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VICE World News

Como la mayoría de habitantes, estos moteros libios desean que su país recobre la normalidad

Libia tiene un nuevo ejecutivo apoyado por la ONU. Claro que este convive con otros dos partidos que luchan por repartirse el control del país. El frágil equilibrio ha provocado que la vida en Libia sea tan imposible como en tiempos de Gadafi.
Des membres des forces de l'ordre inspectent un site après un attentat suicide, qui a fait au moins 70 morts dans un poste de police, à Zliten en Libye, le 7 janvier 2016. Photo via EPA
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La semana pasada fue importante para Libia. La semana arrancó con una cumbre de ministros de asuntos Exteriores en Viena, reunidos para apuntalar el flamante gobierno respaldado por Naciones Unidas, una de las tres autoridades competentes en el país — y la que está consiguiendo el apoyo de Occidente para luchar contra Estado Islámico. El encuentro en Viena terminó con la promesa de redoblar los esfuerzos para impedir que la migración ilegal siga alcanzando las costas de Europa, un periplo que, en la mayoría de los casos, arranca desde las costas de Libia.

El gobierno de acuerdo nacional (GNA en sus siglas inglesas) es el último intento de la comunidad internacional por ofrecer su ayuda a Trípoli, la devastada capital del país, un lugar donde la comunidad internacional entra siempre con la misma delicadeza con la que un elefante entraría en una cristalería. La alianza internacional ofrece seguridad, una mejor economía y el apoyo internacional.

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Claro que a día de hoy, el escenario libio está seriamente enredado. Libia dispone de tres cuerpos gobernantes — dos al este del país y otro en Trípoli — todos provistos de determinadas potestades a distintos niveles. Para un país que cuenta con más de 400.000 desplazados, un país que se está quedando sin fuentes de ingresos, especialmente ahora que los precios del petróleo siguen en mínimos históricos, la combinación es tóxica. Claro que si al caótico escenario le añadimos la proximidad de una guerra contra la franquicia de Estado Islámico en el país, entonces la cosa ya es, directamente, dantesca.

El flamante primer ministro libio, Fayez al-Sarraj, está parapetado en la base naval que queda frente a la costa de Trípoli, protegido por extraordinarias medidas de seguridad. Al-Sarraj llegó hasta allí el pasado 30 de marzo, después de que las amenazas de los políticos de la oposición y de sus milicias aliadas impidieran que el avión en que viajaba inicialmente, aterrizara.

Sarraj cuenta con el apoyo de algunos poderosos grupos armados, como las brigadas de la ciudad de Misrata, que se han revelado como uno de los poderes estratégicos y más determinantes en Libia. Estos ya jugaron un papel decisivo en la revolución de 2011, un levantamiento que terminaría con el gobierno de uno de los dictadores más longevos de África, Muamar el-Gadafi. Sarraj cuenta también con el apoyo de la policía salafista, o islamista radical, una fuerza de seguridad que ha batallado contra una facción mucho más radical, poderosa y violenta que la salafista: la franquicia de Estado Islámico. Los combatientes yihadistas que cada vez pueblan en mayor número las calles y los descampados de Libia, se dieron a conocer en enero del año pasado, después de atentar contra el hotel Corinthia de Trípoli.

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El GNA ha logrado implicar al ejército en la lucha contra los militantes yihadistas, quienes se han hecho fuertes en la ciudad de Sirte. Allí han desplegado su base más numerosa lejos del autoproclamado Califato en Siria e Irak. El miércoles pasado, las fuerzas leales al GNA avanzaron un poco más, según han informaron las autoridades. Claro que han perdieron a más de 30 hombres en la operación.

Lo cierto es que la vida del libio no ha mejorado desde la llegada del GNA. Incluso en Trípoli, la capital, a día de hoy lo único que hay es caos político e inestabilidad — y lo cierto es que hasta los moteros del club Sons of Sahara, clásicos adictos al cuero y a los tubarros plateados, lo están pasando fatal.

Durante una cálida noche de primavera, junto a una autovía de lo más transitada, los miembros del club se han reunido hoy junto a otros jóvenes motoristas para celebrar la inauguración de su propia cafetería. Libia, era, como ellos dicen, libre para todos.

"Cuando vives en un lugar sin ley es como si vivieras en la selva", afirma el motorista Tariq Shalbot. Shalbot recuerda que durante las feroces batallas que se vivieron en Trípoli durante el verano de 2014, él se dedicaba a proteger su casa de los saqueadores. Las cosas, sin embargo, dice Tariq, han empeorado. "Este último año ha sido muy, muy malo, el peor de todos. No sé qué quieres que te diga del nuevo gobierno. Estoy a la espera de ver lo que pasa. Pero vaya, yo no confío en nadie más que en mis amigos y en mi familia".

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El primer ministro del gobierno de unidad de Libia, Fayez al-Sarraj (el cuarto por la izquierda) preside una reunión del consejo presidencial con el ayuntamiento de Trípoli, el pasado 31 de marzo. (Imagen por Stringer/EPA)

La crisis económica de Libia y la ausencia absoluta de fuerzas de seguridad están íntimamente relacionadas. A falta de un gobierno central, las milicias se han hecho con el control del lugar y han impuesto una cultura del saqueo y del secuestro que está dificultando enormemente la recuperación financiera. Algunas de las milicias, de hecho, se han alistado al GNA para ofrecer su ayuda para organizar la seguridad en Trípoli. Y es que no existe ningún cuerpo nacional de policía conocido operativo.

A día de hoy, Libia es un lugar donde escuchan todo tipo de aberraciones, historias que relatan, por ejemplo, cómo los trabajadores de los bancos habrían sugerido a las milicias cuales serían sus clientes más poderosos, a quienes resultaría más provechoso secuestrar o extorsionar; o historias que hablan de que las milicias están blanqueando su dinero gracias a los acuerdos secretos que han suscrito con los dueños de las inmobiliarias; o historias que cuentan cómo algunos empresarios están malversando los fondos del gobierno a través de acuerdos truchos y de emisiones y entregas de cartas de crédito".

Así que en vísperas del ayuno del mes que dura el Ramadán, que arranca a principios junio — una época tradicionalmente consagrada a la solidaridad y a la familia y los amigos — los libios se están dando contra el canto quebrado de su economía.

La mayoría de las tiendas que surcan las calles del centro de Trípoli están cerradas. La gente se agolpa en los bancos, cada vez más desesperada por sacar de allí sus pírricos ahorros y sus participaciones en la seguridad social. Claro que las cajas fuertes de los bancos están vacías y las entidades financieras solo pueden permitir que sus clientes saquen una cantidad limitada de dinares al día. Y mientras las cifras del cambio aseguran que el dinar está igualado al dólar, 1/1, lo cierto es que en el mercado negro la moneda libia cuesta tres veces menos.

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Libia al borde de una guerra civil y amenazada por ISIS cinco años después de la revolución. Leer más aquí.

"La gente se muestra cada vez más sarcástica con el GNA", asegura Sami Khashkhusha, un profesor de económicas de la Universidad de Trípoli. "Se les está pasando el arroz. A día de hoy si se quieren poner a la gente en el bolsillo tienen que conquistarles a través del estómago. Lo que quiere la gente son sueldos, quieren servicios que funcionen. Ahora mismo el suministro eléctrico es errático. Y no hay dinero — la gente tiene sueldos sobre el papel, pero no ven ni un centavo".

Sarraj conquistó el apoyo de las instituciones, algo fundamental para la economía. Entre sus valedores están el banco central y la petrolífera nacional — una compañía cuyo volumen ha disminuido sensiblemente con respecto a lo que fue antes de la revolución, cuando Libia vendía 1,6 millones de barriles al día. Ahora a duras penas alcanza los 200.000 mil.

De tal manera que Sarraj dispone de apoyos, claro que eso no significa que esté ejerciendo el control del país. Su principal rival es Khalifa Ghwell del gobierno de Salvación Nacional, quien se ha negado a dejar el poder a la llegada de Sarraj. Sucede que en Libia el parlamento está exiliado, no está en Trípoli, sino en Tobruk, cerca de la frontera con Egipto. El movimiento fue provocado por la sangrienta batalla por el control del aeropuerto de Trípoli en verano de 2014. Ahora el parlamento portátil se ha negado a aceptar la entrada del GNA en el poder, algo que Naciones Unidas le ha exigido que haga.

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El pasado mes de abril una delegación de dignatarios internacionales fueron recibidos con la alfombra roja en la base naval en la que está enclavado el GNA. Los mandatarios llegaron para saludar al flamante gobierno y para comprometerse a invertir en su andadura, una vez esté ya funcionando. Sus prioridades están claras: detener a Estado Islámico en Libia y detener el negocio de los migrantes que intentan alcanzar Europa, abducidos por redes de traficantes que se aprovechan de la ausencia de ley para cometer toda suerte de atrocidades.

Sin embargo, para Anas el-Gomati, analista en el instituto Sadeq, un think tank radicado en Libia, los países occidentales que apoyan al GNA, han hecho muy poco para combatir las causas que subyacen bajo el caos que reina en el país — especialmente para erradicar la epidémica corrupción política y el poder impune de las milicias —, y se ha concentrado puramente en su lucha contra Estado Islámico, como si no importara todo lo demás.

"En términos de lo que sería la transición de Libia hacia la democracia, la comunidad internacional no ha hecho nada para contener a los saqueadores ni para combatir la salvaje guerra civil que sigue dividiendo al país", explica. "La auténtica lucha, la que sí que han entrado a luchar y la que se ha agudizado, es la lucha por los recursos financieros y militares. En realidad para ellos tu puedes ser quien te de la gana, siempre y cuando no seas un combatiente yihadista de Estado Islámico".

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De hecho, uno de los auténticos poderes fácticos quizá no esté en Trípoli en absoluto, sino más hacia el este, en Tobruk. No solo es el lugar donde opera el tercer ministro en funciones, Abudullah al-Thani y la sede del Parlamento, sino también el centro de operaciones de la campaña militar unilateral auspiciada por el controvertido Khlaifa Haftar, un ex general de Gadafi. Haftar se exilió en Estados Unidos a la caída de su líder y ahora ha regresado para dirigir la lucha. Y el caso es que cuenta con el apoyo de Egipto y de los Emiratos Árabes Unidos.

**Mira el documental de VICE News 'La *guerra_* silenciosa: los tuaregs del sur de Libia' _(pronto con subtítulos en español)__**

Haftar está luchando abiertamente contra las milicias islamistas, claro que sus detractores en lugares como Trípoli y como la ciudad de Libia central de Misrata, aseguran que se trata de un líder tan peligroso como el presidente egipcio Abdel Fattah el-Sisi — y aseguran que solo le interesan el petróleo y el poder, y que su influencia cambiará el rumbo de la revolución. Haftar está espoleado por sus victorias contra las franquicias de Estado Islámico en partes de Benghazi y de Derna, y ahora se dirige a enfrentarse a los 4.000 combatientes yihadistas que se concentran en el bastión de Sirte, el auténtico punto caliente del radicalismo islámico en Libia.

Haftar no ha querido coordinar su lucha contra Estado Islámico con el GNA, lo cual ha provocado, por extensión, que tampoco cuente con el favor de la fuerza revolucionaria Misrata, cuyos guerrilleros jugaron un papel determinante contra el régimen del exdictador Muamar el-Gadafi. Hace apenas un año, los soldados de Misrata se enzarzaron en una auténtica batalla campal con las tropas de Haftar. Luchaban por el control de los lucrativos campos petrolíferos del centro del país, en Sidra, cerca de Sirte. Para los combatientes Misrata, Haftar es una amenaza tan letal y sanguinaria como Estado Islámico.

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Según un informe publicado el miércoles por Human Rights Watch sobre Estado Islámico en Libia, los terroristas habrían impuesto una aplicación ultraestricta de la ley de la Sharia en Sirte, y habrían creado unas condiciones de vida abismales. "La organización es incapaz de suministrar los básicos necesarios para vivir a la población. Se están apropiando de su comida, de sus medicinas de su petróleo y de su dinero, y ya les han arrebatado la mayoría de sus hogares, que ahora están en manos de unos 1.800 combatientes yihadistas, de policías y de funcionarios", ha concluido la organización humanitaria.

Un miembro del grupo de moteros Hijos del Sahara descubre su camiseta en Trípoli. (Imagen por Rebecca Murray/VICE News)

En Trípoli, el abismo que separa el deseo por conseguir la estabilidad y la realidad del día a día se hace evidente entre los miembros de Sons of Sahara, el club de moteros, que llevan tiempo intentando convertir la carretera de la costa de Libia en una ruta por la que puedan conducir sin miedo.

Durante la época de Gadafi la policía no permitía que los motoristas se desplazaran juntos y a menudo les confiscaba las motocicletas cuando lo hacían. Así lo relata Salah al-Morjini, de 28 años, uno de los miembros fundadores de Sons of Sahara. Al terminar la revolución, los moteros de Benghazi ayudaron a sus amigos a organizar un eufórico desplazamiento hasta Derna, una ciudad situada a 1.300 kilómetros de distancia que, poco después, sería sitiada por los combatientes yihadsitas.

Morjini, como la mayoría de los moteros de Libia, se compró su Harley en Estados Unidos. Lo hizo con los ahorros de su pescadería, y le fue entregada por mar, justo antes de que la crisis económica de los últimos años golpeara violentamente al país. Morjini acostumbraba a salir con sus amigos de Benghazi, con quienes salía e intercambiaba partes de su motocicleta.

"Claro que hacer eso a día de hoy ya es otra cosa", explica. Morjini suspira y asegura que ahora la mayoría de sus amigos de Benghazi o están luchando o se han exiliado. "Si una motocicleta quiere regresar de Benghazi tiene que hacerlo por el sur y rodear el territorio de Estado Islámico en Sirte, antes de llegar a Trípoli".

Morjini, que fue un guerrero revolucionario, asegura que las fuertes medidas de seguridad que han llegado con el nuevo gobierno de la GNA y la polvareda internacional que se está levantando, una polvareda que reivindica la lucha contra Estado Islámico, son inequívocas señales de que Libia se dirige hacia otra guerra. En cualquier caso, con guerra o sin ella, si eres motero gran parte de las carreteras del país no se pueden transitar, ya sea porque están en guerra o porque han sido confiscadas.

Morjini cuenta de hecho como sus compañeros de Sons of Sahara, lograron sacarse de la manga un desplazamiento hasta Khoms, una ciudad de la costa, no muy lejos de las célebres ruinas romanas de Leptis Magna. "Nos pareció un poco grotesco estar en la carretera disfrutando de la libertad, mientras otros estaban luchando a muerte contra Estado Islámico".

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