El mundo feliz de George

George llegó a mi vida hace cinco años, durante un viaje a Coney Island, poco tiempo después de haberme mudado a Nueva York. Tenía 18 años, era excesivamente rara y se me dificultaba hacer amigos; en especial amigos de mi edad. George se me acercó en el muelle y me pidió ayuda para enterrarse en la arena.

Él vive de una pensión por discapacidad; está enfermo y tiene una cicatriz enorme en un lado de su cuerpo, resultado de una cirugía. Siempre le duele todo, pero por alguna razón, la presión que siente al estar enterrado bajo la arena o cuando alguien camina sobre él le da un alivio temporal. Después de sacarlo de la arena, lo seguí hasta su departamento, y después de eso nos hicimos amigos: tomábamos fotos, bebíamos shots de jugo de germinado de trigo, íbamos al parque y cosas así.

Obviamente, George tiene que superar muchos problemas todos los días, pero también es capaz de sentir una gran alegría. Igual que muchos amigos que conocí durante ese periodo transitorio de mi vida, no lo he visto en mucho tiempo, pero de vez en cuando, en especial los días festivos, me llama para saludar.

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