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Identidad

​Bienvenidas a las aguas pantanosas del día de la madre

No hay nada más bello que ser madre. Dios Todopoderoso no nos dio un coño y unas tetas para que los bronceáramos al sol ni para que los meneásemos alegremente en una fiesta enloquecida.
Imagen vía usuario de Pixabay: blickpixel

Queridas amigas:

Ya está aquí, ya llegó. En lo alto de la montaña empieza a desmoronarse el alud que nos asfixiará bajo un manto de corazones rosas. Seguro que ya habéis recibido alguna deliciosa oferta del día de la madre, algún email que os inste a mandar a vuestras progenitoras —o a vosotras mismas— a haceros un lifting y un spa mientras os atragantáis con un cóctel rosa y se os llenan las narices del polen de un ramo de flores, aprovechando el 47 % de descuento en peeling de aloe para calmar las hemorroides que os salieron cuando empujasteis como bestias para sacar un hijo de vuestro cuerpo. Si no es así, es porque vivís fuera de este sistema capitalista.

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Y es que, como bien sabéis, no hay nada más bello que ser madre. Es la realización última de ser mujer. Dios Todopoderoso no nos dio un coño y unas tetas para que los bronceáramos al sol ni para que los meneásemos alegremente en una fiesta enloquecida, ni siquiera para que pensásemos en ellos con demasiado detenimiento. Estas tres opciones de uso sólo son lícitas si tienen como fin llegar a última base y conseguir germinar, estallar de vida como aquellas lentejas que veíamos transformarse en plantitas de tallo largo en su camita de algodón humedecido. Recordad que luego, olvidadas por nuestro corazoncito egoísta de niños, estos germinados terminaban pudriéndose en la oscuridad.

Si alguna esquirola de la maternidad piensa que puede ser feliz dedicándose sólo a su vida, está muy pero que muy equivocada. La felicidad última, pasa por un médico que te dé una palmadita en el coño rasurado diciéndote "No estás empujando bien. Si sigues empujando así de mal, te abrimos y te lo sacamos nosotros". O bien: "¿A que cuando lo estabas haciendo no te dolía tanto?". O quizás: "Como no te pongas de parto en dos días, te lo provocamos, porque a mi yate en Puerto Banús le importan una mierda los ritmos de tu cuerpo".

Oh, sí. La vida es un helado tirando a sosete, y el sirope que le da sabor es ese sentir que te partes en dos mientras un ser humano te sale por un lugar en el que a veces se te atasca la copa menstrual. A partir de entonces, ya nada será igual. Vivirás con una angustia permanente alojada en medio del pecho: que ese pequeño ser déspota que llora y te requiere desde la cuna sufra cualquier tipo de mal. Pero merece la pena. Porque tres, cuatro años después, ese pedazo de carne que quizás tenga tus mismos ojos, alzará hacia ti su manita regordeta y te obsequiará con un collar de macarrones pintados con ceras blandas y una tarjeta en la que su maestra, harta de repetir la misma frase una y otra vez, habrá garabateado: FELIZ DÍA DE LA MADRE.

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Si nos damos un paseíto por las propuestas para el día de la madre, veremos que hay, básicamente, tres líneas de juego para tres madres bien diferenciadas:

La madre esclava

"Mamá, Carrefour y Alcampo te felicitan la esclavitud un año más". Imágenes vía Twitter

Esta madre es la destinataria de exprimidores, licuadoras o mangas pasteleras. Todo sistemas nuevos que tú le regalas para exprimir, licuar, y canalizar su frustración en forma de bonitos corazones de crema por haber parido a zánganos como tú. Es como si tienes un esclavo y le regalas un látigo nuevo que luzca más en tu mano para así poder azotarle con más ganas. Pobre madre esclava… Firmó su condena en el momento en el que se creó ese vínculo irrompible entre tu boca y su pezón y una orden clara entró en su cabeza: que debía alimentarte de por vida, así te rebosasen las lorzas por encima del pantaloncillo.

Os cuento un secreto: esta madre esclava es en realidad un ser humano, una persona cabal que ha ido dejándose degradar paulatinamente por la idea de que su único fin en la vida es NUTRIR. Si hace años no hubieseis cometido la penosa desfachatez de regalarle una olla exprés por su cumpleaños, quizás habríais podido vislumbrar que dentro de ella había una chispa desconocida, y no una nevera para cebaros de por vida.

La madre coqueta

"La vida y tres sesiones de rayos UVA, valores equivalentes en el intercambio madre-hija".

El objetivo con esta madre es hacerle creer por un día que su cuerpo no es una incubadora de carne con fuentes de leche. Por un día, el 38 por ciento de descuento en piedra pómez y jacuzzi burbujeante por el día de la madre la distraerá de la triste realidad: desde el momento en el que os echó al mundo por su coño moreno a tus hermanos y a ti, la sociedad marcó su cuerpo con un tachón de trazo grueso. A partir de ese momento, sólo sería un envase inservible que se abre para sacar el atún y después, vacío, se tira o se aparta a un lado. El atún sois vosotros, hijos zánganos, semilla del diablo.

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"¿Hay algo más bello que recibir un facial a dúo con tu madre? No se me ocurre mayor símbolo de unión"

Hay una interesante variante de esta madre, y es la de madre amiga. Lo único que cambia es que, en este caso, madre e hija podréis carcajearos, lanzándoos miraditas cómplices, desde el interior de una sauna abreporos, con la cara cubierta de mascarilla nutriente de menta piperita. Hay en esta vertiente de ofertas para disfrutar en bonita unión maternofilial unos ligeros toques de porno soft.

La madre borracha

"La OMS indica que cualquier azúcar refinado, al entrar en el cuerpo de una madre, se transformará en amor esclavo y sin reservas"

Estos regalos son mis favoritos, porque encaran la parte amarga de ser madre. Están hechos desde la sinceridad. Mamá, ahoga en este rico whisky tu dolor por aquel tajo que te dieron en el perineo por culpa de mi enorme cabeza. Veo estas invitaciones a empachar a tu señora madre en bombones, comida y alcohol, y se me representa una señora llorosa, con la mirada perdida, sentada en un rincón con la boca llena de la pasta de quince bombones ya masticados. Para poder tragarla sin que se le hagan bola, pega lingotazos a una botella de whisky añejo. En su cabeza, entre la preocupación por que encuentres trabajo y dejes de fumar crack, bailotea un sueño, que se va haciendo más nítido a medida que pega más lingotazos a la botella: ¿Cómo habría sido su vida sin ese miserable porcentaje de error del DIU?

Todas estas madres son además susceptibles de combinarse entre sí y dar lugar a un ser al que empapelar con tarjetas insulsas que la hagan sentir que, por un día, no le vas a pedir dinero ni tuppers de cocido. Cualquier madre es una buena emisaria para una tarjeta en la que sólo digas mentiras e infamias. Curiosamente, casi todas estas tarjetas parecen proceder de hijos encerrados en un centro de desintoxicación que han sido vapuleados por la vida y sólo tienen a su madre para, una vez salidos del centro, volver a empeñar toda la plata para gastársela en metanfetamina. Hay un "sólo te tengo a ti", un "nunca me fallarás" sobrevolando el mensaje de estas tarjetas que resulta, cuanto menos, sospechoso.

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Y es que, amigas, encaremos la triste realidad. Todos, en cierta medida, somos pequeños yonquis que llevamos grabado en el código genético el hecho de que nuestra madre, hagamos lo que hagamos, siempre va a estar ahí. Ya podemos llegar arrastrándonos, borrachas y embarazadas de trillizos, que ella siempre tendrá un plato de sopa, caricias y la dirección de una buena clínica de abortos a mano. ¿Será una hormona o será un condicionamiento cultural el hecho de que, hagamos lo que hagamos, ellas nos sigan amando y no cedan al impulso de asfixiar nuestro egoísmo con almohadas como esta?:

De pronto me enternezco y recuerdo con emoción aquellos inocentes días en los que le regalaba a mi madre corazones hechos pegando bolitas de papel de seda rojo sobre un papel. Una vez estuve una semana enhebrando macarrones en un hilo. Tenía cuatro años, y el pulso torpe y nervioso por la ansiedad que me provocaba el momento de la entrega del regalo. Le di a mi madre el collar de macarrones y la mejor de mis sonrisas.

Sí, pienso, debe ser una sensación bastante bonita, ver esa manita que una vez te apretó la teta con despotismo clamando leche, dándote ahora algo hecho con sus propias manos. Siempre, claro está, que en cuanto dejes a tu nena en la puerta de la guardería, no te quites el collar antes de doblar la esquina para no hacer el ridículo apareciendo en el trabajo con un collar que parece una sopa minestrone. Sí, mamá. Ahora puedo decírtelo. LO VI.