"Mira, aquí solo vienen extranjeros, ni un solo español se asoma. Vienen para hacer fotos, para preguntar cuánto cuestan las cosas y se van. Este mercado no es para madrileños", me dice Jesús, un dominicano que atiende un puesto de canapés de caviar de 5 euros cada uno —tan pequeños que se comen en un solo bocado— en el mercado San Miguel, en Madrid.
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"Bueno, sí vienen vascos o catalanes, esos sí tienen plata. Pero a los madrileños se les va en sueldo en una sola sentada, porque encima de todo no saben gastar". Jesús, como otros locatarios y visitantes locales, sabe que este mercado es caro, lujoso y está enfocado en los turistas. "Aquí hacen la compra los que tienen dinero, es decir, muy pocos", me cuenta uno de los vigilantes del mercado, quien prefirió no dar su nombre. "Sí, todo se ve muy apetitoso, pero eso no es para uno que es de aquí, es para los europeos que manejan más dinero".
Entre los pasillos uno se encuentra a músicos, artistas y actores de renombre mundial, muchos de ellos hacen su primera parada de Madrid aquí, sin importar los precios altísimos del jamón serrano recién cortado, el fuet, el vino local, las paellas, los bocadillos de mar increíblemente frescos, y demás comidas que se extienden entre los 30 puestos de comida, cerveza y vino.
Sin embargo, no siempre fue así. A principios del siglo XIX, este armazón antiguo era un mercado de barrio tradicional, un refugio de regateo para las amas de casa madrileñas.Fue inaugurado en 1916 en uno de los pocos edificios que aún mantienen la denominada arquitectura de hierro acristalada. En 1999, 83 años después, el edificio cayó en mal estado y el gobierno madrileño decidió la remodelación. Un grupo de artistas y arquitectos creó entonces una asociación para rescatarlo. Desde el 2003, y teniendo como referencia el famoso mercado de La Boquería, en Barcelona, San Miguel se levantó como ave fénix para convertirse en un mercado gourmet donde convergen el comercio, el lifestyle, la moda, el lujo, el turismo, la comida y la bebida.
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Ahora, a las afueras del Plaza Mayor encontramos un mercado del siglo XXI, con áreas verdes y aire acondicionado, que atrae al amante de la comida, ese que no sólo busca cargar combustible sino disfrutar de una experiencia cultural y social, como la que ofrecen los restaurantes de estrellas Michelin.
El mercado está lleno de gente esperando su jamón fino, sus pinchos gourmetizados de salchicha, de queso Manchego y de lomo. También hay empresarios sentados en las mesas de los restaurantes internos y amigos turisteando, comiendo erizos fresquísimos con queso, bebiendo mojitos en las barras o copas de vino en las mesas de picnic. Otros solo van por un café y un croissant a media mañana o una cerveza a media tarde; y otros más buscan libros de cocina o ingredientes para cocinar en casa.LEER MÁS: Mexicanos en España: De la fajita al mixiote, pasando por el pambazo
Algunos locatarios se defienden ante las acusaciones de los precios y dicen que el diseño, el ambiente y la calidad de lo que se vende vale cada centavo.De pocos años para acá, los mercados tradicionales madrileños (y del resto de España) han empezado a copiar la fórmula de San Miguel, ofreciendo también algunos puestos gourmet. Su objetivo es que no todo sea para los "guiris" (extranjeros de piel blanca rojiza, es decir, alemanes, ingleses y nórdicos en general), sino para los locales, quienes también se interesan en buenos productos nacionales o importados.
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A pesar de que es el mercado más caro de la ciudad, vale la pena visitarlo. Pero recuerda, no es el lugar para probar la comida típica ni barata. Aquí no verás a muchos madrileños comiendo, te encontrarás a turistas con guías bajo el brazo y cámaras colgando del cuello, a viajeros trajeados y cosmopolitas.
Este artículo se publicó originalmente en diciembre del 2015.