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1. El área metropolitana de Riverside-San Bernardino-Ontario, California. [N. de la T.]
—Aquí da vuelta a la izquierda —sugirió. Pasamos entre unos búngalos de madera, tierras de cultivo y una zona industrial cercada, siempre con las montañas detrás de nosotros, o al lado, bloqueando la mitad del enorme y azul cielo con nubes de polvo blanco. Tenían una forma aplastada como si fueran pinturas de un set de Hollywood.Nunca vimos nada parecido a un restaurante en forma de barco. La decisión estaba entre Casa Dinero o una sucursal de la cadena Sizzler en un edificio de tablaroca. Casa Dinero estaba cerrado. Nos sentamos en el gabinete uno frente al otro. Klaus pidió un coctel de camarones y yo me comí una hamburguesa con papas. La comida estaba deliciosa. Klaus sumergió sus camarones primero en la salsa del coctel y luego en la salsa tártara, manteniendo siempre el brazo hacia arriba con el codo hacia fuera y un poco encima de la mesa para evitar que la manga se le llenara de comida. Mascó cada camarón hasta la cola; su bigote se movía de arriba a abajo mientras masticaba y de vez en cuando hacía leves sonidos que sugerían satisfacción. Cuando terminó, llamó a la mesera y ordenó un segundo coctel y me preguntó si quería otra hamburguesa; él iba a invitar, dijo, incluso pondría la propina.—¿Qué le pasó a John Cressey? —pregunté.Klaus volteó a verme con sus ojos casi cerrados por sus pesados párpados y siguió masticando un rato. —Ahora tienen un loquero —dijo, como si esto explicara algo sobre el desconocido hado de Cressey. Sabía que Klaus odiaba a los siquiatras y que les tenía miedo. —Quiero creer que John no sufrió daño alguno. Quizá conocía gente que lo pudiera sacar de allí. —Esa última frase me sorprendió.
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