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Cultură

Hombres y urinarios: una investigación

El estudio fue rigurosamente científico y tal. Ahí van los resultados.

FOTOS DE ED ZIPCO

Estoy un poco obsesionada desde hace tiempo con los urinarios. Hay muchas preguntas que me llevo haciendo desde hace años. Por ejemplo: ¿por qué los machos de nuestra especie se ponen todos juntos en grupo, con el pene en la mano, para mear? ¿No resulta incómodo coincidir en el urinario con tu jefe o tu padre? ¿De qué hablan los hombres en los urinarios? El propio concepto de “urinario”, especialmente en el lugar de trabajo, me resulta extraño. ¿Se hacen acuerdos importantes en los urinarios, el último sitio al que no pueden entrar las chicas? Y me inquieta pensar que quizá el urinario sea el famoso “techo de cristal” que frena el porvenir profesional de las mujeres. De serlo, ¿podemos echar la culpa al urinario de toda la crisis financiera? Para arrojar luz sobre este asunto, he contactado con varios usuarios de urinarios. El estudio fue rigurosamente científico y tal. Ahí van los resultados. Venga, ¿no te parece raro utilizar el urinario junto a otras personas?
“Sí, es una mierda”, dice Mishka Shubaly, escritor. “Una vez tuve que mear al lado de mi padre. Miró, yo agaché la cabeza e insistió en seguir hablando. Por suerte yo resistí la tentación de mirar el tamaño de su polla para comprobar quién la tenía más grande. Hay ciertas cosas que no quieres saber. Es decir, creo que la mía es más grande, pero no me importa porque la polla de papá manda sobre tu polla, siempre”. ¿Hacia dónde miras cuando estás en el urinario? ¿Hacia arriba o hacia abajo?
“En el urinario se toma normalmente la actitud de mirar al frente”, me dice Geoff Brown, que trabaja en una universidad canadiense. “Resulta extraño, pero una vez un tipo sacó su tranca y empezó a alardear de que su chorro batía récords de distancia, entonces automáticamente adopté la “mirada al frente” mientras él meaba con la pared a treinta centímetros de su cara”. Los sujetos del estudio no estaban todos de acuerdo. “Yo miro hacia abajo”, confiesa Mishka. “Creo que a los tíos les gusta mirar hacia arriba para fingir que lo que está pasando (por ejemplo, el hecho de sostener nuestra polla con la mano en presencia de otros hombres) en realidad no está pasando, pero me gusta tener un buen contacto visual con mi cacharro para asegurarme de que no me meo encima y de que ningún candirú salta del urinario hasta mi glande”. ¿Alguna vez “espías”?
“Nunca se espía. Nunca”, dice Dan, un artista de Brooklyn. “De ahí viene la ley no escrita de que, si puedes, siempre dejas un urinario vacío entre tú y el otro. Nunca te pones en el urinario de al lado a menos que haya tanta gente que no tengas otro remedio.” Muchos tienen esta opinión. “Es algo así como “no le hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti”, dice Stuart, un psiquiatra de Brooklyn. Steven Cox y Daniel Silver, los diseñadores de Duckie Brown, se muestran escépticos. “Creo que cualquier hombre, gay o heterosexual o lo que sea, siempre mira,” dice Steven. Daniel añade: “Pero ningún hetero lo va a reconocer”. Salvo Eben, que tiene una empresa de bienes inmuebles en Manhattan: “Creo que solía espiar cuando tenía menos seguridad en mí mismo y quería saber qué llevaban los otros, pero ahora ya no me importa”, dice. “Quizás después de haber hecho artes marciales durante años y haber visto a un montón de tipos desnudos en el vestuario, la polla ya no resulta interesante. Es interesante ver cómo algunos lo hacen asegurándose de que no puedas verlos. Creo que eso es más raro que espiar”. Josh Wolk, autor de Cabin Pressure, comparte esta anécdota en el meadero. “Cuando lo hice estaba en el cine y fuera del radio de visión vi a un tipo mear. Pero entonces, mientras se sacudía las últimas gotitas, empezó a meneársela; como no lo veía directamente, parecía que estaba golpeando una serpiente contra una roca. Después paró y volvió a hacerlo. Nunca había visto a nadie esforzarse tanto para secarse la última gotita”. ¿Alguna vez tuviste algún percance en el urinario?
“Sí, tuve una experiencia terrible en un urinario cuando estaba en primer grado,” dice Daniel Silver. “Y no creo que hubiera usado un urinario antes. Creo que me saqué el rabo para mear en el urinario, me puse muy cerca y todo me rebotó. Mi hermano tuvo que venir a rescatarme y tuvo que llevarme a casa, porque parecía que me había meado en los pantalones. Fue muy triste.” Aparentemente, el problema no se resuelve con la práctica. “Lo más raro del urinario, en mi opinión, es calcular la distancia a la que tienes que ponerte justo en el momento previo a soltar el chorro”. dice Geoff. “Si te salpicas puedes estropearte la ropa. A menudo el ángulo del chorro y la naturaleza “convexa” del urinario puede provocar una pequeña bruma que puede salpicarte la parte inferior del torso”. Esto es algo que no sabía, ¿ves? “Si ya no calculas bien cuánto puede salpicar, te acojonará el tener que usar el urinario en pantalón corto”, dice David, un escritor de California. ¿Mantienes conversaciones en el urinario?
“Depende de si hubo contacto visual previo y si los dos quieren hablar”, dice Geoff. “Si mantienes una conversación, normalmente se habla de cosas “ajenas al urinario” como QUÉ TIEMPO HACE. Nunca te acercarías a un tipo y tratarías un tema “propio del urinario”, como por ejemplo, “¿Dónde compraste ese cinturón?”. Dan: “Resulta muy extraño mantener una conversación en el urinario, y la mayoría de las personas no lo hacen. Normalmente son dos tipos que se sienten raros, como dos tipos que acaban de salir de una reunión; uno de ellos se siente inseguro o, según mi propia experiencia, se habla en el descanso de una reunión de trabajo con alguien que acabas de conocer pero con el que llevas todo el día trabajando. Si hay algún tipo de conversación, todo el mundo mira al frente. Me extraña que aún no hayan puesto televisores en los urinarios. He estudiado demasiadas veces los azulejos del baño”. Por lo visto, a veces ponen periódicos encima de los urinarios en los restaurantes.

¿A veces no preferís usar el retrete?
Hay diversas opiniones al respecto. Hay personas que lo consideraban socialmente inaceptable. “Aunque parezca mentira, mear en un retrete parece impropio de un hombre. Es como si no tuvieras los cojones de mear en el urinario con el resto de los caballeros”. Mark, un abogado del mundo del espectáculo de Manhattan, está de acuerdo: “No puedes permitir que los demás piensen que eres un marica que quiere ir corriendo al retrete”, reflexiona. “Pero, obviamente, si todos los urinarios están cogidos, resulta perfectamente aceptable”. A Eben le gusta de vez un cuando un poco de privacidad. “A veces utilizo un retrete si necesito un momento a solas y no quiero ver nada y estar en un espacio cerrado completamente solo”, dice. “Soy muy quisquilloso a la hora de subir la tapa. Siempre utilizo un pie para levantarla y tiro siempre de la cadena directamente aunque la palanca esté muy alta”. Mishka también es de estos: “Joder, sí. Si el urinario no está cerrado y hay gente en el baño, siempre me meto en el retrete. Resulta útil también para meterse cosas malas, claro. TÚ, inventor del retrete, seas quien seas, recibe un cordial saludo.” ¿Cuál es vuestro tipo de urinario preferido?
Básicamente, a nadie le gusta el tipo de urinario que hay en los estadios. Y esos urinarios nuevos que van sin agua no parece que funcionen muy bien. “Me gustan esos que tienen grandes cascadas de agua, como en Europa”, dice Bill, escritor de Nueva York. “Porque puedes mear en cualquier dirección”. Algunos tipos les gustan más los urinarios con hielo. “Me gustan los urinarios que tienen cubitos de hielo (o hielo picado, a veces) dentro—el ruido que hace al derretirse resulta sugerente, despierta recuerdos proustianos de tu madre animándote cuando estabas aprendiendo a hacerlo”, dice Mike Flaherty, escritor de Brooklyn. “De todas formas: ¿alguien en tu estudio ha mencionado el juego del urinario, en el que estás en un bar o algo así, y al principio de la noche lanzas una moneda por el retrete o por el urinario y luego vas a ver al final de la noche a ver si alguien se ha rebajado de forma miserable para cogerla? ¿Nadie te ha hablado de ese juego?” Mmm, no. ¿No es raro usar los urinarios en el trabajo? ¿Qué pasa si tu jefe entra?
“Para mí un urinario es como un gran igualador, donde todos los hombres pueden estar juntos”, dice David, el escritor de California. “Ahora tu jefe es tu igual. El urinario no discrimina, y eso es lo que me gusta de los urinarios”. El urinario también puede revelar algunos secretos sobre el jefe de cada uno. “Cuando trabajaba en una gran empresa de moda, de la que no te voy a decir el nombre, estaba ahí meando y de repente el presidente vino”, dice Steven Cox. “Se saca la chorra, levanta ambas manos y las pone contra la pared. Y ahí estaba, medio despatarrado, con las manos en lo alto, delante de mí, meando en el urinario. No me lo podía creer. Su polla estaba algo así como libre. Y regresé al estudio de fotografía y se lo conté a todo el mundo, y todo el mundo dijo algo así como “Ah, sí. Ya lo sabíamos”. “Una vez que yo estaba cagando”, añade Claudio, periodista español, “mi jefe entró y, creyendo estar solo, le empezó a hablar a su polla: ¿Qué, cómo está hoy mi pajarito? También tenía la costumbre de silbar el ‘My Way’ de Sinatra mientras meaba. Qué asco de tío.” ¿Alguna vez te han pegado, o has pegado a alguien, en un urinario?
“Sí, claro, cuando fue necesario, una vez en Brasil”, dice Bill. “En un bar o club gay hay códigos muy diferentes en el urinario”, dice Esteren. “No creo que sea del todo cierto”, discrepa Daniel. “Podría estar en un club gay buscando a alguien que me folle por el culo, pero ¿y si resulta que sólo quiero mear tranquilo y tener algo de intimidad mientras lo hago?”. “Uno de mis primeros recuerdos de Nueva York, por ejemplo, es el baño en el Puerto Aduanero allá por 1984”, dice Eben. “Tenía 13 años y acababa de llegar en autobús de Washington para estar con mi hermana mayor. El baño daba miedo y apestaba como un baño portátil, pero a un nivel impresionante. Empecé a mear y de repente había un tipo a mi lado, mirándome la polla y meneándosela. Acabé como pude y salí cagando hostias.” ¿Qué es lo más raro que os ha pasado en un urinario?
“Fui al instituto con un mormón beato”, explica Josh. “Él no entendía ni el sarcasmo ni la ironía y no le gustaba la blasfemia. Yo estaba en el urinario, y se puso a mi lado. Mientras estaba ahí meando, se tiró un pedo horrible. Me pegó un susto terrible y esperé a que se riera o pidiera perdón o hiciera algún tipo de chiste, pero le miré y seguía impasible. Creo que estar en un urinario no quiere decir que todos los orificios tengan que estar abiertos y funcionando. Sólo porque estés meando no te da derecho a utilizar todas las funciones corporales que tengas. No es justo. Pero mientras le miraba, el tío estaba muy tranquilo pese a lo que acababa de hacer, me di cuenta de que no tenía ningún sentido del humor y que probablemente no habría oído nunca un chiste sobre pedos”. “Un compañero de trabajo”, añade Sergio, administrativo de Barcelona, “siempre suelta un cuesco cuando está meando y repite la misma broma: no hay tormenta sin truenos”. Incluso los famosos tienen que usar un urinario. “Una vez estaba en un estreno en Santa Mónica, y un tipo enorme se acercó a mí,” dice David Carr, reportero del New York Times y autor de The Night Of The Gun. “Tuve que mirar. Era Will Smith. Me pilló, me sonrió y le dije algo en tono amistoso. Dejé la meada a medias. Se me cortó. Y en otra ocasión un enano se puso a mear a mi lado en Knoxville, Tennessee. Querría haber mirado, pero mantuve el decoro”. Pat Bobst, que trabaja en una empresa de telecomunicaciones, estaba en un área de servicio en New Jersey Turnpike. “Estaba usando el urinario al lado del batería de mi grupo”, dice. “Se me acerca y me susurra: ‘eh, tío, en la furgoneta he meado en una botella vacía de anticongelante y tengo un poco de anticongelante en la polla. ¿Crees que eso está bien?” “Un palurdo enorme, una bomba de relojería muy desagradable, con el que había trabajado en el instituto, entró, se la sacó, empezó a mear y después se puso las manos en la cadera y permaneció en esa postura mientras meaba”, dice Stuart. “Y eso en sus primeros días de trabajo. Era una postura impresionante. Imagínate a un hombre con las manos en la cadera; los hombres no suelen estar en esa postura, joder, y aún menos en un urinario”. “Recuerdo un tipo que entró en el baño de un área de servicio con una cerveza en la mano, gruñendo, y después empezó a mirar a todas partes cuando empezó a mear”, dice Dan. “Mientras meaba, se acabó la cerveza”. Aún no entiendo por qué existen los urinarios. ¿Por qué los hombres no inician una revolución y empiezan a usar los retretes?
“Sin urinarios, las colas en los baños de los tíos en las salas de conciertos serían peor que las de las chicas”, dice Pat. “Es para ahorrar espacio”. Vaya, pues sí que era sencilla la respuesta…