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Siempre me importó más mi vida social que la escuela. A los seis conocí a Verónica, mi bella y conflictiva vecina, con quien me divertí fastidiando a los otros colonos. Timbramos en las casas y corrimos antes de que abrieran la puerta, irrumpimos en albercas ajenas, trepamos techos, robamos carritos del club de golf, patinamos, anduvimos en bici y nos raspamos las rodillas hasta cansarnos.Los fines de semana, Quique, mi hermano mayor y yo, madrugábamos para irnos a Horcasitas, poblado donde estaba el rancho de mi abuelo paterno, Don Enrique. Se llamaba El Monumento porque ahí murió el revolucionario Abraham González, muy cerca de las vías del tren. Para llegar hasta el poblado viajábamos por un camino largo y empedrado, con muchísimas plantas que me provocaban alergia.El trayecto, de cerca de dos horas, me daba pavor porque Don Enrique me decía que los apaches vendrían por nosotros. Eso me recordaba a aquella película de Cantinflas, en la que interpreta a un dentista que estaba a punto de ser quemado vivo por una tribu de apaches, mientras cruzaba la frontera.
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Aunado a mis problemas amorosos, llegó la violencia. En 2011 mi padre fue extorsionado por el crimen organizado y le exigieron 20 mil pesos semanales y disponer de las camionetas que ellos quisieran. Fueron dos meses muy complicados en los cuales tuvimos que cerrar el changarro y no tener entradas de dinero. Pasamos de los años de bonanza con viajes a Nueva York y Alaska a tener que sobrevivir con 500 pesos por semana.De 2008 al 2012 Chihuahua, el estado grande, fue únicamente reconocido a nivel mundial por ser el más sangriento de México. Aún así, parece que todo está regresando a la normalidad. Este fin de semana pude pasear a mi hija, me eche unos pistos y logre llegar sana y salva a mi casa.@Normain