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Venezuela: Balazo en la cabeza

Un recuento de las víctimas que han sido asesinadas por balas oficiales en las manifestaciones.

Bassil, Juan, Roberto, Génesis, Geraldine, José, Wilmer, Giovanni. En la cabeza, en la cabeza, en la cabeza, en la cabeza, en la cabeza, en la cabeza, en la cabeza, en la cabeza. Ocho de los 20 fallecidos durante las protestas venezolanas que comenzaron el 12 de febrero murieron por lesiones en la cabeza. Cinco recibieron tiros; uno, un disparo de perdigones en la cara y otro fue presumiblemente golpeado en esa zona hasta que sangró por la oreja a causa de una fractura de la base del cráneo.

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Fotos y videos tomados por ciudadanos durante semanas de protestas muestran que los agresores de estos casos —aún no hay investigaciones concluyentes— pertenecen a cuerpos de seguridad del Estado. Todos salieron —uniformados y con armas— a causar el mayor daño posible.

El principio de los Derechos Humanos sobre el uso proporcional de la fuerza es un artículo de la Constitución Bolivariana de Venezuela. El 55: “Los cuerpos de seguridad del Estado respetarán la dignidad y los derechos humanos de todas las personas. El uso de armas o sustancias tóxicas por parte del funcionariado policial y de seguridad estará limitado por principios de necesidad, conveniencia, oportunidad y proporcionalidad, conforme a la ley”.

Ninguno de estos siete venezolanos estaba armado. El gobierno de Nicolás Maduro no ha podido mostrar en las cadenas de radio y televisión que hace a diario, desde que se inició el conflicto, ni una sola evidencia de que los asesinados atacaran con armas a los perpetradores de sus muertes. Algunas de las víctimas —como Geraldine, de 23 años de edad— ni siquiera participaba en una barricada que cerraba la calle de su edificio. La estudiante estaba mirando desde lejos cuando dos guardias nacionales la persiguieron en moto y le dispararon dos veces con perdigones de metal. La primera la hizo caer al suelo, la segunda, a quemarropa y en la cara, le destrozó el ojo derecho; tres días después murió por desprendimiento de la mitad de la masa encefálica.

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“Qué importa si soy de izquierda o de derecha si el tiro me lo dan en el medio de la cabeza”, dicen pancartas que han usado los manifestantes en la calle. El patrón de acción de los cuerpos de seguridad del Estado ha hecho reaccionar a los defensores de derechos humanos. “Los perdigones son usados para causar el mayor daño posible, incumpliéndose el uso progresivo de fuerza. Los que han muerto por balas en la cabeza se evidencia que el objetivo de sus victimarios ha sido matarlos”, dijo al diario El Nacional, Rafael Uzcátegui, miembro del Programa Venezolano de Educación-Acción en Derechos Humanos.

El mapa de Venezuela tiene forma de subametralladora. En la práctica, funciona como un polígono de tiro de 916 mil kilómetros cuadrados con montañas nevadas, playas, tepuyes, desiertos, mujeres bellas y seis millones de armas ilegales. En Venezuela dispara quien quiere. La cifra es conservadora porque ni siquiera los miembros de una comisión especial para el desarme creada por el fallecido Hugo Chávez pueden dar un número exacto. Entonces, además de los funcionarios, los civiles también están armados y salen a hacer daño.

A Giovanni Pantoja, sargento segundo de la Guardia Nacional Bolivariana, lo mataron en una protesta en la ciudad de Valencia de un balazo en un ojo. El presidente Nicolás Maduro dijo que en el país están buscando generar una guerra civil. Lo dijo momentos antes de llamar a disfrutar de los carnavales a los venezolanos. La muerte de Pantoja no ha sido esclarecida.

También está la historia de Jimmy. Y de la mamá de Jimmy.

Jimmy Vargas murió al caerse del muro de su casa en el estado Táchira, fronterizo con Colombia. Los videos lo muestran tratando de defender su vivienda de los ataques de la guardia. Esa región andina fue militarizada para tratar de contener las enormes protestas de los ciudadanos, que llevan años padeciendo el desabastecimiento más grave del país.

Un video muestra que el muchacho baja del techo y se para en una pared. Sin que pueda saberse cómo, se resbala y cae desde una distancia pequeña. Después se supo que había recibido perdigonazos en el rostro. Carmen, su mamá, grabó un mensaje en el propio hospital donde supo de la muerte de su hijo. Vestida de blanco —como van las mujeres que manifiestan contra el gobierno— aseguraba que seguiría en las calles, con el recuerdo de su hijo en la cabeza.