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Cultură

Viajar con tu amor platónico es un infierno

En el fondo piensas que "algo" puede pasar, pero te equivocas.

Summer evening, por Edward Hopper. Imagen vía.

No sé si lo sabías pero a veces hay personas que se sienten atraídas por otras pese a que este flujo de aprecio resulte no ser del todo bidireccional.

En la mayoría de las ficciones que consumimos todo termina bien y, antes de los créditos finales, los personajes principales se besan apasionadamente mientras la el soundtrack toma más presencia. Pero el mundo es grotesco y existen seres desgraciados que anhelan desesperadamente acostarse con gente que, precisamente, no comparte la misma idea.

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Hagamos un ejercicio de imaginación y proyectémonos en una realidad en la que te vas a ir de vacaciones con una persona con la que llevas obsesionado desde hace un par de años.

Con "obsesionado" me refiero a que, a veces, piensas en ella mientras te preparas la cena, no que la sigas por la calle o rentes una habitación cerca de su casa para observar qué hace por las noches.

La otra persona solamente considera que son amigos, compañeros, personas que habitan en el mismo espacio y tiempo

La cosa es que son compañeros de universidad, de trabajo o de cualquier otra cosa y lo que tenían que ser unas vacaciones en grupo se han convertido en una especie de viaje en pareja. Digamos que, por culpa de varios familiares muertos, gente sin dinero y cierto miedo generalizado a volar hacia países amenazados por grupos terroristas, la cosa no terminó de cuajar del todo y finalmente sólo pueden viajar ustedes dos. La otra persona —tu acompañante, tu ser querido— no estaba muy convencido pero después de mucho valorarlo —le diste mucha pena cuando dijiste eso de "hagamos el viaje, por favor, si quieres yo te pago todas las comidas"— decidieron seguir con la idea del viaje.


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En fin, están los dos solos, ella y tú; tú y él. Pero no te confundas, se trata de un "viaje de amigos", no hay nada más, no es una invitación a pensar que existe la posibilidad de que suceda algo, no, esto está todo en tu cabeza. La otra persona solamente considera que son amigos, compañeros, personas que habitan en el mismo espacio y tiempo.

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El hecho de que tu compañero de viaje haya reservado habitaciones separadas en los hoteles ya tendría que hacerte comprender el estado real de la situación.

Durante el día la cosa será un rompecabezas de silencios incómodos, humillaciones

Mientras terminas de hacer la maleta piensas "chingón, de putííííííísima madre" y es que en este preciso momento eres inocentemente feliz. La idea de pasar unos días con la persona que amas es mejor que vivir, aunque sea un sentimiento unidireccional. Preparas la mochila con una ilusión verdadera, con la misma ilusión que un niño cree que existe Santa Claus.

En el fondo crees que "algo" puede pasar. Crees que la magia de las vacaciones —ese período en el que se suspende el tiempo y en el que se entra en una dimensión paralela que funciona con independencia de los sucesos contemporáneos reales— podrá hacer que esa otra persona se deje llevar por la corriente de felicidad del momento y llegue a sentir algo por ti.

Ya proyectas un beso bajo el mar, un faje en un hostal o una boda improvisada en una ermita románica. Ya puedes tocar esos momentos con la palma de tu mano; en un brote de valentía e ilusión lanzas una cajita de condones dentro de la maleta, como sin importancia, como si esto no fuera ahora mismo el motor de tu vida.


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El avión llega con facilidad a su destino, ya están atrapados. Ahora tienes la suerte de que esa pobre persona no tiene otra que aguantarse y estar contigo 24 horas al día. Esto no son vacaciones, es una celda de aislamiento.

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Durante el día la cosa será un rompecabezas de silencios incómodos, humillaciones —tú nunca habrías pagado 300 pesos por ese salmón, de hecho nunca habrías entrado en ese restaurante que utiliza la palabra "brunch" para atraer a sus clientes— y discusiones por tonterías ínfimas. Todo esto es parte del juego de querer y no ser querido.

Pero por la noche llegará la depresión. Cada noche será la confirmación de que toda esta gran mierda no tiene ningún sentido, de que estás tirando estos preciosos días —en los que podrías estar trabajando y generando dinero— a la basura.

Cada noche desearás que en el hotel haya habido una mala gestión de las habitaciones y solamente queden habitaciones dobles. Pero no sucederá. En la soledad de tu habitación, en vez de dormir, memorizarás discursos que nunca pronunciarás en los que te declaras fervientemente, parlamentos tan bien hilados que imposibilitan el rechazo como respuesta. Una dialéctica tan bella como la silla Wassily de Marcel Breuer, tan sublime que solamente los monstruos serán capaces de no sentir nada al escucharla.

The Seawatchers, por Edward Hopper. Imagen vía.

Los días pasan y tú cada vez estás más susceptible. "¿Qué quieres decir con eso de que 'ese mesero está guapo'?"

Lo indecente del tema es que tu compañero de viaje no se enterará de nada, solamente notará que, de repente, su "amigo" está como muy nefasto. La verdad es que es patético comportarte de esta forma tan desconsiderada por el simple hecho de que está claro que estás solo (de soledad) en el amor. ¿Qué te crees? ¿Es que nada más eres simpático con las personas que deciden coger contigo? Eres lamentable.

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Esta es la fragilidad del amor, realmente nos encantamos con gente que no conocemos y cuando este se disuelve, la persona que queda al descubierto no nos importa una mierda.

Al final sólo quedará la mitificación del último día, esas horas en las que el final del verano está tan presente que la melancolía puede hacer real lo imposible. Dejarás abierta la puerta de tu habitación "por si acaso" pero, evidentemente, ella o él no se presentarán desnudos para cabalgarte durante toda la noche. Incluso esperarás a que suceda algo mientras están esperando las maletas en el aeropuerto de su ciudad. Qué triste eres.

Luego llegas a casa, deshaces la maleta y lo primero que ves es la cajita de preservativos. Aún por estrenar.

Ahora solamente tendrás que dedicar los siguientes meses de tu vida a olvidarla y esperar a cometer exactamente el mismo error el verano siguiente

Porque la idea es que NUNCA revelarás tus sentimientos. Ves tan claro que es un juego en el que te coronarás como perdedor que no harás nada. Pese a que ha habido momentos de intimidad y camaradería —han compartido una langosta sentados en el muelle de un bello pueblo de la costa del sur de Italia mientras te contaba, patéticamente, que realmente siempre había querido dedicarse al teatro (en ese momento sentiste una enorme pena pero también pensaste que quizás estabas enamorado de alguien lamentable)— en ningún momento te has atrevido a decirle nada. Eres un ser inhumano capaz de ocultar sus sentimientos como una roca.

A partir de ahora todo se habrá acabado. Este viaje era tu última oportunidad. Ahora solamente tendrás que dedicar los siguientes meses de tu vida a olvidarla y esperar a cometer exactamente el mismo error el verano siguiente, y así sucesivamente hasta que ya no quede nadie en el mundo a quién amar.