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Cultură

La pura puntita: Lolito

Etgar es un adolescente dipsómano interesado en documentales de los bichos marinos más extraños, y atormentado por la realidad.

Traemos adelantos, reseñas y entrevistas sobre los libros que te ensartarán en las mesas de novedades.

Ben Brooks nació en 1992 en Gloucestershire, Reino Unido, y ahora reside en Berlín. Lolito es publicada por Blackie Books, una editorial española que acaba de llegar a México. Lo único que diremos sobre el libro es lo siguiente:

«El libro más divertido y brutal que he leído en años. Me ha vuelto loco» -Nick Cave

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Con una recomendación así no podíamos no publicar un adelanto. Esta semana sera la fiesta de inauguración de la editorial, aquí te dejamos el flyer.

Búscalos en su página, en su Facebook, o en su canal de Youtube.

Tenemos quince años y estamos bebiendo sidra caliente bajo los pinos del patio de la catedral. Son las siete y media. La luna brilla tenue y todo huele a hierba recién cortada. Alice saca un tubo de AcneGel, me lo pone en la mano y se tumba con los ojos cerrados. Sam y Aslam hablan de perros, de terrorismo y de qué rapero es el más rico.

—No me eches por encima de las cejas —me dice—. La última vez que me pusiste encima de las cejas llovió y se me hincharon los ojos.

—Pero tiene el imperio de los auriculares —dice Aslam—. Los auriculares.

—Vale —contesto.

—Pero ponme un poco detrás de las orejas.

—¿No está muerto? —pregunta Sam.

—No tienes granos detrás de las orejas.

—Está vivo, te lo digo.

—Pero puede que me salgan granos detrás de las orejas.

Alice es mi novia. Tiene la nariz afilada, calza un treinta y seis y padece el síndrome de Raynaud. Por la mañana, la boca le sabe a leche cortada. Imagino que su historial de búsquedas recientes es: cómo hacer una tabla Ouija, ¿duele el sexo anal?, Haruki Murakami.

Le masajeo las mejillas formando pequeños círculos con la crema blanca. Se quita los zapatos de una patada. Sus pies tienen forma de cometas.

—Me voy de viaje por Pascua —anuncia—. Me lo acaba de decir mi padre. Nos vamos de vacaciones a Antigua.

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—Ah —respondo.

No quiero que se vaya de vacaciones a Antigua. No sé lo que es Antigua. Durante los últimos dos años, hemos pasado todas las vacaciones escolares en la cama, sin movernos, viendo CSI: Nueva York y comiendo gelatina de grosella.

—¿Qué es Antigua? —pregunta Aslam.

—Es como… Mmm. —Arruga la nariz—. No lo sé.

—¿Hawai?

—¿Qué?

—No, nada que ver —digo—. No es Hawai.

Alice abre un ojo.

—No sabes lo que es. No sabes nada de países.

Le unto crema blanca en el cuello y froto hasta que desaparece. Tiene la piel de la clavícula dura y áspera por la aplicación diaria de peróxido de benzoilo.

—No creo que sea Hawai.

—Bueno, podría serlo.

Me pone cara de «No quiero que hables», me aparta la mano y se sienta. Bebe sidra y le aparecen diamantes en las mejillas y yo pienso de nuevo en que ojalá no se fuera dondequiera que esté Antigua.

—Podría ser Hawai.

—Hawai es un país y Antigua es otro país diferente.

—Hawai es un estado.

—No sé de qué estás hablando.

—Ah —dice Sam—. Nosotros vamos a casa de mi tía, a Crewe.

—¿Tú también te vas?

—Mmm.

—Esto es una mierda. ¿Cuál es el plan?

—No lo sé.

Sé lo que me apetece hacer. Quiero quedarme en la cama, ver documentales sobre animales marinos exóticos y masturbarme esporádicamente con las presentadoras de los canales de teletienda. Quiero llamar a Alice tres veces al día para confirmar que no está juntando su boca con la boca de personas que no son yo.

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—¿Etgar?

—¿Qué?

—¿Qué vas a hacer tú?

—Mis padres están de viaje. Yo no voy a hacer nada.

—Hagamos algo.

Un hombre ancho pasa por debajo de una farola. Me resulta familiar, como si lo hubiera visto en un sueño o a través del parabrisas de un coche. Se me tensa el cuerpo. Me imagino que nos pone trapos con cloroformo en la cara, se nos lleva lejos y nos descuartiza solemnemente en el suelo de un almacén que huele a orina. Aprieto mi mano contra la mano de Alice.

—Puede —digo.

—Podríamos hacer un bukkake encima de mi perro y grabarlo.

—No quiero.

—Vale.

Veo al hombre encogerse, desaparecer y después reaparecer momentáneamente bajo un círculo de luz naranja. Nos terminamos la sidra, nos despedimos y nos marchamos. Alice y yo vamos a su casa. Su padre está fumando en el porche, así que vamos al piso de arriba, ponemos Radio 4 y nos quedamos dormidos con unos cantos ininteligibles.