"Te prometo anarquía": una película de gays, vampirismo y skate en México
Todas las imágenes son cortesía del director.

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"Te prometo anarquía": una película de gays, vampirismo y skate en México

Un retrato de la angustia adolescente de sentirse completamente perdido mientras se busca desesperadamente una identidad. Acá una entrevista con su director.

La primera vez que Johnny y Miguel le muestran su cara a la cámara lo hacen bajo una luz roja que ilumina el interior de un container de gasolina, ahora en desuso, que Johnny ha acondicionado a forma de casa. Están acostados, medio desnudos, al lado de una chica que parece ser pareja de alguno de ellos. Mientras ella duerme, ellos coquetean cuando se hablan con la hostilidad de dos amigos hombres y adolescentes. Miguel interrumpe la conversación para meterle la mano en los calzoncillos al otro, lo masturba, en un gesto que eventualmente los lleva a tirar en una hamaca. Esa es la introducción que Julio Hernández Cordón hace de los dos protagonistas de su última película, Te presento anarquía, un largometraje que desde 2015 ha estado pasando por festivales como San Sebastián, Locarno y Toronto. Te presento anarquía es un fragmento en la vida de Miguel y Johnny, dos jóvenes mexicanos que se conocen desde pequeños y que han desarrollado una especie de romance entre ellos. Que se pasan los días haciendo skate y vendiendo su propia sangre o la de sus amigos ilegalmente. La película, que combina algo de la estética del vampirismo con el contexto mexicano de narcotráfico y violencia, es un retrato de la angustia adolescente, la de sentirse completamente perdido mientras desesperadamente se busca una identidad. La película de Hernández se estrena hoy 1 de diciembre en Colombia, en el marco del Stoned Film Festival: el festival de cine organizado a la par del Almax, un festival de música que estará del 1 al 4 de diciembre en Corferias, en Bogotá. Julio Hernández Cordón será uno de los invitados a las actividades, charlas y foros que el Stoned Film Festival ha organizado con varios de los directores y productores de películas latinoamericanas seleccionadas por lo innovador y arriesgado de sus narrativas. Aprovechando la visita de Hernández me senté a hablar con él para hablar de Te prometo anarquía y de su propia adolescencia. Esto fue lo que me contó: VICE: ¿Cuál fue el punto de partida de esta historia que, al final, tiene de todo: sexualidad, mercado negro, skaters, adolescencia, narcotráfico?
Julio Hernández Cordón: Quería apropiarme del género del cine negro, cuya subtrama siempre es una historia de amor. O al revés, una historia de amor que tiene una subtrama sobre la ilegalidad. Lo que hice fue hacer un mix orgánico y natural de varias cosas que tenían que ver con mi vida: la historia de amor está inspirada en una relación que tuvo mi hermano; también quería tocar el tema del narco en México, pero de manera sútil; la estética skater que me ha fascinado desde que era adolescente; y México, mi espacio, sobre todo el tema de la violencia del crimen organizado y del gobierno en el país. Mucha gente me ha criticado diciendo que no saben al final cuál es el tema de la película, pero para mí son todos. Siento que el hecho de que una persona sea futbolista no quiere decir que solo se dedique al fútbol. Es igual.

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Todas las fotos son cortesía del director.

Esa forma de no querer comprometerse con una sola cosa, ¿hace parte de la anarquía que promete el título?
Yo creo que sí. Siempre me han dicho que mi trabajo es muy desordenado. A pesar de que estudié en una escuela muy teórica e industrial, nunca me sentí muy cómodo narrando de esa manera. Prefiero hacer algo que tenga esa sensación como artesanal, que uno encuentre las astillas, las costuras. Creo que eso hace que la película sea particular y única. Es la misma sensación de la adolescencia cuando armas tu banda de garage y posiblemente tocas una mierda pero sientes que lo que estás haciendo es increíble. Es algo que no haces por los demás sino por ti mismo. Creo que puede ser que no tenga la técnica ni el talento pero de repente tengo el espíritu para contar algo que puede mover, así me siento con mis películas. Me gusta no guiarme por ciertas reglas del cine. En esta película hubo mucho de eso. ¿Qué tipo de reglas?
No me gusta respetar las zonas áureas: los personajes siempre están al borde de la imagen. Usar actores no profesionales. Hacer una película gay con personas heterosexuales. A veces me siento como esta película de John Waters, Cecil Demented, que es de una banda de cineastas guerrilleros, porque muchas veces en mis películas grabamos de forma ilegal, de cierta manera. Y eso me fascina. En muchas locaciones no tenía permiso para rodar, entonces usábamos un lente muy largo que filmaba la acción desde lejos, mientras nadie se enteraba de que eso estaba siendo filmado. Eso me da placer, saber que me puedo salir con la mía y que se puede hacer cine de otra manera: fuera de las normas. Un cine que puede hacerse sin estarle pagando y pidiendo permiso a todo el mundo.

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Cuéntame del proceso de investigación. ¿Qué hiciste antes de escribir el guion y de rodar?
Primero entrevisté a mi hermano, durante seis meses. Él todavía no había salido del clóset totalmente y eso dificultó el proceso. Cuando sucedió todo esto, mi hermano estaba trabajando en una oficina del gobierno, ligada con Unicef, y se lió con alguien de las pandillas. Le pagó un apartamento a esta persona a tres casas de la casa de mis padres y en esa época, cuando él tenía 21 o 22 años, se salía de la casa todas las noches para ir a dormir con él y en las mañanas se regresaba para simular que había dormido en su cuarto.

A partir de su historia empecé a construir una película sobre alguien que se enamora profundamente y que al mismo tiempo está sumergido en diferencias de clase donde, tal vez irónicamente, es la otra persona quien tiene el poder y que hace que el otro esté encadenado emocionalmente. Eso me pareció muy fuerte e interesante porque normalmente en el cine mexicano los rompecorazones son las personas que tienen dinero y aquí fue totalmente opuesto. Era fascinante, además, porque su separación fue casi como una tragedia griega: por más que intentaron escapar de su destino, no lo consiguieron. Sabían que se iban a meter en problemas y no hicieron nada para evitarlo. ¿Hiciste investigación en la escena del skate? ¿Cómo fue tu acercamiento al deporte?
Yo viví de cerca la escena cuando viví en Costa Rica y mis amigos patinaban y que creo que me influenció mucho. Mucha música que aún me gusta viene de ellos, al igual que la fascinación por su estética: todos están sudados y con costras pero aún así hay una preocupación estética, por los tennis, los pantalones, las t-shirts. Es una inversión que además es accesible para todos. La otra cosa que me fascinaba es el hecho de que es un deporte sumamente individual pero a la vez colectivo. Cada quien está como en su burbuja y lo practican todos en un mismo espacio pero a la vez no hay roce, a diferencia de otros deportes como el fútbol o el basket.

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Esa experiencia luego se nutrió con el acompañamiento a los chicos protagonistas de la película y ahí me di cuenta también de que los skaters tienen una relación de amor y odio con la ciudad: están constantemente buscando spots, se comparten la ubicación y cuando llegan, irónicamente, lo que hacen es darle en la madrea al spot con sus tablas. Y es igual a la relación de los protagonistas, de amor y odio: se quieren pero a la vez se revientan la cabeza.

¿Cuál fue el proceso de trabajar con actores naturales, hetero, en las escenas sexualmente explícitas?
Fue un trabajo de seducción, de decirles que ellos eran la piel y el corazón de la película y que si yo les pedía que repitiéramos algo por el bien de la película, que yo no los iba a exponer a ellos ni me iba a exponer a mí con una película con la que no me sintiera cómodo. Ellos asumieron la película con un compromiso que a mí me sorprendió. De hecho luego, hablando con ellos, me di cuenta de que los dos habían tenido como relaciones con otros amigos en borracheras, y se habían dado besos jugando, qué sé yo. Eso era interesante. Finalmente lo que quería era hablar de México como un oasis contemporáneo de lo sexual en la que es cotidiano ver parejas de todos los géneros, en el metro, en la calle, agarrados de la mano, besándose, y que es normal para las nuevas generaciones. ¿De dónde sale el interés de tocar el tema de los narcos y la ilegalidad en México?
A mí me gusta hablar de esas cosas dolorosas y del poder que el narco tiene en México. Algo que me pregunté mucho en el guion y en el rodaje (sobre una escena que involucra a un narco y a un grupo de 50 personas) era: ¿por qué la gente le hace caso a un narco si no les están apuntando?. Y pienso: a ver cabrón, si yo me encuentro un narco y me dice que me hinque, no necesita sacarme una pistola, yo lo hago. Si él me dice vamos, yo voy, sé que no debería, pero tampoco lo quiero hacer enojar. Y es eso, ya es como un poder paralelo en México. Hay pueblos en los que la gente ya no sale después de las 6:00 de la tarde simplemente porque no quieren ponerse en peligro.

¿Y por qué decidiste ligar eso con un tema de tráfico de sangre?
Yo quería que la película fuera una película de vampiros, y luego se me ocurrió que los protagonistas fueran patinetos, y ahí quedó perfecto porque parecía que flotaban por la ciudad. Por eso en la película se ven muy pocos trucos y casi no se ven las patinetas: se ven ellos y solo se escucha la patineta, que también es un sonido que me parece muy estridente, muy fuerte, pero a la vez muy cinematográfico. Esta película, al igual que otras tuyas como Gasolina, se interesan por hablar de adolescentes que están un poco a la deriva. ¿Ese interés tiene que ver con tu propia adolescencia?
Sí claro. Obviamente la adolescencia es un momento muy frágil, lleno de inseguridades, que te marca. En mi caso fui muy mal estudiante. Mis padres, que son economistas, no veían como mucho futuro en mí. En la escuela siempre estuve a punto de perder el año. Y llegaron momentos en que de repente me junté con chicos que buscaban problemas como profesión. Pero una de las cosas que más me marcó fue que cómo nos cambiamos de país en varias ocasiones: durante mucho tiempo siempre fui el chico nuevo de la escuela, me costaba adaptarme y la verdad no estaba muy cómodo con mi presente y no sentía que tuviera un futuro. Y creo que en todas mis películas es eso: de personas que no se encuentran, de personas que se sienten outsiders. ¿Crees que la inconciencia de tus personajes debe superarse en algún punto?
Claro. Y siento que ese es el trabajo de la creación o del arte. Que la gente no tenga la información, o esta conciencia política o social, no les llega por la lectura o por la universidad sino más bien te llega de la manera más orgánica por la música y por el cine, por la creación. Creo que a mucha gente desarrolló conciencia o se preguntó cosas por canciones de Bob Dylan, de The Clash, de Los Fabulosos, de Mano Negra. O por películas como La Vendedora de rosas o Taxi Driver. Ahí, el arte te hace preguntarte cosas de las que no te habías dado cuenta y sobre todo lo más interesante es que las respuestas no están, entonces tú buscas las respuestas y vas generando diálogo con otras personas. Creo que esa es la función que para mí tiene el cine.