duró mucho. En 2009, el gobierno de Ravalomanana fue expulsado por un sangriento golpe de estado (muchos malgaches creen que fue respaldado por Francia), liderado por un antiguo DJ y empresario de los medios llamado Andry Rajoelina, quien era el alcalde de Antananarivo en el momento. Inmediatamente instauró la llamada Cuarta República y se hizo presidente de un régimen de papel llamado la Alta Autoridad Transicional.

Como resultado de este golpe de estado y la disolución del gobierno electo, la ayuda extranjera al país, que se había convertido en el 70% del presupuesto nacional, se evaporó de la noche a la mañana. Un mes después, la economía de Madagascar estaba en ruinas. El país fue suspendido de la Unión Africana y, de acuerdo con un reporte hecho por la Organización de Cooperación Económica y Desarrollo, era el país menos ayudado en el planeta.

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El gobierno de Rajoelina contraatacó al eliminar el gasto público, específicamente en el riego, transporte, comunicaciones y el sector de la salud. Estos cortes afectaron casi que cada faceta de la economía de Madagascar y acabó con la frágil clase media. El costo de este golpe de estado seguirá siendo pagado por los ciudadanos promedio por años, sino por décadas venideras.

Las relación de la peste con la situación política del país se hizo aparente para mí tras conocer al doctor Jean-Louis Robinson, anterior Ministro de Salud al golpe de estado. Hablamos con él en su residencia, hermosamente decorada y con vista a un grupo de granjas urbanas. Serio con ojos incisivos y pelo postizo, Robinson me dijo que después de que Rajoelina tomó el poder, más de 400 centros de salud fueron cerrados en todo el país.

Su mayor preocupación, como la del Institu Pasteur, es que la población urbana de Madagascar puede ser susceptible a sufrir una epidemia como nunca ha visto el país. "Solía haber una estructura establecida y programas de control", dijo. "En los tugurios del centro de la ciudad no hay programas de sanidad. Los baños públicos son insuficientes, la basura no es recogida con normalidad". A todas las personas que entrevistaba estaba en posición de identificar los mismos problemas de sanidad como una potencial causa de caos, pero hay pocas soluciones factibles para este problema cuando no hay dinero para limpiar montañas y montañas de basura.

El 20 de diciembre de 2013, siguiendo una serie de debacles políticas rodeando la elección presidencial, Rajoelina y su Alta Autoridad Transicional perdieron el control de la presidencia y su Ministro de Finanzas, Hery Rajaonarimampianina. Casi inmediatamente, el Departamento de Estado de Estados Unidos levantó todas las restricciones en las ayudas a Madagascar. Sin embargo, mientras esto abre las puertas al mejoramiento de la situación financiera y sanitaria del país, según un reporte desarrollado por  el Bertelsmann Stiftung's Transformation Index, no debería esperarse que en estas elecciones democráticas "se resuelva la profunda debilidad de las instituciones y particularmente, la erosionada capacidad del Gobierno de gobernar, ejercer la fuerza y regular sectores críticos", como la salud pública.

Por su parte, Billo me dijo que todo lo que él podía hacer era esperar a la próxima temporada de plagas, que empieza en octubre. Mientras caminábamos por las filas de cuerpos en las calles de Andavamamba, él pensaba en voz alta sobre las posibilidades de que la peste llegue a la capital, y cuántos morirían si eso sucediera.

Durante uno de mis últimos días en Madagascar, conocí un curandero tradicional llamado Dadafara, que tiene un consultorio privado fuera de una choza polvorienta en la periferia de Antananarivo. El exterior estaba marcado por calaveras cornadas de cebúes, y adentro había una amplia variedad de plantas y hierbas en jarrones, así como agua-lluvia recogida de las 12 sagradas colinas de Imerina, una cadena montañosa que rodea la capital. En Madagascar, cuando la gente se enferma generalmente consulta a personas como Dadafara, aunque ciudadanos más adinerados se refieran a ellos como doctores brujos y censuren sus prácticas. Dadafara estaba vestido en un sari tradicional y rematado con una gorra de béisbol.

Quería saber qué clase de tratamiento podía administrar un curandero tradicional cuando se le presentaba un caso de peste bubónica, y Dadafara accedió a ser consultado y tratarme como si fuera un paciente enfermo. Él me explicó cómo funcionaba. Primero, le diría mis síntomas. Luego él y yo haríamos cantos e invocaríamos a los ancestros para pedirles su consejo. Dadafara sostuvo un pequeño espejo a la luz: "Esta es mi cámara", me dijo, "estoy mirandolo todo a través de esto y comunicándome con los ancestros. Cuando leo a una persona a través de esto es como si estuviera viendo televisión". Tras comunicarnos con los espíritus, ellos dirían a Dadafara cuál debería ser mi tratamiento y él prescribiría alguna agua sagrada o hierbas hervidas para tratarme.

Cuando estábamos a punto de empezar la ceremonia, Dadafara me pidió que le dijera mis síntomas y le dije. "Tengo una fiebre de 104 grados, y mi entrepierna y axilas están cubiertas por heridas suaves y abiertas del tamaño de huevos de gallina. Estoy vomitando sangre. También tengo dolor de cabeza y dolores musculares, y estoy experimentando convulsiones violentas. Además", añadí, "vivo en un área que no tiene agua limpia y está infestad con ratas".

Mi traductora le dijo a Dadafara y cuando respondió, ella empezó a reír. "¿Qué te dijo?" le pregunté.

Dadafara cruzó los brazos mientras la traductora me miraba atónita. "Él dijo: 'Usted tiene la peste, necesita ir al doctor urgentemente'".

El mes pasado, en una escena digna de la obra maestra de Albert Camus "La peste", Yumen, un pueblo de 30 mil personas al noreste chino, fue sellado tras la muerte por peste bubónica de un hombre. La policía instaló bloqueos en el perímetro y dijo a los motoristas que buscaran rutas alternativas alrededor del pueblo.

Al final de la novela de Camus, el protagonista, doctor Bernard Rieux, analiza la ciudad algeriana de Orán mientras la gente celebra el paso de la peste mortal y regresan a sus viejas costumbres.

"Él sabía lo que esas multitudes dichosas no sabían pero pudieron aprender por los libros. El bacilo de la peste nunca muere ni desaparece para siempre. Puede permanecer dormido por años y años en muebles y cofres de lino… Pasa su tiempo en habitaciones, techos, bodegas y estantes de libros; de pronto llegará el día donde, para la perdición e iluminación de los hombres, la peste levantará sus ratas de nuevo y las mandará a morir en alguna ciudad feliz".

Espere nuestro documental sobre la persistencia de la peste en Madagascar, viene pronto.