Retratos de la fauna nocturna de la Alameda sevillana

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Retratos de la fauna nocturna de la Alameda sevillana

En fotos, la cara más bohemia de Sevilla se niega a desaparecer.

El grupo sevillano Pony Bravo ya lo parecía vaticinar en su tema "Turista ven a Sevilla". Desde que nuestra ciudad fuese elegida por Lonely Planet como el mejor destino para viajar en 2018, los autóctonos hemos ido notando in crescendo ese aluvión turístico en nuestras calles.

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Pero de alguna manera, esa masa en movimiento está cambiando algo arraigado en nuestra idiosincrasia: los bares. Qué lugares. Estereotipo aparte, a los sevillanos nos gustan los bares, tenemos cultura de barra y somos de estar de puertas para fuera, de sentir el calor de los nuestros, de arreglar cualquier catástrofe con una rubia espumosa que nos congele el gaznate.

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Como baluarte de esta cultura de bares nocturna sevillana tenemos La Alameda de Hércules, que ha sufrido un cambio vertiginoso en los últimos años. Ha pasado del albero al asfalto, de las candelas en la plaza a la policía haciendo ronda y de la mala fama a convertirse en una especie de Soho, pero a pesar de ello algunos bares aguantan desde los años 80, conformando la resistencia que mantiene el espíritu del barrio entre tanta cadena de restaurantes, gastrobares y locales chic.

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La calle Feria y las arterias aledañas que acaban desembocando en la Alameda eran, y todavía son, un punto de encuentro de artistas, bohemios y cultura subversiva, pero también se citaban en ellas la droga, la prostitución y la delincuencia. La literatura ha reflejado esta época del rock de la calle Feria —como llamaría el grupo Triana a una de sus canciones— con libros como Canijo, de Fernando Mansilla. El cine también ha reflejado la “limpieza” previa a la Expo 92, como lo hizo Alberto Rodríguez en Grupo 7.

Quizá ese fuera el punto de inflexión, el que aceleró el cambio, gradual hasta que quitaron el albero, pusieron las fuentes y la Comisaría de Policía —algo que, por cierto, provocó una manifestación en contra con carácter festivo por parte de multitud de jóvenes— y acabó convirtiéndose en lo que es ahora y que se ha acentuado especialmente con la llegada del turismo: el lugar de moda para salir, para comer, cenar, tomar copas, beber gin-tonics y bailar.

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El fotógrafo Antonio Cadenas ha transitado por estos bastiones de la resistencia de la antigua Alameda durante muchas noches, recorriendo los bares que aún siguen en pie y retratando a los habituales que los transitan, captando esa fauna callejera que mantiene vivo un espíritu tragicómico y a veces algo decadente de tiempos no tan lejanos que huelen a whisky, drogas y cultura underground. Noche tras noche, músicos, artistas, camareros, parroquianos habituales, desconocidos, familia de cerveza y copas desfilan ante su cámara.

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En este recorrido por esos garitos que aún siguen abiertos a pesar del paso de los años, de los cambios y de una imagen que rompe con esa imagen gamberra y quizá algo romántica que tienen los más veteranos, observamos a personajes interactúan a la caída las persianas, bien entrada la madrugada. A veces las mismas caras pero con diferentes historias; otras, extraños de paso, entregados a dilatar el tiempo entre cervezas, cigarrillos y whiskys. No importaba. Fin de semana, entre semana, los habituales acaban siendo caras conocidas tras el paso de las horas, de las noches, de las confidencias entre humo y hielo.

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En sus imágenes, Cadenas, integrándose como uno más dentro de ese escenario que es la noche sevillana, retrata desde un punto de vista casi melancólico ante la volatilidad de lo que puede acabar detonándose y desaparecer, una especie de Café Lemithz sureño. Personajes desubicados, euforia, complicidad de una mirada desconocida ante la cámara, reencuentros, diversión, pero también decadencia, soledad, nostalgia y quizá un vacío que podemos a veces adivinar en alguna mirada que se ha cruzado con su objetivo.

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