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Conoce al encantador de cocodrilos de Jamaica

Lawrence Henriques dejó su Ferrari y su vida como un exitoso químico en Londres para regresar a su tierra natal y proteger a los reptiles jamaiquinos.

"Este es Harry", dijo Lawrence Henriques mientras señalaba con indiferencia al cocodrilo de dos metros y medio que estaba descansando sobre un charco de agua turbia a unos cuantos pasos del lugar donde nos encontrábamos. "El sucio Harry. Perdió un ojo".

Henriques, de 60 años de edad, es delgado y no trae playera, tiene una corona de cabello blanco y delgado que le rodea la cabeza y usa unos lentes redondos, como de profesor. Un cigarro hecho a mano se sostiene entre sus labios mientras presenta a más de 30 cocodrilos que viven dentro de su santuario que se encuentra cerca de una cascada en St. Mary Parish, al norte de Jamaica. "Por ahí está Sylvestre, tiene cinco años pero es pequeño; el de allá es Hope, a quien tengo que darle de comer con la mano porque tiene la mandíbula rota; ella es Doris, es un desastre sicológico, la rescaté luego de que a su compañero le dispararan en la cabeza".

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Lawrence se pone de rodillas junto a Harry, habla y acaricia su lomo, tan relajado como si estuviera en la sala de su casa. "En realidad son como gatitos", comentó. "Harold, ¿quieres pollo?"

Los cocodrilos del continente americano son más pequeños y menos agresivos que sus primos que habitan el Nilo. Se encuentran por lo general en el sur de Florida y por todo el Caribe. Estas especies tienen un significado cultural en Jamaica, y una aparece en el escudo nacional de armas desde que el símbolo fue creado en el siglo 17. Sin embargo, en las últimas décadas el progreso no regulado en el país ha destruido los hábitats de los animales. Además, la sobre pesca ha acabado con su fuente de alimento y en los últimos años la demanda de carne de cocodrilo ha aumentado, lo que ha desatado una caza furtiva fuera de control.

El gobierno no ha mostrado mucho interés en investigar medidas de protección o en realizar algún esfuerzo para detener el problema, mientras Henriques —quien nada con los cocodrilos en la selva y sólo utiliza sus manos o una cuerda para atrapar a los animales— ha dedicado su vida para salvar a la especie.

"Él es un gran recurso", mencionó el biólogo Brandon Hay del Caribbean Coastal Area Management Foundation, un grupo de conservación jamaiquino. "Él es el encantador de cocodrilos".

Los antepasados de Henriques eran unos judíos provenientes de Portugal. Emigraron a Jamaica cerca del año 1600 y finalmente se establecieron como una de las familias más grandes y prominentes del país. El abuelo de Lawrence, un magnate empresario, fue el primer importador de autos Ford en el mundo. Su padre sirvió como jefe de la Jamaican Railway Corporation y más tarde fue nombrado comisionado. De niño creció en Kingston y luego la familia se mudó a Londres, y desde esa corta edad ya tenía interés por los animales y constantemente atrapaba y guardaba serpientes y tarántulas.

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"Mi madre era un persona de gatos, pero yo amaba a los bichos raros", recuerda Henriques.

Luego de terminar la preparatoria, Lawrence Henriques se unió a una expedición militar en Belice como "fotógrafo y el encargado de los animales venenosos". Luego fue a estudiar Bioquímica en el Imperial College de Londres y alrededor de sus 20 años regresó a Jamaica y tomó un trabajo en la industria de los cítricos. Pero una vez de vuelta, adoptó otro rol: salvador de cocodrilos amateur.

Su primer rescate sucedió inesperadamente: mientras manejaba por una autopista le llamó la atención un pequeño cocodrilo de no más de un metro de largo que estaba a la orilla de la carretera. El animal parecía tener problemas —además de estar muy lejos de cualquier fuente de agua— por lo que Henriques detuvo su auto, lo recogió cargándolo por la parte de en medio de su cuerpo y "lo arrojé en la parte posterior del carro".

Al poco tiempo, ya estaba instalando recintos alrededor de su casa donde pudiera rehabilitar cocodrilos y realizaba regulares viajes a la selva, donde se percató del terrible crecimiento que la pesca tenía. Contactó a oficiales del gobierno, quienes rápidamente lo inundaron con trabajo para mover cocodrilos de lugar o porque porque aparecían en el patio de algún vecino. "Mis jefes eran tolerantes, así que yo iba y rescataba cocodrilos", mencionó, "Destruí tres o cuatro autos de la compañía".

Conforme pasaron los años, Henriques había rescatado cientos de cocodrilos necesitados y vulnerables. Los llevó a varios santuarios que él creó y estableció un vínculo íntimo con la especie. Aprendió las personalidades de los animales así como sus peculiaridades y regresó a los animales recuperados a su hábitat lo antes posible. "Nunca asustes a un cocodrilo; ellos duermen muy profundo", recomienda.

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En los años 90, cuando estaba acercándose a los 40 de edad, Henriques estaba pasando un mal momento; se acababa de divorciar, tenía hijos e hijastros dispersos por todos lados. Sintió que debía regresar a Londres donde su madre vivía. Dejó a sus amados cocodrilos y cambió una vida salvaje rodeada de naturaleza por una ocupada carrera en la química londinense y un Ferrari para los fines de semana.

A pesar de la gran vida que tenía, extrañaba a los cocodrilos. Después de diez años, cuando la salud de su madre estaba decayendo, ella lo motivó a regresar. Le dijo "tu corazón siempre ha estado en Jamaica. Regresa, tienes mi bendición. Ve con tus animales".

Y regresó. En 2009 compró su propiedad en St. Mary Parish. Durante su estadía en Londres había escuchado de reportes sobre las nuevas amenazas hacia los cocodrilos pero una vez de vuelta en Jamaica, se dio cuenta que la situación era peor de lo que esperaba. Muchos animales estaban demacrados por falta de comida, a otros los habían mutilado y muchos más sido víctimas de los cazadores furtivos.

No había cifras exactas pero Henriques estima que aproximadamente hay 700 cocodrilos restantes en todo Jamaica, una baja considerable si comparamos que había miles hace unas décadas. "Tan sólo el año pasado la caza furtiva empeoró", señaló el biólogo Brandon Hay.

En lugar de llamar a las autoridades, los pescadores y la gente del pueblo tratan de sacar provecho vendiendo la carne en el mercado negro donde un kilogramo puede alcanzar los 35 dólares (660 pesos), de acuerdo con Associated Press.

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"Podrían dárnoslos, pero no lo hacen porque nosotros no pagamos", puntualizó Hay.

Tras estar sentado por varios minutos con Harry 'El Tuerto', quien fue rescatado luego de haber caído en una red de pesca, Henriques comienza a alimentarlo. Camina por su cocina —tanto él como su novia viven en el santuario— y saca varios pedazos de pollo congelado de una caja en el piso. Después de calentarlos en agua, pasa por los recintos donde tiene a los cocodrilos. Deshace la carne para tener pedazos más chicos y platica con sus animales como probablemente muchos de ustedes hablan con sus mascotas.

"¡Amargada, amargada, amagada!", grita cuando Gertrude comienza a silbar. "¿Estás bien, verdad chica?", le habla con una suave voz a Elizabeth mientras le quita un alga de su hocico. "¿Quieres regresar a dormir?"

Además de salvar y ver por cocodrilos, el objetivo de Henriques es cambiar los paradigmas de conservación en Jamaica donde estos animales, dejando a un lado su estatus de protección, están todavía en grave peligro. Él está ansioso de llevar gente a su santuario, el cual no quiere convertir en un destino turístico, pero que recalca puede ser una oportunidad educativa por ser uno de los pocos lugares en Jamaica donde realmente te puedes acercar a la especie en un ambiente controlado.

Pero Lawrence Henriques no es optimista. Considerando lo común que se ha convertido la caza de cocodrilos, él duda regresar a los animales a su hábitat. Está preocupado de que la baja de población de cocodrilos sea irreversible, lo que para él significaría una tragedia nacional.

"Si pierdes un cocodrilo, pierdes la especie y con eso dejas ir a tu animal terrestre más grande, y también se acaba tu herencia. Ellos son parte de nosotros", concluyó.